Por: Juan Fregoso
Mientras a mi alrededor todo es bullicio, algarabía, música, truenos de cohetes, detonaciones de armas de fuego por todas partes, risotadas de júbilo de la gente festejando la llegada del Año Nuevo, yo estoy sentado frente a la computadora, tratando de trazar—sin saber por qué, ya que no creo que a nadie le interesen mis vivencias que son sólo mías—parte de lo que invade mi alma y mi mente llena de recuerdos. La nostalgia cobija todo mi ser al contemplar la vieja casona que un día habitaron mis padres y mi abuelo materno; ahí, en ese lugar, pasé muchas navidades y años nuevos en compañía de mis seres más queridos, pero ahora esa casa está completamente sola, sin vida también, porque también está muerta, por eso tal vez inconscientemente pretendo darle vida con mis evocaciones.
Por un momento salgo de mi habitación y elevó mi mirada al cielo, —algo que muy poco suelo hacer, —el cual se encuentra cubierto por una gigantesca sábana blanca que cubre el firmamento. La luna tímidamente asoma su redondo rostro intentando abrirse paso entre ese gran lienzo de nubes entre grisáceas y blancas como queriendo iluminarnos, como queriendo transmitirnos algún mensaje de "Alguien", como diciéndonos esta es una nueva etapa; una etapa de renovación espiritual, quizá de un verdadero nacimiento, de convertirnos en hombres nuevos, de mujeres nuevas, de niños que no carezcan de amor y dejar atrás nuestras malas acciones, nuestra animadversión irracional por nuestros semejantes, a quienes muchas de las veces ni siquiera conocemos a fondo.
Tal es mi percepción que para algunos les puede parecer, ridícula, pesimista, mas no para mí, porque estoy consciente que hay miles de millones de gentes que también sufren y lloran al recordar a sus seres amados; otros, muchos otros, se encuentran inmersos en guerras absurdas provocadas por gobiernos tiránicos que ya no saben ni porqué pelean, salvo por sus mezquinos intereses que sólo a ellos benefician por las ganancias que les representan esas guerras brutales. Estas gentes—estoy seguro—no tienen alimentos para sobrevivir y ven con impotencia cómo muchos de sus hijos se mueren en el campo de batalla víctimas de las balas asesinas de los enemigos de la paz, otros mueren por la hambruna que la guerra produce. ¿Podría decirse que estos hombres, mujeres, niños y ancianos tuvieron Navidad o que disfrutaron de Año Nuevo? No, pienso que no. Y a riesgo de pecar de hereje me atrevería a decir que son los olvidados de Dios, porque no tuvieron la dicha de disfrutar de la alegría que debería reinar en todos los hogares del mundo. Creo que tales pensamientos devienen cuando mi vista está fija en el cielo; cuando dirijo mi mirada a esa vieja casona donde compartí por muchos años la armonía entre mis seres queridos, con mi Madre, que era el alma de estos días en que se celebra el nacimiento de Jesús, según la tradición cristiana.
Pero mis viejos ya se me fueron y con ellos se fue también una gran parte de mí. Ya nada es igual. Sí, tengo a mi familia propia, sin embargo, la presencia de mis padres deja un vacío en mi alma imposible de llenar. ¿Cómo olvidar los regaños y los sabios consejos del abuelo; los de mi padre y los de mi madre que me trajo al mundo, pensando tal vez, que nunca me dejaría solo en un mundo convulsionado por la violencia? La frase tan manoseada de…la vida sigue, para mí no tiene sentido alguno, porque es una frase hueca que de tanto repetirse ya no significa nada, si es que algún día tuvo un significado. Lo único cierto es que mis ojos contemplan esa vieja casona en donde muchos años escuché la cantarina voz de mi madre, la recia voz de mi padre y sentir la protectora presencia del abuelo, que aunque pobre, siempre fue un hombre respetado por todos, porque su sola presencia se imponía; era el baluarte de la familia.
Cómo—me pregunto—volveré a disfrutar a plenitud una Navidad y un Año Nuevo como antes. Creo que nunca más, estoy seguro. Y no me importa que me tachen de pesimista. Quizá muchos digan este tipo está amargado, en el mejor de los casos, pero yo sólo quiero plasmar a través de estas líneas cómo veo hoy la vida, porque ya sin la presencia de mis padres soy un ser incompleto, pues sin los consejos de mis mayores, sin sus abrazos sinceros, sin sus profundas bendiciones, cómo podría pronunciar un ¡feliz navidad! o un ¡feliz año nuevo! Pienso que sería una gran hipocresía de mi parte y no quiero caer en eso, prefiero ser auténtico, como ellos me lo enseñaron desde que yo era un niño. Por cierto, hace algunos años, un día de estos mi amigo Ernesto me dijo: Tú eres el antisolemne, y es que en nuestro encuentro—allá en la ciudad de Tepic—me limité a saludarlo de mano nada más, fue entonces cuando me dijo te hace falta darme el abrazo de año nuevo. No, le respondí, porque sería un abrazo meramente convencional y no me importa romper con las etiquetas impuestas por una sociedad hipócrita, frívola y falsa, pues cuántos te dan el abrazo deseándote lo mejor de la vida en un año que acaba de nacer, pero tan luego te volteas y te clavan el puñal de la envidia o del desprecio. No, Ernesto, prefiero ser auténtico—como me enseñaron mis padres—, pues la verdadera amistad o aprecio no se demuestra con un abrazo al año, sino cada vez que tengamos la fortuna de encontrarnos. ¿Por qué esperar que transcurran 365 días para expresarles nuestros verdaderos sentimientos a nuestra esposa, hijos, amigos o compañeros de trabajo? Es absurdo, —no te parece, le dije a mi amigo—; Sí, tienes mucha razón y la verdad no lo había visto de esa manera, pero sabes qué, me dijo en tono amigable, de todos modos para mí eres el antisolemne. Gracias, amigo, simplemente sigo las reglas que me inculcaron esos viejecitos que siguen vivos en mi corazón y que mientras viva seguiré al pie de la letra sus sabios consejos, porque son la mejor herencia que me pudieron haber dejado…aunque la tristeza me invada todas las noches—y no únicamente las navidades o años nuevos—cuando contempló la vieja casona, donde ellos vivieron, sola, vacía, sombría y sólo arropada por el manto oscuro de la noche como protegiéndola de algún intruso de esos que nuca faltan. Ernesto me dijo; respeto tu opinión amigo, porque cada cabeza es un mundo y créeme que admiro tu valor de expresarte tal como eres, porque comprendo la falsedad de muchos que te fingen amistad y en realidad son tus peores enemigos. Tus viejos, donde quiera que estén, estoy seguro que se sienten orgullosos de ti al ver que la semilla que sembraron fructificó y que no fue en vano, exclamó casi en torno paternal. Y concluyó; sabes que yo quise mucho a tus padres, sobre todo a tu padre, quien siempre demostró ser un hombre recto…no lo defraudes, sigue su ejemplo, no importa que físicamente ya no esté contigo, que las críticas—por ser como eres—no hagan mella en tu alma, se tú y sólo tú y deja que los demás piensen lo que quieran y como quieran, que al fin y al cabo a nadie le damos gusto. Ah, y olvida lo que te dije, fue sólo una broma; lo sé, respondí, porque te conozco desde que compartimos las aulas preparatorianas. Finalmente, nos despedimos con un fraternal abrazo, como en los viejos tiempos en que vivimos infinidad de aventuras.
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