W. H. Hardy |
Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
El siglo XIX en México es en verdad romántico desde cualquier punto de
vista, no solo por la reacción revolucionaria cultural que tuvo su origen en el
siglo XVIII, que estalla y se desarrolla con gran fuerza en el siglo que nos
ocupa, quizá hasta mediados de la décima novena centuria, justamente con el
llamado movimiento del romanticismo, que destruye o se separa de la tradición
clásica. Muy destacadamente este movimiento es más notorio en lo literario,
justo en el marco de un mundo que se industrializa y provoca, en las siempre
perniciosas grandes potencias, la búsqueda de la materia prima en los países
menos desarrollados, lo que incluye a Latinoamérica y por supuesto a un
incipiente país llamado México.
Nuestra nación en los primeros treinta años del siglo XIX, inició y
concluyó, a sangre y fuego, su independencia de una de esas potencias que se
mencionan, pero que a su vez, se hallaba abatida, con serios problemas
económicos y sociales muy graves en la revuelta Europa de la época. México, en
ese lapso sufre las consecuencias “pos traumáticas” de esa revolución libertadora
y se las ve difícil para pagar los daños que causan once años de guerra y que
los Poderíos Europeos le requieren como pago por pérdidas y compensaciones
bélicas, que el Primer Imperio Mexicano al mando de Agustín de Iturbide, se ve
incapacitado de solventar. Aparecen los grupos republicanos que ansían el
poder, encabezados por uno de los personajes más ambicioso de la historia patria,
el que sería llamado posteriormente como el “Generalísimo” Antonio López de
Santa Anna.
Pero concretémonos, por necesidades de la crónica que nos atañe, a un
período específico de ese espacio histórico, los años que corren entre 1825 y
1828 y solo como marco referencial diremos que poco antes del inicio de ese
lapso, una Junta Provisional arroja al mundo la Constitución de 1824, donde se
asentaba, que se adoptaba como forma de gobierno la República Federal con
división de poderes y la integración de 19 estados, 5 territorios federados y
un Distrito Federal, entre ellos el Estado de Jalisco, integrado por 12
cantones, 30 departamentos y 118 municipalidades.
El séptimo de esa docena de cantones correspondía a lo que hoy es Nayarit,
antiguo territorio de Nueva Galicia y que para 1825 se compone de siete
departamentos: Tepic, Ahuacatlán, Sentispac, San Blas, Santa María del Oro,
Compostela y Acaponeta. Este último, un rincón de la patria que no quiso ni ser
mar, ni ser montaña y se ubica en la llanura costera noroccidental del Pacífico entre el otero del Coatépetl y el Cerro del
Cacahuatal.
Hasta aquí y directamente de la Europa incipientemente industrializada,
llegó un singular personaje que como en todas las historias en que se ven
involucrados personajes excepcionales, al paso de los años y por el manoseo de
las diferentes generaciones de individuos por donde transita y pasa de boca en
boca, se van transformando en leyenda. Existen algunas que además tienen tintes
simpáticos que mucho nos hablan del costumbrismo de los pueblos. Una de estas
curiosas narraciones data del primer cuarto del siglo XIX y es relatada por el propio
europeo a quien hemos mencionado, se trata del inglés conocido como W.H.
Hardy, incansable viajero que vino a México de apoderado de la General Pearl and Coral Fishery Association
of London e hizo tremenda travesía a lomo de mulas procedente de Veracruz
con la meta de llegar a Sonora, buscando las mejores condiciones económicas
para el exitoso negocio de las perlas y los corales, y de paso -“cosas” de la
pérfida Albión de la época-, de no poder conseguir concesiones, obtener
información, de primera mano sobre las minas de Sonora y negociar las mejores
condiciones fiscales que se pudieran obtener, obviamente para la corona
británica. Así pues, esa búsqueda le llevó a una travesía por aquel México
bronco, depauperado y en pañales como nación independiente, trayecto que duró
del 7 de mayo de 1825 al 7 de mayo de 1828.
El 11 de enero de 1826, hace 186 años, de su paso por Acaponeta, reseña
lo siguiente que varios autores consignan en diferentes libros o directamente
tomados de la crónica de Hardy, quien por cierto tenía por nombre completo el
de Robert Williams Hale Hardy y quien contaba a la sazón con apenas 31 años de
edad, extremadamente joven para una vida dedicada a la suprema aventura de
andar por el mundo, pero al mismo tiempo “de filosa” experiencia por sus
recorridos mundanos.
