jueves, 2 de febrero de 2017

LOS SERVICIOS DE SALUD EN EL PAÍS, DETESTABLES: UN CASO PARA DALÍ SUCEDIDO EN ACAPONETA



Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

La crónica que voy a relatarles es más terrible que la increíble y triste historia de la Cándida Eréndira  y su abuela desalmada, vamos, peor aún que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.


Todo comenzó cuando mi querida esposa tuvo la urgente necesidad de que le agarraran el “chasis”. Pero antes de que el amable lector piense mal de mi media naranja, déjenme ubicarlos en la narración, una asombrosa historia digna de un texto de André Bretón o una pintura de Salvador Dalí, misma que arranca el malhadado día cuando mi esposa fue a la clínica del ISSSTE en esta ciudad de Acaponeta, ya que llevaba una dolencia abdominal. Ahí el médico que le tocó, como “premio de la ruleta rusa”, la informó que para mayor seguridad y poder emitir un diagnóstico acertado, tenía que tomarse una radiografía, por lo que en la orden anotó: “Abdominal de pie y lateral”. Obediente, mi cónyuge fue a buscar el departamento de rayos X, pero le dijeron que en el ISSSTE no daban ese servicio, que fuera al Centro Médico de Acaponeta o, como ahora pomposamente le llaman, Hospital Integral Comunitario, para tomarse ahí la placa requerida. Con el consabido gesto de disgusto acompañada de la consecuente pérdida de tiempo y tache en su trabajo por ausencia, mi adorada esposa no tuvo más remedio que hacer mutis y salir rumbo al conocido nosocomio, solo para encontrarse con la mala noticia que desde hace casi medio año, ahí no toman radiografías, que “apenas” en Tecuala (nótese el entrecomillado del adverbio “apenas”, que nos indica, para mala suerte de mi mujer, pocas probabilidades de éxito).

Pero, como decimos con resignación los mexicanos: “a lo hecho pecho”, y con esa bandera mi consorte se dirigió a la orgullosa ciudad a encontrarse con el flamante hospital de esa vecina localidad y con su fortuna, teniendo que “gozar” del excelente servicio de los camiones de Autotransportes Victoria como un cruel remate a la mala suerte, ya que estos vehículos con su inevitable zangoloteo, a cada brinco le recordaba a mi esposa que tenía una dolencia abdominal y que había que aguantar lo que Dios quisiera enviar, para llegar al ansiado servicio de los rayos X.

Ya en ese lugar de sanación, comenzó un vía crucis extraordinario que si no fuera por lo trágico de una apabullante realidad, sería cosa de risa loca y tema de hilaridad en jocosa tertulia.
Ahí --¡Gracias Señor—sí había un aparato de rayos X, por lo que luego de otra larga hora de explicaciones, solicitudes y trámites, la llevaron al gabinete donde estaba el moderno ingenio y más rápido que ipso facto, la compañera de mi vida llevó la orden que le “obsequió” el médico de la clínica del ISSSTE, al técnico radiólogo, aquella que decía, recuerden: “Abdominal de pie y lateral”.

Para comenzar, el operador del aparato de rayos X, le preguntó si venía acompañada, lo que negó mi esposa, pues iba sola y su alma. Primer problema dijo el muchacho torciendo la boca en señal de disgusto, porque ocupamos una persona que le “agarre el chasis”. ¿Y eso qué es? Exclamó mi mujer francamente turbada; “se trata” dijo el matalote con aires de suficiencia y perdona vidas: “de un envase a prueba de luz destinado a recepcionar la película y creado para permitir la fácil carga y descarga en tanto se mantiene en contacto casi perfecto con las pantallas intensificadoras”.

Chasis para Rayos X


--¿What? Exclamó mi esposa azorada y a su confundida y hastiada mente le llegaron dos ideas: primero, que esa explicación era igual y fácil de asimilar que la profunda y sesuda tesis de la vida sexual de los proboscidios y su influencia en el movimiento obrero; y segundo, que ese individuo debía ser un experto erudito en su trabajo, lo que momentáneamente la tranquilizó.

-- “Entonces, porfió el perito en rayos X, ¿cómo ve?, ocupamos de otra persona que le agarre el chasis”…
Un tanto ciscada, replicó la madre de mis hijos, “pero ¿quién se va a animar a hacer eso, habiendo tantas enfermeras presentes?”, a lo que contestó el chango aquel, “no les gusta hacer eso por el riesgo que corren de contraer cáncer a causa de las radiaciones”.
--¿Quiere eso decir que deben ser los pacientes o los que van pasando, los que deben contraer cáncer? Sí, adivinó usted amigo que me “le” (Aurelio Nuño dixit), ya no hubo respuesta, puesto que el radiólogo se entretuvo con unos paneles que bien pudieron ser las mentadas “pantallas intensificadoras” o los “visvirules nucleicos”, y no se dio por enterado.

Total que mi señora anduvo por todo el hospital, como el conocido pedigüeño Martín “el ayuda” solicitando –más bien rogando— eso, “una ayuda” para que “le agarraran el chasis”. Obvio decir que todos la miraron con entendible desconfianza, preguntándose si mi Doña, no se había escapado del pabellón siquiátrico.

Pero no cabe duda que Diosito es grande, pues salió “el descocido para un roto” ya que un joven y despistado adolescente aceptó, tal vez porque algo hay de aventura el agarrarle el chasis a una señora que se ve “buena onda”.
Ya con su nuevo y solidario compañero de desgracias, la dueña de mis quincenas, entró de nueva cuenta al cuarto de las radiaciones, donde recibieron una veloz explicación de lo que ambos debían hacer, siendo lo más importante no moverse para nada, a lo que accedieron con gusto y deseosos de salir de ese trance a donde los llevó el perverso destino.

