Por:
José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
De los cuentos para niños
siempre nos dijeron que tenían un final feliz, no recuerdo, ni me sé alguna
narración infantil donde no todo haya concluido de manera adecuada y pertinente
para todos los personajes, de tal suerte que podemos decir que tuvo un final
feliz. ¿O recuerda Usted amable amigo alguna princesa que no se haya casado con
su príncipe azul y donde los malos no hayan tenido su merecido? Yo no.
De hecho crecemos pensando
que la vida es así, que tarde o temprano, después de algunas penurias y
dificultades, todo terminará bien para que todos estemos contentos. ¿No son las
telenovelas mexicanas prueba de ello, donde al final, fuera lágrimas y vengan
vestidos de novia y pomposas bodas?
Hace ya muchos años, adquirí
una revista de caricaturistas norteamericanos, de corte satírico, llamada “Mad”.
En verdad que era divertida y muy ácida, y precisamente tratándose de cuentos
infantiles, hacía la narración final del famoso cuento de “Juanito” el del
frijolito mágico, que una noche sembró en el patio de su casa esa habichuela,
con la esperanza de verla florecer y tener algo para paliar su mortal hambre,
ya que Juanito era extremadamente pobre. Si recuerdan, el frijol crece
fantásticamente durante la noche alcanzando tal altura que llega a un mundo
soberbio en medio de las nubes, habitado eso sí, por un malvado gigante
poseedor de inmensas riquezas, como monedas y artilugios de oro proporcionales
a su inmensa humanidad, y que por lo mismo, tenían un valor incalculable.
Juanito pues, ve la oportunidad de su vida, se lleva, no precisamente prestados,
algunos de estos artificios dorados y emprende veloz huida por el mismo
árbol-frijol que lo llevó hasta allá. El ogro maldito se da cuenta del engaño y
va en su persecución, con tan mala suerte que Juanito llega primero a la tierra
y con un hacha tala la mata enorme de frijol, la que se precipita al suelo con
todo y el gigantón. La historia hasta ahí nos dice que tuvo un final feliz, es
decir, Juanito se convierte en el más rico habitante de la comarca y vive en
privilegiada posición económica el resto de su vida. ¿Sí? Pues no, decía la
revista Mad, porque luego de la muerte del feroz ogro, su cuerpo comienza a
podrirse, lo que molesta enormemente a los vecinos de Juanito, quien no puede y
menos sabe, como sepultar aquel enorme cuerpo. Con ese problema encima, le caen
a nuestro héroe, todas las dependencias de salud habidas y por haber las cuales
multan y encarcelan al modesto Juan y hasta la Semarnat lo acusa de ser un
contaminador peligroso y un riesgo para la ecología del Reino. Incluso los
grupos ecológicos como Greenpeace se ceban en este personaje que acaba peor que
como estaba.
Así vivimos los mexicanos,
en un eterno cuento de hadas, donde nos dicen que tendremos finales
regocijantes y casi siempre topamos con pared. Prácticamente no hay obra
pública que acabe bien, mientras es parte del cuento todo marcha sobre ruedas,
pero en cuanto llega el final, no siempre vivimos felices para toda la vida,
siempre sucede que con el paso de los días y los meses, nos damos cuenta de la
mala calidad de los materiales que se utilizaron, las graves irregularidades en
las licitaciones y contratos; que los resultados no concuerdan con los planos
originales, facturas extraviadas y mil lindezas más. Un ejemplo claro es la
famosa estela de luz de la Ciudad de México. Que nos dijeron en el cuento que
iba a ser un perenne recuerdo del bicentenario de la Independencia, los 100
años de la Revolución y de fiestas pasmosas; como hizo Porfirio Díaz con el
famoso Ángel de la Independencia, obra del nayarita Antonio Rivas Mercado… ¿Sí?
Pero no, todo acabó en un monumento que a nadie agrada y que es la quinta
esencia de la corrupción por todo lo alto, donde nadie se salvó de la quema.
Fue como la princesa que besó al sapo y apareció un galante príncipe con el que
vivió feliz por todo el resto de su vida…¿Sí? Pues no, al menos hasta que el
principito comenzó a extrañar a todos sus amigos sapos del estanque y pantanos
vecinos y se los llevó a vivir al castillo con el natural y lógico enojo de la
princesita, quien acabó huyendo con el Rey del vecino país.
El cuento nos dijo durante
meses, casi años, que tendríamos una elecciones impecables, que no habría
trucos, trampas, ni fraudes, todo ello recuerdos de un pasado que no debíamos
traer ni de broma a la memoria. Se nos dijo que después del primero de julio,
México viviría el comienzo de una nueva era, donde sus pobladores, o sea, Ustedes
y nosotros, viviríamos en un mundo de maravillas, de concordia y progreso, en
el divino marco de la democracia…¿Sí? Pero no… a más de medio mes, seguimos
enfrascados en las injurias de unos contra otros, en las acusaciones de fraudes
y acciones a todas luces ilegales. La elección, lejos de tenernos felices como
en los cuentos hadas, se halla en manos de los tribunales y hay manifestaciones
violentas y ríspidas en toda la geografía nacional. Todo el mundo mete su
cuchara y casi nunca para bien colocando a la nación sobre un riesgoso polvorín.
El hermano odia al hermano y lo que en el cuento nos iba a unir, hoy nos tiene alejados
y, lo peor, abominando a los demás. Es como si el lobo se hubiera comido a la
caperucita roja, a la abuelita y al leñador y se pasee impune por el bosque.
Parece ser que los finales
felices solo se dan las narraciones para infantes y no en la vida real. El
optimismo de la ciudadanía pronto troca en nocivo pesimismo que concluye con la
desconfianza de los ciudadanos en sus gobernantes y políticos. Qué tristeza en
el mundo de las maravillas que es México.
Yo mejor amigos, me despido
como terminaban los cuentos de antes “Colorín colorado, este comentario se ha
acabado.
(Este comentario se transmitió por el noticiero de la Red de Radio Red en Nayarit el 19 de julio de 2012)
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