Las tradiciones, según las entiende su servidor, son aquellos hechos, acciones, lugares o creaciones que para los hombres y sus comunidades tienen un significado muy especial y han trascendido al tiempo. De hecho, las tradiciones tienen una definición casi igual a la de cultura ya de por sí muy complicada. Lo he comentado en muchas ocasiones, la definición que más me agrada de cultura, es que esta es la producción, distribución y consumo de significados, del sentido que la población le encuentra a lo arriba mencionado. Una de esas tradiciones, de las más importantes en nuestro país, quizá la segunda después del fenómeno guadalupano, es el festejo del 15 de septiembre, “la noche del grito” como lo conocemos popularmente. Es una fiesta a la que todos asistimos a lo largo de nuestra vida. Su servidor ha escuchado los vítores y loas a los héroes, a lo largo de la vida, de una u otra forma, en distintos lugares y circunstancias. Lejanísima me resulta la fecha en que mi padre nos llevaba a los festejos patrios en la capital del país, a veces para admirar la iluminación del centro de la ciudad y el famoso Paseo de la Reforma o el desfile del 16 de septiembre; no recuerdo haber ido al Zócalo, pero si a alegres ceremonias del grito en el fraccionamiento donde vivíamos en el Estado de México y donde los colonos organizaban una fiesta que hizo de mi niñez algo para recordar. Viví dos años en Acapulco y también allá escuché “el grito” de las autoridades municipales. Tengo 22 años radicando en Acaponeta y nunca he faltado a la verbena popular que organiza el Ayuntamiento en turno, incluso en los últimos 10 años, cubrí la nota periodística del evento. Para este 2009, tenía la intención, como en los años anteriores, pasar la velada en la plaza y junto con mi esposa –los hijos, todos adolescentes, ya jalan por su parte, conformando su propio sentido de identidad patria--, en el lugar de costumbre, que este año, se cambió para el balcón de la presidencia, lo que me parece muy bien, pues el kiosco es muy incómodo y no todos aprecian la ceremonia. Como en El Eco de Nayarit, el domingo 13 el Ayuntamiento anunció el programa de los festejos organizados por ellos mismos y marcaba “el grito” a las 22 horas, no me preocupé mucho, pues es la hora normal, la tradicional pues. Salimos de la casa de todos ustedes con tiempo suficiente, pues también sabemos que hallar lugar para el auto es muy difícil, cosa que este año se repitió. Estacioné el vehículo por la calle Hidalgo, a tres calles de la plaza y nos fuimos caminando, siempre pensando que íbamos a tiempo. Al llegar a la esquina de Hidalgo y Jalisco escuchamos el repique de las campanas de la iglesia, cosa que nos extrañó. Arribamos a la plaza justamente a las 21:35 horas y ya estaba ardiendo “el castillo”. Alcanzamos a ver a Saulo Lora, su esposa y el diputado local en los balcones del palacio, así como a algunos funcionarios en los balcones aledaños al central. Pregunté a una persona si ya se había dado el grito y enojada me contestó que ya, y que no lo habían alcanzado, ella, ni sus familiares. Enojado, por la impuntualidad de la autoridad municipal, porque eso fue, una impuntualidad, decidí recorrer la plaza buscando donde sentarme y refugiarme del “torito” que amenazaba por saltar sobre mi humanidad, hallando que cientos de ciudadanos iban llegando a la plaza a escuchar el grito encontrándose con que este ya había concluido. Seguramente algún funcionario de la presidencia municipal dirá que yo tuve la culpa por llegar tarde o que de alguna manera era mi responsabilidad. Pero no, queda en mi mente la reafirmación que este gobierno municipal es de ocurrencias. Primero, no solo llegué a tiempo, estuve antes de lo que anunció el Ayuntamiento en los medios. Segundo, la tradición marca que el “grito” es a las 22 horas y nunca a las 21, como supongo que inició, pues si a las 21:35 ya estaba el castillo, y su supongo que hubo honores a la bandera, presentación del presídium, lectura del acta de independencia por parte del Secretario de Gobierno y ahora, el traslado del lábaro patria hasta la segunda planta del edificio, todo eso, más la arenga y el grito, lleva una media hora cuando menos, supongo entonces que el acto comenzó al filo de las nueve de la noche, una hora antes de lo acostumbrado, por lo que cientos de acaponetenses no alcanzamos a ver, ni escuchar el primer grito del Dr. Saulo, ni todo lo rodea a la ceremonia. Tantos años de ir al grito y la verbena popular a la plaza principal, hace que algunos de nosotros, ya no tengamos interés de ir a conseguir novia o a entrarle a los antojitos, que por cierto nos prohibió el médico, por ello, preferimos estar a unos minutos de comenzar el ceremonial del aniversario de la Independencia, retirarnos a dormir o a ver el resumen del grito de Calderón, quedando listo para las actividades del día siguiente. Ni modo de decir que decidieron eso por amenaza de lluvia, porque no había tal. Más bien alguien tuvo la “ocurrencia” de proponer se adelantara el acto –por razones que solo ese alguien sabe—y con la anuencia del alcalde, recortaron una hora al menos “el grito”, dejándonos a muchos vestidos y alborotados. Por supuesto, los que no estuvimos en el acto principal, poco sabor le hallamos a la verbena que siguió y menos quisimos ir a la Casa de la Cultura, donde había antojitos y bocadillos para el pueblo, para no encontrarnos con el primer edil y su gabinete, que en ratos parece que no aciertan a dar una. Será hasta el año que entra, esperemos que no cambien el grito para el 30 de abril Día del Niño o el comienzo de la pascua.