viernes, 27 de octubre de 2017

LA INUNDACION DEL 7 OCTUBRE DE 1887



Por: Néstor Chávez Gradilla. Cronista Municipal

Algunos lectores, probablemente se extrañen al leer el título de este histórico artículo por el hecho de que en octubre de 2013, escribí un muy breve relato acerca de esto mismo, pero ahora quiero retomar el mismo tema por motivo de que el 7 de octubre de 2017, se cumplirán 130 años de aquel desastroso acontecimiento que casi acabó con la Villa de Acaponeta, esta vez mucho más completo, corregido y aumentado.


El épico suceso fue consignado en las páginas del libro de Gobierno del Archivo Parroquial por el entonces Sr. Cura Don Buenaventura O’Connor Navarro y esta vez me permití insertarlo en este escrito casi en su totalidad. Por otra parte, también lo mencionan el Sr. Julio Pérez González (1891-1893) y el Sr. José Ledón Sens (1933) aunque en honor a la verdad, este último, tomado íntegramente de los escritos de Pérez González. Inserto también el escrito de Ledón Sens, ya que hace una muy interesante descripción del Acaponeta de aquellos años.

Inicio pues con lo narrado por el Párroco Don Buenaventura O’Connor:
“El día 7 de octubre del año p.p. pasado (1887), el río que pasa a orillas de esta Villa se salió de su cauce de un modo que jamás se había visto pues no existe memoria ni tradición alguna entre estos habitantes que haya alguna vez crecido el río a tal grado. El año de 1885 creció el río mucho y también se desbordó sobre esta población invadiendo un barrio de ella, pero no tumbó casas ni causó graves perjuicios. Más lo que aconteció en el año de 87, fue terrible. A las 8 de la mañana de ese día se notó que el río crecía de una manera alarmante que infundió ya serios temores a los habitantes de ésta. El Barrio llamado del Terrón Blanco que había sido inundado en el 85, ya comenzaba el río a inundarlo de nuevo y los que vivían en él corrían llenos de espanto por las calles y se iban al lado opuesto de la población con el fin de ponerse a salvo, mas la venida del río fue tan rápida que en cosa de hora y media, es decir a las ocho y media de la mañana, ya había invadido el agua toda la población entrando el agua por el pie del cerrito y por la calle que sale al río de la Plaza Principal costado norte (hoy Hidalgo) y entrando también por el rancho de Las Mojoneras. Todos los habitantes de esta población la mayor parte de ellos andaban con el Padre (Vicario Auxiliar del P. O’Connor) Juan González, andaban por las calles con (La imagen de) Nuestra Señora de Los Dolores en procesión rogando a Dios de Las Misericordias que hiciera cesar aquella terrible calamidad. Todos buscaron refugio en el Cerrito donde se estaba construyendo el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, comúnmente llamado el Cerro de la Cruz. Otra parte de las familias, se refugiaron en la Casa Cural (aún en construcción) que por estar edificada en el actual terraplén (al lado sur del Templo) no pudo ser destruida por la inundación aunque sí destruyó la mayor parte de sus bardas y fuera de esta Casa Cural, algunas diez casas (del Cerro) y la Iglesia, todas las demás las destruyó completamente la inundación así como la mayor parte de bienes del campo y del comercio quedando por este motivo las familias en la miseria. LA INUNDACION CONCLUYÓ A LAS 6 DE LA TARDE Y ESTA POBLACIÓN A ESAS HORAS PRESENTABA UN TRISTÍSIMO ASPECTO PUES TODA ELLA ESTABA CONVERTIDA EN UN MONTÓN DE ESCOMBROS. Se ahogaron nada más dos mujeres, un hombre y un niño de pecho de aquí de la población, pero en la ranchería de Guamuchilar se ahogaron 28 salvándose uno que desde ese lugar lo arrastró el río hasta el poblado de San Felipe Aztatán. La causa de esta inundación fue una tromba de gran magnitud que se levantó del agua pura y tomó la dirección desde dicho estero de Agua Pura hacia el norte, pasando por los cerros que están al oriente de esta, y de allí por el borde de la Sierra se fue más al norte descargando el agua que llevaba, por el camino que la misma llevaba haciendo muchos estragos en el Rincón del Mineral de Cucharas y cerros que están cerca de él y de allí de vuelta por la misma Sierra hacia el poniente, haciendo crecer también mucho el río de El Rosario, destruyó los pueblos de Cacalotán y Metatán del Estado de Sinaloa. Hizo crecer también mucho el río de San Pedro e invadió a Tuxpan pero en ninguno de esos pueblos hizo los enormes perjuicios que en este.

