Por: José Ricardo Morales y Sánchez
Hidalgo
Los
Juegos Olímpicos, siempre dejan, de una u otra manera alguna enseñanza. A los
deportistas, que regularmente se regresan a la tierra patria cargados con más
penas que medallas o logros reales, solo confirman lo que han sabido siempre:
les hacen falta más apoyos por parte de las autoridades, del nivel que estas
sean.
No basta y ellos son los primeros en decirlo, haber roto, como pregonan
justificando la derrota los cronistas de la televisión: “sus propias marcas y
los records nacionales”, están conscientes, los atletas que nada se compara a
llegar casa con una medalla olímpica colgada del cuello, no importa de qué
metal, que lo importante no es ganar, es lo único.
La
gente de pantalón largo, que generalmente en masa “acompañan” a los atletas a
las justas deportivas, esos mismos que del brazo de sus familiares, también
regresan a casa, por supuesto no cargados de coronas de olivo, sino de compras
carísimas, souvenirs y detallitos de esos que en ocasiones son con cargo al
erario público, también aprenden algo, al menos a poner cara de compungidos
para enfrentar a los medios y el enojo de los ciudadanos, discursos huecos con
disculpas vanas y fatuas, eso sí muy afectados y dramáticos que los hacen
autonombrarse, en su infinita soberbia como oradores consumados, modernos
cicerones dueños de la verdad, no sabiendo que el triunfo, es el mejor orador
del mundo sin muchas palabras. Estos señores llegan prestos a sus pomposas y
elegantes oficinas a elaborar un enorme listado de “fallas” que deben
solucionarse conformando una comisión de investigación, que luego recibe más
recursos económicos que los mismos deportistas.
A
los espectadores, millones de ellos amantes de alguna disciplina deportiva,
incluida en el programa olímpico, solo nos queda, como cada cuatro años, la
esperanza de mejores tiempos. Aunque aún es temprano en las competencias
londinenses, las cosas pintan para que México traiga un rendimiento “normal”,
es decir, cuatro o cinco medallas y si la Virgencita de Guadalupe nos ayuda y
está de buenas, alguna de ellas será de oro.
Hace
unos días en mi comentario en este mismo portal, dije que ya oía voces que
presagian el inevitable y rotundo fracaso de nuestros atletas, que eran las
ranas que gritaban a sus compañeras que no se iba poder salir del hoyo y que
una sorda, no escuchó esos clamores y logró vivir; comenté que todavía no
llegaban a Europa y ya los habían sentenciado a la derrota. En esta fábula de
la realidad, las ranas mueren en el hoyo y es una lástima, se cumplen los
presagios derrotistas de los agoreros que nunca faltan.
La
competencia es un enfrentamiento o contienda entre dos o más sujetos respecto a
algo. Desde niños aprendemos a competir con los demás. Ya nacer implica una
competencia contra la muerte en el difícil proceso de un parto. Las jóvenes
señoras aprenden la complicada competencia de ser madre y hasta, abierta o secretamente
compiten con otras mamás por todo, desde la belleza de sus hijos o el tipo de
carreola que utilizan para pasear a sus chamacos.
Al
entrar a la escuela, los pequeños compiten, primero por pequeños y muy
primitivos cotos de poder, que nadie te robe o intente adueñarse de tu lonchera
con la compites con los otros niños por el héroe que viene ahí retratado o por
la torta de cajeta más sabrosa. Luego viene la competencia por llegar primero a
la tiendita o cooperativa escolar, que se convierte a veces, en una lucha de
vida o muerte.
No
se diga en los juegos infantiles y escolares de los cuales ya nos ampliamos
también en anterior comentario y por supuesto hay que recordar que en esto de
la competencia, sucede lo mismo que con la supervivencia natural de las
especies, saldrá avante el más apto, ya lo dice aquella vieja locución latina “citius
altius fortius”: más alto, más rápido, más fuerte y que no nos suceda como
cuando dos de nuestros amigos, precisamente los más altos, los más veloces,
fuertes y ágiles organizaban sendos equipos de futbol o de cualquier otra cosa.
Nos formaban a todos frente a ellos, como en pelotón de fusilamiento y,
displicentemente, diría yo que casi con crueldad, iban escogiendo lenta pero
inexorablemente, primero a los más hábiles, después a los de regular
rendimiento, dejando al último a los más débiles o poco aptos para la actividad
deportiva, a los malitos pues… debo confesar que su servidor era de esos, seres
negados para el deporte, que tenía que soportar la humillación de aquella
penosa selección.
Lo
mismo sucede en el trabajo o cualquier posición dentro de los grupos sociales y
por supuesto se compite por todo, por un territorio o bienes lo que nos lleva a
las guerras; en la economía es importante, ya que las empresas o los que
ofrecen algún servicio, se esfuerzan en ser mejores que el resto para ganar
clientes y preferencias; en el ámbito laboral también hay rivales a vencer, si
es que antes no llega un poderoso o influyente que obliga a sus subalternos a
colocar en un puesto a su hijito o ahijado, por encima del más apto y de mejor
perfil; en los centros escolares hoy se promueve la educación por competencias,
es decir, que ya no es importante pasar un examen con 100 de calificación, lo
importantes de ganar en las aulas habilidades que le permitan competir en la
calle.
En
1968, durante la Olimpiada de México, se corrió la frase de que lo importante
no era ganar sino competir, una paráfrasis de lo dicho por el cuentista y
dramaturgo uruguayo Horacio Quiroga, quien expresó: “Ten fe ciega no en tu
capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas”, eso ya no
funciona en el siglo XXI, donde la ambición de triunfo y éxito es garantía de
una vida mejor, ya lo dije al principio lo importante no es ganar, es lo único,
cosa que siguen sin entender las autoridades deportivas que en este teatro de
la vida real, bien valdría la pena recordar una escena que pocos ven: la salida
del atleta derrotado hacia el vestidor, en medio de la nada, después de la
muerte simbólica de haber perdido la gloria...
(Este comentario se transmitió por el noticiero de la Red de Radio Red en Nayarit el 30 de julio de 2012)
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