martes, 31 de julio de 2012

REMEMBRANZAS...CASI UNA AUTOBIOGRAFÍA (11a. parte)



Por: José B. Algarín González

Y AHORA...QUE?

(primum est nil nocere)  Primero es no hacer daño
Ya con mi título bajo el brazo, mi grado Académico, y mis dos “Diplomas” (dos hijos Pepe y Betty) salgo a enfrentarme a la realidad de la vida, preguntándome... Y ahora, ¿qué?
No sé si providencialmente o por desgracia (ya el lector lo juzgará más adelante). Me encontré a mi compañero y gran amigo Víctor Manuel Liparoli Preciado (q.e.p.d.), hermano de otro condiscípulo, Julio Cesar, de los mismos apellidos, quien se acababa de “enrolar” en un trabajo relacionado con una campaña a nivel Nacional contra el Paludismo, enfermedad muy frecuente en esos tiempos.
Me comentó que había plazas para trabajar ahí, y me dió el nombre del Jefe Delegacional en el Estado de Jalisco, un Doctor de apellido Uribe.
Inmediatamente lo localicé y hablé con él para que me contratara; desgraciadamente ya tenía su planilla de médicos completa.
Sin embargo de una manera muy amable, en mi presencia habló por vía telefónica con el Jefe Delegacional de la Jurisdicción del Estado de Sinaloa, recomendándome de manera muy entusiasta, y al terminar de hablar, me dijo: Doctor, váyase inmediatamente a Mazatlán, pues la sede de esa campaña estaba precisamente en ese Puerto. Sin pensarlo dos veces, me fui yo solo, a entrevistarme con el Dr. Buitrón, quedando mi familia por unos días en Guadalajara, con los padres de Betty.
Para ese entonces yo ya tenía un carrito coupé, marca Chrysler, modelo 1938, que el Dr. Luís Valdivia me había vendido muy barato, dicho carro tenía un motor modelo 1950, y estaba muy bien tratado, pues dicho Doctor era muy “conservador” y se preocupaba mucho por sus carros (era propietario de dos).
De tal manera que al día siguiente en la mañana, ya estaba yo con el Dr. Buitrón, quien me recibió con cortesía, y diciéndome que había tenido suerte, pues le quedaba una vacante. Aclarándome que tendría que hacer un curso de Malariología (Estudio de la Malaria) en Veracruz, en un futuro próximo.
De inmediato acepté, pues el sueldo era bastante bueno, y además tendría viáticos cuando saliera de Mazatlán.
Así que me regresé a Guadalajara a recoger a mi familia, y darles efusivas gracias a mis queridos suegros.
Me los llevé a Acaponeta, y los dejé con mis padres, para de inmediato reportarme a mi nuevo trabajo.
Con gusto me enteré, que precisamente la jurisdicción llegaba hasta la bella Ciudad de Acaponeta.
Al llegar a Mazatlán busqué una casa de asistencia, y renté un confortable cuartito, sin alimentos, pues me daba cuenta que no iba a permanecer siempre en Mazatlán, estaba muy bien situada la casa, y la Sra. que la atendía era muy amable conmigo, además que nunca le causé problemas, pues prácticamente no usaba dicha habitación. Una sola vez fue mi esposa Betty a visitarme.
Ya en mi trabajo se me entregó un Jeep, bajo inventario (hasta la numeración de las llantas, aceite, agua, numero de la batería, etc. etc.) y sin yo conocer bien en qué consistía mi trabajo, se me indicó que fuera a Logística, a cargo de un Teniente en activo, para que me diera un plano para llegar a una determina localidad, cercana a Mazatlán (un ranchito de no más de seis casas). Inicialmente me dijo que alguien me acompañaría, pero de inmediato se echó para atrás, y me comentó, que por ésta vez iría yo solo. Después se me dotó de todo un block de cuestionarios que yo tenía que llenar. (Nombre del paciente, edad, y todo lo que concernía exclusivamente al Paludismo). Y una gran cantidad ---todas bajo inventario--- de dos tipos de medicamentos. Así como unas láminas de cristal, con laminillas, para una toma de muestra en gota de sangre y marcar la fecha con un instrumento especial para marcar el cristal de las laminas. Darle una o dos tabletas, dependiendo de la edad y peso del paciente de una medicina que se llama Primaquina, o Difosfato de Cloroquina (Aralen). Esta opción dependía de mí, y de la sintomatología que el paciente presentara.
José B. Algarín G.
