sábado, 25 de abril de 2009

YO TAMBIÉN CONOCÍ A DON MÁRGARO GUERRA

Por: María Lourdes De Haro Reyna
Cuarta de cinco partes (4/5)
El venado y las guayabas. Era la temporada de ir de cacería y me preparé pa’ irme temprano. Anduve varios días a’i nomas tirando a lo loco y matando animales pa’ salir el día, así que se me acabaron los tiros y dije: me regreso, pero ándale que en eso veo unos venados, no’mbre me puse a hacer un arco y unas flechas con del primer árbol que hallé y que era un guayabo. Ya armado me escondí entre unas ramas y como estaba junto a un arroyo, no pos dije aquí agarro alguno cuando baje a beber, cosa que así pasó. Le tire a uno y que le doy abajito de las costillas, pero yo creo que no se le encajó bien porque el animal salió corriendo y no lo pude alcanzar. Después de unos años volví de cacería y al bajar una loma me llegó un olor bien fuerte a guayaba que hasta se me hizo agua la boca; allí cortito estaba el árbol con unas guayabas del tamaño de mi mano apuñada y más sanas y más bonitas que las que “haigas” visto antes. Quise cortar una y que se mueve el árbol más lejos, p’os no va siendo el venado al que le metí la flecha y le retoño en la panza. ¡ECHALE AGUA MARGARO GUERRA! Los perros bravos. De que hay perros bravos, los hay. Yo tuve uno que hasta los coyotes le tenían miedo. A nada se le hacía p’a tras y se jodía a cuanto animal se le ponía por enfrente. No era dañero, pero si lo cucabas, jmm, cuidado, porque se te echaba encima. Un día un amigo llegó diciendo que su perro se podía fregar en el mio y yo le dije: pues puede ser, pero el mio es muy bravo, entonces me echo la tratada: le apuesto a que mi perro le gana al suyo y el mejor modo de probarlo es dejando que se “pelien”. Acordamos encerrarlos en una pieza (cuarto), solos, para que ninguno llevara ventaja de nada. Despues de muchos trabajos los dejamos encerrados y haz de cuenta que se había metido el diablo con los perros. Gruñidos, ladridos, golpes contra la puerta y luego de un rato todo se quedó silencio. Que abrimos la puerta y nada de perros, nomás un charco de sangre quedó en la tierra. ¿Qué creen que pasó? Los perros se habían tragado uno a otro, p’os resultaron igual de bravos. ¡ECHALE AGUA MARGARO GUERRA! Los perros y el tigre. Una vez tuve unos perros que vieras que buenos me salieron p’a la cacería, no’mbre, no soltaban presa. Eran bien aguerridos cuando daban con la presa la acorralaban y ahí se quedaban acechando hasta que lograran pepenarla del pescuezo. Pues fíjate que un día me fui por ahí p’al monte a cazar y los perros se fueron conmigo. En una de esas “güelen” un animal. Era un tigrillo. Yo casí ni lo ví, pero los perros empezaron con su ladradera y a perseguirlo. Quise seguirlos, pero después de un rato, oía más y más lejos los ladridos y gruñidos de los animales, ya cansado me quedé atrás. Esperé un buen rato pa`que regresaran y nunca volvieron, les chiflé y nada. Y pos ya mejor me vine pa’ la casa dándolos por perdidos. Pa`l año siguiente regresé y no me vas a creer, en un solarcito del monte que me encuentro a los perros ¡SECOS! Al pie de un árbol y el tigrillo ¡SECO TAMBIEN! Arriba del mismo árbol. Ni los perros ni el tigrillo quisieron dejarse y a’i quedaron, se secaron. Nomás por puntada agarré agua de un arrollo que estaba cerca y los rocié. No’mbre, la ladradera y la gruñidera empezó otra vez y a’i los dejé a ver hasta cuándo. ¡ECHALE AGUA MARGARO GUERRA!

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