Por: Juan J. Gaspar G.
Una blanca nube de gaviotas se pierde en el azul del cielo… Vuelan
las aves y al cruzar la inmensidad del mar, me hacen voltear a mi pasado
inmediato, advirtiéndome que allá, mucho más allá del lejano
horizonte quedaron esas tardes y noches de melancólico encierro, de
falaz cautiverio… Vuelven a revolotear sobre mí, pero no son las
mismas, como no son las mismas esas sombras de duda y esos ecos de
miedo, y una densa marejada de inquietudes, temores y angustias, de los
cuales por fin me libré.
Hace
casi tres años me salvaron del horrible naufragio, esos hombres de
aspecto indeseable, de lenguaje procaz e indiscreta mirada… Arribé
repentinamente a este viejo pueblo de pescadores una mañana de gran
algarabía. Hombres y mujeres subían y bajaban por la única callejuela
que comunica a este desvencijado muelle con el viejo faro que en
silencio alumbra por las noches las inmediaciones costeras de San Juan
Gibraltar.
No era una celebración de gala, sino el reencuentro entre
los torvos marinos, callados lobos de mar y sus hermosas contrapartes,
curvilíneas mujeres que veían por fin colmadas sus noches de carnal
ansiedad… Visiblemente cansado me dejé caer sobre un escarpado
roquedal, mirando sereno a los viejos pescadores que se hacían a la
mar.
El
Bismark II, de bandera alemana, me salvó de una muerte segura, cuando
me sentía desfallecer luego de huir de esa vieja prisión militar
enclavada en el pedregoso litoral de un islote inhóspito y desierto.
Abordé este acorazado de manera casi fortuita, cuando por desperfectos
comunes la tripulación tiró sus anclas, cosa que aproveché para llegar
nadando hasta la eslora del barco y pedir auxilio, argumentando haber
sufrido un brutal accidente… Luego de ser interceptado por dos
marineros de aspecto muy patibulario me condujeron ante el capitán de la
nave.
Tuve que mentir nuevamente, ocultándoles la verdad. Cualquier
acto de rebelión, puede ser tipificado como delito de disolución
social, que es para muchos un delito de lesa patria, y hasta de lesa
humanidad.
Esta fragata fue durante meses mi refugio. Luego
de ver cauterizadas mis profundas heridas, el Bismark II se convirtió
para mí en un hospital, después en una escuela y hasta en un centro de
diversiones y aunque provoque risas, se me ofreció como un lugar de
retiro espiritual, pero eventualmente un prostíbulo, en el que pude
desatar desesperadamente los enclaustrados demonios de la líbido,
rodeado de mujeres nalgonas, de coprofágico lenguaje, pero muy bellas
facciones…
Me sentía muy seguro, durmiendo en una pestilente
bodega, me sentía bendecido con la cercanía de un anciano capellán, que
fuera excomulgado por borracho y peleonero, pero que como un sublime
acto de contricción hacía el intento de mostrarme las sagradas
escrituras; igualmente me sentí un personaje importante al recibir la
proverbial tutoría de un viejo profesor, que se paseaba año con año,
luego de que su mujer lo abandonara por sufrir ese pandémico problema
de la disfunción eréctil.
Con un mentor tan erudito, servicial y
experimentado aprendí de todo lo que no había podido aprender y
disfrutar, por vivir encarcelado injustamente en esa isla, mas espantosa
que la apocalíptica isla de Patmos.
Charles me enseño de todo, en
medio de festivas burlas, aceradas críticas y uno que otro regaño.
Llegué a ser el campeón en los juegos de carta, un declamador que
recitaba con acento magistral y con gran sentimiento, hermosísimos
poemas de amor y épicos sonetos en honor a la Patria, a esa Patria
construida con enorme sacrificio y ahora convertida en una gigantesca
Torre de Babel…
Por
las mañanas hacía mis oraciones matinales apoyándome en el hombro de
Matías el capellán. Al mediodía Con Charles repasaba mis lecciones de
Aritmética y Lenguaje, comenzando a conocer y practicar un chistoso y
complicado idioma extranjero.
De un momento a otro, en nuestro
improvisado plan de estudios, soliamos discutir acerca de algún
problema de orden práctico bajo la idea de aplicar procedimientos y
reglas de naturaleza matemática, de reglas ortográficas y de expresión
oral y escrita.
Charles descubrió en sus constantes correrías por la
cubierta y las entrañas de ese viejo navío, un sitio de verdad
formidable, saturado de libros, mapas y fotografías, asi como curiosos
objetos de colección, que tal vez pertenecieron a una persona sabia e
importante. Nuestra biblioteca, bueno, ese lugar que a veces
convertíase en un auténtico prostíbulo, a donde introducíamos a dos
hermosas suripantas que hacían el papel de terapeutas y ardientes
compañeras sexuales.
Charles de Mirage, se sometió a un placentero
tratamiento que lo rehabilitó de su penosa disfuncionalidad y a mí me
ayudó a superar esos terribles dolores que provoca en prisión esa fatal
abstinencia, agravada por el tortuoso aislamiento y esa deprimente y
angustiosa soledad.
Por
eso insisto en decir que, ahí fui tratado como un ser humano normal, a
bordo del Bismark II, esa vieja fragata que me trajo hasta este puerto,
donde he comenzado a vivir, arraigado a esta tierra de pescadores
alegres y mujeres gritonas.
Ya estoy echando raíces, respiro la
libertad y arrojo al expirar todos mis miedos. Me siento más completo y
realizado, comienzo a trabajar tirando redes y vendiendo pescado. Soy
humilde porteño, un alegre amigo, un complaciente marido e incipiente
maestro… Soy un hombre feliz y pronto seré un dichoso padre… Qué más le
exijo a la vida, qué puedo pedirle a Dios, si todo me lo está
brindando, con amor y a manos llenas…
0 comentarios:
Publicar un comentario