lunes, 30 de abril de 2012

REMEMBRANZAS...CASI UNA AUTOBIOGRAFÍA (5a. parte)


Por: José B. Algarín González

RUMBO A GUADALAJARA...

Se termina una época y se inicia otra...
Después de la graduación y del respectivo baile, y con la ilusión de continuar mis estudios me despedí de mi querida Escuela Secundaria, de mis Maestros, y compañeros que por distintos rumbos siguieron en sus avatares de la vida donde nos esperaba a todos un futuro incierto. Muchos emigraron a la Ciudad de México donde lograron realizar sus sueños al graduarse en distintas áreas.
Por platicas sostenidas con Héctor Gamboa muchos años después  supe que incidentalmente se encontraron con un rico ganadero y agricultor de Acaponeta, Don Marcial Lizárraga, quien llevaba una magnifica amistad con el ex Gobernador de Nayarit Don. Gilberto Flores Muñoz, el cual ocupaba nada menos que la Secretaría de Agricultura, no teniendo ninguna dificultad para acomodarlos en varias áreas de su dependencia, los afortunados fueron Gamboa, Joel Infante, Rafael Díaz Mallorquín, Salvador Vallin y otros que de momento se me pierden en la nebulosidad del tiempo (y de la memoria).
Los que emigramos a Guadalajara fuimos pocos quizá 10 ó 12, de los que recuerdo fueron Carlos Rodríguez Ibarra, Javier del Toro Partida, Jesús Gómez de los Ríos, Luís Navarrete Zúñiga, el que escribe y otros más.
Esta vez nos acompañó mi papá, quien por sus amistades nos había ya rentado un cuarto...sí, un cuarto, en la esquina que forman las calles de Mezquitán y Garibaldi en el populoso barrio de la Capilla de Jesús, anexo a una Botica cuyo dueño era precisamente el dueño del cuarto.
Por supuesto que en este inicio de la nueva aventura me acompañaba mi querida hermana Tere, quien al ver aquel cuarto casi lloraba. Se trataba de cuatro paredes y un techo, con una puerta al fondo, donde había un baño completo y una media cocina. Un lavadero, y un patiecito para tender la ropa, con un boiler, no de gas, sino de aquellos que había que comprar un combustible a base de aserrín prensado impregnado con ¿Tractolina?, ¿Diesel?, ¿Petróleo? Era una bolsita compacta.
Había por ahí una llanta de carro que esa primera noche nos sirvió de almohada, afortunadamente cada uno llevaba una cobija.
Antes de regresar mi papá para Acaponeta ya había tratado con la dueña de un pequeño Restaurante precisamente a la vuelta, por la calle Mezquitán, y dejó pagado por adelantado unos días para nuestra alimentación.
A pocos pasos del restaurante mi papá tenia un amigo, creo que hasta compadre de él, que tenía un próspero negocio de relojería, además de una modesta joyería, con el encargo de que si algo se ofrecía...pues, nos auxiliara.
Y después de dejarnos ya “instalados” dándonos su bendición, se despidió deseándonos la mejor de las suertes...(¡Nina, como te extrañamos!).

El haber escogido aquella área de Guadalajara mi papá lo había hecho con todo propósito, pues a dos cuadras de nuestro domicilio se encontraba el Colegio Sor Juana Inés de la Cruz, donde mi hermana Tere se inscribió sin ningún contratiempo.
Yo, por mi parte ya había localizado la única Preparatoria que existía en aquel tiempo, la Preparatoria No. 1. Dependiente de la Universidad de Guadalajara, también relativamente cercana a nuestro domicilio.
Es un edificio muy antiguo, anexo al Templo de San Felipe, de cantera, de dos pisos, una preciosidad de construcción, la entrada en ese tiempo era por la misma calle que lleva el nombre de San Felipe, un magnifico portón de dos alas, una obra de arte de tipo colonial.
Me animó ver la gran cantidad de jóvenes en la entrada de esa magnifica Escuela, pensando ya de “adueñarme” de ella y poder decir...¡Mi Preparatoria!
Dentro encontré a algunos haciendo corro, junto con otros muchachos y muchachas de varias partes del Occidente de la República, a mis compañeros de estudio de la Secundaria, congratulándonos todos de aquel reencuentro y listos  para iniciar el camino hacia la meta ya fijada.
Después de platicarnos varias peripecias de cada uno de nosotros nos fuimos quedando únicamente unos cuantos, además de los de Tepic, otros de Zacatecas, Colima, Durango, Sinaloa.
Seríamos como unos 18 ó 20 aspirantes para nuestro nuevo ingreso cuando, de la Dirección salió un Maestro, joven, de traje, muy serio, nos preguntó que cual era el motivo de ese jolgorio, por supuesto el que contesto fue el que escribe, manifestándole el placer de encontrarnos en esa Escuela Preparatoria prestos a iniciar el vuelo a otras alturas culturales.
Dirigiéndose a mí me preguntó que de donde veníamos, mi repuesta fue inmediata y con orgullo contesté, de la Secundaria Federal No.1, tipo B, para hijos de trabajadores de Tepic, Nayarit, respuesta  que lo puso a pensar, y mesándose la barbilla, me inquirió que materias  habíamos llevado, de inmediato conteste de memoria cada una de ellas desde el primero hasta el tercer grado.
Y con una cara de extrañeza nos dijo y, ¿no llevaron raíces Griegas y Latinas?
No, fue mi respuesta espontánea y cierta. Pues efectivamente no habíamos cursado dicha materia.
Muy bien, nos respondió, los espero mañana, a las 8 a.m. Y vayan a inscribirse, lleven sus certificados de Primaria y Secundaria y hagan su pago de inmediato (Todo esto ya lo habíamos hecho).  Nos vemos mañana en el salón del fondo de la planta baja nos dijo despidiéndose muy ceremoniosamente.
Al día siguiente muy temprano ya estábamos ahí listos para demostrar nuestro conocimientos.
Llegó el Maestro, Doctor de profesión, de nombre Miguel Quezada Ochoa, era en ese tiempo Secretario de la Escuela Preparatoria.
Muy saludador, y se veía y se comportaba con mucha educación.
Abrió el salón, por cierto muy grande, con aproximadamente 60 sillas con paletas anexas de tal manera que quedábamos muy separados ni siquiera para hacer ningún comentario, mucho menos copiar.
Y vaya sorpresa que nos esperaba, pues de las casi mas de 100 preguntas de la prueba mas del 80 % ¡eran de raíces Griegas y Latinas!
El resultado no se hizo esperar, pues al día siguiente estaban ya las listas en una pizarra a la entrada de la Escuela, y si, efectivamente reprobamos mas del 90 % de los que habíamos hecho la prueba de admisión el día anterior. Esto fue con el firme propósito de eliminarnos  a los que con orgullo habíamos  presumido de haber sido egresados de una Escuela “para hijos de trabajadores”.
¿Qué hacer ante este tropiezo?
Muchos se dieron por vencidos y ya no los volvimos a ver, quizá cambiaron de escuela, otros tal vez se regresaron a su lugares de origen.
Ni por un momento me imaginé yo volver a Acaponeta derrotado a las primeras de cambio.
Nos juntamos los más que pudimos de los reprobados y ya se imaginaran las caras largas de cada uno de nosotros. Ahí juntos se nos ocurrió la idea de ver al Director de la Prepa y exponerle nuestra situación  cosa que por mayoría aprobamos y ahí vamos haciendo de “tripas corazón”.  Nos atendió de inmediato, y como siempre el de la voz empezó a hablar sobre el problema que nos llevaba y reprobando la actitud del Maestro Quezada al interrogarnos de tal manera que encontró el punto débil, a priori  aun antes de hacer el examen.
Nos escuchó con detenimiento y valoró nuestros argumentos, le explicamos que veníamos de fuera del Estado y lo ilusionados que todos estábamos ahí, molestándolo, y al proponerle que estábamos dispuestos a llevar un curso intensivo de Raíces Griegas y Latinas durante dos semanas, lo que fuera necesario, y costeándolo nosotros.
Aparentemente no tenía más salida que aceptar la sensata propuesta de ese pequeño grupo.
Y así lo hizo.
Fuimos a la Rectoría y el Secretario de la UDG ya estaba enterado y nos trató muy bien de tal manera que nos autorizó el curso y nos designó un maestro.
Al final del curso se nos hizo un nuevo examen de admisión y cuál fue nuestra sorpresa que la prueba fue de cultura general, esto es, de lo que sabíamos con los conocimientos que nos impartieron en la Secundaria, y ¿saben que?... ¡Ninguna pregunta sobre Raíces Griegas y Latinas!



¡BIENVENIDOS A LA PREPA!

