viernes, 13 de marzo de 2009

LA CIUDAD DE LA GENTE DORMIDA

Por: Juan José De Haro Reyna (r.i.p.)
Primera de cinco partes. (1/5)
Hace quince años que no venía a mi pueblo. Lo mismo hace que me fui, aquí nací en Acaponeta. Viví con mis padres en una casa que está al final de la calle Corona, casi al pié del cerro de la glorieta. Cuando me fui tenía diez años de edad, mis padres habían muerto, sólo el recuerdo de sus rostros se quedó en mi memoria y con ese recuerdo me fui del pueblo. Julio, Roberto y yo, salimos muy de mañana, ellos iban huyendo de los malos tratos del padre y yo porque no tenía más que hacer, sólo buscar mi forma de vida. Nos llevamos todo nuestro capital, (la ropa que llevábamos puesta). Pasamos por el rancho de La Bayona y luego de cruzar por el cauce seco del río de Las Cañas, llegamos a La Concha, ya en el Estado de Sinaloa, ahí nos detuvimos un rato a descansar. Platicando con un lugareño sobre nuestro propósito de ir hasta Mazatlan, éste nos apuró para que siguiéramos nuestro camino rumbo a Copales, agregando que ahí durmiéramos, que por ningún motivo pasáramos de noche por el cerro de La Muralla, porque hay muchos tigres y pumas que atacan a las gentes que se aventuran a pasar por esas horas y que era más seguro pasar por el día, pero siempre con mucho cuidado. Así lo hicimos. De Copales salimos con el sol alto, pasamos al medio día por aquél peligroso lugar y seguimos a Palmillas a donde llegamos pardeando la tarde. Dos días después aprovechamos la salida de unos vendedores de carbón que iban a Escuinapa, destino que logramos en día y medio de dura caminata, de ahí salimos al día siguiente a El Rosario de donde casi inmediatamente seguimos para Mazatlán, cobijándonos siempre con la salida de algún grupo que iba con el destino nuestro. En el puerto, Julio y Roberto se fueron por lado y yo por el mío. Mi idea fue siempre ir hasta la frontera y si era posible ir más allá. Me dijeron que los caminos por tierra rumbo al norte son peligrosos porque es puro desierto, esto me obligó a estacionarme por un tiempo en el puerto. En la primera oportunidad me contraté como ayudante de cocinero en un barco pesquero, así después de un tiempo en el mar, fui a dar a Puerto Peñasco Sonora, ya casi en la frontera. Después de quince días salí hacia Sonoyta. En éste trayecto supe lo que es transitar por el desierto de Altar, caminar muy de madrugada hasta cuando el sol empieza a calentar y tratar de descansar por el resto del día bajo improvisadas sombras que se hacen con mantas, y tomando café con sal, según me decían esto ayuda al cuerpo a recuperarse. De todos modos, de los caminos que había hecho, ninguno como éste, tres días infernales. Estuve en Sonoyta más de tres meses esperando la mejor oportunidad, de clima sobre todo, para hacer el camino hasta Mexicali. Por éstos lugares era muy notable la presencia de “gringos” y fue precisamente con uno de ellos que aproveché un “raite” que me llevó hasta San Luis Rio Colorado, en una camioneta en la que este señor llevaba muestras de mineral para examinar en el otro lado de la frontera, de aquí me fui al siguiente día a Mexicali, aquí pasé un año trabajando en lo que se podía, todo era muy difícil dada mi corta edad, luego emigré a Tijuana, una población pequeña pero en rápido crecimiento, la aduana fronteriza siempre estaba atestada de uno u otro lado. En Estados Unidos imperaba la Ley Seca y de éste lado no había restricción alguna, esto era motivo de que se incrementara el flujo de visitantes y sobre todo los fines de semana. En Tijuana me fue fácil conseguir trabajo en uno de los tantos restaurantes, como lavaplatos, me pagaban cincuenta centavos de dólar diario más las tres comidas y un lugar donde dormir. Después de un tiempo y ya ambientado comencé a pasar al otro lado, me iba hasta San Diego, así conocí los caminos y vericuetos para evitar a la “migra” esto me sirvió para por un buen dinero pasar a muchos mojados, pero un buen día se dio la noticia de que el gobierno de México y de Estados Unidos habían establecido el programa “Braceros”, con el que se permitía pasar a jornaleros para que trabajaran en el campo agrícola “gringo”, me enrolé y pasé legalmente al otro lado, ya con dieciséis años a cuestas, pero diciendo que tenía dieciocho. En las siguientes olas humanas que llegaron sobre todo del centro de país, gente de Pachuca Hidalgo, fueron con el tiempo quienes formaron una nueva cultura de los dos países: una nueva forma de hablar, de vestir, de caminar, de bailar, etc. Fue tanto el impacto social que se constituyó una moda en México, siendo su ejemplar modelo de cine, radio y teatro, Germán Váldez, mejor conocido como el Pachuco Tin Tan. …continuará.