lunes, 23 de marzo de 2009

LA CIUDAD DE LA GENTE DORMIDA (ÚLTIMA PARTE)

Por: Juan José De Haro Reyna (r.i.p.)
ÚLTIMA PARTE
Un domingo de fiesta en Acaponeta nos fuimos a la plazuela y nos sentamos en una banca de madera, por la Hidalgo, frente al Hotel Casa Blanca, este es uno de los mejores lugares para ver el castillo que será encendido en unos minutos me dijeron. De pronto se escuchan unas detonaciones y de adentro de la multitud sale un individuo corriendo y apretándose el estomago y se sentó en una de las bancas de concreto frente a nosotros, detrás de él sale otro con una pistola en la mano, se acercó al que estaba sentado y lo movió y al ver que estaba muerto se alejó, acercándose a un hombre que estaba haciendo tiros al blanco con un rifle de municiones, le vio el rostro y casi inmediatamente le hizo varios disparos con su arma matándolo también, el agresor se fue y se paró en la esquina de Hidalgo y Puebla y en la esquina de enfrente se paró otro individuo también armado y como si alguien se los hubiera ordenado, al mismo tiempo comenzaron a dispararse sin lograr herirse el uno al otro, pero si hubo varios heridos de la gente que estaba en el lugar. Con todos estos acontecimientos y las borracheras les dije a los miembros de la palomilla que ya tenía que regresarme para el norte, que me sentía muy mal y que el alcohol me estaba haciendo estragos en la salud, ellos me dijeron que no fuera rajón, que me aguantara, que pasando la fiesta de Huajicori que me fuera. Aquello era incontrolable, diario libando, me escondía y me hallaban y a seguir libando, yo ya no tenía voluntad para seguir con esto. Así llegó la fiesta de Huajicori, el día último de Enero nos fuimos por la mañana, en el arroyo de cortijo paramos un rato y seguimos, pasamos el Recodo, la Hacienda de Mariquitas, El corral de Piedra, La Higuera Gacha, Pachecos y por fin Huajicori a donde llegamos por la tarde, ya se veía movimiento de gente. Al siguiente día primero de Febrero, los danzantes se veían por todos lados. Huajicori era una población de unos mil habitantes, tres calles de oriente a poniente y cinco calles de norte a sur. Abundaban los pozos artesianos a los que los habitantes les llamaban “tiros” y de ellos se surtían de agua para todas sus necesidades. La fiesta es en honor de la Virgen de la Candelaria, la población en su totalidad es indígena, en esta fiesta se consume mucho alcohol suscitando muchos pleitos los que frecuentemente terminan en forma mortal. Los danzantes se vestían con colores muy brillantes y llamativos, todos ellos muy bien alineados, se veía una danza aquí, otra allá y por donde quiera. En una de ellas andaba un viejo ágil, brincaba y hacia tronar su látigo al mismo tiempo que gritaba, diciendo: ¡Parejitos! ¡Upa! La gente que formaba un círculo alrededor de la danza, se movía de un lado a otro conforme iba y venía el grupo de danzantes con sus movimientos al son del violín. En eso el viejo dio uno de sus brincos hacia atrás y le atinó a uno de los tiros de agua, su grito fue ahora si muy pavoroso y fuerte. Duraron más de una hora en sacarlo. Ya no hubo más viejo ni danza, se acabó. Las calles de Huajicori todas eran un defecadero público, no había un solo lugar que no estuviera sucio, quienes limpiaban eran unos cerdos que deambulaban de calle en calle, hay que agregar que también en las calles y entre el estercolero se encontraban decenas de borrachos totalmente botados. Paco siempre sostuvo que los chicharrones de puerco de dos días después de la fiesta de Huajicori eran los mejores, que salían con un tufito a tequila que los hacía muy apetitosos. Cuando regresamos para Acaponeta, yo traía la firme idea de irme para el norte, me sentía muy mal de mi organismo, muy alcoholizado. Se lo comunique a los de la palomilla: llegando a Acaponeta me voy. Ellos me dijeron que estaba bien, pero que no dejara de escribirles. Llegué al hotel y me dormí. De pronto me vi caminando por un lugar solitario hasta que llegué al panteón, adentro vi una gran multitud como nunca había visto, y me dije no voy a poder entrar, pero algo me hacia ir hacia dentro, entonces entre aquella multitud vi dos rostros conocidos, eran mis padres quienes luego me ofrecieron sus brazos y me dijeron, hijo te estábamos esperando, nos dijeron que vendrías, que bueno que ya llegaste. Miré para todos lados y la muchedumbre aquella ya no estaba, se habían ido todos. Padres, les dije, ya me voy, es tarde. No, me respondieron, ya no puedes salir de aquí, ven vámonos, acompáñanos, ya perteneces aquí, vamos a dormir, ésta es la ciudad de la gente dormida. Fin.

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