viernes, 14 de enero de 2011

EL COMERCIO EN ACAPONETA EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Siempre ha existido un debate en Acaponeta, que pregunta de qué vive este pueblo perdido entre la Sierra Madre Occidental y la llanura costera occidental del Pacífico, unos alegan que de la agricultura y otros que del comercio. Lo cierto es lo uno no es sin lo otro, necesita el municipio que al sector rural le vaya bien, para venir a derramar las ganancias, magras o generosas, al comercio local. Lo demás se complementa con las entradas que cada quincena reciben los asalariados: maestros, burócratas y los pocos trabajadores que perciben un salario, en los propios comercios del área urbana o las poquísimas empresas privadas que están asentadas en este lugar.

El comercio es, desde luego y desde siempre la cara agitada y bonachona de la sociedad acaponetense; son el reflejo de las condiciones económicas globales y donde primero resuenan las sucesivas crisis económicas a donde, inevitablemente y de manera recurrente, nos arrojan los propios gobiernos federal, estatal o municipales.
En Acaponeta, los comercios no son solo eso, son  pequeñas empresas, unas más exitosas que otras, de origen familiar, incluso generacional, que pasan de padres a hijos, así como se heredan los apellidos, las marcas comerciales, por así decirlo, trascienden las fronteras del tiempo. PYMES les llaman hoy pomposa y técnicamente, que han conformado su propia historia y son ahora puntos de referencia geográfica e histórica. Otras son iniciativas nuevas que arriesgan los billetes al albur comercial que verlos esfumarse debajo del colchón.
A nuestras manos han caído importantes documentos impresos de Acaponeta, que se sitúan en los años 20 y 30 del siglo XX, principalmente dos: El Directorio Comercial, Industrial, Profesional, Agrícola y Ganadero del Estado de Nayarit, que publicó en 1933 el acaponetense José Ledón Sens; y por supuesto, ejemplares antiguos de, en ese entonces semanario “El Eco de Nayarit”, aparecidos a finales de los años 20, sin incluir en esta los archivos históricos de su servidor y las pláticas sostenidas con algunas personas de prodigiosa memoria que aún recuerdan quién o quiénes eran comercialmente brillante en Acaponeta.

Entre los anunciantes más notables puedo mencionar, sin que el orden de aparición represente algo, a los siguientes:
Fábrica de Cigarros “La Sin Rival”, que estableció en 1912 el Sr. Alejandro Gallardo, ahí en la esquina donde se ubica el hermoso caserón de la familia Gallardo, en la esquina de Juárez y Querétaro, esta pequeña industria que daba vida a los cigarros con el mejor tabaco de Nayarit  –del mundo dirán los que saben—y de Veracruz, anunciaba que sus productos eran manufacturados con tabacos de primera clase y maquinaria moderna. Ahí se producían los famosos cigarros “Selectos”.

