Avenida México. Tepic, Nay. (1947) |
Por: José B. Algarín G.
CASI UNA LEYENDA (CONOCIENDO AL
“GÜERO” WILMER)
Frente a la casa donde vivíamos por la calle Veracruz, entre lo que era la
calle Herrera (hoy Insurgentes) y la calle Miñon (hoy Antonio Rivas Mercado), vivía una familia de apellido Rodríguez, por cierto que el hijo mayor
de nombre Rigo, perdió parte de su pie izquierdo en un accidente
automovilístico y tenía 4 ó 5 hermanas; la mamá se llamaba Dña. Lola, viuda
ella.
Hacia el lado de la calle Herrera, vivía una señora, Dña. María Gómez junto
con su hermano un señor de nombre José, que se ganaba la vida acarreando agua en
dos botes alcoholeros desde la “caja del agua” que quedaba al final de la
Calzada de la Cruz, y desde allá los
traía, más de dos kilómetros que con
facilidad los transportaba en un soporte que consistía en un palo que se ponía
sobre su fornidos hombros con un bote a cada lado. Era todo un atleta.
Hijo de Dña. María un joven
larguirucho, semipecoso, de pelo rubio, conocido como el “güero” Wilmer, que
tenía fama de ser un “vaguillo” y que según decían las malas lenguas había
pisado en varias ocasiones la “preventiva” por pequeños hurtos que nunca se le
pudieron comprobar.
La mamá, Dña. María
vestía de una manera extravagante. Moda que copiaba de revistas inglesas que le
llegaban desde Londres y que ella misma confeccionaba, vestidos largos,
generalmente de tul, de preferencia de colores claros (ella era una mujer
guapa), que combinaba con sombreros y sombrillas que hacían juego con toda su
indumentaria. Su calzado era por supuesto adornados por ella misma con moños y
aderezos.
Esta dama era originaria de Mazatlán
donde conoció al que fue su esposo, un súbdito inglés, héroe de la
primera guerra mundial, que por méritos en acción fue designado agregado en el
Consulado del Reino Unido con sede en el mismo puerto de Mazatlán.
Al cumplir su cometido y llegar a una determinada edad fue llamado a
integrarse a su país por ordenes de su Majestad el Rey Jorge VI, y según me
contaba mi nuevo amigo Enrique Wilmer Gómez, éste llamado al retiro de su papá,
y al tratar de irse con su familia la Sra. María, no aceptó de ninguna manera
irse “al otro lado del mundo” y pues desde entonces empezó a tener problemas de
identidad llegando desgraciadamente a la perdida de la razón.
Y como buen súbdito inglés...se fue (Recuerdo que el güero Wilmer me
decía que su papá le comentó ya para irse, que ¡las órdenes no se discuten, se
cumplen!).
Dejando a su esposa y a su hijo los
cuales se vinieron a refugiar con su único familiar que vivía en Tepic
su hermano el Sr. Don. José, que por cierto tenía un genio terrible.
En una ocasión que tuvo un disgusto con mi amigo el güero Wilmer, yo vi cómo arrancaba de una barda un enorme adobe y se lo lanzó de banqueta a
banqueta, con tan buena suerte y dada la agilidad de Enrique, logró esquivar semejante
proyectil.
Era lógico que nos hiciéramos amigos, dada la vecindad de domicilio y de
ahí en adelante fue un gran amigo de todos los que en aquel entonces
estudiábamos en la escuela Secundaria,
más con los que veníamos de Acaponeta, pues en dicha casa que mi tío nos prestó
se reunían a diario gran cantidad de estudiantes no únicamente de Acaponeta sino de varios municipios de la
entidad.
Ahí empezó su afición por el canto, pues tenía a un auditorio “cautivo”
y de verdad se proyectaba como un magnifico barítono, tanto, que llegó a concursar años después en la “Hora
Nacional” ganando el primer lugar.
Supe que había estudiado, que terminó la secundaria y luego se graduó de
maestro...¡lo que es el espíritu de superación! Y en parte me siento orgulloso
de haberle puesto el ejemplo del estudio todos nosotros los de “esa época” y de ese barrio.
Enrique Wilmer recibía periódicamente una determinada cantidad de dinero
que su padre le enviaba desde Inglaterra. El muchacho vago que nos encontramos
al llegar, poco a poco se iba convirtiendo en un joven más responsable, y claro,
afecto a las travesuras propias de nuestra edad.
Con mucha frecuencia íbamos a robar cañas, pues un poco más adelante del Molino de Menchaca ya eran cañaverales.
En una ocasión una persona a caballo nos sorprendió “in fragranti”
delito. Era el que cuidaba a los intrusos que iban a lo mismo. Esa persona nos
detuvo como pudo, éramos 4 a 5 jóvenes deseosos de saborear la glucosa del
fruto de las cañas, y en “fila india” nos llevaba “arreados” a la escuela
secundaria para reportarnos con el director. Yo encabezaba aquella pequeña
tropa, y de súbito empecé a caminar mas de prisa de tal manera que el se emparejo y preguntándome - ¿a dónde crees que vas?....Yo simplemente le
contesté....¡a mi casa! y emprendí una
vertiginosa carrera que ni a caballo me pudo alcanzar y por supuesto el resto
de mis compinches hicieron lo mismo...
Teníamos un compañero de estudio de nombre Agustín Zamorano García,
joven imberbe, esmirriado, sumamente delgado, que por cierto se fracturó un
brazo al querer “agandallar” una porción de comida, que, al dar el último toque
para que se iniciara la “raspa”, como así le decíamos a nuestros sagrados
alimentos y al no llegar a tiempo el dueño de dicha ración pues era del primero
que lo tomara. El caso está que así
resulto fracturado al caer sobre la mesa.
Era un buen estudiante, aplicado, y tenía muy buenas calificaciones.
En una ocasión me tocó formar parte de un grupo de estudiantes que
teníamos una tarea para presentarla al
día siguiente.
A base de tortas y refrescos que nos fiaba Dña. Emilia, quien tenía una
pequeña tiendita exactamente contraesquina de la escuela. Esa vez la tarea se
nos complicó y hemos de haber durado unas seis horas terminando el trabajo, mismas
que no estuvimos a tiempo para asistir a comer y nos extrañaba mucho que
Agustín no se hubiera levantado ni una sola vez para ir al baño, nos consta que
se había tomado mas de dos “caballitos” (refrescos de entonces que contenían
casi 750 ml.) ...y de repente....nos invitó perentoriamente a la cancha de usos
múltiples, cancha que era únicamente de tierra, donde se jugaba voly, fut, y
basket.
Y ahí, frente a todos nosotros, empezó a miccionar. Vaya sorpresa y
admiración de todos, pues empezó a poner
su nombre completo con letras de casi un metro de altura. ¡imagínense!
Agustinzamoranogarcia, ¡sin separar ninguna letra! y
al finalizar todavía le “alcanzó” para una “antefirma”....al terminar se le
obsequio con una carretada de aplausos...¡era toda una hazaña!
Además tocaba guitarra y cantaba, no lo hacia tan mal. Y, (no lo van a
creer) tenía un control tan “especial” en el esfínter externo del ano, que
iniciaba por medio de “ruidos”
científicamente llamados flatos,
¡el inicio de la “Marcha de Zacatecas”!
Sí, es creíble, pues fui testigo de este “espectáculo” musical ¡varias veces!
¡VAYA TIPO!
En una ocasión Agustín me invitó a una cenaduría cuyo dueño de nombre
Marcos (se le llamaba “Marquitos” por ciertas preferencias sexuales). Al
parecer le habían mandado un dinero de Acaponeta y pues ahí estábamos pidiendo
cada uno un plato grande de pozole, con su respectivo “caballito”, no me
extrañó mucho que él escogiera una de la mesas que estaban a la entrada del referido restaurante y que
con gusto dimos cabal cuenta del magnifico plato de pozole, cuando
intempestivamente me dijo él, ya casi en
la puerta ... ¡Córrele!...! ¡Nos vamos!....Ese fue mi primer “pisa y corre” (¡el pedir algo, comértelo y huir de ahí
desaforadamente por supuesto que sin pagar!)
En la esquina de las calles Miñon y Veracruz había un “tendajón” atendido por Don. Lupe, quien nos vendía
“al menudeo” cigarros “Faros.”
Es de imaginarse la “pandilla” que se formaba, sobre todo para jugar
fut-bol, por supuesto que en la calle, esto llegó a molestar a muchos
transeúntes tanto pedestres como en
vehículos. El caso es que llego a oídos de las autoridades ya sea de tránsito
como de la policía municipal. Se giraron
ordenes de nuestra detención y en varias ocasiones se trasladaron patrullas de
policía y tránsito bloqueando la calle
de Veracruz, sin embargo no podían controlar a la “chusma” que corríamos raudos
a nuestra casa, a la casa del güero Wilmer y con la Sra. Dña. Lola. de tal
manera que aún cuando llegaran a
buscarnos a nuestra respectivas casas la “Nina”
salía en defensa de todos nosotros, exigiendo a los policías y agentes
de tránsito, que se nos dotara de espacios para jugar nuestro deporte favorito,
en aquel entonces no había realmente una cancha de fut-bol.
Solamente en una ocasión detuvieron a uno de nuestras “estrellas” a un
joven que tenía (tiene) el defect de ser miope; él es Hilarión
Rivera que por cierto mal lo habían llevado a lo que era la “preventiva” (preventiva que al mismo tiempo era la
entrada a la cárcel en aquel entonces situada en la calle Mina a un costado de lo que hoy es Palacio de Gobierno). Cuando mi Nina llegó exigiendo su libertad, y no se me olvida, que llevaba en la mano una vara de
membrillo con la cual golpeó en repetidas ocasiones el mostrador en donde se
“arreglaban” los asuntos. El alcaide, sorprendido al ver la furia de aquella pequeña -gran- dama, reclamando a uno de sus “hijos” de inmediato se lo entregó, suplicándole
que por favor controlara a ese grupo de afectos al juego de la patada. En
aquellas épocas el papá de Hilarión era diputado local pero él ni siquiera se
enteró.
Otro de los vecinos del barrio era un joven alto, moreno que se llama
Felipe Silva, que con el tiempo llego a ocupar importantes puestos de gerencia
en Agencias de venta de automóviles.
Los de aquella generación, conocíamos a lo que era una leyenda, un joven
que se le apodaba “El Cadete” alto, de
buen físico, bien parecido, que había terminado un año antes su educación secundaria. Atleta consumado,
era muy bueno en todos los deportes.
Por la calle Miñón, vivía un
amigo de la pandilla (no era estudiante), de mala fama, pues en varias
ocasiones pasaba “vacaciones” en la cárcel. Generalmente por hurtos.
Tenía una hermana
muy guapa y casi casi la amistad era
para congraciarnos con la bella y escultural hermana. Era tan asediada que una
vez un pretendiente de novio al estarla
visitando en la noche para platicar con ella, Luís, que así se llama nuestro
amigo, el cual tenía el apodo de “Guas,”
haciendo malabares logró subir a lo que era una especie de cornisa en el
techo de su casa y no lo van a
creer...no sé cómo, pero balanceándose logró acomodarse de tal manera
....que ¡DEFECÓ SOBRE EL NOVIO!
¡Obvio es decir que a dicho pretendiente nunca más lo vimos por el barrio!
Una vez que se nos “ponchó” una pelota con la que jugábamos fut, nos
cooperamos para la compra de una nueva y me tocó a mi junto con el Guas ir a comprarla, y fuimos a
una tienda por la calle México e Hidalgo
donde había en exhibición muchas
pelotas, todas de buena calidad, y escogiendo él, la que más se prestaba para
nuestro deporte y con compradores varios alrededor y casi casi, enfrente del
dueño la botó en varias ocasiones como para comprobar su “bote” salió de la
tienda botándola como si nada ¡dejándome a mi con un palmo de narices! Por supuesto que salí de ahí con miedo de que me detuvieran. Me declaro a estas fechas coautor de este hurto. Esta misma persona muchos años después me
visitó en la Ciudad de Guadalajara, por cierto estaba yo recién casado y me
pidió de favor que lo “escondiera” unos días pues se acababa de fugar de la
Penitenciaria de Oblatos. Permaneció en mi casa unos días y sin despedirse se
fue. Nunca lo he vuelto a ver.
Un homónimo de un artista de gran prestigio en aquella época de nombre
David Silva, compañero de estudios, gran deportista y muy parecido efectivamente al actor de moda
David Silva murió joven de diabetes.
De nuestros vecinos de aquel barrio era otro compañero de escuela, de
Apellido Messina, que le llamábamos el “Chero”, quien vivía con una tía a dos
casas de la nuestra. Buen estudiante.
Enseguida de la casa que habitábamos vivía una familia, los Díaz López.
Arturo, compañero de nuestra generación, su hermano Alejandro que era compañero
de estudios superiores con el posteriormente Gobernador del Estado Dr.
Julián Gascón Mercado, en esa época
novio de una hermana de Arturo de nombre María, ¡mujer hermosa!
No de nuestro
barrio, pero si un frecuente visitante era un querido compañero que se llamaba
Jorge Betancourt de apodo el Mamut. De quien me enteré con pena de su fallecimiento.
Así como un gran amigo llamado Amado López, quien vivía rumbo al
estación de ferrocarril que nos frecuentaba mucho.
Todos estos, (y alguno más) a pesar de nuestras vagancias salíamos adelante en cuanto a calificaciones
y permanecíamos como alumnos en dicha Escuela.
Por esa época conocí lo que en aquel entonces era la zona roja, donde
había un billar, cuyo dueño o encargado era un tal Don Cuco, mismo que al
vernos llegar no sabía si corrernos o aceptar las pocas monedas que llevábamos
para jugar una “mesa de billar”; generalmente optaba por lo segundo, y al grito
de “Bolasss Don Cuco” se aprestaba a llevarnos las bolas para jugar, grito que se hizo famoso en la clase media de
Tepic, sobre todo cuando pasaba algo, lo que fuera, de manera
intempestiva...¡Bolasss Don Cuco!
No sé cómo se enteró
la Policía Municipal y periódicamente hacia “razzias” llevándose a varios que
no podían justificar su mayoría de edad.
En una de esas acordadas me tocó estar dentro de ese antro y lo primero
que se me ocurrió fue meterme al baño e ignoro cómo (era de baja estatura y muy
delgado) acomodándome encima del
deposito de agua de un baño que estaba en la parte superior y que por
medio de una cadenilla se desaguaba, ahí me acomodé, acurrucándome lo mas que
pude y al llegar un policía y abrir la puerta pues es lógico que no me vio por
no voltear hacia arriba.
¡Uffff, qué susto!
Ahí conocí a un gran jugador de billar de nombre Ramiro Galeana, quien
prácticamente vivía del juego, era un gran aficionado a la navegación y tenia
su lancha en San Blas, pues él era nativo de ese bello puerto (Años después
desposó con una prima hermana mía, Consuelo Algarín, hija de mi tío Manuel
Algarín hermano de mi Padre).
