martes, 6 de diciembre de 2011

VIAJE DE LA ISLA DE CAUTIVERIO AL PUERTO DE LA LIBERTAD...


Por: Juan J. Gaspar G.
 
Una blanca nube de gaviotas se pierde en el azul del cielo… Vuelan las aves y al cruzar la inmensidad del mar, me hacen voltear a mi pasado inmediato,  advirtiéndome que allá,  mucho más allá del lejano horizonte quedaron esas tardes y noches de melancólico encierro, de falaz cautiverio… Vuelven a revolotear sobre mí, pero  no son las mismas, como no son las mismas esas sombras de duda y esos ecos de miedo,  y una densa marejada de inquietudes, temores y angustias, de los cuales por fin me libré.


Hace  casi tres años me salvaron del  horrible naufragio,  esos hombres de aspecto indeseable, de  lenguaje procaz e indiscreta  mirada…  Arribé repentinamente a este viejo pueblo de pescadores una mañana de gran algarabía.  Hombres y mujeres subían y bajaban por la única callejuela que comunica  a este desvencijado muelle con el viejo faro que en silencio alumbra por las noches las inmediaciones costeras de San Juan Gibraltar.    
No era una celebración de gala, sino el reencuentro entre los torvos marinos, callados lobos de mar y sus hermosas contrapartes, curvilíneas mujeres que veían por fin colmadas sus noches de carnal ansiedad… Visiblemente cansado me dejé caer sobre un escarpado roquedal,  mirando sereno a los viejos pescadores que se hacían a la mar.

El Bismark II, de bandera alemana, me salvó de una muerte segura, cuando me sentía desfallecer luego de huir de esa vieja prisión militar enclavada en el pedregoso litoral de un islote inhóspito y desierto. Abordé este acorazado de manera casi fortuita, cuando por desperfectos comunes la tripulación tiró sus anclas, cosa que aproveché para llegar nadando hasta la eslora del barco y pedir auxilio, argumentando haber sufrido un brutal accidente…  Luego de ser interceptado por dos marineros de aspecto muy patibulario me condujeron ante el capitán de la nave.   
Tuve que mentir nuevamente, ocultándoles la verdad.   Cualquier acto de rebelión, puede ser tipificado como delito de disolución social,  que es para muchos un delito de lesa patria, y hasta de lesa humanidad.     
Esta fragata fue durante meses mi refugio.  Luego de ver cauterizadas mis profundas heridas, el Bismark II se convirtió para mí en un hospital, después en  una escuela y hasta en un centro de diversiones y aunque provoque risas, se me ofreció como un lugar de retiro espiritual, pero eventualmente un prostíbulo, en el que pude desatar desesperadamente los enclaustrados  demonios de la líbido, rodeado de mujeres nalgonas, de coprofágico lenguaje, pero muy  bellas facciones…
Me sentía muy seguro, durmiendo en una pestilente bodega, me sentía bendecido con la cercanía de un anciano capellán, que fuera excomulgado por borracho y peleonero, pero que como un sublime acto de contricción hacía el intento de mostrarme las sagradas escrituras; igualmente me sentí un personaje importante al recibir la proverbial tutoría de un viejo profesor, que se paseaba año con año, luego de que su mujer lo abandonara por sufrir ese pandémico problema de la disfunción eréctil.  
Con un mentor tan erudito, servicial y experimentado aprendí de todo lo que no había podido aprender y disfrutar, por vivir encarcelado injustamente en esa isla, mas espantosa que la apocalíptica isla de Patmos.   
Charles me enseño de todo, en medio de festivas burlas, aceradas críticas y uno que otro regaño.  Llegué a ser el campeón en los juegos de carta, un declamador que recitaba con acento magistral y  con gran sentimiento, hermosísimos poemas de amor y épicos sonetos en honor a la Patria, a esa Patria construida con enorme sacrificio y ahora convertida en una gigantesca Torre de Babel…

Por las mañanas hacía mis oraciones matinales apoyándome en el hombro de Matías el capellán. Al mediodía Con Charles repasaba mis lecciones de Aritmética y Lenguaje, comenzando a conocer y practicar un chistoso y complicado idioma extranjero.  
De un momento a otro, en nuestro improvisado plan de estudios, soliamos discutir acerca de algún problema de orden práctico bajo la idea de aplicar procedimientos y reglas de naturaleza matemática, de reglas ortográficas y de expresión oral y escrita.   
Charles descubrió en sus constantes correrías por la cubierta y las entrañas de ese viejo navío, un sitio de verdad formidable, saturado de libros, mapas y fotografías, asi como curiosos objetos de colección, que tal vez pertenecieron a una persona sabia e importante. Nuestra biblioteca, bueno, ese lugar que a veces convertíase en un auténtico prostíbulo, a donde introducíamos a dos hermosas suripantas que hacían el papel de terapeutas y ardientes  compañeras sexuales.  
Charles de Mirage, se sometió a un placentero tratamiento que lo rehabilitó de su penosa disfuncionalidad y a mí me ayudó a superar esos terribles dolores que provoca en prisión esa fatal abstinencia, agravada por el tortuoso aislamiento y esa deprimente y angustiosa soledad.

Por eso insisto en decir que, ahí fui tratado como un ser humano normal, a bordo del  Bismark II, esa vieja fragata que me trajo hasta este puerto, donde he comenzado a vivir, arraigado a esta tierra de pescadores alegres y mujeres gritonas. 
Ya estoy echando raíces, respiro la libertad y arrojo al expirar todos mis miedos. Me siento más completo y realizado, comienzo a trabajar tirando redes y vendiendo pescado. Soy humilde porteño, un alegre amigo, un complaciente  marido e incipiente maestro… Soy un hombre feliz y pronto seré un dichoso padre… Qué  más le exijo a la vida, qué puedo pedirle a Dios, si todo me lo está brindando, con amor y a manos llenas…

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