Del malinchismo a la descomposición social.
Por Salvador González Briceño.
Sucede con frecuencia. Es casi como regla. Le hacemos más caso a los señalamientos que vienen del exterior, que a los que se generan dentro. Será porque se tiene más admiración a lo que hacen otros que a lo que se desarrolla aquí mismo. O será el reflejo todavía, del añejo malinchismo, tan arraigado en la cultura de los mexicanos. Porque hay preferencias por lo procedente de otros países que lo propio. Ahora no tanto de España —cual se dio durante siglos—, como de Estados Unidos —en primer orden—, y el mundo después. Como desdeñar lo nacional, por correr abrazar lo internacional. Sin importar los posibles daños. Sin medir las consecuencias. Como que otros decidan sobre mi vida sin mi consulta, o en contra de mi voluntad. Pero no son palabras. Así ocurre desde los más elevados rangos de la estructura del poder, hasta el interior de la sociedad. Se convierte en una repetición de conductas y de actitudes, con resonancia de arriba-abajo, de abajo-arriba, retroalimentándose luego.
No se diga cuando, por tratarse de una idea o un cuerpo completo (teórico, político, filosófico, y hasta religioso), se adopta con carácter impositivo, y no sugerido. Como una actitud que se convierte en ley. Recuérdese aquél viejo precepto del derecho que dicta: la costumbre es el origen de las leyes. Y de ahí deriva su fuerza, porque antes fue un hábito en la gente. Sólo después se plasmó en un cuerpo legal.
Sucede, no obstante ser externo, como decimos, frecuentemente. Sin considerar las secuelas internas de una determinación así. Sin importar las consecuencias. Pero con base en ello se toman decisiones. Muchas de las cuales se hacen desde las estructuras del gobierno, pero impactan fuertemente a la sociedad. Inciden en la vida de muchos. Porque desde la política se influye en todos los ámbitos, afectando a la población. Los ejemplos sobran. Como las políticas económicas aplicadas acá, de procedencia externa. Recetas que se ejecutan como tales, sin importar la particularidad del enfermo. Por eso los tratamientos, como en el caso de México, han derivado en largas agonías. Es el rotundo fracaso del diagnóstico médico.
Pero, por lo mismo, hay oídos sordos a gran cantidad de buenas propuestas que se hacen adentro —verbigracia, la UNAM—. Todo lo que tiene que ver, por ejemplo, con lo que se debe hacer para cambiar el sistema político, lo corregible del modelo económico, el qué hacer para cambiar la política social, para mejorar la seguridad, la educación, etcétera. Son solo ejemplos. Pero que no cuajan hasta la estructura gubernamental o del Estado, y como tal no fructifican, así sean de probada calidad y con muy buena hechura. Sobre todo considerando las particularidades del paciente. Pero también hay que decirlo, siempre se cobijan intereses, propios o externos. Que casi siempre deciden. Aprietan un poco, y no hay valor para decir “no”.
Ahora le tocó el turno a las cifras de Transparencia Internacional (TI), que mide los niveles de corrupción en 180 países del mundo. Y a México no le vanada bien con la última medición de 2009. Desde luego que se trata de la percepción de las personas. Pero esas son las que valen. Y valen porque reflejan el sentir del ciudadano. Más tratándose de un tema tan enraizado en la sociedad. Y se tasa igual: desde el presidente hasta el policía de la esquina. O el funcionario de barandilla.
Se trata de un esquema de descomposición desde las estructuras del poder, porque desde allá arranca, luego se trasmina. Y de todas las maneras imaginables. Tan sólo con las malas políticas aplicadas. La toma de decisiones parciales e interesadas, que desoye el interés general y en cambio beneficia a la élite económica. Las personas dicen lo que perciben. Y perciben una enorme desconfianza en sus autoridades. En el gobierno. En la política misma. En los políticos. En los partidos. En los dirigentes. En los representantes.
Comenzando porque hay una mala conducción de la economía. No hay generación de empleos. Mala educación. Pésima televisión. La política social es electorera (Oportunidades es el mismo esquema de Solidaridad y no resuelve el problema de la pobreza). Hay un clima adverso para la seguridad. Hay violencia en las calles, por el combate al narcotráfico con el Ejército en el país. Abunda la droga que acosa a los jóvenes. No hay oportunidades para la juventud; ni educativa ni laboral. El descontento es generalizado.
Para Transparencia, México cayó 17 lugares en un año. Del lugar 72 en 2008, cae al 89 en el 2009. Hoy la calificación es de 3.3, contra el 3.6 de hace un año. Apenas por debajo de países como Guatemala (3.4), Perú (3.7), Colombia (3.7); mucho peor que Chile (6.7), Uruguay (6.7), e incluso Costa Rica (5.3). Luego entonces, o los panistas son más corruptos, o ejercen de peor manera el poder, porque están dañando la institucionalidad del país. No combaten la corrupción, debilitan las instituciones.
O, como recomienda TI, para contener el crecimiento de la corrupción, es necesario “un activo control por parte del poder legislativo, un poder judicial eficiente, organismos de auditoría y lucha contra la corrupción independientes y con recursos adecuados”, al menos. Además de una aplicación enérgica de la ley. Pero de la ley, sin impunidad.
Hacer algo es lo que queda. Hacerlo todo. Desde la denuncia, aunque no basta. Falta adoptar las recomendaciones que vienen de afuera (¿o malinchismo a contentillo?). De lo contrario seguirá en enojo, la apatía, la desconfianza y la desesperanza de los mexicanos. El gobierno se lo está ganando.
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