Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Contrariamente
a lo que muchos piensan, debo decir que su servidor no es oriundo de esta
tierra de Acaponeta. Aunque llevó acá 25 años, lo que me da derecho a decir que
ya me nacionalicé, la realidad es que nací en la Ciudad de México, hace ya
varias lunas y fueron innumerables los conceptos que me cambiaron de la noche a
la mañana al llegar a la tierra de Alí Chumacero, el tiempo, la distancia, el
clima y hasta el lenguaje, eran y son otra cosa en mi tierra natal.
Hoy tan solo
habré de referirme al lenguaje.
Recién llegado
a la Ciudad de las Gardenias, escuché un pregón en la calle que repetía una y
otra vez: “¡Ruidos calientitos a cinco pesos el litro!”. Extrañado y como buen
chilango en tierra ajena, me llamó la atención esa rara alocución, ¿cómo puede
ser, que alguien venda ruidos, además calientes y en medida de un litro?, me
pregunté. Deben estar locos en este pueblo.
Cari asustado,
asomé la cabeza por la ventana y pregunté cuál era la vendimia que llevaba un
buen hombre en una carretita de madera, resultado que tan solo eran cacahuates
en su cáscara, obviamente calientitos por el tostado que le dan y lo expenden
por litros por la sencilla razón que del montón de maní, toman en un bote de
aceite para automóvil de un litro por cierto, lo que se alcance a llenar. Así
de fácil, así de complicado.
La lengua o el
idioma lo construye el pueblo, contrario a lo que muchos piensan que son una
serie de viejitos quienes alrededor de una mesa redonda, todos ellos
circunspectos y graves, se dedican a construir palabras que luego lanzan al
mundo, no, el lenguaje, en todas sus formas se hace y se estructura en la
calle, en el seno familiar, en las áreas laborales y hasta en las cantinas.
Visto así, el lenguaje pasa a ser el vestido de los pensamientos de un pueblo.
Por ello cada comunidad
o región tiene sus propios vocablos y aunque todos hablamos español, hay
ocasiones en que es difícil entendernos, un nayarita conversando con un
yucateco, sufrirá para comprender lo que este dice.
A pesar de
ello, los viejitos que imaginamos mezclando letras y morfemas, sí existen, son
los eruditos de la Real Academia Española, quienes aprueban o de manera
unilateral palabras que luego incorporarán a los diccionarios, úselas el pueblo
o no, lo cual es criticable.
Así que al
llegar al norte de Nayarit, tuve que hacer crecer mi vocabulario con los
“regionalismos”, que es
la forma de hablar en diferentes espacios culturales, esto expresa que una
palabra puede significar algo en una región y en otra un distinto concepto, o
bien son formas de hacernos entender con vocablos que para otros son
incomprensibles o bien utilizan los suyos propios. De ahí que existan tantos
términos para niño por ejemplo: chamacos, chavos, escuintles, mocosos,
chiquillos, rorro, crío, criatura, rapaz y en otros países de lengua castellana
chamo, churumbel o arrapiezo. Por estos rumbos les llaman plebes, morros o
chiquilistrillos.
Como “acedo” se le llama a la persona apática o aburrida. O
le llaman taliste a las tostadas o totopos correosos o que no están debidamente
doradas.
Un “copeche” o “copechi” en los campos norteños de Nayarit es
una luciérnaga o un cocuyo, y por extensión, toda luz que se ve a lo lejos.
Cuando escuché hablar de las “gorditas” para cenar,
obviamente pensé que eran como las del centro de la república, una especies de
empanadas de maíz rellenas de chicharrón prensado o algo así y no, simplemente
son una especie de tostadas con una pieza de pollo o trozos de carne que llaman
aquí asado y en otras regiones cuete.
Supe que “andurrear” no es una enfermedad del estómago sino
darse a la vagancia; y “andavete”, es darse cuenta de algo o enterarse de las
últimas noticias, regularmente sabrosos chismes que a lo largo de la jornada
habrán de reproducirse en todos los puntos de la ciudad. Ante tantas nuevas
palabras que aprender, me di cuenta que muchos me veían como una persona “buenastardes”,
es decir, anonadado o de plano mensolón, concepto que cualquiera entiende. Pero
sé bien, que cuando me veían abrir tamaños ojotes, para muchos no era su
servidor más que un copetudo capitalino, “fifirichi” y “volado”, que nada
entendía.
Un “chinacate” es un murciélago; “alzar” algo es guardarlo y
protegerlo, hacer algo a “trochi-mochi” es hacerlo a la carrera y
descuidadamente; un “verija loca”, es un libidinoso y cuando llevas a un niño
en la espalda, de a caballito como decimos en el centro del país, aquí es “a
tanchi” y un “acuachón” es un solapador, lo que lo deja a uno todo
“cuatrapeado”.
Estos fenómenos lingüísticos, a los ojos de ciertos académicos
españoles, son muy interesantes, ya que, dicen ellos, en Latinoamérica se quedó
el español del siglo XVII, y que en aquellos años de coloniaje, el castellano
era entonces mucho más amplio y hasta más correcto, de alguna manera, creen
ellos, ha sobrevivido a lo largo de los años, sufriendo obviamente alteraciones
por los modismos existentes en los diferentes países o regiones, o por las
lenguas naturales, que aquí son muchas, pero en su estructura básica, alegan
que sigue siendo muy extenso el idioma y que en España han caído en desuso
muchísimos términos que aún se siguen utilizando aquí, específicamente en
nuestro México.
Largo tiempo ha transcurrido desde que esta nueva lengua
castellana llegó a tierra hoy llamada nayarita y se fundió con los idiomas
locales, para ser exactos 482 años. Y
desgraciadamente, vemos que se viene pervirtiendo o transformando por la
cercanía con el país más poderoso del mundo, que tiene su propia y penetrante
lengua, el inglés, que nos ha dado infinidad de anglicismos como: aerobics, chat, business, hot dogs,
diskets, performance, e mail, cool, bye, etc. O bien palabras que a partir de
voces inglesas intentan españolizarse y dan frutos del árbol spanglish como:
aparcar, troca, cheque, chance, lonche, chamba, puchar o raite, muy comunes en
las zonas fronterizas. Y aunque esto nos puede parecer negativo a algunos que
preferimos el español tradicional, o este común y prosaico que hablamos en
México, libre de intromisiones, volvemos a la premisa de que finalmente el
pueblo decide y construye su lengua.
Cada palabra
tiene pues una interesante historia y origen, corresponde a los puristas y
académicos determinar su etimología y clasificación y al pueblo hacerla
popular. Hoy no debe asustarnos que los chavos inventen su propia manera de
comunicarse con palabras como “piquis”, “chido”, “bro” y tonos muy afectados
que de inmediato nos hacen pensar en la juventud.
Ya lo dijo un afamado escritor: El lenguaje y la imaginación no
pueden ser aprisionados y habríamos de agregar que los límites de nuestro
lenguaje son los límites de nuestro mundo. Aunque este sea “chiquilistrín” como
el de Acaponeta.
2 comentarios:
Muchas gracias, me ayudaste en un tarea! :)
Muy bueno. Saludos.
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