Estaba también la rica, nutrida y diversificada negociación de Don Francisco R. Alduenda, que lo mismo anunciaba venta de autos y servicios Ford, con modernos vehículos, que hoy nuestra soberbia del siglo XXI, llama “carcachitas” y que en su tiempo fueron flamantes autos modelo “T”; hasta muebles, camas y los adelantadísimos tocadiscos portátiles “Viva Tonal” de la Columbia. No faltaban las llantas y cámaras “Popo”; placas, cámaras fotográficas y películas “Agfa”, así como linternas y planchas de gasolina “Nulite” con sus correspondientes capuchones y refacciones. Además el abuelo de mi amigo el Dr. Gustavo Ramón Quintero Alduenda, tenía un despacho de gasolina, aceites y grasa, todo ubicado por la calle Hidalgo, donde posteriormente estuvo la gasolinera Castillo.
Otra empresa comercial muy surtida y exitosa era la de “Francisco Echeguren y Cía.”, que se ubicaba en la calle Juárez, ya que ahí se ofertaban implementos agrícolas que iban desde arados, sembradoras, cultivadoras, rastras, discos cortadores; hierro redondo y plano de todas las medidas, decían los anuncios y, muy vendidas, las cahuayanas y hachas de la acreditada marca “El Ranchero”. Había, no podía faltar en un negocio como este, herramientas de todo tipo y hasta clavos de cobre para canoas. También en franca competencia con Francisco Alduenda, vendían victrolas y discos “Victor”, así como pianos Story & Clark –por algo esta ciudad era llamada la ciudad de los pianos--; acordeones y armónicas “Honner”. Máquinas de escribir “Underwood”, cajas fuertes y hasta mesas de billar “Brunswick”. Si usted llegaba ahí y pedía aguarrás, alquitrán o aceite de linaza con gusto se le vendían y quizá hasta saliera con esmaltes marca “Sapolín”, “Rubolín” o “Rapidolín” y por un precio más alto, la laca “Roger”, preferida de los conocedores. El surtido era enorme barnices, pintura de aceite en pasta o preparados, blanco de zinc, tierra roja; cámaras y llantas “Fisk” y “Good Year”. Cerillos de los proveedores Mendizábal y Cía. con las conocidas marcas “Mascota”, “Lidia”, “Águilas” y “Sevillana”, y hasta hilillo para el tabaco en bolas y cable de henequén aceitado de diferentes gruesos. Si algún lector me pregunta que era todo eso y para que servía, le diré que lo ignoro y ni siquiera sé si esas cosas aún existen o se venden. Distribuían lámparas de gasolina para alumbrar las oscuras noches acaponetenses de la marca “California Standard Oil, Co. de México”, mismas que se llenaban con gasolina “Corona Roja”, aceite “Zerolene” o bien para petróleo “La Palma” o “La Estrella”. Hilados, abarrotes, papelería, material para la construcción, textiles, material eléctrico, etc. Todo había en este lugar.