Antes de darle la palabra al
explorador hemos de decir que era un tipo aventurero y que llegó a relacionarse
muy bien, principalmente con la población indígena a la que, contrariamente a
lo que se pudiera pensar por ser anglosajón, reconoció las virtudes,
costumbres, tradiciones y amplios conocimientos de esta gente con la que
convivió principalmente en el norte de México.
Del incansable viajero, diremos que salió de la Ciudad de México un 5 de
diciembre de 1825 con dos criados de origen campesino, un caballo, tres mulas
ensilladas y tres de carga. En alguna parte de su relato, Hardy hace mención de
las dificultades de viajar por caminos muy dañados y sobre el lomo de una mula,
refiere mostrando su queja y al mismo tiempo el fantástico paisaje de la
campiña mexicana:
“…es sumamente desagradable viajar por una
carretera semejante en un país desconocido y, con todo, maravillosamente
extraño a los ojos. Objetos indiscernibles aparecen a corta distancia, como si
ellos, y no las mulas, se moviesen en dirección opuesta, hasta que al fin se
marea uno tanto que la imaginación se deprime penosamente…”
Su periplo, antes de su arribo a Acaponeta fue más o menos en esta línea:
México-Toluca-Ixtlahuaca-Tlalpulagua-Angangueo-Maravatío-Cinepécuaro, donde un
pícaro panadero que llevaba su producto sobre otra mula, le explicó que faltaba
poco para llegar a esta población, sin embargo, les llegó la noche y varias
horas de agotador camino y no apareció en el horizonte, ni una sola casa.
Siguieron Charo-Valladolid (hoy Morelia la capital michoacana)-Puente
Grande-Guadalajara y Tequila, para entrar al hoy Estado de Nayarit por
Ahuacatlán, llegada a Tepic y el cruce, ciertamente difícil, de los ríos
Santiago y San Pedro, prolongándose la ruta hasta Rosamorada donde por cierto
no encontraron qué comer y Buenavista. Pero dejemos la palabra a Hardy:
<<En Buenavista tampoco hallamos
nada que comer y tuvimos que seguir hasta San Antonio…>>
San Antonio es lo que hoy es
conocido como Tierras Generosas, no en el municipio de Acaponeta, sino en el de
Tecuala, que por sus caprichosos límites territoriales actuales, pareciera que
entra y sale del municipio famoso por sus Gardenias.
<<…Hizo un calor tremendo durante el
día; el termómetro marcaba 93 grados a la sombra; sufrimos mucho por eso y
porque el camino era muy polvoso y estaba plagado de garrapatas. …>>
Que para los estándares del que en esos lugares habita, no es mucho,
Hardy sufrió en este punto temperaturas de casi 34 grados centígrados,
comprensible que para un británico fuera extremadamente caliente, pero para los
habitantes de hoy y de ese entonces, es un clima agradable si se considera que
en ocasiones en el verano, el termómetro marca arriba de los 40 grados Celsius.
Sin embargo, hay que hacer mención que el paso del viajero por esta tierra se
dio en el mes de enero de ese año, por lo que la temperatura no era habitual,
tendiendo el inglés mala fortuna en lo que al clima se refiere. Lo de las
garrapatas, sigue siendo la constante para los que se meten en la maleza o bien
el despiadado ataque de las llamadas “güinas”.
