martes, 21 de noviembre de 2017

LA BARBILLA DE ALÍ

Un rasgo en común entre Alí Chumacero y Rocío López Medina


Presentamos otro maravilloso texto de Rocío López Medina*




Cuando niña, los adultos en Acaponeta experimentaban un extraño deseo de tocar mi piocha partida; yo veía que a otros niños les estrujaban los cachetes, pero a mí me estaba destinado el reiterativo tirón de la barbilla aprisionada entre los dedos índice y pulgar, en un suave zangoloteo. 

Fui detestando poco a poco, no a quienes lo hacían, sino a mi fastidioso rasgo físico. Lo heredé de mi padre, y a diferencia de mí a los cinco años, él parecía portar con mucho orgullo aquel pozo profundo en la parte baja de su cara. 

Cuando entré a secundaria, los molestos toqueteos de los adultos a mi barbilla cesaron. Era la época en la que dormía con un espejo debajo de mi almohada, me gustaba verme antes de dormir y, al despertar, tenía la ilusión de que aquella marca que yo encontraba fea y que oscurecía todo mi rostro, despareciera. 

Durante un tiempo repetí la misma maniobra. Un compañero de la secundaria reveló ese método delante del grupo al hablar sobre cierto tipo de sueños astrales, dijo que si uno antes de dormir se concentraba en pensar algo o resolver algo que le inquietaba, entonces, a través de sus sueños podía llegar a una montaña que contenía toda la sabiduría del mundo y ahí podía aclarar sus dudas o eliminar sus preocupaciones, era pues que yo tomaba un espejo, veía el mentón y pensaba: deseo que desaparezca, se equivocaron conmigo, a mí, este hoyo no me pertenece, no me gusta. Acto seguido, hacía una mueca con mi cara a través de la cual el pozo de mi barbilla desaparecía entre los pliegues de mi cara amorfa. Pensaba: con esto voy a llegar a esa montaña y entre la mucha sabiduría voy a dejar este pozo que nunca pedí. No funcionó, olvidé el asunto y olvidé mi piocha. 

Hasta hace diez años que conocí al coordinador de TVUAN, en cuanto me vio se sonrió, y, sin tocarme, me preguntó con cierta timidez, ¿por qué tienes la barbilla partida? Acto seguido sólo me reí y comencé a hablar de temas diversos. Desde ese momento, cada que un encuentro se lleva a cabo entre él y yo, en lugar de usar un “hola”, “buenos días” o cualquier otra expresión común para saludar, preguntaba: ¿por qué tienes la barbilla partida? 

Hasta el día de ayer, había tomado esa pregunta como las ligeras bromas coloquiales que se hacen entre personas que se caen bien. Pero hoy escribí la pregunta en San Google, y lo que encontré me sorprendió: Una barbilla partida (de William McKinley). Y al lado la vista frontal de una mandíbula humana. La explicación dice que la barbilla partida o barba partida es un hoyuelo en la barbilla. Se trata de una fisura en forma de “Y” en la barbilla con una peculiaridad ósea subyacente. La barbilla partida sigue la fisura en el hueso de la mandíbula como resultado de la fusión incompleta de las mitades izquierda y derecha de la mandíbula durante el desarrollo embrionario y fetal. De entre toda la explicación, una palabra adquirió ante mis ojos dimensiones desproporcionadas: fisura. Eso significa que desde mi desarrollo embrionario estaba incompleta, nací con una grieta, con una hendidura. Ahora entiendo todo, tal vez por eso todos querían tocar.
Debe provocar una ternura infinita ver a una mujercita rota desde el nacimiento. No digo que las demás mujeres no tengan hendiduras cuando nacen, sólo digo que un pozuelo en el mentón lo hace visible, notorio. Los hoyuelos en las mejillas no tienen el mismo efecto, ellos son provocados casi siempre cuando la persona que los tiene sonríe, pero el pozuelo en el mentón está siempre, e invariablemente en el mismo sitio, y logra espolvorear cierta sombra en el rostro, algo solemne o triste. 

“Toma tu dolor y conviértelo en arte”, dijo con los ojos llorosos, en la gala de los Globos de Oro, Meryl Streep; también dijo que la frase se la había regalado su amiga, la Princesa Leia, ninguna de las dos me gusta como actriz, pero la frase incendió mi cabeza como el video incendia las redes sociales. Y se me antoja adecuada para enmarcar el dolor de haber nacido rotos. 

La literatura persa considera la barbilla como un rasgo de belleza, y debe serlo, porque en la literatura, el dolor de las incisiones tiene una belleza sublime. Ayer me pidieron —si podía— escribir un texto sobre Alí Chumacero. Dije que sí, aunque de Alí nunca he querido escribir porque soy de Acaponeta, y porque él era, antes que yo, de Acaponeta, y porque lo que más recuerdo es la frase de mi padre —mi padre es un campesino— y dijo una vez que no entendía por qué admiraban tanto a ese viejo si ni siquiera había vivido ahí; se lo llevaron desde muy niño, por tanto él no es de Acaponeta, porque no había hecho nada en Acaponeta ni por Acaponeta. Esa declaración la escuché a mis quince años, cuando mi padre ya no era mi héroe, pero sus palabras seguían eclipsando mis aguas. Nunca estudié a fondo la obra de Alí Chumacero, sólo me aprendí de memoria un poema suyo, cuyo final, para la adolescente de secundaría, era de un romanticismo tan delicioso que yo me permitía dedicárselo al capitán del equipo de básquet, ese muchacho alto, moreno, atlético y de ojos verdes que todas codiciaban, y con el que yo sólo podía soñar, pensaba en que le leía ese poema al oído, y que él entendía igual que yo la idea de que antes de todo ya éramos, y éramos juntos. 

Ahora que por encargo tengo que escribir un texto sobre Alí y, antes de caer en ese pánico que me bloquea, me pregunto ¿qué tenemos en común Alí y yo que no sea el haber nacido en Acaponeta? Me lanzo a buscar entre los archivos viejos y lo primero que encuentro es la única foto que me tomé con él cuando en mi universidad se le concedió el Honoris Causa, entonces descubro lo que no pensé que buscaba: la barbilla partida de Alí. Y con ojos brillosos de emoción me doy cuenta que Alí también nació roto. Al Alí niño también se le abalanzaban los adultos en Acaponeta para zangolotearle la barbilla, Alí también despertaba la ternura que despiertan los escindidos, los agrietados, los hendidos. Alí tomó su dolor y lo transmutó en arte. Ahora entiendo lo que mi padre intentó decir, ese viejo no hizo nada por Acaponeta, sino por todos los rotos, él convirtió sus grandes grietas en sublimes poemas de amorosa raíz. 

*Rocío López (Maestra de la Unidad Académica de Derecho de la UAN, escritora.) Shío López

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