lunes, 25 de junio de 2012

REGIONALISMOS ACAPONETENSES


Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

Contrariamente a lo que muchos piensan, debo decir que su servidor no es oriundo de esta tierra de Acaponeta. Aunque llevó acá 25 años, lo que me da derecho a decir que ya me nacionalicé, la realidad es que nací en la Ciudad de México, hace ya varias lunas y fueron innumerables los conceptos que me cambiaron de la noche a la mañana al llegar a la tierra de Alí Chumacero, el tiempo, la distancia, el clima y hasta el lenguaje, eran y son otra cosa en mi tierra natal.
Hoy tan solo habré de referirme al lenguaje.
Recién llegado a la Ciudad de las Gardenias, escuché un pregón en la calle que repetía una y otra vez: “¡Ruidos calientitos a cinco pesos el litro!”. Extrañado y como buen chilango en tierra ajena, me llamó la atención esa rara alocución, ¿cómo puede ser, que alguien venda ruidos, además calientes y en medida de un litro?, me pregunté. Deben estar locos en este pueblo.
Cari asustado, asomé la cabeza por la ventana y pregunté cuál era la vendimia que llevaba un buen hombre en una carretita de madera, resultado que tan solo eran cacahuates en su cáscara, obviamente calientitos por el tostado que le dan y lo expenden por litros por la sencilla razón que del montón de maní, toman en un bote de aceite para automóvil de un litro por cierto, lo que se alcance a llenar. Así de fácil, así de complicado.
La lengua o el idioma lo construye el pueblo, contrario a lo que muchos piensan que son una serie de viejitos quienes alrededor de una mesa redonda, todos ellos circunspectos y graves, se dedican a construir palabras que luego lanzan al mundo, no, el lenguaje, en todas sus formas se hace y se estructura en la calle, en el seno familiar, en las áreas laborales y hasta en las cantinas. Visto así, el lenguaje pasa a ser el vestido de los pensamientos de un pueblo.
Por ello cada comunidad o región tiene sus propios vocablos y aunque todos hablamos español, hay ocasiones en que es difícil entendernos, un nayarita conversando con un yucateco, sufrirá para comprender lo que este dice.
A pesar de ello, los viejitos que imaginamos mezclando letras y morfemas, sí existen, son los eruditos de la Real Academia Española, quienes aprueban o de manera unilateral palabras que luego incorporarán a los diccionarios, úselas el pueblo o no, lo cual es criticable.
Así que al llegar al norte de Nayarit, tuve que hacer crecer mi vocabulario con los “regionalismos”, que es la forma de hablar en diferentes espacios culturales, esto expresa que una palabra puede significar algo en una región y en otra un distinto concepto, o bien son formas de hacernos entender con vocablos que para otros son incomprensibles o bien utilizan los suyos propios. De ahí que existan tantos términos para niño por ejemplo: chamacos, chavos, escuintles, mocosos, chiquillos, rorro, crío, criatura, rapaz y en otros países de lengua castellana chamo, churumbel o arrapiezo. Por estos rumbos les llaman plebes, morros o chiquilistrillos.
Como “acedo” se le llama a la persona apática o aburrida. O le llaman taliste a las tostadas o totopos correosos o que no están debidamente doradas.
Un “copeche” o “copechi” en los campos norteños de Nayarit es una luciérnaga o un cocuyo, y por extensión, toda luz que se ve a lo lejos.
Cuando escuché hablar de las “gorditas” para cenar, obviamente pensé que eran como las del centro de la república, una especies de empanadas de maíz rellenas de chicharrón prensado o algo así y no, simplemente son una especie de tostadas con una pieza de pollo o trozos de carne que llaman aquí asado y en otras regiones cuete.
Supe que “andurrear” no es una enfermedad del estómago sino darse a la vagancia; y “andavete”, es darse cuenta de algo o enterarse de las últimas noticias, regularmente sabrosos chismes que a lo largo de la jornada habrán de reproducirse en todos los puntos de la ciudad. Ante tantas nuevas palabras que aprender, me di cuenta que muchos me veían como una persona “buenastardes”, es decir, anonadado o de plano mensolón, concepto que cualquiera entiende. Pero sé bien, que cuando me veían abrir tamaños ojotes, para muchos no era su servidor más que un copetudo capitalino, “fifirichi” y “volado”, que nada entendía.
Un “chinacate” es un murciélago; “alzar” algo es guardarlo y protegerlo, hacer algo a “trochi-mochi” es hacerlo a la carrera y descuidadamente; un “verija loca”, es un libidinoso y cuando llevas a un niño en la espalda, de a caballito como decimos en el centro del país, aquí es “a tanchi” y un “acuachón” es un solapador, lo que lo deja a uno todo “cuatrapeado”.
Estos fenómenos lingüísticos, a los ojos de ciertos académicos españoles, son muy interesantes, ya que, dicen ellos, en Latinoamérica se quedó el español del siglo XVII, y que en aquellos años de coloniaje, el castellano era entonces mucho más amplio y hasta más correcto, de alguna manera, creen ellos, ha sobrevivido a lo largo de los años, sufriendo obviamente alteraciones por los modismos existentes en los diferentes países o regiones, o por las lenguas naturales, que aquí son muchas, pero en su estructura básica, alegan que sigue siendo muy extenso el idioma y que en España han caído en desuso muchísimos términos que aún se siguen utilizando aquí, específicamente en nuestro México.
Largo tiempo ha transcurrido desde que esta nueva lengua castellana llegó a tierra hoy llamada nayarita y se fundió con los idiomas locales, para ser exactos  482 años. Y desgraciadamente, vemos que se viene pervirtiendo o transformando por la cercanía con el país más poderoso del mundo, que tiene su propia y penetrante lengua, el inglés, que nos ha dado infinidad de anglicismos  como: aerobics, chat, business, hot dogs, diskets, performance, e mail, cool, bye, etc. O bien palabras que a partir de voces inglesas intentan españolizarse y dan frutos del árbol spanglish como: aparcar, troca, cheque, chance, lonche, chamba, puchar o raite, muy comunes en las zonas fronterizas. Y aunque esto nos puede parecer negativo a algunos que preferimos el español tradicional, o este común y prosaico que hablamos en México, libre de intromisiones, volvemos a la premisa de que finalmente el pueblo decide y construye su lengua.
Cada palabra tiene pues una interesante historia y origen, corresponde a los puristas y académicos determinar su etimología y clasificación y al pueblo hacerla popular. Hoy no debe asustarnos que los chavos inventen su propia manera de comunicarse con palabras como “piquis”, “chido”, “bro” y tonos muy afectados que de inmediato nos hacen pensar en la juventud.
Ya lo dijo un afamado escritor: El lenguaje y la imaginación no pueden ser aprisionados y habríamos de agregar que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Aunque este sea “chiquilistrín” como el de Acaponeta.
 

2 comentarios:

aRiLLiTa PoP dijo...

Muchas gracias, me ayudaste en un tarea! :)

Lénon Guerrero dijo...

Muy bueno. Saludos.