L. R. Wiles, extranjero, también expendía gasolina de la conocida marca “Corona Roja”, además de lubricantes y grasas en la esquina de General Romano (hoy Espinosa Bávara) y México. Por su parte Don Germán González, era agente de la empresa de lubricantes y combustibles “Pierce Oil Company, S.A.” Además frente a la plaza estaba un depósito de combustibles y aceites, propiedad de Don Román Domínguez donde distribuían estos de la marca “Pierce Gallo”.
En abarrotes figuraba la negociación de Don José Rodríguez, se llamaba “El Golpe de Tepic”, donde además se hacía pan y exhibían frutas secas, loza esmaltada y cristalería. O “La Mexicana” otra tienda de abarrotes de Don Daniel E. Ledón por la calle Hidalgo. Don Francisco Robles, otro personaje de la época tenía la tienda de abarrotes y la panadería “La Azteca”, en la esquina de Veracruz y Corona. El comercio de Don Evaristo Ortiz, por la calle México, donde vendía la muy solicitada veladora “Socorro”, la única con aceite de olivo, lo que garantizaba una duración de 24 horas. La tienda-fabrica de Don Juan Souza Rodríguez,  en la esquina de Corona y Oaxaca, donde elaboraban la casi milagrosa crema de tecomate. Salim Alí y Hnos. ofertaban a 10.50 pesos el “Jabón Oriental” y eran tajantes en su publicidad: “Si no es la oriental ¡No lo compre!” La miscelánea “La Brisa de Oro” de Don Sotero Partida, además de abarrote ofrecía también ferretería por la calle Hidalgo. “La Regional” que además era fábrica de pastas alimenticias de Don Amado H. Sierra y hermano, en la esquina de México y Allende
Un artículo indispensable para mucha gente del campo e incluso de la ciudad, es y ha sido siempre el sombrero. Había muchas sombrererías o pequeños comercios donde los hacían, los más famosos: las fábricas de Don Francisco Casillas, por donde hoy se ubica el Hotel Plaza; la de Don Ramón Aguilar, por la calle Puebla, casi para llegar a la plaza “Constitución” (hoy “Miguel Hidalgo”) y la de Don Audón Díaz en la esquina de Oaxaca e Hidalgo. Tiendas sombrereras estaban las de Juan L. Carrillo y Compañía, a la que luego habría que incluir en las tiendas de ropa, muchas de las cuales menciono a continuación y que además incluyen zapaterías, tiendas de telas, mercerías, boneterías y lencerías:
Rubén González, era uno de ellos; otro Don Fortino Romero, quien anunciaba organdí floreado, liso y escocés; Vichy Fantasía, driles de todas clases y colores, así como sombreros de Tehuacán; él estaba por la calle Puebla, cerca de las vías del ferrocarril.
 En la esquina de Hidalgo y México se asentaba “La Sorpresa” de Mister M. Wingart, con ropa, calzado y mercería. Don Rubén González, especialista en lencería establecido en lo que hoy es el parque a la bandera; la Sra. Rita Tello en compañía de sus hermanas, que laboraban en Juárez y México, anunciaban sombreros de fieltro y canutiers, que eran unos sombreros muy bonitos, tipo panamá. Don Mario Aftimos, administraba “La Popular” por la calle Hidalgo y Don Aristeo Romero, también por la Puebla.
En cuanto a boticas y farmacias, había muchas, muy atractivas con mobiliario de madera maciza,  con muchos anuncios en las vitrinas y anaqueles, muy parecidas a las tiendas de las esquinas, pero sin bultos en los pasillos, ni cucarachas en sus rincones, al contrario, todo con una limpieza y sanidad a toda prueba y el característico olor de esos sacro santos lugares medicinales, llenos de pomos de cerámica, frascos esmerilados con tapones de corcho, matraces, vasos de precipitados, básculas y morteros que daban un conjunto singular y muy atractivo a los frentes de las negociaciones mencionadas y que ocultaban detrás o en la trastienda, oscuros laboratorios donde se elaboraban fórmulas para curar toda clase de males, incluyendo los de amor y tristeza. Entre otros: “La Botica Hidalgo” de Don Bardomiano de la Cruz, que curaba radicalmente la gonorrea, la blenorragia y sus complicaciones, además que era muy solicitada por el famoso vivificante “Específico Sens” que al untarse en la piel hacía maravillas. Por supuesto la “Farmacia Occidental” de Don Carlos Partida en la calle México, ya desaparecida que invitaba a sus clientes a asomarse al mundo de los microbios para luego venderles los mejores antisépticos, así como aceite de bacalao para los niños durante los meses de frío y hasta el legítimo Fly Tox por litros para moscos y zancudos, sin faltar los lápices labiales “a prueba de besos”, toda una maravilla de la modernidad, junto con artículos muy buscados que ahí tenía Don Carlos para las damas de la época: productos para belleza marca “Princes Pat”, polvos Coty Capi, Belle de Nuit, Kissproof, para los que tenían dinero y Tres Flores, Rosas de Guadalupe, Blanco y Negro, Cleopatra y Narciso Negro, para las clases populares. Don Juan Peregrina, tenía su botica “La Nueva Farmacia” entre las calles Juárez y México, que anunciaba con bombo y platillos la existencia en sus bodegas de “Kuropirina”, el medicamento más moderno para dolores de cabeza y neurálgicos.

Los sastres eran indispensables en una comunidad donde el calor no era factor para andar de traje o siempre bien “prendiditos”: Asisclo Trujillo Narváez, S. M. García y Hno., Marcos Ahumada y la famosa sastrería “El Progreso” de Clemente Ledón Ahumada, que presumía: “La única casa que garantiza su trabajo por su perfecta confección”.
Otros negocios de aquellos años son los hoteles: “Hotel Castellanos”, propiedad de Gabriel Castellanos Duhagón “el amigo de los viajeros”, fundado en 1923 y que tenía alumbrado y abanicos eléctricos, W.C. inglés y baños de regadera, servicio postal, restaurante y como decían ellos: “moralidad y buen trato”. El “Hotel Royal” aún existe en las calles de México y Juárez, cuya propietaria en esos tiempos era Doña Juana Navarro. Frente al parque “Constitución” estaba el conocido “Hotel Casillas”, también con restaurante y, finalmente el “Hotel Sud Pacífico” frente a la estación del ferrocarril de Don Pedro Navarro y con sucursal en Ruiz.

Peluqueros, dos nipones: Gerardo Nezumi y Francisco Kansaki, este último con la “Barbería Japonesa” frente al Hotel Royal. Joyeros, varios, entre otros: Porfirio Sandoval por la calle México y a unos pasos Juan Nepomuceno Echeagaray Gadea.