Breve paréntesis para contar una de tantas anécdotas de mi “Nina” quien
aun cuando Uds. no lo crean, en los desfiles 16 de Septiembre, 20 de Noviembre
y algún otro, nos acompañaba a mi hermano Héctor y a mí al mismo paso, y casi
sabia los movimientos de las evoluciones que teníamos que hacer, sobre todo yo,
que por más delgado y hábil, parado sobre unos polines de madera, hacer
acrobacias sobre los hombros de mis compañeros más altos y fuertes que yo. Pues
bien, ella llevaba un especie de recipiente (bule) con agua fresca de horchata
de arroz o de jamaica y en los breves
descansos en el que marcábamos el
paso ¡se atravesaba en la fila para darnos unos sabrosos tragos de agua fresca!
¿Qué tal?
En esos desfiles se contrataban unos camiones con la plataforma
únicamente (sin redilas) y en la parte
posterior se adaptaba los postes donde se les añadía las canastas para hacer un simulacro de juego
de basket. Ahí era donde la gloriosa
Escuela Secundaria se lucía pues realmente contaba con muy buenos elementos
para este difícil deporte.
Sobresalían por supuesto los de Acaponeta, con Gamboa, Carlos
Mallorquín, Joel Infante y un jugador
muy bueno, éste de Santiago al cual
apodábamos “El Pichas”, por la gran cantidad de espinillas que tenía ¡que realmente parecían pichas de tan grandes!
Como anécdota, un muy buen estudiante de San Felipe Aztatán, del
Municipio de Tecuala, Rafael Díaz
Mallorquín, magnifico amigo que hizo una brillante carrera en la Ciudad de
México y por sus dotes de buen político y su reconocida bonhomía, llegó a ser
Presidente Municipal de su terruño y
desde tiempo inmemorial el reclamo de los habitantes de Tecuala era
contar con un puente que les permitiera el paso hacia la orilla opuesta del Río
Acaponeta hacia la margen izquierda donde se localiza un gran ingenio azucarero
llamado El Filo, y durante su gestión
a través de amistades en el
centro de la República por fin se hizo realidad dicho puente quedando ante sus coterráneos como un gran
Presidente.
Desgraciadamente al año siguiente de su inauguración y al tener dicho
río una inundación no esperada que fue
de tal magnitud que el Río modificó su cauce y el puente quedó ¡fuera del
susodicho río! ¡Qué poca “madre”...del
río!
En esas épocas se verificaba un gran baile en Acaponeta que se llamaba
de Blanco y Negro, en el cual los
caballeros íbamos de riguroso traje negro y las damas de vestidos blancos, todo
unas verdaderas creaciones de la moda en esa época, generalmente tenía lugar
en el mes de noviembre de cada año y era un acontecimiento realmente de mucha
fama en el occidente de la República, pues la mejor sociedad, no nomás de
Acaponeta sino de estados vecinos: Sinaloa, Sonora, Jalisco, Durango,
Zacatecas, Colima, enviaban a sus Embajadoras, muchachas realmente hermosas
representando las ciudades más importantes
de sus estados. La presentación de ese ramillete de bellas damas estaba
a cargo de un Maestro de Ceremonias, el locutor de más prestigio en el estado,
el Sr. Roberto Mondragón, ya conocido nuestro que no le faltaban elogios al
presentar a cada una de tan bellas exponentes femeninas. Ver ese desfile de
féminas valía la pena asistir a dicho sarao.
Se contrataba a una orquesta de gran fama de la Ciudad de México, la de
Luis Arcaraz fue una de las que me tocó escuchar....y bailar a sus ritmos.
Encargados de la decoración de tan magno evento eran dos personajes de
la pintura conocidos por el gran despliegue de imaginación que exhibían, pues
tapizaban de un papel especial todo lo que eran las paredes del gran centro
social del Astoria Club con temas como “Una noche en Bagdad”...o “Safari en
África”... los autores “Chinto” Parra y Julio Casillas Larios. Pues
bien...estando ya para finalizar el último grado de la Secundaria pedimos
permiso a nuestros respectivos padres, me refiero al Dr. Jesús Gómez Estrada y a mi Padre para
asistir a dicho baile, y como nos fue concedido, pues allá vamos, a Acaponeta.