 La verdad que no se me hacía hacer mucha medicina, pues era únicamente eso, y en todos mis recorridos me encontré con otro tipo de enfermedades pero sin armas (medicina) para tratarlas.
Esta primera incursión se me hizo fácil, pues estaba relativamente cerca la localidad aquella.
A medida que fueron pasando los días, las “misiones” que se me encomendaban eran cada vez mas lejos, y mas complicadas, pues tenía que dejar el Jeep, en Comisariados Ejidales, y el presidente del comité directivo me decía verbalmente como llegar a las rancherías que en Logística me habían indicado.
Generalmente dormía la noche en que llegaba en la casa que ocupaba el Comisariado Ejidal, usualmente un local chico, y ahí, en bancas de madera ponía mi “tenderete” que consistía en una frazada, y un maletín de campo como almohada.
Al día siguiente me tenían ya lista una “remuda” palabra nunca oída por mí, pues se trataba de un caballo o una yegua, pues para llegar al lugar designado solamente en esas bestias se accesaba a ellos. (Remuda y Semoviente, eran pues, palabras nuevas en mi vocabulario). El jeep se quedaba ahí, cuidado por un encargado del Comisariado Ejidal.
A veces me iba sin comida esperando encontrar en el camino, o en mi destino final algún lugar donde yo pudiera comer. Muchas veces en un principio no encontraba nada para comer, y cuado llegaba después de horas de “cabalgar” a mi destino, no había nada que ofrecerme. Así que con éstas amargas experiencias, siempre llevaba un cartón con pan, atún, sardinas en latas, agua, y galletas. Y los chiquillos al llegar corrían despavoridos, pues ya sabían que a alguno los iba a “pinchar” de un dedo. Generalmente eran niños los que prevalecían enfermos de ésta enfermedad llamada Paludismo.
Muy frecuentemente compartía lo que llevaba con los habitantes de las pequeñas rancherías. Estas travesías las hacia yo solo, sin mas compañía que el animal que me llevaba en su lomo.
Poco o nada acostumbrado a estas lides hípicas, trabajo me costaba quitarle el freno y la silla a mi cabalgadura, y cuando tenía sed, pues había que quitárselo y volvérselo a poner, me refiero al freno. En varias ocasiones me “ganaba” la noche, y pues, a desmontar el caballo, quitarle el freno, la silla, y amarrarlo, y yo buscar un lugar adecuado para tratar de dormir. Ya se imaginaran el pobre espectáculo que yo daba en ésas nuevas para mí experiencias. Y pues como techo, el cielo y las estrellas, y el recuerdo de mi familia, tan lejos, reconozco hoy, como me salían lagrimas reprimidas que no podía contener. Pero bueno, así es la vida...
En una ocasión llegué con mi Jeep, a una población de unos mil habitantes, y de inmediato me apersoné con el Presidente del Comisariado, para al día siguiente salir muy temprano a la ranchería que debería visitar y que sabía que serían muchas horas de andar a caballo, de tal manera que le pedía que me tuviera una bestia para mi traslado muy temprano. Y me fui a cenar en una fonducha, donde di cabal cuenta de casi un pollo “a la plaza” que para nada se parecía a los que mi Nina me cocinaba hacía ya muchos ayeres.
Como era relativamente temprano (8 de la noche) vi un pequeño Kiosco en lo que se simulaba era la plaza, y noté a unas personas reunidas ahí, hacia ellas me dirigí, y saludando me percaté que estaban jugando Albures, con una baraja española que hacía mucho tiempo debería ser muy buena, pero que con el uso apenas se dibujaban las figuras.
De inmediato me invitaron a que jugara, y al darme cuenta de que se apostaba dinero, no mucho, pero sí se veía que había varios billetes en circulación. Me atreví a decir en son de broma que no, que esa baraja estaba muy usada, y que además estaba marcada. De inmediato, de estar todos sentados, serian 5, 6 personas, se levantó el que era obviamente el dueño de la baraja y retarme a que lo demostrara. Yo traté de disculparme aclarando de nuevo de que era una broma. Y diciendo esto me hice de la baraja y empecé a hacer una serie de trucos en ella.
Durando más una hora con mis trucos que los dejó bastante impresionados. Por supuesto que el público aumentó, pues los que estaban en otros menesteres se acercaron, y viendo mi “espectáculo” hasta me aplaudían.
Debo aclarar que yo, en mi época de estudiante era jugador de poker, y además me gustaba hacer “magia”, y uno de mis campos favoritos y que más dominaba era precisamente hacer trucos con baraja.
Me gané a pulso la simpatía de todos, corroborando una vez mas mi autoestima, pues seguía siendo una “monedita de oro”.  A todos les caía bien...
Me fui a acostar, y de tan cansado que estaba de inmediato me dormí. No habían pasado ni  dos horas cuando oí con cierta discreción unos toquidos que me despertaron, y un poco receloso, pregunté, ¿Quién?...Un susurro de voz me contestó, soy yo médico, el que le prestó la baraja...encendí el único foco que había, me vestí y le abrí la puerta, diciéndole, ¿qué te pasa?  ¿Te sientes mal? No, fue su escueta respuesta, permítame entrar, sí? Dudé si abrirle o no, pero creí más prudente franquearle el paso, y el de inmediato entró y cerró la puerta con una aldaba que tenía por dentro. Yo francamente estaba asustado, pues lo menos que podía pensar era que me iba a robar el poco dinero que yo traía.
Mire médico, me dijo, soy Fulano de Tal, y debo confesarle dos cosas, la primera es, que efectivamente si está marcada la baraja con la que jugamos, y la otra es que yo me dedico, es decir es mi trabajo ser tahúr, vivo del juego. Y con lo que Ud. sabe de manejar la baraja, pues le propongo dos opciones: En éste momento me va Ud. a enseñar eso de desaparecer la carta de abajo, y otros trucos más, o le juro que mañana no llegará a su destino, sé que va a tal parte (mencionó el nombre de la ranchería a la cual yo iba a partir al día siguiente) de tal manera que Usted dirá...
Sí...Adivinaron. El resto de la noche le enseñé varias formas de hacer “trucos” con su baraja.
En mis primeras andanzas como jinete solitario, me pasó lo siguiente: esa vez tenía un cometido de llegar temprano a una localidad cercana al municipio de San Ignacio, Sinaloa. Ahí me proporcionaron un caballo, ya viejo, se veía muy cansado, o al menos esa era mi apreciación, como no había otro, acepté aquel “matalote”, aclarándome el dueño, que era un animal “pajarero” y que no me fiara mucho de él pues todavía tenía sus arrestos. Para no demostrar mi ignorancia equina, no pregunté que era eso de “pajarero”, de tal manera que me subí en él, me acomodé bien; salí del pueblo rumbo a mi destino, a buen paso pues el animal efectivamente sabía para que estaba en este mundo.
Al volar un pájaro de un árbol a otro el caballo se asustó, dejándome a mí en el aire, mientras el escapaba a toda carrera.
Mi caída fue tan de repente, que me preocupaba más el poder recuperar a tan veloz equino, quien ya se encontraba a más de 100 metros de su cabalgadura.
Efectivamente era un animal “pajarero”, pues se asustaba hasta por el cruce de una pequeña lagartija por su camino.
¡Esa misma mañana supe lo que era un "animal pajarero"!
En otra ocasión, esta vez en el municipio de Badiraguato al entrar a una rancheria, no tan chica, pues me habían dicho que tenia más de 3,000 habitantes encontré en el único camino estrecho y arbolado para su llegada, a unos ocho o nueve tipos, que estaban semi-escondidos adorando al dios Baco (tomando pues, me imagino que raicilla) yo pasé en mi Jeep, despacio, saludándolos, y ellos de mala gana contestando mi saludo.
Me tardé más de lo planeado, pues era una población en la cual se habían reportado más de doce casos de Malaria y trabajé casi todo el día. No quise quedarme ahí pues apurándome un poco podía llegar hasta la cabecera municipal y ahí pernoctar esa noche.
Así que al salir de la ranchería aquella mi única preocupación era toparme con aquellas personas que había visto al llegar.
Llegué al lugar y luego, de inmediato me di cuenta que estaban por ahí, “agazapados” entre los arbustos, y dos de los árboles por entre los que tenía que pasar con mi Jeep, estaban cortados de tal manera que impedían mi salida, no había otra manera de salir de ahí.
Sin pensarlo mucho, aceleré lo más que pude y atravesé entre dichos árboles, pegando las barras de la capota del Jeep, dejando desgarrado el toldo que me servía de techo en dicho vehículo. Salieron dos o tres tipos a tratar de alcanzarme, sin lograrlo.
Era pues un asalto frustrado...