“Las consecuencias de este terrible suceso, fue la miseria a los pocos días muy grande, por lo que muchas personas caritativas de Tepic organizaron una junta para colectar donativos y socorrer a las gentes inundadas de esta Villa. Al día siguiente o a los tres días, el señor Don Florentino Somellera gerente de la negociación de minas del Mineral de Motaje se presentó en esta Villa con sus mulas cargadas de maíz para dar alimento a los más necesitados. El Sr. Cura interino de Rosamorada Sr. Don José Refugio Troncoso, colectó también algún maíz y frijol que luego mandó. Los vecinos del pueblo de Escuinapa, mandaron algunas canoas cargadas de maíz al Prefecto Político Don Hilarión Aguilar, que repartió luego. (Nota: esas canoas llegaban a Teacapán, seguían por la Barra y en el Embarcadero de Puerta del Río, subían por el río Acaponeta, en ese tiempo navegable). Los vecinos del Puerto de Mazatlán mandaron una lancha cargada con efectos de primera necesidad, pero en todo esto se distinguió la Junta de Caridad reunida en Tepic, la cual presidía el Sr. Florentino Somellera, la cual reunió y mandó 1,500 pesos que se repartieron entre más de 100 pobres. El Prefecto Político de Santiago Ixcuintla envió doscientos ochenta pesos que reunió entre sus gobernados. La Asociación de San Vicente de Paúl de Tepic que presidía el Padre Orendain remitió 250 pesos en dinero y 3 cargas de ropa nueva y usada que se repartió enseguida”. (Así sigue el P. O’Connor narrando una larga lista de donadores que con perdón de Ud. me permito omitir para no cansar al lector).

Gral. Leopoldo Romano
“Después de la inundación, sobrevino a estos habitantes mil calamidades, resultado de las mojadas que se dieron con aquella agua y las putrefacciones que quedaron como animales ahogados y otras mil cosas que entraron en putrefacción con el agua que les mojó y se desarrolló por este motivo diversas fiebres y siendo la perniciosa una de las que hizo algunas víctimas dando el Prefecto Político (Don Hilarión Aguilar) cuenta de esto al Gobierno de Tepic. El Sr. General Leopoldo Romano Jefe Político del Territorio, mandó a un médico el cual atendió debidamente a esta necesidad.

“Aquí concluyo la presente reseña la cual he escrito en fecha 10 de enero de 1888 para su constancia. El Cura Párroco de Acaponeta Buenaventura O’Connor”. (Libro de Gobierno # 3, páginas 119-121, del Archivo de la Parroquia de Acaponeta).

Hay algo que quiero mencionar que no viene en los escritos del Padre O’Connor, y que me fue narrado años atrás por las hermanas Cuca, Josefina y Cristina Rodríguez quienes me decían que lo que ellas me contaban, era lo que les platicaba su mamá acerca de aquel desastroso suceso. Ellas me decían que su mamá les narró que a los pocos días después de la inundación, en el tiempo que tardaron en acondicionar el viejo Camino Real de Tepic a Acaponeta, llegó a esta Villa el General Don Leopoldo Romano con varias carretas jaladas por mulas cargadas con víveres, medicinas, ropa, mantas, equipo médico, huaraches y otras cosas, acompañado de mucha gente de trabajo con dotación de palas, picos, carretas de mano, cubetas etc. Así como también de varios médicos, enfermeros, material clínico y carpas para improvisar hospitales, en los que destacó la incansable labor de apoyo del Padre O’Connor. El General Romano se quedó alrededor de seis días en Acaponeta hospedándose rústicamente en la Casa Cural como huésped del Sr. Cura O’Connor, quedando los habitantes de la Villa gratamente impresionados por el exceso de atenciones y su incansable labor de servicio y caridad para con los más afectados. Por esta inesperada y sorpresiva demostración de generosidad del máximo mandatario del Territorio, los acaponetenses quedaron más que agradecidos y en su honor y recuerdo, decidieron ponerle su nombre a una calle (A la calle Gral. Romano, en 1951 el C. Presidente Municipal Don Guillermo Díaz Cosío --XVIII H. Ayuntamiento-- le cambió el nombre por el del Constituyente Juan Espinosa Bávara, desde la Plaza hasta la Roberto M. González, el resto de la calle o callejón que queda atrás del Templo, todavía se llama así, callejón Gral. Leopoldo Romano).

Agregaban en su relato, que su progenitora recordaba también la labor del Gral. Romano en la reconstrucción total de la última calle cercana al río, y de que en ceremonia especial presidida por el citado Prefecto Político, se le dio a esa calle el nombre de “Calle 7 de octubre” en recuerdo de aquella fatídica fecha. Por último, años después del desastre, tomaron también en cuenta la tan valiosa e incansable labor de apoyo del Padre O’Connor y le pusieron su nombre a una corta calle del Cerro de apenas cuatro cuadras.

El Sr. Julio Pérez González en su obra: “Ensayo Estadístico y Geográfico del Territorio de Tepic de 1891 a 1893. Tepic, México. 1904.” Páginas 68 y 218. Acerca de este mismo tema, escribió:
“La mañana del 7 de octubre de 1887, el río de Acaponeta creció repentina y extraordinariamente quedando en pocas horas inundada la Villa y todos los campos adyacentes habiendo subido el agua más de un metro de altura sobre el piso de las habitaciones las cuales fueron arrasadas en el acto, no quedando en pie más que el Templo Parroquial que es de sólida construcción. La causa del siniestro fue motivada por una tromba que se descargó sobre la serranía. Los habitantes de la Villa hallaron afortunadamente un lugar de salvación en un cerro que se eleva a la orilla septentrional de la población. Mediante las eficaces disposiciones dictadas por el Jefe Político del Territorio el Gral. Leopoldo Romano y la actividad de los vecinos de aquel Partido (Municipalidad y Prefectura), a estas fechas, está ya casi terminada la reedificación de la Villa”.

En la misma obra de Pérez González (página 218), viene una mediana descripción del Acaponeta de aquellos años que coincide en mucho con otra narración del Sr. Cura O’Connor, por lo que me tomé la libertad de hacer de ambos escritos uno solo para no ser repetitivo, al fin que ambos van encaminados a lo mismo. En efecto, se aparta algo del tema principal, pero la quise incluir para que mis amables y pacientes lectores se den una mediana idea de cómo era nuestra ciudad hace ya casi 130 años, y dice así:
“En 1887, cuando ocurrió el desastre de la gran inundación, la Villa de Acaponeta estaba dividida en 4 cuarteles (aún no existía el Ferrocarril) y tenía 71 manzanas de casas de muy pobre hechura y hay siete calles a lo largo de la población (de norte a sur) y diez transversales (de oriente a poniente. Las calles que dividían esos 4 cuarteles, hoy se llaman México y Juárez) de las cuales ninguna tiene nombre todavía pues solo la del centro es conocida como Calle Principal (hoy, Av. México). Tiene un Templo Parroquial dedicado al Culto Católico de sólida construcción y una capilla aún no terminada que se construye en el Cerro de la Cruz dedicada a la Virgen de Guadalupe. Hay dos edificios públicos: el primero, es la Casa Municipal que contiene un su centro el local para la oficina de la Prefectura Política del Partido; el segundo es la Sala de Sesiones del Ayuntamiento, el Juzgado Menor, el Cuartel de Agentes de Policía y la Cárcel. En ese segundo edificio, está la Casa de Abasto y está en construcción una cómoda Escuela para niños aunque ya hay establecidas dos Escuelas Municipales de primeras letras una para cada sexo. Hay además dos escuelas particulares con la misma dedicación. Tiene la población dos Plazas que son la principal (Plaza Constitución de 1857, frente al Templo) y la del Mercadito (donde hoy está el Parque N. Héroes), y un panteón convenientemente situado (al norte de la Villa). El alumbrado público se hace con 44 faroles que se encienden con aceite de coco y los atienden siete serenos y un Jefe, que complementan el Cuerpo de Policía nocturna y de seguridad”.