No me fue difícil conseguir un traje pues el Dr. Chan, vecino nuestro y
gran amigo de la familia me prestó, no, qué digo me prestó, me regaló un traje que era
precisamente de mi enjuta talla, pues debo decir que nuestro querido Dr. Chan
era un hombre de baja estatura (la cual suplía con un gran corazón).
Puntual a la cita llego a mi casa el joven estudiante compañero mío
Jesús Gómez de los Ríos, elegantemente vestido de negro, y de ahí silbando de
contentos nos dirigimos al baile ese tan mentado, que se verificaba
precisamente a espaldas de mi casa paterna. Mi papá me acababa de regalar un
reloj, no recuerdo la marca, pero me sentía feliz cuando menos de saber la hora
en que vivía.
Pagamos el coste de la entrada, y al no tener recur$o$ para reservar una
mesa, nos dirigimos directamente a la barra y pedir ahí, a un conocido nuestro
de color “serio”, pues se le conocía por el apodo de el “Azabache” por lo
“negrito” de su piel que hacia las veces
de bar-tender, dos “cubitas” y estar a
la expectativa de iniciar el desfile de las bellas damas Embajadoras.
A una distancia cercana a nosotros nos dimos cuenta de la presencia de
unos jóvenes de la vecina Ciudad de
Tecuala, enemigos acérrimos en cuanto a que ellos venían a tratar de conquistar
a “nuestras” bellas Gardenias, como así se les conoce a las lindas muchachas de
Acaponeta. Ellos sí, estaban cómodamente sentados, mesa que compartían con
otros de sus coterráneos, y al vernos llegar y pedir nuestras bebidas, dos de
ellos sigilosamente se levantaron y al pasar por nuestro lado uno de ellos
arrojó el resto de su cigarro todavía encendido precisamente en el vaso recién
servido de mi amigo Chuy (que así le llamada de amistad). Los dos, tanto
Chuy como yo, vimos de reojo esa acción, y pues como no era mi vaso, me hice el
disimulado...Cuando Chuy trato de tomar de su vaso y al ver aquello me increpó
violentamente preguntándome: ¡Oyee! ¿Qué
es esto? ¿Quién hizo esto?... Le preguntó también a nuestro querido “Azabache” y el ni se molestó en contestar...
Con toda calma le dije, mira Chuy, tú sabes muy bien quien te lo aventó
y ahí están, en el baño. Chuy se puso
histérico y me dijo ¡vente! Van a ver
estos hijos de su....etc.... Yo, acostumbrado a frecuentes riñas, pues empecé por aflojarme la corbata, me quité mi
reloj y me desabroché el primer botón de mi camisa, y no se si hice una o dos
flexiones de mis piernas preparándome pues a una sangrienta batalla...llegamos
al baño, los vimos, Chuy se adelantó y tocando con singular brusquedad el
hombro del culpable le increpó...¿tú tiraste tu “bachicha” en mi vaso?...interrumpiendo así
la evacuación que hacia el interfecto de su vejiga....contestó.....!Si! ¡¿Y qué?!
Yo, a cierta distancia preparado a todo y con una cantidad enorme ya de adrenalina circulando en mi torrente sanguíneo estaba listo para empezar una doble pelea, pues su acompañante también noté que
estaba ya listo. Y la sorpresa que me llevé fue mayúscula, pues Chuy....calmadamente
le dijo......!pues no lo vuelvas a hacer! Y dando media vuelta, me dijo , ¡ya
vamonos! (¿?)
Esto que les cuento pasó realmente y hasta la fecha no me explico porqué
ese cambio súbito de conducta, pues Chuy era muy bueno para los pleitos, y pues
me imagino que los quiso “perdonar”. Nunca más se comentó ese incidente en el
futuro.
Así que nos regresamos a nuestros lugares en la barra y pues, ¡a bailar!
