Por José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo.
Nuevamente tenemos la vergüenza de repetir una frase que durante décadas nos viene persiguiendo, esta es: "como un balde agua helada cayó sobre el pueblo el anuncio de…" y bla-bla-bla. Es decir, cada vez que el gobierno saca a la luz un nuevo ajuste al presupuesto, una nueva iniciativa económica, un flamante hechizo contra la crisis y la pobreza, es el pueblo quien sufre las consecuencias, el que paga los platos rotos y las enormes facturas de aquellos que maman a sus anchas de la ya escuálida ubre presupuestal. Por ello, una vez más, con todo dolor y pena, volvemos a decir con tristeza: como un balde agua helada cayó sobre el pueblo el anuncio que hicieron Felipe Calderón y su tinaco de cabecera, el Secretario de Hacienda Agustín Carstens, que habla de criminales aumentos a las gasolinas, teléfonos, uso del internet, gas, etc., así como una avalancha de impuestos de todo tipo que vienen literalmente a sacrificar el muy escaso, escasísimo, ingreso familiar. Habla el ejecutivo federal de gravámenes que ya conocemos, como ese "impuesto al consumo generalizado", que no es otra cosa más que un eufemismo que oculta un IVA, siempre negado, eternamente vilipendiado y repudiado por los políticos en sus mentirosos discursos, que lo usan como marro para golpear al adversario o como agua para llevar a su molino, según sea el caso o el partido político. Tenemos semanas oyendo que los representantes del pueblo, en ambas cámaras, se oponían a grito abierto al impuesto a medicinas y alimentos y, vean Ustedes, fueron solo eso: gritos demagógicos que sirvieron para 73 casos: para nada, para nada, para nada y para 70 fregadas. A pagar impuestos a medicinas y alimentos. Para los que conocen de economía, dicen que el IVA es siempre una buena solución para las finanzas de una nación. Estamos de acuerdo, el problema es que –aquí es donde la puerca tuerce el rabo--, los ciudadanos, esos pobres mortales que viven angustiados ante el espectro horroroso de Hacienda, tristes Prometeos que son alimento de los buitres con fuero, vemos con tristeza, enojo –mucho enojo, encabronamiento pues--, el destino que se le da al dinero del contribuyente: son insultantes los sueldos de los funcionarios públicos en el gobierno federal, cualquier secretario del secretario del subsecretario, gana billetes por arriba de los 10 mil pesos, con todo y compensaciones –palabrita que nunca he entendido, pues se compensa el buen trabajo, la eficiencia y la productividad, no solo el hecho de poner el trasero en un sillón detrás de un escritorio--; ya lo vimos hace unos días los gastos del presidente del IFE, organismo totalmente desacreditado, que en cualquier comidita en pomodoso restaurante de la Ciudad de México, deja facturas por arriba de los 2 mil pesos en una sola sentada, o su secretaria que gana casi 100 mil varos. Los diputados federales o locales, ganan millonadas al año y producen lo que un burro en la punta del cerro del Cacahuatal. Los políticos mexicanos, tienen el común denominador de pedirle al pueblo que se apriete el cinturón, una y otra vez, pero no tienen empacho en que sea justamente ese mismo pueblo, el que les pague sus camionetas de lujo, la gasolina, sus comidas, cenas, amantes y borracheras; los teléfonos celulares, los viajes en primera clase, los hoteles de lujo, el paso por las casetas de peaje en carreteras, ayudantes, asesores y prebendas que ya los quisiéramos en un cumpleaños para presumirle al vecino. Ahora salen Calderón y compañía con la boca que se les llena de demagogia a decirnos que este sacrificio es para ampliar, entre otras cosas, programas como el de Oportunidades, para que los pobres tengan una mejor calidad de vida. Calderón, Carstens y sus subalternos, como nunca salen a la calle a convivir con el pueblo, porque la nube de guaruras que los siguen –siempre con cargo al erario--, se los impide; como jamás pisan un mercado o tianguis para comprar tomates y lechugas, porque tienen decenas de edecanes que lo hacen por ellos; como no se les acaba la pasta de dientes y tienen que aplastar el tubo con el rodillo para la masa, porque en las bodegas de Los Pinos o de cualquier casa de gobierno están abarrotadas de víveres para que los disfruten, despilfarren y no tengan las preocupaciones de los pobres mortales que tienen la desgracia de ser mexicanos; por eso, "nuestros representantes" no se han dado cuenta de cada día somos más los pobres. Carstens sale con su regordeta cara que ocupa toda la pantalla de plasma para decirnos con descaro que la crisis "ya tocó fondo". Es verdad rollizo señor, ya tocamos fondo, porque en el piso, los habitantes de este remedo de nación, ya no pueden ir más para abajo, estamos mordiendo el polvo, frunciendo los belfos sobre el adoquín… o mejor sí, aumentando los impuestos… Muchas, pero en verdad muchas quejas me llegan del nuevo Señor Cura que funge como párroco de Acaponeta. Ha venido a ponerse en contra de muchos con acciones que nadie comprende y que pocos ven como actos cristianos. Por primera vez oímos de él cuando se suscitó el conflicto con el Instituto Educativo de Acaponeta, a los cuales pretendió correr de las instalaciones de Cristo Rey, por motivos que a nadie convencieron, como la falta de espacio para el catecismo; dijo el sacerdote a los padres de familia y directivos del plantel que todo era por órdenes del señor Obispo Ricardo Watty Urquidi y ni modo. Los mismos padres y directivos fueron a Tepic a entrevistarse con el prelado y trascendió que nada sobre el tema sabía el Obispo y que el sacerdote local faltó al mandamiento aquel, que justamente pretende enseñar en esos catecismos: "no mentirás". Después hemos oído muchas quejas contra el cura, que no ha sabido llegarle a la comunidad y eso, sin duda no está bien, pues ante una sociedad política que está por suelos, ante una justicia de los hombres con graves fallas y corrupción; de cara a la criminalidad galopante que a todos daña, ante la falta de esperanza en un país en crisis, solo le queda al ciudadano refugiarse en la iglesia y, si ahí también siente el rechazo, la mentira, la patada en los entresijos y la inquina, pues solo nos queda aventarnos del puente del ferrocarril o de plano suicidarnos con sopa Maruchán. Siento, como otras veces ha pasado, con gente que llega de fuera o de grandes ciudades a nuestros pueblos, que llega el honorable eclesiástico a conquistar indios. Ojalá que el altísimo ilumine al Señor Cura y podamos volver un poco a los tiempos de antes, donde el cura, el presidente municipal y el médico del pueblo, eran los que rifaban y los líderes de opinión... Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel