Un rasgo en común entre Alí Chumacero y Rocío López Medina |
Presentamos otro maravilloso texto de Rocío López Medina*
Cuando niña, los adultos en Acaponeta
experimentaban un extraño deseo de tocar mi piocha partida; yo veía que a otros
niños les estrujaban los cachetes, pero a mí me estaba destinado el reiterativo
tirón de la barbilla aprisionada entre los dedos índice y pulgar, en un suave
zangoloteo.
Fui detestando poco a poco, no a quienes lo hacían, sino a mi
fastidioso rasgo físico. Lo heredé de mi padre, y a diferencia de mí a los
cinco años, él parecía portar con mucho orgullo aquel pozo profundo en la parte
baja de su cara.
Cuando entré a secundaria, los molestos toqueteos de los
adultos a mi barbilla cesaron. Era la época en la que dormía con un espejo
debajo de mi almohada, me gustaba verme antes de dormir y, al despertar, tenía
la ilusión de que aquella marca que yo encontraba fea y que oscurecía todo mi rostro,
despareciera.
Durante un tiempo repetí la misma maniobra. Un compañero de la
secundaria reveló ese método delante del grupo al hablar sobre cierto tipo de
sueños astrales, dijo que si uno antes de dormir se concentraba en pensar algo
o resolver algo que le inquietaba, entonces, a través de sus sueños podía
llegar a una montaña que contenía toda la sabiduría del mundo y ahí podía
aclarar sus dudas o eliminar sus preocupaciones, era pues que yo tomaba un
espejo, veía el mentón y pensaba: deseo que desaparezca, se equivocaron
conmigo, a mí, este hoyo no me pertenece, no me gusta. Acto seguido, hacía una
mueca con mi cara a través de la cual el pozo de mi barbilla desaparecía entre
los pliegues de mi cara amorfa. Pensaba: con esto voy a llegar a esa montaña y
entre la mucha sabiduría voy a dejar este pozo que nunca pedí. No funcionó,
olvidé el asunto y olvidé mi piocha.
Hasta hace diez años que conocí al
coordinador de TVUAN, en cuanto me vio se sonrió, y, sin tocarme, me preguntó
con cierta timidez, ¿por qué tienes la barbilla partida? Acto seguido sólo me
reí y comencé a hablar de temas diversos. Desde ese momento, cada que un
encuentro se lleva a cabo entre él y yo, en lugar de usar un “hola”, “buenos
días” o cualquier otra expresión común para saludar, preguntaba: ¿por qué
tienes la barbilla partida?
Hasta el día de ayer, había tomado esa pregunta
como las ligeras bromas coloquiales que se hacen entre personas que se caen
bien. Pero hoy escribí la pregunta en San Google, y lo que encontré me
sorprendió: Una barbilla partida (de William McKinley). Y al lado la vista
frontal de una mandíbula humana. La explicación dice que la barbilla partida o
barba partida es un hoyuelo en la barbilla. Se trata de una fisura en forma de
“Y” en la barbilla con una peculiaridad ósea subyacente. La barbilla partida
sigue la fisura en el hueso de la mandíbula como resultado de la fusión
incompleta de las mitades izquierda y derecha de la mandíbula durante el
desarrollo embrionario y fetal. De entre toda la explicación, una palabra
adquirió ante mis ojos dimensiones desproporcionadas: fisura. Eso significa que
desde mi desarrollo embrionario estaba incompleta, nací con una grieta, con una
hendidura. Ahora entiendo todo, tal vez por eso todos querían tocar.
Debe
provocar una ternura infinita ver a una mujercita rota desde el nacimiento. No
digo que las demás mujeres no tengan hendiduras cuando nacen, sólo digo que un
pozuelo en el mentón lo hace visible, notorio. Los hoyuelos en las mejillas no
tienen el mismo efecto, ellos son provocados casi siempre cuando la persona que
los tiene sonríe, pero el pozuelo en el mentón está siempre, e invariablemente
en el mismo sitio, y logra espolvorear cierta sombra en el rostro, algo solemne
o triste.
“Toma tu dolor y conviértelo en arte”, dijo con los ojos llorosos, en
la gala de los Globos de Oro, Meryl Streep; también dijo que la frase se la
había regalado su amiga, la Princesa Leia, ninguna de las dos me gusta como
actriz, pero la frase incendió mi cabeza como el video incendia las redes sociales.
Y se me antoja adecuada para enmarcar el dolor de haber nacido rotos.
La
literatura persa considera la barbilla como un rasgo de belleza, y debe serlo,
porque en la literatura, el dolor de las incisiones tiene una belleza sublime.
Ayer me pidieron —si podía— escribir un texto sobre Alí Chumacero. Dije que sí,
aunque de Alí nunca he querido escribir porque soy de Acaponeta, y porque él
era, antes que yo, de Acaponeta, y porque lo que más recuerdo es la frase de mi
padre —mi padre es un campesino— y dijo una vez que no entendía por qué
admiraban tanto a ese viejo si ni siquiera había vivido ahí; se lo llevaron
desde muy niño, por tanto él no es de Acaponeta, porque no había hecho nada en
Acaponeta ni por Acaponeta. Esa declaración la escuché a mis quince años,
cuando mi padre ya no era mi héroe, pero sus palabras seguían eclipsando mis
aguas. Nunca estudié a fondo la obra de Alí Chumacero, sólo me aprendí de
memoria un poema suyo, cuyo final, para la adolescente de secundaría, era de un
romanticismo tan delicioso que yo me permitía dedicárselo al capitán del equipo
de básquet, ese muchacho alto, moreno, atlético y de ojos verdes que todas
codiciaban, y con el que yo sólo podía soñar, pensaba en que le leía ese poema
al oído, y que él entendía igual que yo la idea de que antes de todo ya éramos,
y éramos juntos.
Ahora que por encargo tengo que escribir un texto sobre Alí y,
antes de caer en ese pánico que me bloquea, me pregunto ¿qué tenemos en común
Alí y yo que no sea el haber nacido en Acaponeta? Me lanzo a buscar entre los
archivos viejos y lo primero que encuentro es la única foto que me tomé con él
cuando en mi universidad se le concedió el Honoris Causa, entonces descubro lo
que no pensé que buscaba: la barbilla partida de Alí. Y con ojos brillosos de
emoción me doy cuenta que Alí también nació roto. Al Alí niño también se le
abalanzaban los adultos en Acaponeta para zangolotearle la barbilla, Alí
también despertaba la ternura que despiertan los escindidos, los agrietados,
los hendidos. Alí tomó su dolor y lo transmutó en arte. Ahora entiendo lo que
mi padre intentó decir, ese viejo no hizo nada por Acaponeta, sino por todos
los rotos, él convirtió sus grandes grietas en sublimes poemas de amorosa raíz.
*Rocío López (Maestra de la Unidad Académica de Derecho de la UAN, escritora.)
Shío López
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