Agricultores: los de la “Hacienda de Santa Martha” (antes San Cayetano), quienes establecían un despacho para la venta de ganado, maíz y frijol y hasta tenían su embarque marítimo en lo que hoy conocemos como “El Otatito”; Ruperto Castañeda, hacía lo propio por la calle Allende; Don Luis Jiménez, quien era presidente de la Junta de Defensa Agrícola, por la calle Hidalgo; Don Francisco Andrade, atendía por la Jalisco; por esa misma calle Don Lucas Flores y en la Guerrero Don Crescencio Jaramillo, quien tenía algodón, además de los consabidos maíz y frijol; José Luis Chan en la calle México; José M. Díaz B., quien vendía y compraba cereales se establecía en Juárez y Puebla. Especialista en ganado Don J. Encarnación Díaz a quien hallaban en Allende No. 93. El griego Nick Gotsis, dedicado a la verdura de exportación y Don Fidencio Betancourt e hijos dedicados al chile. De la Hacienda de Bayona y Niebla, se destacaba el gerente general Don Eduardo Musick; la antigua hacienda de Palmar de Cuautla, tenía presencia en Acaponeta a través de Murillo Coronado y Compañía, que manejaban los productos de la “Colonia Agrícola General Obregón”, especializado en cocos ya que detentaban 20 lotes con 400 mil palmas de coco; y de la Hacienda de “La Guásima”, 
 Doña Dolores M. viuda de Encinas, que manejaba tabaco y panocha. Asimismo con producción panochera la Sra. Paula C. viuda de Núñez con su trapiche por la zona del río y su despacho por la calle Allende. De la Hacienda de Huaritupa, los señores Cosme y José Domínguez. Otros más: Francisco Salas, Juan Núñez, Adolfo L. Morales y Jesús Llamas. Secundino de la Paz, ofrecía manteca de cerdo en latas y en pie.
Profesionistas médicos:  Enrique M. López, con un gabinete dental; el Dr. Honorato Espinosa y Espinosa, con su consultorio por la calle Juárez; el Dr. Manuel S. Akahoshi, egresado de la Universidad de Tokio, según se anunciaba en el periódico. Ya en 1919 llegaba a Acaponeta, el Dr. Alberto E. García, médico cirujano titulado con práctica en clínicas de Londres, Nueva York, Chicago, Los Ángeles y la Ciudad de México y que paraba en la farmacia occidental a ofrecer sus servicios profesionales. El médico Gustavo Aubanel, atendía por la calle Veracruz. Un médico a la vanguardia tecnológica era el Dr. Villalobos Quevedo, que contaba con un gabinete de electroterapia
En papelerías e imprentas, las que brillaban eran la de El Eco de Nayarit, sucesivamente de Manuel Sánchez Hidalgo Villalobos, que además vendía decenas de títulos en libros;  Federico R. Corona, además propietario del Cine Royal y Martín M. Sáizar.
Cajas mortuorias finas y corrientes era cosa, si Usted no era el muerto, de ir con Antonio J. Hernández. Si había que llevar serenata u organizar una fiesta, pues estaba la sensacional Orquesta de los Hermanos Díaz, dirigida por supuesto por el Maestro Inocente Díaz Herrera. Los depósitos de cerveza, como siempre había muchos, principalmente de la mazatleca Cervecería Pacífico, José E. Magallanes tenía una, y el despacho de Don Guillermo Llanos Jaime.
Fotógrafos: Manuel Herrera y Arturo Mejía; dos billares, el de Don Adolfo Robles en Oaxaca y Juárez, así como el “Salón Meza” cuyo dueño fue Don José Meza, en ambos con venta de cerveza. Carpintero, Don Ignacio Miramontes, que además arreglaba carrocerías de autos. En la herrería famoso era Fortino Barrón y en la talabartería Nicolás Quintero con su taller de la calle Hidalgo.
Por supuesto hay muchísimos otros más que no están en nuestros registros, así como abogados, seguramente ingenieros, profesores, más médicos, dentistas, artistas, plomeros, electricistas, etc. mismos que habrá que ir recogiendo en el futuro para conformar un directorio del pasado, que no deje fuera a nadie.


0 comentarios: