Por: María Lourdes De Haro Reyna.
Tercera de cinco partes (3/5)
¡Echale agua Márgaro Guerra! ¡Agu’e cebada!
Con estas palabras la clientela solía respaldar las grandes historias (¿o mentirotas?) de Don Márgaro o de alguien que contará algo que a juicio de los oyentes fuera increíble.
Nunca supe que se hubiera ido de cacería o de pesca pero sus narraciones giraban entorno a estos temas. Tampoco supe que viajara mucho, pero contaba de viajes a ignotos lugares de los que no daba detalle de nombres o fechas, ¿En donde sacaba material para elucubrar sus aventuras, no lo sé, de estas aventuras no tenía testigos pues le gustaba irse sólo y más cuando iba, según él, de cacería. “Nómas necesitas tu rifle o escopeta, tu cuchillo de monte, cerillos y un puño de sal, pa’ que llevar más.” Decía. “Ora que si tienes una bestia p’os la cargas con lo que puedas.
De las increíbles historias que le escuché, pocas son las que recuerdo, pero eso sí les digo que si Don Márgaro hubiera escrito sus aventuras, podría haber sido calificado como un Julio Verne pues no me cabe duda de que era un visonario.
Para que vean que no son margaradas lo que les digo, escuchen como contaba Don Margaro la aventura de LA JABALINA Y EL VENADO.
Salí de madrugada pal monte, con ganas de matar un armadillo o un jabalí para hacer una buena birria. Ya cuando el sol estaba alto me senté a descansar un rato pa comerme unos tacos que llebava y de pronto oí un gruñido de entre los matorrales y que veo al animal, era una jabalina, pos vi que estaba gorda de embarazada. No sé si traiba hambre o qué la cosa es que se me echa encima, yo lo único que traiba a la mano era un hacha cortita y antes de que me brincara que le tiro con ella y “puzch” que se la encajo entre los ojos. Me levanté a la carrera y la jabalina pasó correando sangre, pero no dejó de correr y se metió pal monte ptra vez. Se me quitaron las ganas de seguirla y me regresé.
A los meses fui otra vez por el mismo rumbo; cacé una codornices y las estaba asando cuando oigo gruñidos entre los matorrales. No esperé más y que me subo a un árbol. No me lo van a creer, era la misma jabalina de la vez pasada. Lo supe porque todavía traiba en la frente el hacha y la seguían varios jabalincitos y ¿que creen? Todos traiban una hachita en la frente como la que le encajé a la jabalina. ¡AGUE’ CEBADA!