<<… Continuamos el viaje desde San
Antonio, donde solo hay una choza; avanzamos una legua y nuestras mulas
empezaron a subir la empinada ribera del río Cañas, pisando con cuidado por los
grandes hoyos que parecían pasos hechos por las sucesivas patas de animales y
que los protegían de resbalones …>>
Por principio de cuentas se equivoca Hardy, ya que el río Las Cañas, está
mucho más al norte, en los límites con la actual Sinaloa. Lo que el explorador
encontró fue el arroyo de San Francisco, que en ocasiones, si las lluvias están
presentes, crece de tal forma que desborda y pareciera un río de regulares
proporciones, sin llegar a ser caudaloso. Sin duda el inglés se encontró con el
arroyo crecido o a media altura, pues enero no es temporada de lluvias en la
región y por eso lo confundió con el río Las Cañas, que si bien, no es
caudaloso, no puede ser considerado como un simple arroyo. Y es que Hardy, muy
probablemente se confundía en detalles como estos porque no era, en un sentido
estricto, un explorador consumado, más bien era una especie de apoderado
comercial de la mencionada General Pearl
and Coral Fishery Association of London, que debía, eso sí, explorar, no
mercados, pero sí fuentes de explotación en el rubro del coral y las perlas y,
como ya mencionamos ventajosas tarifas de impuestos para las minas de Sonora,
que despuntaban al albor del nuevo siglo con una creciente “fiebre del oro y la
plata” en la porción noroeste de esa gran entidad, principalmente en los
antiguos reales de La Cieneguilla y San Francisco de Asís, que dieron auge y
crecimiento a poblaciones como Altar, Caborca y Sonoita.
Mina en Sonora del siglo XIX |
Respecto a las bestias, como dato curioso, diremos que al entrar a Tepic,
perdió dos de las mulas de cargas, que ya, muy desgastadas “hasta ahí llegaron”
pues cayeron muertas del agotamiento y aún así se maravilló Hardy de lo
resistentes que eran esos animales. Durante su estancia en la hoy capital cora,
compró otras dos.
<<…. El Cañas es un río muy pequeño;
al otro lado, la carretera es muy pesada y pasa durante tres leguas por una
hondonada…>>
Ahora sabemos, muy someramente, que una legua era la distancia que una
persona o un caballo recorría a pie en una hora, la media de todos los
parámetros internacionales que la consideran hablan de 4.5 kilómetros,
entonces, esa hondonada medía unos 13 y medio kilómetros, es decir, él cruzó
los caminos que seguramente comunicaban a esto que llamamos Tierra Generosa y
la actual comunidad de San Miguel, ya en el actual municipio de Acaponeta –en
ese tiempo un departamento del Séptimo Cantón de Jalisco--, lugar que tiene un
tramo al cual los lugareños llaman “Las Cuestas” y que bien podrían ser la “hondonada”
que menciona el Teniente Hardy, grado militar que ganó precisamente en los
Estados Unidos cuando se llevó a cabo la guerra contra Gran Bretaña y donde
destacó en el sitio de Nueva Orleans, conflicto bélico que enfrentó a las dos
potencias en la llamada War of 1812,
debido a las restricciones comerciales que los ingleses impusieron al mundo a
causa de su propia guerra con Francia y al reclutamiento forzoso que hicieron a
marinos mercantes norteamericanos a los que obligaron pelear en tierra y mar.
<<…después de la grieta está el río
Acaponeta; tuvimos que vadearlo y entramos al pueblo con ese nombre a las ocho
de la noche…>>
Acaponeta en aquellos tiempos, no era más que un caserío un tanto cuanto
disperso, alrededor del Templo de Nuestra Señora de la Asunción. Imaginemos una
población ciertamente pobre de un territorio que por supuesto no era una
entidad federativa, sino que formaba parte de un área geográfica perteneciente
al Estado de Jalisco y que abarcaba lo que hoy conocemos como las entidades de
Jalisco y Nayarit, misma que era regida por el popular Prisciliano Sánchez,
primer gobernador de este espacio geográfico, por cierto oriundo del actual
municipio nayarita de Ahuacatlán. Habría que aclarar que el posterior territorio
de Tepic, no fue elevado a Estado Federal porque no reunía las condiciones
necesarias y económicas para sostenerse como tal, amén de que, como bien dijo
muchos años después el historiador Everardo Peña Navarro: "el
aprecio muy distinguido que siempre hacía Jalisco de los habitantes de Tepic
por su cultura y carácter franco; la importancia de sus riquezas y los grandes
sacrificios que el Estado había hecho para pacificar y conservar aquel cantón;
todo hacía que le fuese penosa la segregación definitiva".
Acaponeta, debió de haber sido en esa época un caserío más o menos
disperso que crecía, a expensas del voluble e incierto capricho de la
naturaleza, que en ocasiones arrasaba con el pueblo que, incluso ya había
cambiado de lugar por las devastadoras inundaciones que desde tiempo inmemorial
se registran en el actual municipio conocido como la “Atenas de Nayarit”.
