miércoles, 11 de enero de 2017

LA FUERZA DE LAS PALABRAS



Por: Juan José Rodríguez Tejeda

Pedro Hipólito de la Torre del Castillo, hombre con un sentido de responsabilidad, que trabaja de lunes a viernes hasta muy tarde, puntual en su hora de entrada y sin contrariar al jefe, esperando siempre que éste se dignara en fijarse en él y le compensara todas sus humillaciones con un, aunque sea, pequeño aumento de sueldo.
 Esa mañana, bueno ya casi mediodía, se despierta en casa con una insoportable cruda. Siente que la casa le sigue dando vueltas y que el corazón se le sale de las sienes, sin nada en el estómago que lo sentía todo  aporreado del esfuerzo que hizo, seguramente por vaciar, tanto alcohol que había ingerido.


   La anterior, fue una de esas noches locas que comienza con la alegría de ser viernes y nunca te das cuenta de cómo termina, pues se comienza en un bar tranquilo, donde discutes un poco la situación política del país, De la Torre, siempre queriendo defender al gobernante, tema de la discusión. Luego, sin darse cuenta van cambiando los ánimos y entonces esa cantina parece demasiada aburrida y se decide ir a otro lugar más ambientado, para terminar en esos lugares donde hay damas muy atentas.

Pedro Hipólito se esfuerza en abrir los ojos y en querer recordar cómo había llegado pues no recordaba nada. Recorriendo la vista por la recámara lo primero que ve sobre el buró es un par de aspirinas y un vaso con agua, primeramente pensó en un milagro pero luego su escepticismo le hizo atribuir la aparición de aquel remedio para su mal, a la suerte o la coincidencia.  Pero cuando por fin logra despegar su cuerpo de la cama y se sienta en el borde, ve su ropa toda limpia y planchada, cuidadosamente doblada sobre una silla; su camisa haciendo juego con su pantalón, sus calcetines artísticamente uno metido en el otro, camiseta planchada y bien doblada y hasta calzones limpios, sus zapatos lustrados, su ropa sucia ya no está tirada junto a la cama y su cartera y reloj sobre el buró donde recién había visto la aspirina. Un asombrado Pedro Hipólito no puede dar crédito que en su alrededor la habitación se encontrara en orden y limpia.

Incredulamente sigue escudriñando con incertidumbre su alrededor y encuentra una habitación escrupulosamente limpia, por un momento pensó que no estaba en su casa, pero el retrato de él junto a su esposa que estaba pegado en el espejo del tocador le indicaba que sí, luego vio que el resto de la casa estaba igual; limpia y ordenada. Toma las aspirinas y ve una nota sobre la mesa:
“Cariño, el desayuno está en la cocina, salí temprano para hacer unas compras. No tardo, TE QUIERO AMORCITO”

Esto lo dejó más que perplejo; “TE QUIERO AMORCITO”. Así que todo tambaleante y desconfiado se dirige a la cocina, y efectivamente ahí estaba su desayuno y el periódico del día esperándole. Su hija también estaba en la
mesa, desayunando. Pedro Hipólito, muy lentamente se acercó al comedor y un poco avergonzado, con una voz tímida y aguardentosamente ronca le pregunta a su hija:
- ¿Hija, qué pasó ayer por la noche?
Su hija sin dejar de engullir sus cornflakes le dice:
-Pues llegaste después de las 3 de la madrugada, borracho y diciendo palabrotas a grito abierto, tanto que despertaste a todo el vecindario. Rompiste algunos muebles, vomitaste en el pasillo, tiraste dos macetas y ese ojo morado que traes es porque mi mami te quiso agarrar, pues te ibas a caer y tú le gritaste “Déjame pinche puta”  te sacaste y te goleaste con la puerta.

Mas avergonzado aún Pedro H. de la Torre, se sienta o mejor dicho se deja caer en la silla del comedor, abatido por lo que su hija le estaba diciendo y débilmente le pregunta:

- ¿Y cómo es que todo está tan limpio y ordenado, y no está tu mamá regañándome y el desayuno está listo esperándome en la mesa? Si otras veces tengo que hacérmelo yo...

Y entonces, su hija continúa con la narrativa de hechos;

-¡Ah, eso!… pues Mamá como pudo te arrastró hacia el dormitorio diciendo “vas a ver mañana méndigo animal, como te va a ir sabandija, ahora ni caso tiene que te reclame pinche perro, ni me escuchas, pero mañana ya verás. Y con muchas dificultades te pudo subir a la cama y cuando intentó sacarte los pantalones, tú no soltabas el cinturón y  gritaste:

¡¡“SUÉLTAME MALDITA SURIPANTA…SOY HOMBRE CASADO Y AMO A MI ESPOSA!!


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