EL PRESENTE, ES UN BELLO Y NOSTÁLGICO TEXTO ESCRITO POR UN GRAN HOMBRE AL CUAL TUVE EL ENORME GUSTO DE CONOCER Y TRATAR, SOBRE TODO CUANDO BUSCABA DATOS SOBRE EL ACAPONETA DEL AYER, ME REFIERO A DON EDUARDO VIDRIALES ROBLES, DE DULCE MEMORIA.
ESTOS SON SUS RECUERDOS
SOBRE LA PEREGRINACIÓN QUE DESDE TIEMPO INMEMORIAL HACEN LOS ACAPONETENSE Y
FIELES DE OTRAS LATITUDES, RECORRIENDO LA DISTANCIA DE 18 KILÓMETROS ENTRE EL
MUNICIPIO DE ACAPONETA Y EL HUAJICORI. EL RELATO DEBEMOS DE UBICARLO EN UN FRÍO
MES DE FEBRERO DE 1930.
Por:
EDUARDO VIDRIALES ROBLES
PRIMERO
DE LAS FINANZAS
Había
que ahorrar, desde semanas antes, para contar el día de la función lo menos con
diez relucientes pesos de aquellos cantarines hechos con platas del 0720.
Diez
pesos en manos de un mozalbete de doce años, era capital suficiente hasta para
fundar un banco. Si no se completaban diez pesos, la caminata se emprendía con
menos; hasta sin nada... al fin que la virgen, en su día, podía hacer milagros.
LA
SALIDA
Calle
México, rumbo al norte; ¿A dónde va tanta gente? A visitar a la Virgen de
Huajicori en su día. La forma preferida de muchos, será hacer el recorrido a
pie. Los peregrinos descalzos, según el amplio anecdotario de mi tío Adolfo
Robles, iban en grupo aparte.
Descalzos,
pero en camión. La hora de partir a pie era al salir del cine, diez de la noche,
si posible era contando con el aval de dos buenos tacos cenados en el puesto de
Don Chon, afuera del cine Royal.
El
punto de partida ya en grupos grandes, era el “tepocilama”, una roca que está
cerca del arrancadero de las carreras de caballos de aquel entonces en Las Mojoneras. Había que adherirse al grupo de alguien que contara con lámpara de
mano, de donde pudiera tocarnos algún “chisguete’’ de luz para no tropezar con
las piedras del camino.
CAMINAMOS
¿CUANTO HEMOS AVANZADO?
Mariquitas,
Corral de Piedra, Higuera Gacha (hoy Valle Morelos) se van quedando atrás.
Después de pasar por la Estancia, Arroyo de los Laurales y el poblado de Pachecos,
se oyen cantar los primeros gallos; pronto empezara a clarear la mañana. ¿Y el
frío de febrero? Con el ejercicio de la caminata, se ha quedado en casa.
Al
doblar la última curva del camino, después de los Llanos del Canjilón, queda a
la vista el motivo de nuestro viaje: el Santuario de la Virgen de Huajicori
coronado con cientos de veladoras encendidas.
A
poco andar se empiezan a oír las campanas destempladas (las de entonces)
llamando a misa primera. Mañanitas a la Virgen y las acostumbradas
alabanzas en su honor: “Buenos días paloma blanca...’’
Cuando
termina la misa, se despide aquella feligresía entonando otras alabanzas “¿Quién es esa estrella que a los hombres
guía?’’
Mientras
esto sucede los danzaste han comenzado a tomar posesión del atrio, y la chira o
chirimía lanza al hilo del viento sus melancólicos sonidos. Los danzantes han
terminado de colocarse sus arreos que incluyen medias de algodón de color, pues
no hay danzante que baile con las piernas
descubiertas, así es la tradición. El resto lo hace con energía, golpeando rítmicamente
el piso, a huarache limpio, siempre al compás de su arco y flechas y al son de
un destartalado violín. Plumas y listones multicolores engalanan el traje sin
faltar su típico sombrero cubierto de pequeños espejos que rematan muy por
arriba de la cabeza del danzante.
Y se
escucha todavía el cantar de otros penitentes: “Adiós Reina del Cielo...”
EL
ORO A TUS PIES MADRE MIA.
Mientras, otros peregrinos
entran al templo: los gambusinos de la región minera del Tigre, El Limón, El
Indio y Providencia, hacían llegar en forma simbólica, los hilos de oro hasta
los pies de la Virgen; pequeña milagrería
de oro relacionada con la salud, o en el caso de los mineros, también con la
fortuna. Los hilos de oro casi se palpan en la mente del minero.
Las
vetas, la humedad de las minas y el olor a pólvora recién tronada, se quedaron allá
en el cerro. El minero y su familia están aquí prestados, dando gracias a la
que reparte desde arriba, salud y fortuna.
LA
PLAZA
A
estas horas de la mañana ha sido tomada ya por vendedores y paseantes, la plaza
que esta frente al santuario; desde los que la buscan un puesto de comida para echarse
un taco, hasta la batahola de vendedores que ofrecen desde una “medida” de a
virgen, hecha con un pedazo de listón, hasta los vendedores de sarapes
norteños, huaraches, zapatos y vestidos multicolores.
¿Y
los juegos? No podían faltar ni la lotería, ni el carcamán, ni la ruleta. Conforme
sube el sol, hasta el atrio llegan los gritos de la lotería; “El diablo son las mujeres...’’ o el
ronco grito de la ruleta: ¡diez y siete colorado!
¡Veinte negro! ¡Casa grande!
Toda
aquella abigarrada multitud permanece en la plaza, en tanto que algunos
señorones y señoronas de falda almidonada, ven la función apoltronados en el
portal de Don Nicanor Osuna, dueño del más próspero abarrote del lugar.
Cuando
se acerca la hora del mediodía, la muchedumbre va deslizándose poco a poco
hacia las grandes ramadas a un costado de la plaza, donde la cerveza ha sido
puesta a helar a buena hora. La comida caliente para vender, espera contenida
en grandes cazuelas de barro.
Después:
¡El baile! La banda, mariachis y cien cancioneros cada quien, por su lado,
hacen las delicias de los parroquianos.
Y la
gente sigue llegando, a pie, en camión o en remuda; el hilo es interminable. Y
los penitentes que vienen a pagar “mandas’’ a la Virgen por un favor concedido.
Quien cruza el atrio de rodillas, hasta el altar de la Virgen; quien viene de más
lejos, también de rodillas; donde no faltan hombres con el torso desnudo con
pencas de nopal sobre el pecho y la espalda y hasta con corona de espinas sobre
la cabeza. En fin... milagros de la fe que así se agradecen a la Virgen de
Huajicori.
¿Y
el castillo? ¿Y los toros de fuego? Hay que ver a estos cómo arremeten, ya de
noche, sobre la multitud que llena la plaza, sin que falte alguna enagua
catrina que vuele por los aires cuando su dueña ha caído queriendo escapar de
la furia del toro.
Se
penetra en aquel pequeño mundo de la plaza con disposición a ser parte de todo.
Jugar al carcamán alumbrado por ‘‘cachimbas’' o la lotería y ruleta donde el
alumbrado es más moderno a base de lámparas de gasolina.
La
quema del castillo, que dará fin a la función, concentra la atención de todos
los que no están entrados en copas o entrados en baile. Don Hilario, el cuetero,
sale siempre con aplausos cuando se apagan las últimas luces de su obra: aquel
hermoso castillo que por espacio de una hora, nos ha mantenido a todos admirados
con sus multicolores resplandores.
Y
EL CUENTO SE VA ACABANDO.
Era
en la ruleta, mientras esperábamos la quema del castillo donde nos hacían
‘’pelo y barba’’ hasta con el ultimo quinto o ‘'nikle’’ que nos quedara en el
bolsillo.
El
regreso se hacía en camión, por supuesto. Al estar de nuevo en los llanos de
Las Mojoneras, la voz doblemente trasnochada de algún pasajero se ha puesto a
cantar las avanzadas de Ramón Corona, que llegó a general y que decían:
Llegaron
las avanzadas
de
Acaponeta a Tepic
gritaba
Ramón Corona
¡Cabrones
ya estoy aquí!
Poco a poco las calles se volvían
a llenar de gente. “Al otro día’’ cada quien su oficio y … hasta el año próximo.