La política en tacones
Pilar Ramírez
Pilar Ramírez
(Cortesía de www.periodistaenlinea.org)
Un asaltante se encuentra con un señor y le dice “deme todo lo que traiga”, la víctima del asalto le contesta “usted no sabe con quién se está metiendo, yo soy un político muy importante”, le contesta entonces el asaltante “deme todo lo que me robó”.
Un asaltante se encuentra con un señor y le dice “deme todo lo que traiga”, la víctima del asalto le contesta “usted no sabe con quién se está metiendo, yo soy un político muy importante”, le contesta entonces el asaltante “deme todo lo que me robó”.
Este chiste me lo contó el más joven de los Figueroas, quien, asiduo como es a las redes sociales, me mantiene al tanto de la información que consumen niños y adolescentes; el cuentecillo está circulando en Facebook y se repite alegre y constantemente fuera de las redes.
La broma, ingeniosa pero nada inocente, es sólo una muestra de la mala fama que tienen los políticos. Se les considera deshonestos, corruptos, faltos de ética, que sólo trabajan para sus intereses y no el de la sociedad, pero sobre todo, que siempre faltan a la verdad. En su Política para Amador, Fernando Savater analiza el por qué de esta mala fama de los políticos y encuentra que mientras la ética tiene una perspectiva personal e individual, en la que cada persona decide lo que hace con su libertad, la política se trata del acuerdo con los demás, de lo que hace el conjunto.
Los políticos profesionales se dedican a tratar de coordinar, de conjuntar las acciones que se derivan de las libertades de muchos. Sin duda, esta coordinación representa una necesidad en todas las sociedades, el problema está en cómo se asigna y cómo se ejerce tal responsabilidad.
En las sociedades que se definen como democráticas, la asignación de la tarea es por la vía electoral, es decir, como no todos pueden hacerse cargo de la conducción del grupo, eligen a uno de ellos. Esto supondría que unos dicen qué hacer y los otros obedecen, pero, en teoría de nuevo, obedecen porque están de acuerdo en ello, pues para eso eligieron al que los representa. Señala Savater que “la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse”. Las razones para obedecer se van erosionando cada vez más, debido a que los políticos, dedicados a representar a los otros y cuya vida inevitablemente traspasa el ámbito de lo privado, se nos muestran como personas que gozan de privilegios extraordinarios, que “mienten hasta cuando duermen” (Savater dixit), que a menudo cometen abusos de distinta magnitud apoyados en el cargo que les confirió la sociedad a la que dicen representar, cuando debería ser al contrario, que si un político pretende ocuparse de dirigir o de orientar lo que muchos hacen o deberían hacer con sus libertades, ello les obligaría a ser responsables, en primer término, de sus decisiones personales, es decir, de actuar con ética para después ocuparse de la política. Esto, lamentablemente, casi nunca ocurre, de ahí la mala fama de los políticos.
Por otra parte, la designación por vía de la elección ha devenido en un proceso que tampoco admite el calificativo de “libre”. Las campañas se han convertido en el periodo que aprovechan los candidatos para convencer a los votantes de que les entreguen su voto, no de mostrarles por qué deberían hacerlo, con base en su trayectoria, en su conducta o en sus propuestas. La propaganda política se ha convertido en un instrumento de coacción más que de persuasión y para usarla de ese modo se estudia la conducta de las audiencias; podría decirse que el conocimiento de las respuestas del público para diseñar los productos mediáticos con los que se intenta captar al votante tiene las tres agravantes que presentan algunos delitos: premeditación, alevosía y ventaja.
Si se sometieran a escrutinio las promesas de campaña de casi cualquier candidato, se vería fácilmente que no ha cumplido, pero no sólo eso, en algunos casos también se constataría que sabía de antemano que no podría hacerlo y de todos modos lo prometió. Por estos días tenemos ejemplos de sobra. “Mi compromiso es contigo y con todo México”, dice el priista Enrique Peña Nieto en su lema de campaña y eso nos obliga a recordar otras promesas de ese mismo partido: la “renovación moral de la sociedad” de Miguel de la Madrid solapó corruptelas de todo tipo; la invitación a “que hable México” de Salinas se olvidó la noche del cómputo de votos y el “bienestar para la familia” de Zedillo quizá fue para su propia familia.
La campaña negativa del PAN dice en sus anuncios “Peña no cumple, Peña es un mentiroso”, ¿esto será en contraste con la prístina verdad con que nos han hablado los políticos panistas para llegar al poder?, como el empleo prometido por el gobierno calderonista o el cambio que ofreció Vicente Fox. “Josefina diferente” reza el lema de campaña de la candidata conservadora, cuando no cambió ni de estratega político e intenta, igual que en la campaña panista anterior, conseguir el voto apelando al miedo y al enojo de los mexicanos.
“Si el gobierno no te da las medicinas, que te las pague”, “Cadena perpetua para secuestradores y que no salgan nunca” dice con una oscura sintaxis la campaña del Partido Verde. Si en el sector salud una consulta de medicina familiar la programan mes y medio después —para no hablar de las de especialidad que las aplazan hasta cuatro meses— y encima hay que gestionar el pago de las medicinas, pues ya les quedará a los hijos o los nietos de los enfermos intentar cobrar esta deuda; la cadena perpetua a secuestradores parece buena idea, pero: ¿nos podrían decir como para cuándo creen que habrá en la cárcel secuestradores a los cuales condenar?
Gustavo Ponce, Bejaranos y otros se encargaron de derribar aquello de la honestidad valiente. Hasta “Juanito” está haciendo su aportación al perfil de los políticos; en los calendarios que reparte por las calles como “candidato del pueblo” dice que el pueblo dice “ni mafiosos, ni burros, ni rateros”, lo que haría suponer que él está excluido de todas esas categorías.
Hasta la fecha no se ha presentado un político que diga que le gusta combinar la política con vivir bien, o que él puede administrar razonablemente bien el país, o que le gusta ejercer el poder pero que ofrece hacerlo con sensatez. Una afirmación con estos visos de honestidad sólo servirían para crucificarlo y seguro no ganaría. Quinto Tulio Cicerón, hermano y consejero electoral del cónsul romano Marco Tulio, afirmaba que la gente prefiere una promesa falsa que una negativa. Quizá esta sea la razón por la que los políticos siguen prometiendo falsamente y los ciudadanos haciendo que creen que “ahora sí”. Los expertos en mercadotecnia política hablan de la autenticidad como un elemento fundamental para construir la imagen de los candidatos, imagen útil para generar una percepción positiva. Nunca dicen que el candidato hable con la verdad sino que suene verosímil, auténtico. La elección la ganará el que logre vender mejor su imagen.
Muchos ciudadanos no sabemos exactamente a qué responde la desconfianza hacia los políticos o no nos ponemos a analizar dónde surge, sólo estamos seguros de que nos mentirán, que las mentiras recaerán sobre nosotros para afectarnos y que nos daremos cuenta de ello cuando sea tarde, es decir, cuando el candidato sea gobernante, diputado senador.
Ante esto, de nuevo es pertinente Savater: “los gobiernos no pueden hacer feliz a nadie: basta con que no le hagan desgraciado, cosa que sí pueden hacer fácilmente”.
ramirez.pilar@gmail.com
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