jueves, 29 de junio de 2023

EL CRISTO MILAGROSO DE ACAPONETA

 


Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

Entre 1540 y 1541, es decir, hace ya 482 años se desarrolló la llamada Guerra del Mixtón, y los escenarios principales de esa guerra fueron: Nochistlán, Teocaltiche, Jalpa y Juchipila. Este conflicto bélico enfrentó a decenas de pueblos indígenas contra la violenta y prepotente dominación española.

Hartos los indios de los tratos inhumanos de los europeos, los cuales los trataban como esclavos, principalmente por parte de los encomenderos, que eran españoles a los que se les habían asignado tierras fértiles de labranza, las cuales venían acompañadas con una elevada dotación de esclavos indígenas. Estas tierras los encomenderos, que se distinguían por su crueldad, las trabajaban a medias con las autoridades españolas. Por supuesto a los indígenas no les pagan salario alguno, más por el contrario hasta les pedían un elevado tributo por el solo hecho de ser indios, a los que siempre vieron los hispanos como seres inferiores.



Fue por ello que los indígenas se alzaron en armas, pero fueron brutalmente reducidos. Entre los iberos que participaron en este conflicto, estuvo el conocido y también cruel Pedro de Alvarado, el poderoso hombre que por sus rubios cabellos era conocido entre los naturales de aquel entonces como “Tonatiuh”, que era el dios del sol. A Alvarado un compañero de armas lo embistió accidentalmente con su caballo, ocasionándole daños de los cuales ya no se repuso.


Derrotados los indígenas, los españoles entendieron que solo con buenos tratos podrían hacer que la mano de obra regresara a las tierras de cultivo, y con la ayuda de sacerdotes de buen corazón muchos habitantes aborígenes volvieron al trabajo. Pero a pesar de todo lo anterior, aun con la guerra tan tremenda en el Mixtón y lo doloroso para ambas partes, los encomenderos y los españoles adinerados y ambiciosos, todo volvió a ser como antes frente a los indígenas: malos tratos, jornadas laborales que minaban la fuerza y salud de esta gente; asesinatos, violaciones, y trabajo esclavo.

Por ello, las comunidades de indios se fueron despoblando, ya que preferían huir a la sierra, que quedarse a soportar el férreo yugo europeo.

Eran encomenderos de Acaponeta, en ese tiempo, los españoles Juan Fernández Flamenco, Tomás Gil, Petronila de Haro, Manuel Fernández de Híjar, y el propio Alcalde Mayor de Acaponeta, el capitán Don Jerónimo de Arciniega


VIRREY DON LUÍS DE VELASCO

En 1593, las autoridades civiles, militares, así como los padres franciscanos, pidieron al Virrey Don Luís de Velasco que a Acaponeta se le concediera la categoría de Villa, lo cual les fue aprobado y el 13 de abril de 1594, llegando además el Nuevo Alcalde Mayor Capitán Don Juan Ochoa Arámburu. Así esta población obtuvo su nuevo nombre que “Villa y Alcaldía Mayor de Nuestra Señora de la Asunción de Acaponeta”. Con la llegada del Capitán Arámburu, también lo hicieron veinte de soldados arcabuceros para mayor seguridad de la población, pero más que nada para que se incrementara la vigilancia que evitara que los indígenas continuaran huyendo a la zona serrana. Hay que hacer mención de que con ellos llegó de nueva cuenta el Padre Fray Andrés de Medina, muy estimado por los indígenas por la sincera protección que siempre les había dado, frenando de manera firme, los abusos de los encomenderos españoles y de los militares.

Pero era tal la desesperación y enojo de los indígenas, que ni Fray Andrés de Medina pudo evitar el éxodo de los naturales de esta región, quienes siguieron migrando y dejando los campos de cultivo desolados. Aún así, el padre Medina consiguió convencer y bajar de la sierra a 400 indígenas y sus familias, repoblando varias comunidades y hasta fundando diversos pueblos. Pero en 1603, Andrés de Medina abandonó Acaponeta y de nueva cuenta nuevamente los encomenderos volvieron a ensañarse provocando que una vez más los indígenas resentidos, se regresaran a la sierra dejando una vez más los pueblos solos y abandonados, incrementando además el odio hacia sus opresores.



Finalmente, la situación llegó a un punto tal de agitación bélica, que en el año de 1616 se lanzaron los indígenas a la guerra contra los españoles. Miles de indios tepehuanos de la sierra de Durango, a quienes se sumaron coras, huicholes, chichimecos, caponetas, tecualmes, caxcanes, coanos, zacatecos, guachichiles, sayahuecos, vigitecos, xiximes, totorames, tahúes y otros, juntándose por varias decenas de millares. Este movimiento armado inició en la Nueva Vizcaya, lo que hoy conocemos como Durango en 1616, y luego se extendió en 1617 desde la Nueva Galicia hasta el norte del país.

Fray Antonio Tello, en su afamada “Crónicas Misceláneas” narra que en una madrugada Acaponeta fue invadida por indígenas comandados por un mestizo de nombre Gogoxito, lo cual obligó a los pobladores normales, españoles e indios a refugiarse al interior del presidio de la comunidad. Gogoxito y su alzados, quemaron el templo y el convento.



Por cierto, que en el relato se narra que un indígena salió del templo arrastrando la imagen de un Cristo crucificado, el cual además se burlaba ostentosamente de la figura, bailaba sobre ella y la jalaba hacia donde estaban sus compañeros indios, lo cual provocó la furia de un soldado de nombre Cristóbal de Lerma, mismo que era al parecer diestro con el arcabuz, ya que apuntando hacia el nativo soltó, a larga distancia que dice el texto fue de 200 pasos, dando con tan buena suerte en el blanco, que los que vieron aquella hazaña no dudaron en pensar que había sido un milagro, rescatando de paso la dañada imagen.


ARCABUCERO ESPAÑOL

406 años han pasado de tales acciones bélicas en nuestra ciudad. Ese Cristo que se relata en esta crónica, es el mismo que actualmente se halla en el interior del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, templo que se ubica al lado norte de la vía del ferrocarril. Ahí, entrando al hermoso inmueble, del lado izquierdo se puede apreciar en uno de los espacios enrejados dedicados a alguna deidad a este Cristo crucificado, del cual me dice el amigo y cronista municipal oficial y vitalicio Don Néstor Chávez Gradilla, que el Se
ñor Cura, Don José de Jesús Valencia Quintero, se lo encontró en una casa de San José de Gracia dentro de una caja grande de madera y lo rescató, dándole algunas reparaciones e instalándolo en el lugar donde hoy se encuentra y al cual muchos fieles consideran una imagen milagrosa, por lo que es conocido como “el Cristo Milagroso”.


FOTO ANTIGUA DEL CRISTO MILAGROSO


Coincidimos Néstor y su servidor que en estos momentos la mencionada imagen se encuentra en buenas condiciones, lo que habla de que, probablemente, hay personas que se preocupan por su conservación.


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