Y continuando con el tema de la inundación, En aquellos años aún no existía bordo o muro de contención que protegiera al poblado (se construyó hasta 1969) por lo que, sin ningún obstáculo ni impedimento que las detuviera, las impetuosas aguas del río tomaron curso por las calles de la Villa pasando de lado a lado destruyéndolo todo a su paso. En su desastrosa trayectoria, tumbó casas, bardas, árboles, cercos, destruyó siembras, huertas, corrales, potreros, talleres, ahogó perros, puercos, vacas, caballos, burros, mulas, chivos, borregos, ratas, gatos, gallinas y hasta algunas personas, dejando a la mayoría de los acaponetenses en la miseria. Hubo mucha hambre y necesidades, muchos enfermos principalmente por la horrible e insoportable pestilencia que surgió 3 días después por los miles de cuerpos de animales ahogados ya en descomposición.

El principal centro de acopio y refugio de enfermos, estuvo en un rústico hospital improvisado que se instaló en la Casa Cural (aún en construcción) en donde el Padre O’Connor hacía desesperados esfuerzos por tratar de atender a tanta gente hambrienta y enferma, auxiliado por varias personas voluntarias de los grupos católicos de la Parroquia, y así estuvieron hasta que 4 días después, llegó el General Romano con la oportuna y tan valiosa ayuda antes mencionada. El único daño que sufrió la Casa Cural, fue la destrucción de la barda que daba al lado sur.

En aquellos años, la Casa de la Prefectura o Alcaldía Municipal estaba ubicada donde hoy está la Biblioteca Pública Benito Juárez y se comunicaba con la Comandancia de Policía y la Cárcel que aún están en ese mismo lugar. Como la dicha Casa Municipal también se destruyó, de inmediato a principios del año 1888, el Prefecto Político Don Luís Peregrina hizo los arreglos para iniciar la construcción de una nueva (Ahora nombrada Palacio Municipal) por la hoy llamada calle Morelos también frente a la Plaza, que es la que tenemos al día de hoy, y colocó la primera piedra el especial ceremonia, el 5 de mayo de ese mismo año.

Las diversas notas históricas que tengo en mi archivo, describen al Acaponeta de aquellos años como un lugar con calles de tierra aún no empedradas. Era común en tránsito por ellas de caballos, mulas, burros, carretas tiradas por bestias o jaladas por hombres, carretelas, carretas barriqueras, y en las que abundaban libres puercos, perros, chivos, gallinas, burros etc. No había luz eléctrica en las casas y las gentes se alumbraban con quinqués o aparatos de petróleo, velas, y cachimbas. Se carecía de agua potable, por lo que la gente generalmente tenía en sus patios traseros, norias y pozos de agua. Los que no los tenían, se la compraban a los barriqueros que la ofrecían a gritos por las calles. La gente acostumbraba a tirar su basura al fondo de sus patios traseros o a la calle, junto con los desechos humanos, lo que propiciaba una gran abundancia de ratas, cucarachas, moscas, otras plagas y mucha insalubridad. En esos años, eran, más abundantes que ahora las plagas de alacranes, izas, cucarachas, zancudos, jejenes, rodadores y otros bichos, agregando a esto el desesperante calor en verano, que hacía muy difícil y penoso dormir tranquilamente por las noches. Por otra parte, las torrenciales lluvias de verano convertían las calles en verdaderos lodazales haciéndolas casi intransitables. Por lo mismo del insoportable calor, se usaba mucho en los hombres el llamado calzón de manta con sencilla camisa de algodón y el típico sombrero de palma encerada llamado de cuatro pedradas que aquí mismo se fabricaba por muchos artesanos que se dedicaban a ese oficio, al igual que el también típico huarache de correas y suela de vaqueta que también se hacían aquí mismo y era ocupación de muchos artesanos.