Todo iba a pedir de boca hasta que el radiólogo volvió a leer la orden que exigía una toma “Abdominal de pie y lateral”, y lo tomó literalmente, por falta de una maldita coma entre “Abdominal” y “de pie”, pidiendo “al ayuda” que sostuviera el chasis frente al pie de mi querida y acongojada esposa, quien apresuró a explicar al ahora “ex sabio”, que ella no tenía ningún problema en esa extremidad, sino en el abdomen, que si no sabía, quedaba “un poco más arriba”.

No muy convencido el técnico, ahora purista del lenguaje, pidió “al ayuda” subiera la placa a la altura del estómago, entrando en ese momento al cuarto una enfermera que iba dispuesta a todo, menos a contraer cáncer, eso sí, muy amable y dispuesta a colaborar “en lo que se ofreciera”.
Es menester hacer mención que a un costado del aparato de rayos X, salía un cable en espiral que suponemos era para que el técnico radiólogo hiciera funcionar el armatoste aquel a cierta distancia.

Al parecer todos listos y en su posición, sobre todo el encargado de agarrarle el chasis a mi consorte, se oyó, como en los platós de las películas de Hollywood, un urgente e imperioso “¡Alto ahí!”, parecido al “¡Corte!” de las filmaciones; paciente o sea mi esposa, “el ayuda” y enfermera voltearon a mirar al radiólogo inquiriéndolo con la mirada sobre tan abrupta exclamación, explicando este que la placa no iba a salir porque mi princesa tenía puesta la ropa; así que con todo y pena hubo necesidad de subirse un poco la blusa y bajarse otro tanto el pantalón, ante la mirada entre extraviada y confundida de “el ayuda” que no esperaba eso, volviéndose aferrar al chasis listo para recibir un baño de rayos X, tal vez vivificadores o de esos que convierten a los mortales en el hombre araña.

Ahora sí, todos en posición; técnico y enfermera toman el cable en espiral mencionado y de repente, jalando el cordón aquel corren de improviso a una puerta que se hallaba en el fondo de la habitación, dejando a su suerte a mi “marida” y  a “el ayuda”, quienes al ver aquella inesperada huida, deciden también poner “pies en polvorosa” por aquello de las rete cochinas dudas y si no gritaron fue porque los astros del firmamento no estaban debidamente alineados. Pero ¡oh sorpresa!, técnico y enfermera reingresan al gabinete con cara de pocos amigos, regañando a ambos “coyones” por moverse y abandonar su puesto a la hora de la mentada “toma”, y lo peor, porque “el ayuda” en su comprensible fuga, aventó por los aires el tan famoso “chasis” echando a perder la tarea.

Más que molesta, por no decir hiperencabronada, la Reina de mi Hogar, increpó a ese par, haciéndoles ver el menudo susto que les habían metido a causa de su loca carrera. Eso no impresionó al redomado pollino encargado de los rayos X, quién de nueva cuenta reprendió a los dos por su falta de cuidado. Por supuesto el par de personajes de la “burrocracia médica” no explicaron por qué corrían, y solo me resta especular que el cable en espiral encendía a distancia el aparato y este par corría presuroso tratando de ganar la carrera a los mortales rayos X, como si eso se pudiera; no hallo otra explicación.

Una vez más en posición y de nueva carrera de técnico y enfermera, la placa salió y habrá que esperar a que el médico del ISSSTE la valore y ofrezca su dictamen y lo que viene por delante.
Platicando sobre el particular con un estimado amigo médico, nos dice que la placa finalmente no va a servir de nada, porque lo que el doctor aquel quiere ver, solo lo puede hacer con un ultrasonido y, para mayor coraje de mi vieja, no era necesario quitarse la ropa para los rayos X.

Yo la consuelo diciéndole que se dé de santos que no le tomaron la radiografía del pie, pues hubiera sido cómico que su médico, con ojos asombrados descubriera tarsos, metatarsos, falanges, astrágalos y calcáneos en el abdomen de mi adorada esposa.
Esta crónica que más parece una lene fabulilla, increíblemente fue real y sucedió en verdad. No puedo más que admitir que es cosa de risa, pero más que nada es cosa de lágrimas, pues apenas se puede creer que en país como México, donde sus gobernantes presumen un mundo que solo existe en sus retardadas cabezas, existan servicios de salud como el que sufrió mi mujer. Este botón de muestra claramente nos enseña incapacidad de los médicos, radiólogos, enfermeras, y administrativos que viven sumidos en una terrible burocracia que ve al afiliado a los sistemas de salud como muebles o animales raros. En todos los hospitales, centros de salud, clínicas y dispensarios públicos hay graves carencias de equipo, medicamentos, espacios de atención, camas, cuartos, camillas y ambulancias.

El coraje de mi esposa es el mismo que de millones de mexicanos que pasan por lo mismo. Es natural que el presidente de la República, algún gobernador, senador o diputado federal enferme y tenga que ser operado de algo, lo malo, y es muy significativo, que nunca se les ve en una de las clínicas a los que acudimos los ciudadanos. No hacen cola, no tienen que andar buscando quien les agarre en “chasis”, no les falta medicamentos y nunca se equivocan médicos, administrativos o enfermeras.

Lo verdaderamente grave, es que a pesar de las terribles carencias de los nosocomios o bien, en el ámbito educativo, “nuestros” funcionarios se siguen otorgando bonos y prebendas de todo tipo a costa del erario; que a los partidos políticos les llenen las arcas de dinero o que, en el gasto corriente de los tres niveles de gobierno, existan partidas para verdaderas pendejadas.


No es posible esta situación mientras exista un Layín por ejemplo. “Cosas veredes amigo Sancho, que faran fablar las piedras”.

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