jueves, 19 de marzo de 2009

LA CIUDAD DE LA GENTE DORMIDA (y una más de Margaro Guerra ¡Agua de cebada!)

Por: Juan José De Haro Reyna (r.i.p.)
CUARTA PARTE
Después supe que todas las bodas de rancho son igual, no por nada los de la palomilla me anticiparon que no fuera a probar nada de la comida que se sirviera, sólo tomar; ya pardeando la tarde emprendimos el regreso a Acaponeta, Paco consiguió por ahí una talega la que llenó de cerveza que nos fuimos consumiendo por el camino, cuando llegamos a Acaponeta Tranquilino consiguió más cerveza y así pasamos hasta la media noche. Al día siguiente casi huyendo me fui a conocer Tecuala, cuando regresé por la tarde me enteré de que la palomilla me había buscado todo el día. Más tardé en llegar al hotel que ellos en encontrarme, acepté la invitación para que fuéramos a la estación del ferrocarril a comernos un pozole. La estación como siempre estaba llena de gente, tuvimos que esperar a que hubiera lugar en la mesa para que se nos pudiera servir, una gran cachimba de petróleo iluminaba la mesa, Paco se apostó a un lado de la olla y ordenó que se nos fuera sirviendo en el orden que él indicaba, cuando a todos se nos hubo servido entonces pidió se le sirviera a él una pieza grande que andaba dando vueltas en el centro del perol, la doña acercó la cachimba para ver mejor y con la cuchara sacó lo que era el resto de una chancla vieja y al mismo tiempo volteó para con Paco y enojada le tiró con ella, pero Paco ya había emprendido la carrera huyendo de aquel lugar entre risotadas, nosotros no tuvimos más opción que pagar el costo de toda la olla de pozole. Vamos para la plazuela me dijeron, así nos venimos caminando y al llegar a la esquina que forman las calles Veracruz y Guerrero nos salió al paso Paco quien entre risas nos preguntó qué cómo había estado el pozole ¿bueno? Más risotadas de todos, bueno dice Paco en desagravio los invito al baile síganme, y sin que hubiera respuesta de por medio todos lo seguimos y fuimos a dar a un solar que está por la calle Guerrero, un gran cuadrángulo con piso de tierra con una cachimba en cada una de sus esquinas por lo que había mucha penumbra, por esto supe que a la familia que organiza estos bailes se le conoce como Los Cachimbos. En cuanto llegamos uno de los anfitriones nos gritó: ¡Pasen que al cabo ya esta regado y barrido! Pasamos y nos sentamos en una de las bancas de madera que se encontraban recargadas en las bardas perimetrales. En cosa de media hora el lugar estaba lleno de bailadoras y bailadores. Cuando más animado estaba el baile, como a eso de la media noche, la gente se comenzó a arremolinar en ell centro del patio, formando un circulo y mirando hacia el suelo y alguien dijo traigan las cachimbas para ver que es lo que le esta pasando a éste, cuando trajeron las cachimbas y el lugar se iluminó se escuchó un solo grito de todos los asistentes, era el Paco el que se encontraba tirado en el suelo, pero totalmente desnudo. Ahí se acabó el baile. En esta ocasión me fui a dormir temprano, pero siempre alcoholizado, algo a lo que yo no estaba habituado y que sabía que tarde o temprano me haría estragos en la salud. Al día siguiente me fui al mercado Corona, ahí vi a Fidel, un indígena que cargaba en la cabeza un busto de la virgen de la Candelaria, luego de depositarla en el piso sacaba su violín y comenzaba a tocar una melodía monótona y él a danzar alrededor del busto, daba brincos y gritos estridentes, para una vez terminado su acto pedir ayuda para la virgen. Los de la palomilla ya me habían encontrado, me invitaron churros de con el Viejo Mallorquín, de ahí nos fuimos a los chocomilks con el Rascalero. Me llevaron a conocer a todo un personaje que tiene su vendimia de agua fresca de cebada en el banquetón del mercado, Margarito, un hombre ya entrado en edad, color blanco de ojos azules y no menos de un metro ochenta centímetros de estatura, encorvado pero todavía visiblemente fuerte, apenas comenzaba a instalarse y ya la gente se paraba a su alrededor, cosa que me llamó la atención, y así se los hice saber a los de la palomilla, para esto me dice el Camalichi, espérate a que comience a hablar. Y comenzó: Margarito dice, ayer salímuy temprano de mi casa, me fui al monte a cortar leña, en el camino y por el rumbo de los llanos de la chispa, entre Casas Coloradas y San Dieguito de Abajo, encontré un ciruelo bien cargado de fruta madura nunca había visto ciruelas tan grandes, me subí al árbol a cortarlas y conforme lo fui haciendo las fui echando al costal, la rama del árbol estaba muyb alta, hasta se me hizo noche cosechando, la rama se fue doblando debido a mi peso y al peso del costal con la fruta y siguió doblándose hasta que la punta de la rama donde me encontraba tocaba el piso y me dí cuenta que era precisamente frente a la puerta de mi casa, así de grande era la rama del ciruelo. Todos al mismo tiempo gritaron ¡Agua de cebada! Entonces entendí porque tanta gente alrededor de Margarito. Continuará...