Aún no había Ferrocarril, ni puente ni carreteras. La comunicación de esta Villa con otras poblaciones, se hacía por el incómodo y rústico Camino Real. Salía de Acaponeta por la hoy Calzada Prisciliano Sánchez, pasaba el puente Gral. Ramón Corona y donde hoy está la Gasolinera Sierra Hnos., se separaba un camino rumbo al norte, para seguir a Escuinapa, Rosario y Mazatlán; otro seguía rumbo a la próspera Hacienda de Quimichis, pasando cerca del poblado de Tecuala para terminar en las salinas de Olita. Hacia el sur, se seguía un camino al otro lado del río que pasaba por Casas Coloradas, San Miguel Arcángel y Rosamorada para terminar en el río de San Pedro. Los tortuosos viajes se hacían en diligencias transbordando los ríos en canoas, para al otro lado tomar otra. Esos caminos llamados de pezuña, eran muy transitados por gente de a caballo, en mulas, por arriadas de mulas y burros, por carretas cargadas con mercancías y a pie, pues aún no había vehículos motorizados. Abundaban los bandidos y asaltantes a los que las fuerzas del Gobierno Porfirista perseguían implacablemente. A los que se lograba capturar, eran de inmediato colgados de los árboles sin juicio alguno.

A pesar de todas esas dificultades e incomodidades, había avecindados en Acaponeta muchos extranjeros: chinos, japoneses, filipinos, alemanes, franceses, gringos, griegos, árabes, libaneses, rusos, italianos, españoles, irlandeses, ingleses y otros, entre los que se manejaban los apellidos: Abunáder, Salím, Adi, Áftimos, Aunábel, Leouides, Mauss, Echeguren, Alí, Marcoff, Sakno, Oküisen, Encinas, Dufour, Béneken, Maisterrena, Somellera, Solersi, Nezumi, Kanzaki, Akahoshi, Shivata, Tanaka, Naitoh, Wong, Chan, Chip, Cinco, Fong-Choy, Fo-Long, León, Gotsis, Hangis, Grebe, Land, Echeguren, Melchers, Belkhelfa, Schülte, Dóbler, White, Thompson, Lacey, Wiles, Collard, Greever, Dunn, Emery, Pussell, Di Martino, Yuman, Baraona, Goyzueta, Duhagón, Newman, Fernández (Vasco), y otros. Entre otras cosas, ellos se dedicaban al comercio, la pequeña industria, la minería, la agricultura, la horticultura, la ganadería, la representación de Empresas etc.

Dice también Pérez González que para esos años, la cabecera del Partido de Acaponeta tenía apenas 3,950 habitantes y en toda la Municipalidad 12,475 habitantes, incluyendo el poblado de Tecuala con tan solo 170 habitantes. Huajicori contaba entonces con 400 y Rosamorada con 500, ya como Sub-Prefecturas.


En este artículo presento una curiosa fotografía tomada en 1969 cuando aún existía la Botica Providencia de Doña Toya Magallanes en la esquina de las calles Av. México y Juárez. Por el lado de la calle Juárez había un texto que decía: Inundación de 1887 y al lado derecho una escala que marcaba la altura que alcanzaron las aguas en esa calle, probablemente colocado por el anterior propietario Don Luís Peregrina, a quien le tocó vivirla. En fecha más reciente, en 1969, la Secretaría de Recursos Hidráulicos de la época, colocó arriba de ese texto una placa que marca la altura que alcanzaron las aguas en ese mismo lugar durante la inundación del 13 de septiembre de 1968, la que está próxima a cumplir 50 años de haber asolado a Acaponeta. Desgraciadamente, recientes modificaciones a este inmueble, cubrieron con pintura en forma dañina y criminal estos textos, y retiraron la antigua escala métrica, de manera que ya no se puede apreciar casi nada y ninguna Autoridad jamás se preocupó por preservarlos.


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