Esas viviendas, de ricos ornamentos arquitectónicos y altísimos techos de
teja, que hacían frente a la insoportable canícula del verano, se levantaban a
unos metros del inconsecuente río y a las faldas del Cerro de la Cruz, abriendo
de por medio un empedrado de canto rodado, que llevaba por su centro una
canaleta donde se vertían los desechos domésticos. Continúa Hardy:
<<…Nuestra jornada fue de veinte
leguas sin comida y sin agua. No había mesón para alojar a los viajeros y nos
dirigimos a la casa del alcalde, quien debe asignar, en casos semejantes, un
alojamiento a quienes llevan pasaporte. Nos llevó a una terraza cerca de la
cárcel, pero en ese pueblo eran tan inhospitalarios, que ni el mismo carcelero
se dignó a abrirnos la puerta. Me vi obligado a dormir a la intemperie…>>
Recuerden que estamos hablando de que Hardy llegó a esta tierra el 12 de
enero y que el clima, quizá es cuando registra las temperaturas más bajas en la
región, a pesar de que, como ya se explicó, durante el día la temperatura se
elevó de manera inusual, además existe la sensación térmica que hoy es como le
llaman a la relación entre el calor que produce el cuerpo y el que disipa hacia
el entorno que le rodea, donde si el ambiente es más frío que la temperatura
corporal la sensación es de mucho fresco, más del que marca el termómetro que
da una cifra muy subjetiva. Para los que no conocen Acaponeta, deben saber que
el entorno es de mucha humedad aún en invierno, por lo que el frío se “cuela”
por la ropa y da la impresión de que, por más que la persona se cubra, el fresco
no disminuye; así que Hardy y sus acompañantes seguramente pensaron que, de no
hallar alojamiento, habrían de pasar una muy penosa noche.
Por otra parte, el concepto de alcalde, muy seguramente no
era como el que hoy entendemos como sinónimo de presidente municipal, sino que
alcalde era la persona que se elegía en buena parte de las ciudades del país
para rondar y cuidar de que no hubiera desórdenes por la noche, encargándose
también de la custodia de reos en las cárceles locales, que debieron ser
verdaderos hoyos donde penaban borrachitos escandalosos, ladrones de poca monta
o campesinos rijosos; por ello Hardy, debió pensar que para protegerse del gélido
clima y de los probables ladrones, cosa común en el México de aquel entonces,
la cárcel sería un buen lugar para pernoctar.
<<…Antes de resignarme a ello (y
sabiendo que en este país los curas tienen buenas casas y buena mesa) me dirigí
a casa del prelado, para ver si se trataba de un buen samaritano…>>
Es riesgoso, en
aquellos y en estos tiempos, hablar sobre la existencia del buen samaritano.
Esta palabra que La Biblia hace popular con la conocida parábola del “buen samaritano”, viene a ser una
suerte de “prójimo” que a su vez significa el más próximo, el más cercano a
nosotros, el amigo o el hermano. No cualquiera, ni ayer, ni hoy tiene fácil la
decisión de elegir la carrera del sacerdocio y a principios del siglo XIX, las
razones que movían a las personas a abrazar ese estado eran primer lugar la
verdadera vocación, concepto que se tomaba de la conducta del individuo; otras,
la influencia del ambiente religioso que se respiraba en la Nueva España y
tómese en cuenta que cuando Hardy llega a México alrededor de 1825, se cumplían
apenas 4 años de vida independiente y la tradición familiar de ciertas familias
levíticas no habían cambiado la “dichosa” circunstancia y altísimo honor de
tener en el seno de las mismas, un integrante del clero que en su momento
consideró que el estado eclesiástico era una fácil salida para el que tenía
vocación para el estudio y quería consagrarse a él. Dedicar la vida a la
iglesia finalmente representaba una profesión tranquila que aseguraba el
sustento diario propio y, en muchas ocasiones de la familia.
Sin arriesgarnos a
afirmar que se trataba de él, pues no hay manera de saberlo, los archivos
parroquiales indican que el párroco de ese tiempo que estuvo a cargo de la
administración eclesiástica de Acaponeta entre 1822 y 1830 fue Fray Guadalupe
Mancillas, que a pesar de existir ya en ese tiempo los sacerdotes seculares, se
hace mención de la categoría de fraile, muy probablemente franciscano.
