DON MARGARO GUERRA ¡AGUA DE CEBADA!
Segunda entrega. "LOS PERROS"
En Acaponeta, es comun escuchar decir que tal o cual persona es: "más brava que los perros de Margaro" decir así de alguien es que se quiere expresar que dicha persona es de carácter muy fuerte, bélicoso o peleonero. La expresión "más brava que los perros de Margaro" viene de una de las tantas historias que contara Don Margaro Guerra, un hombre que vendía agua fresca de cebada en su natal Acaponeta. Se arremolinaban los niños a comprar los diminutos vasos y a escuchar “margarencias”, fantásticas aventuras que con el tiempo se fueron convirtiendo en parte de la cultura popular de Acaponeta. Así contaba Don Margaro la historia de los perros:
LOS PERROS
Cierto día en que me encontraba haciendo mis quehaceres, llegó un amigo y me dijo: ¿Usted es Margarito? Sí, le contesté. Yo soy Margarito. ¿En que puedo servirlo amigo? Pues verá, vengo desde el estado de Jalisco y vine desde allá, porque supe que tiene usted un perro muy bravo. ¿Hasta por allá llega la fama de la bravura de mi perro? le pregunté.Sí, hasta allá. Me respondió. ¿Y que es lo que usted quiere de mi perro? A lo que me contestó: pues vengo aquí porque yo tengo un perro más bravo que el suyo, y de eso no tenga la menor duda. A lo mejor, lo de su perro n o es más que la pura fama. Y aquí traigo a mi perro para demostrarselo. Y quiero que apostemos. Mire amigo, le dije. Mejor callese. No sabe lo que está diciendo. No conoce a mi perro. Don Margarito, me dijo: el que no conoce a mi perro es usted. Quiero que acepte mi apuesta. Vamos enfrentando a los dos animales y que gane el más bravo. Así se acaban las habladas.
Yo tenía un cuarto donde guardaba todos mis tiliches. Empecé a sacarlos y cuando terminé le dije: ahora si amiguito, traiga a su perro y metalo aquí. Se dió media vuelta y se fue corriendo, y al poco rato llegó con un perro barcino de color, amarrado con una cadena. Batalló mucho para hacerlo entrar en el cuarto. Y cuando por fin lo hizo, salió corriendo y de un golpe cerró la puerta. Luego me dijo: ahora si, ahí está mi perro y si se anima, meta el suyo.
Mi perro como siempre estaba echado en el corral. Le hablé. Como si supiera a lo que venía. Traía los pelos de los lomos erizados. Se fue derechito al cuarto. En cuanto el perro entró, cerré bien la puerta con candado. Cuando lo estaba haciendo, se inició el pleito entre los animales. Que feo se oía. La puerta parecía que se caía. Así duró ésto un buen rato. Luego todo quedó en silencio.
Abra la puerta, me dijo. No le contesté, yo tengo miedo. El perro ha de estar muy enojado. Y a lo mejor no me conoce y se me hecha encima. porqué no abre usted, le dije. No, yo no, me contestó.
Hasta que por fin me animé y abrí la puerta y nos metimos y como no vimos nada, nos pusimos a buscar a los animales por todo el cuarto y nada, no hallamos nada. Hasta que nos fijamos bien y cual no sería nuestra sorpresa, que vemos dos charcos de sangre. Eso fué todo lo que quedó de los dos animales. Uno a otro se habían comido.
Así que la apuesta quedó empatada. ¡Agua de cebada!...continuará.
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