El lunes siguiente muy temprano ahí estábamos ya, en la Prepa , y nos esperaban los alumnos de segundo y tercer año, listos con unas grandes tijeras, y a todos los que íbamos llegando de primer ingreso perdíamos nuestro bella cabellera de unos cuantos tijeretazos,  y como espectadoras, las muchachas que se reían a más no poder de la escasa resistencia que oponíamos ante aquella chusma de Atilas, esa fue nuestra “Bienvenida.”
Muy pronto nos adaptamos a la vida estudiantil, la entrada a clase en mi área, la de Ciencia Médicas y Biológicas era EXACTAMENTE a la 7.00 a.m. pues el Maestro, un señor Médico de edad provecta de nombre José Ochoa Escobedo tenia fama de muy puntual y hasta decían, que los vecinos ponían su reloj a la hora al paso de tan insigne maestro adorador del dios Cronos.
Les relataré que llegaba unos minutos antes de las siete, sacaba un reloj de esos que llamábamos de ferrocarrileros, se desprendía de la pretina de su pantalón una leontina, abría la carátula de su reloj, lo ponía sobre su escritorio, en seguida sacaba un paquete de cigarrillos, Faros por cierto, y un encendedor de marca austriaca así como un pequeño cenicero, encendía con parsimonia su primer cigarrillo exactamente a la 7 A.M. Iniciaba a pasar lista.
Era muy estricto, pues iniciaba la clase casi siempre con un chascarrillo, relativo a la incompetencia de los nuevos aspirantes a Galeno, refería que un día antes había visitado un cementerio y que le llamó la atención un Epitafio que decía: “Estoy aquí por la voluntad de Dios y la ineptitud de un nuevo médico”.
Cuando algún alumno le fallaba en sus preguntas no lo “soltaba”, y con frecuencia aparentemente al “azar” lo seleccionaba para sus preguntas.
Un ejemplo, a un compañero que ya lo traía, decía, a ver, vamos a ver ...Fulano de tal...y sacaba una ficha de un especie de recipiente que tenía por un lado y decía:.. Mire, ¡que suerte! ... le tocó un tema sencillo... y le decía; háblenos de las funciones del cerebro...(tema del cual se podía escribir un libro únicamente de alguna de las funciones).
Ante la pregunta, mi compañero decía casi balbuciendo que no lo sabia, y el Maestro insistía, “no lo oímos, pase por favor al frente, aquí está el estrado, háganos participe de su sapiencia”...el pobre se acercaba y de manera tartamudeante le repetía, no lo sé Maestro.
¡Ahhh! ...No sabe...! Bueno pues le poner un cero...y luego al tomar la lista decía...!Oiga!... pues esto ya parece un ferrocarril de tantos ceros. Mire, le decía con sorna, dígale a su mamacita que ya no lo levante temprano a ésta clase, no tiene caso...
Este Maestro nos daba la clase fundamental, Anatomía Descriptiva, era tremendo, y en ocasiones realmente abusaba de su posición de Catedrático y además en ésta materia pues no distinguía género en cuanto a la presencia de damas que formaban parte de nuestro grupo.
En una ocasión se trataba de hablar sobre los órganos sexuales masculinos y empezó su clase de esta manera...Hoy vamos a referirnos al pene, órgano sexual masculino vulgarmente llamado....así...así...y más, que mide normalmente en periodo de reposo...tanto mas tanto, y en erección, pues depende de la raza, edad, etc...etc... A propósito: decía, comentan que en el Estado de Durango son los que en México tienen el pene mas grande...(silencio en toda la clase). De repente se levantan dos compañeras damas y se dirigen a la salida del salón, ya para salir les dice: Señoritas, Señoritas, a ¿donde van?  El camión para Durango sale a las 11 A.M....(¿?)
Sabiendo de antemano cuál sería mi futuro con éste maestro en ésta materia me cambié a la clase vespertina, la cual aprobé sin dificultad.
Realmente mi paso por la Prepa, fue sin “pena ni gloria”, aun cuando debo reconocer que mi fe, si fue “zarandeada” un poco, sobre todo en las materias de Teoría del Conocimiento, Prolegómenos a la Sociología, y en la Filosofía de la Historia, con los autores de dichas teorías, sobre todo, Hegel, Hengel y por supuesto Karl Marx. Sin embargo gracias a las firmes convicciones de mis padres, trasmitidas durante mi infancia y adolescencia fueron superadas.
Estando una mañana, en un descanso entre clase y clase, y  apostados en la puerta principal, vimos pasar a una señora joven, por cierto muy guapa, cargando unas bolsas de yute, una en cada mano con varias frutas, entre ellas, sandias, piñas, naranjas, y notábamos que el esfuerzo era superior a sus fuerzas.