Pero la naturaleza
humana es sin duda flaca, a pesar de todas las enseñanzas, las tradiciones
generales, los conceptos de ética y el conservadurismo de la época; del
inevitable e inexcusable “qué dirán”, el hombre
no ha sabido organizar un mundo para sí mismo y se convierte en un extraño en
el mundo que él mismo ha creado. Lo que narra a continuación el inglés nos
recuerda la frase aquella de que ignoramos nuestra propia estatura hasta que
nos ponemos de pie.
<<…Cuando me aproximaba, oí voces
femeninas que reían. Con todo, me aventuré a golpear la puerta y un gruñido me
preguntó: “¿quién es?” Contesté: “Un viajero”; “Que le vaya usted con Dios” (sic)
fue la respuesta, a tiempo que empujaba la puerta de un puntapié…>>
Debió haber sido desmoralizador para el no tan flemático británico
aquella actitud y más porque venía de un patriarca representante de la fe y
paradigma de la caridad. Así que dados los divertimientos del sacerdote, que
prefirió dar rienda suelta a sus instintos que otorgar posada a los agotados
viajeros, estos no tuvieron más que hacer de tripas, corazón como se dice
popularmente.
<<…Regresé a mi “alojamiento”, cené
bien y me dispuse a dormir, no sin antes colocar mi pistola y mi espada a mi
lado. Precaución que consideré necesaria debido al tipo de vecinos que tenía en
ese lugar...>>
Lo cual deja mal parados
a aquellos habitantes de esa “otrora” Acaponeta, lo cual trae a la mente el reciente
caso de un ciclista argentino, que desde el cono sur del continente se vino
pedaleando con miras de llegar muy al norte de América y que arribó a la
moderna Ciudad de las Gardenias en un mal día y decidió meterse a comer en una
fonducha del mercado municipal, con tan mala suerte que no halló buena
gastronomía, ni amabilidad de los propietarios y hasta muy cara se le hizo la
adquisición de una botella de agua, lo que ocasionó que saliera renegando del
pueblo que, es menester y reconocer decirlo, tiene como fuerte atributo la
bonhomía de su gente, la amabilidad como norma y con la sencillez
característica de los pueblos costeros de Nayarit.
13 DE ENERO
<<…Dejé Acaponeta a las seis. Debido
a los numerosos caminos trazados por el ganado, no hay ninguna marca que
distinga el camino principal; por ello es fácil equivocarse….>>
W.H. Hardy, sale de Acaponeta por su parte poniente, seguramente tomó el
antiguo camino real a la vecina población de Tecuala, brincando el hoy llamado
“Arroyo de la Viejita” por el viejo puente de piedra que aún ahí se conserva y
en un punto que pudiéramos ubicar en el actual crucero sobre la carretera
internacional No. 15, “jaló” con rumbo norte hacia el puerto de Mazatlán ya en
el Estado de Sinaloa a donde arribaría, previo paso por Escuinapa y Rosario, el
20 de enero de ese año de 1826. En este punto se encontró con alguna confusión
de cruce de caminos y veredas que el ganado a su paso hacía, además del camino
real y los ramales que llevan a las poblaciones más norteñas como El Tigre y La
Bayona.
<<…Seguimos a galope y llegamos al
pueblo de La Bayona a las siete, donde nos detuvimos a desayunar. Después
cruzamos el río del mismo nombre que a menudo no tiene límites claros. Sirve de
límite entre dos provincias, al de Jalisco o Guadalajara (antes Nueva Galicia)
y la de Sonora, aunque algunos alegan que es el río Cañas la frontera…>>
No hay una
confusión al decir que el río se llama de La Bayona, porque muy seguramente los
lugareños así lo nombraban pues la comunidad que nace de la vieja Hacienda de
La Bayona y Niebla, dedicada principalmente al cultivo del maíz, frijol y
algodón, se ubica en una de sus riberas y que ahora llamamos de Las Cañas,
aquel que el viajero confundió en San Antonio (Tierras Generosas). A pesar de
que se lo decía, el inglés peca de necio y no se convence que aquel fuera el
Río Las Cañas. También es probable que Hardy confundió durante la redacción de
su crónica los nombres, o bien, le mal informaron, cosa que fue muy común en su
trayecto, como vimos que se burló de él un singular panadero allá por tierras
michoacanas.