Mi papá era propietario de un predio rústico de nombre “EL Corral Falso”
en un barrio que se llama El Cerro, que eso era, un cerrito que colindaba con
el Río Acaponeta, que tiene una vista preciosa pues se ve el puente del
ferrocarril, el río, y todo un panorama donde se aprecia el inicio de la sierra
cuyo frontispicio es un cerro de nombre “Cacahuatal” y en los atardeceres
maravillosos refulgía una gran mole pétrea que daba la sensación de estar en
otro mundo por reflejar los últimos rayos solares con unos colores iridiscentes.
En la ladera opuesta del cerro mi
papá construyó una pequeña casita que él
personalmente dirigió su erección, era una casa sencilla, con dos recámaras,
cocina y un pequeño baño. Se llegaba a ella por medio de una escalera, y al
inicio de la misma una fuente de agua con un pequeño puente en donde había
peces de colores traídos de Michoacán,
muchos años antes, en una convención de Rotarios a la cual habían asistido.
En el centro de dicho predio había un tronco desde tiempo inmemorial,
quizá de una ceiba gigantesca. Se le habían hecho muchos intentos para
quitarlo, pero ni el hacha, ni el fuego lograban hacer desaparecer dicho resto
vegetal. De tal manera que cada que yo estaba en Acaponeta como reto personal
hacia todo lo posible por que desapareciera sin lograrlo, callos me salían en
las manos al usar una hacha ¡y nada!
En una ocasión y recién llegado de Tepic
se me ocurrió hacer un recado con la vieja maquina de escribir de mi
Papá, una Oliver por cierto, al Sr. Luís Chávez Barahona, única persona
autorizada para vender cartuchos de dinamita, fulminantes y mechas, autorizando
“a mi hijo Pepe, para que se le entregara un cartucho de dinamita con un metro de mecha y los fulminantes
respectivos, material que yo pasaré a pagar en la brevedad posible”, así
falsificando la firma de mi papá me hice de dichos materiales. Pues según yo ya
tenía la experiencia necesaria para el manejo de tan peligro explosivo
(Acuérdense de mis clases de pirotecnia con mi gran amigo “El Chango”).
Así armado me dirigí al “Corral Falso”, llegué hasta donde estaba aquel
reto que durante años me había desafiado ganando siempre la batalla por su
existencia.
La estrategia que usé fue conseguir una barra de regular tamaño de tal
manera que pudiera llegarle al corazón mismo de tan porfiado tronco, así, con
un marro, el cual me sirvió magníficamente
y después de algunos minutos logré penetrar aquel intrincado laberinto
de raíces y por medio de éste agujero preparé con mucho cuidado todo el
cartucho de dinamita aplicándole el fulminante adaptado a la mecha y logre
introducirlo hasta el fondo. Hecho esto hice una especie de lodo el cual fui
metiendo hasta dejar completamente sellado el agujero aquel, quedando de una
manera hermética la boca de aquel agujero, que ya no era más, y me esperé unos minutos, pensando y calculando
el tamaño y la magnitud de la explosión.
Por fin me animé y encendí la mecha, mecha que tenía un poco más de un
metro de longitud. Haciendo esto corrí a una distancia para mí prudente y a
esperar... pasaron los segundos ..los minutos y nada de explosión...no quedaba
más que esperar...me acerqué un poco
¡y nada!
Ni siquiera se veía humear...al dar unos pasos mas sentí que la tierra
temblaba y al unísono se oyó una sorda pero tremenda explosión que casi me
tumba, y ¡ahí estaba! ¡Lo que quedaba del tronco completamente a ras del suelo!
¡Lo había logrado!
Asustado pero contento vi mi logro realizado. Con orgullo invité a mi
papá esa misma tarde a que viera mi hazaña esperando un reconocimiento de el, y
lo que me resultó fue todo lo contrario, una tremenda regañada de mi querido
Padre.
(Continuará...)
(Continuará...)
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