Presto me apronté para ayudarla y sin pensarlo más, me acomedí a cargar dichas bolsas, previos piropos que le dirigía (ya saben) “¿te ayudo Mamacita?” Y todos mis compañeros que me veían que no me hacia caso. Yo, sin darme cuenta que venia detrás de mi un militar, por cierto Capitán por su uniforme y las barras que lo distinguía como tal.
Resulta que era su esposo, y que venia precisamente a ayudarla, pues la XV Zona Militar estaba  a la vuelta de mi escuela, y alcanzándome, me dijo:
¡Ayúdela pues! ¡¡Caón!!  Y sacando una pistola calibre .45  me conminó a cargar tan pesadas bolsas, cosa que de inmediato hice, con el beneplácito de la dama y el enojo contenido del militar. Y así, hasta más de cuatro cuadras donde tomaron un camión urbano despidiéndose de mi, ella dándome las gracias y el Capitán me hizo un recordatorio familiar nada agradable.
Ya se imaginaran las risotadas y cuchufletas de mis compañeros que se habían dado cuenta de mi angustiosa situación.
Eran muy frecuentes los simulacros de una pelea entre los mismos estudiantes para lograr algún propósito y una vez, me tocó a mí y a mi querido amigo compañero y paisano Javier Del Toro, quienes salíamos “peleándonos” desde dentro de la Escuela, y a sabiendas que venía un camión cargado de frutas, seguíamos peleando frente a la misma defensa del camión, a media calle, el cual se detenía bruscamente, mientras uno o dos compañeros se subían por la parte trasera para arrojar la fruta, la cual recogían otros compañeros que estaban listos a recibirla. Dicho camión  iba a descargar en un mercado que esta contra esquina de la famosa Prepa No. 1.
Los líos y pleitos estudiantiles, eran frecuentes, sobre todo contra la Secundaria que estaba atrás del edificio de la Prepa, a dicha Secundaria la llamábamos “la Perrera”, y a la Prepa de nosotros como “la Leonera”.
En una ocasión, no recuerdo porqué, el pleito estaba en grande y varias decenas de estudiantes de la Perrera querían “tomar” nuestra Prepa, pues bien, con una cooperación rápida que hicimos, fui a comprar dos bolsas de dos kilos cada una de un colorante en polvo, de color rojo intenso, y me subí hasta la azotea donde arrojé de manera profusa y bien repartido todo aquel polvo sobre los invasores.
Bajando rápidamente por las escaleras me encontré con una turba de cabezas y caras rojas, tanto de la pintura como del coraje, y preguntándome si había alguien arriba, les contesté...  ¡Si...! ¡Se brincaron hacia la perrera! ¡Síganlos!
Me salvé de milagro, pues traía en mis manos las huellas del color rojo....Si me descubrían...no se qué me hubiera pasado.
En otra ocasión, en un baile que organizó mi escuela llegaron unos cuantos alumnos de primero y segundo de Medicina, acudieron con tanta prepotencia que de inmediato se liaron a golpes entre ellos y los estudiantes de la Prepa, sacando la mejor parte mis compañeros de la Escuela por la cantidad de estos, y por primera vez no me quise involucrar en ese zipizape, pues en unos cuantos meses mas estaría yo en la Escuela de Medicina. Sin embargo, en aquella zacapela, alguien me aventó contra un estudiante de Medicina que le decían el Willy, el cual ya traía una ceja sangrando, y al pegarle sin querer con mi cabeza pues más se le abrió la herida y ya se imaginaran la corretiza que me costó evitar la pelea. Pero nunca me perdonó, pues al llegar al primer año de la carrera de medicina...pero este es otro asunto...
A dos cuadras de nuestra escuela, se localiza lo que antes era La Escuela Normal de Jalisco, semillero de grandes docentes y pletórica de muchachas y muchachos (mas Chicas que hombres) de tal manera que en los tiempos libres nos íbamos a esa Escuela para ver salir a las bellas pupilas, y en múltiples ocasiones ver los ensayos de ellas en la clase de baile que eran realmente unos cuadros teatrales de primera.
Precisamente enfrente de la entrada de dicha Escuela había un pequeño estanco, donde frecuentemente con el pretexto de ir a tomar un refresco, o comer una torta, ver a las alumnas de ese tan prestigiado plantel.
Por supuesto que me “hice” una novia, más o menos de mi misma edad, por cierto que su mamá trabajaba en casa de un gran amigo de mi papá, se llamaba Manuel Hernández Leal, Odontólogo, quien estimaba sobremanera a mi papá, el cual influyó mucho en la posibilidad  de terminar su carrera como Cirujano Dentista. Pues era nada menos que el Secretario de la Escuela de Odontología.
No duró mucho dicho noviazgo...

(Continuará...)

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