Efectivamente
este río que tiene una extensión de 50 kilómetros, era el límite entre el
Estado de Jalisco y un amplio territorio que llegó a ser nombrado como el
Estado de Occidente y que incluye las antiguas provincias y hoy estados de
Sonora, Sinaloa y parte del Estado norteamericano de Arizona, lo que se conoció
como La Mesilla y que incluso en 1825, año en que inició su viaje Hardy,
promulgó la Constitución Política del Estado Libre de Occidente.
En estas tierras la forma de acarrear agua fresca a las casas desde
agujeros que hacen en las riberas de los ríos, es a lomo de mulas, en dos
grandes odres cuyas partes inferiores casi van rozando el suelo. Estos odres no
resuman, y sustituyen a los cántaros de barro que cargan hombres o mujeres en
todas partes del país al sur de Acaponeta.
Durante el camino cruzamos muchos lagos de
agua salada ya secos; en uno logré matar con grandes esfuerzos un armadillo. El
calor era intolerable y no había una gota de agua por ninguna parte; en esta
extensa llanura crece una cactácea que lleva una especie de fruto que se parece
en tamaño, color y forma al limón, pero que carece de jugo. Esta fruta aparece
pegada a las ramas, sin utilidad aparente; pero el viajero que tiene la boca
abrasada por la sed lo cree un regalo de la naturaleza para aliviar sus
sufrimientos; pero ¡gran decepción!, después de examinar el fruto, las
esperanzas del viajero se vienen abajo cruelmente, porque al igual que las
plantas que según la leyenda crecían en Sodoma y Gomorra, están secas y vacías...>>
El lugar con muchos
lagos secos de agua salada, sin temor a equivocarnos debe ser lo que se conoce
como El Valle de la Urraca, enclavado en lo que hoy se conoce como las Marismas
Nacionales y que en temporada de estiaje se convierte en enormes extensiones
secas, desérticas y arenosas, y efectivamente abundan animales como los
armadillos, los tejones, los mapaches, las iguanas y las chacuanas, que no son
otra cosa que tortugas de agua dulce y de aguas salobres. Del fruto seco que
menciona crecía en un cactus, quizá se trata de uno que los pobladores de esos
sitios llaman “cardones” que si bien, se tienen algo de jugo, se secan pronto y
quedan sin líquido.
Mal le fue a Hardy por
esas tierras del norte del actual Nayarit y especialmente en Acaponeta, pues no
halló la hospitalidad acaponetense, ni un lugar donde pernoctar “a pierna
suelta”, vamos, ni siquiera agua para calmar la sed tan abrumadora que le
provocó la caminata, ya que el relato del agente de la General Pearl and Coral Fishery
Association of London, dice
que fue 23 leguas, es decir, aproximadamente 103 kilómetros después, encontró
el vital líquido en las instalaciones de un molino de azúcar, ya muy cerca de
la población sinaloense de Escuinapa, lugar donde por cierto se encontró a un
compatriota británico, semi desnudo y borracho, residente en esa población ya que
tenía años de haber sido liberado por Iturbide de las garras de la corona
española que lo mantuvo preso varios años.
Tan mal le fue que compara a la región con las bíblicas Sodoma y Gomorra,
tal como si del infierno se tratara. Suponemos
que mucho ha cambiado el tiempo, pues hoy Acaponeta tienen en sus pobladores a
gente generosa que se entrega y es amable con el visitante y si de saciar la
sed se trata y de calmar el hambre, existen por docenas, alegres centros
botaneros que reciben con los brazos abiertos a los viajeros.
2 comentarios:
La foto donde pone 'mina en Sonora' corresponde a la Mina de Arnao, en la provincia de Asturias (España). La chimenea ya no existe pero el edificio de la mina sí. Basta con poner en Google "mina Arnao, Castrillón" para ver más fotos.
creo que la fruta a que se refiere Hardy cuando dice que es seca por dentro, puede ser la "Guamara" por que las cactaceas producen frutos que se sequen cuando aun estan pegadas a la planta
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