MIENTRAS GASTAN EL PRESUPUESTO EN FIESTAS, LOS POBRES PIDEN LIMOSNA.
El alcohol destrozó la vida de Mario Fonseca.
Por: Juan Fregoso.
Este hombre se llama Mario Fonseca Jiménez, apenas ronda los 60 años, pero su aspecto físico lo hace aparentar muchos más; él pudo ser un gran profesionista ya que, según sus propias palabras, estaba estudiando agronomía en la Universidad Autónoma de Nayarit, como así lo confirma su cuñada Belén, pero por azares del destino cayó en las garras del alcoholismo desde hace 20 años aproximadamente, desde entonces no puede salir de ese horrendo hoyo. Lo habíamos visto muchas veces por las calles con un vaso de cerveza a medio llenar, y con manos temblorosas, implorando unas monedas para comprar una ballena y seguir tomando. Diario lo hace, no hay un día que no tome, que no se emborrache, porque ya no puede vivir sin el maldito alcohol; a veces anda descalzo y otras con sandalias, en otras ocasiones anda sin camisa y serpenteando por las calles suplica con angustia, se diría que clama con dolor, una dádiva a la gente que lo ve con repugnancia. Se acerca a la gente temeroso y dice: “No traes un peso, no traes un peso”, nadie comprende su estado, nadie entiende que está enfermo y nadie le da nada, es más, muchos se burlan de él y, en su desesperación, grita, gime, llora, y repite: “No traes un peso, nomás un peso”, pero sus palabras caen en las arenas del desierto de la incomprensión humana. El reportero lo encuentra sentado en pleno centro de la ciudad, en una banqueta. Todo el cuerpo de Mario se estremece, suda a chorros, una por el intenso calor, otra quizá por el efecto de que ese día no ha probado ni una gota de alcohol. El agua salada que escurre por su rostro barbado, es una barba entre cana y amarillenta, igual que su pelo. La gente se nos queda mirando con desdén, con asco, ya que Mario despide un olor nada agradable, consecuencia de su desaseo personal; quién, en su situación, va a pensar en bañarse, en afeitarse, me pregunto, pero eso a la gente “normal” no le interesa, porque para la mayoría de personas es un pinche borracho latoso y punto. Saco mi libreta de apuntes y le pregunto: ¿Qué fue lo que te orilló a meterte en el vicio, Mario? Y con voz trémula acata a decir: “Yo estaba estudiando para ingeniero agrónomo en la Universidad de Tepic”. ¿Y entonces, por qué no terminaste tu carrera?, le interrogo, sabedor de que lo estoy sometiendo a un esfuerzo sobrehumano, pues con su mente atrofiada le resulta difícil coordinar sus ideas. “En la Prepa…cuando estaba en la Prepa tenía un maestro que le decían “El Chulo”, él me dió en una fiesta ‘algo’ que yo tomé y que me hizo caer en una especie de laberinto, perdí la noción del tiempo y a partir de entonces comencé a tomar, de esto hace más de 20 años, antes de Cristo”, divaga. Todo el tiempo que duró la entrevista soltaba el estribillo: “No traes un peso, no traes un peso”. Sí, Mario—le respondí, —te voy a dar un peso, pero antes cuéntame más de tu vida. ¿No has pensado en internarte en algún centro de rehabilitación? Y rascándose su cuerpo a cada instante, como si le anduvieran caminando algún tipo de bichos, me dijo: “Ya estuve en un centro en la ciudad de México, los médicos me dieron medicina, pero no me curé…Tengo nervios, muchos nervios, no traes un peso”; el hombre temblaba de pies a cabeza, temí que pudiera infartarse de un momento a otro, pues el estado en que se encontraba no era para menos. Mario, ¿no tienes familia, no tienes esposa, hijos”?, inquirí, “no, nunca me casé y mis padres se murieron antes de Cristo”, divagó nuevamente. ¿Dónde vives Mario, dónde duermes? Con Belén, mi cuñada, y a veces en la calle. ¿Por qué no buscas ayuda en Alcohólicos Anónimos?, “no puedo, ya no puedo, estoy mal de los nervios, no puedo”, dijo casi sollozante. Para enseguida añadir el mismo ritornelo: “No traes un peso, quiero comprar una pieza de pan, no he comido nada”, expresó con voz trepidante. Mario tenía el rostro abotagado, sus ojos exageradamente rojos y su cuerpo temblaba como si la Madre Tierra lo sacudiera a causa de un terremoto, pero no, era su lamentable condición física la que lo convulsionaba, su cuerpo se mecía de un lado a otro, era evidente que con las pocas fuerzas que le quedan se esforzaba para no caerse de la banqueta. ¡Carajo!, pensé, cómo es posible que no haya aquí en Acaponeta ninguna autoridad o institución que se encargue de crear algún centro de rehabilitación para atender a estas personas que para muchos son unos cochinos borrachos, cuando en realidad son unos enfermos, víctimas del alcoholismo, que necesitan ser atendidos, curados para que puedan reincorporarse a la sociedad y ser unas personas productivas. Esto, como dijera un poeta local, es un crimen imperdonable. Mario pudo ser un gran profesionista, pero lamentablemente no pudo continuar su carrera porque cayó en las crueles garras del alcohol. Al no poder sacarle más información, me levanté de la banqueta, di por terminada la entrevista y saqué de mi bolsillo unas monedas que deposité en su mano, las cuales tomó como si fueran un tesoro. Y me pregunto cuántos Marios estarán viviendo en este infierno, seguramente que muchos.