Cuando llegué a Mazatlán, para reportar mi trabajo, le comenté al Jefe Delegacional, a lo que estuve expuesto, él de una manera inaudita, lo que me preguntó, fue, si había cumplido mi trabajo, y que la había pasada al toldo del Jeep, de tal manera que fue a revisarlo, y pues era una pérdida total de dicho capacete, y en presencia mía llamó al teniente de Logística, para que de mi sueldo se me descontara el costo de dicho toldo. ¿Cómo ven esto? No le importó mi seguridad  física, ni los sentimientos del que esto escribe...
En presencia del mismo Jefe de Logística y del personal ahí adscrito me negué rotundamente a que se me descontara ningún centavo de mi sueldo con la aprobación tácita del resto del personal, que así lo manifestaron de una manera bastante elocuente.
Desde ese día, a mí se me daban los más difíciles trabajos por orden de él, y así me lo comentó el de Logística y el personal administrativo.
Y casi todos mis encargos eran de campo, es decir fuera siempre de la sede.
De tal manera que en una ocasión se me envió a Tayoltita, del estado de Durango, por vía terrestre, lugar que le correspondía a la misma zona donde estaba yo trabajando.
Este viaje generalmente se hacia por aire, en una pequeña avioneta, que salía directamente de Mazatlán-Tayoltita, en la cual ya me había subido en un comisión del mismo orden, y ahora, me mandaban en Jeep, por un camino, que no era realmente una vía de comunicación, sino que se aprovechaba el lecho de un rio semi-seco para llegar hasta allá.
No discutí la orden y preparado me fui siguiendo el plano y las instrucciones que siempre me daban en el Departamento de Logística 
 Después de casi todo el día de manejar por un camino que no era tal, llegué hasta donde se le terminó la gasolina al Jeep, y estando llenado el tanque, pues llevaba un recipiente para esos casos, oí a lo lejos un gran ruido que no podía clasificar, llené el tanque y me orillé, pues el ruido aumentaba en el transcurso de los minutos, y al cabo de un poco tiempo más, veía yo como en una película de terror, como avanzaba hacia mi una gran avenida de agua, que arrastraba árboles, troncos, maleza, y hasta animales vacunos muertos, y otros tratando de salvarse nadando hacia la orilla, y de pronto aquel riachuelo, se convirtió en una gran río desbocado que arrastraba todo a su paso, vi esto y de inmediato corrí al Jeep para sacarlo lo más que pudiera hacia la orilla, cosa inútil, pues me alcanzó aquella gran cantidad de agua y troncos golpeando al Jeep, y como si fuera una hoja lo arrastró conmigo arriba, y por allá nos dejó en la orilla, atorados en las raíces de un gran sauce.
Por supuesto que todo mi material de trabajo junto con mi cartón de alimentos, mi frazada, todo se mojó, pero no perdí nada. El Jeep estaba completamente inundado. Como llegó de rápido así se fue pasando, para en cuestión de minutos todo volvió a la calma, únicamente se oía a la distancia como el río iba destruyendo todo a su paso. Di gracias a Dios de haber salvado mi vida, y empecé a llevar mis pertenencias a lugar seguro.
Del Jeep ni me preocupé, pues estaba ya no inundado, pero sí, claro, no podía ya trabajar. La única explicación para este fenómeno natural era que había llovido abundantemente en las partes altas de la sierra, y era lógico que el agua buscara su cause natural, nomás que yo estaba en su camino.
Me retiré a una distancia prudente pues podía volver a suceder, y a una vista de mi vehículo traté de no dormir sino al menos descansar.
Por allá en la madrugada, empezando a salir el sol, oí de nueva cuenta un gran ruido, pero ya no venía de la dirección de donde había llegado el agua, sino de la otra parte opuesta, hacia atrás de mi, ya se imaginaran que de nueva cuenta me alarmé mucho pues el ruido se acercaba cada vez más y más.
En los pocos minutos que estuve con el oído alerta distinguí que el ruido provenía de una gran máquina, y sí, eso era, una motoconformadora, la más grande que yo había visto, y venía precisamente por el cause del río, unas horas antes tan embravecido y ahora tan pacífico, simplemente era una arroyuelo.
Allá arriba a varios metros del suelo se veía al chofer de aquel monstruo de acero, lo primero que vio fue el Jeep, y luego a mí, pues estaba a escasos metros de él. Sin apagar su maquina se bajó, me saludó muy amable y me preguntó si me había “tocado” aquella “tromba” de agua, contesté afirmativamente y expresando el gusto que me daba verlo en aquellos parajes desolados.
Subió de nuevo a su cabina, y bajo café, y unos huevos cocidos, sandwichs, y me empezó a tranquilizar, diciéndome que no me preocupara, que él se encargaría de todo...y por supuesto invitándome a que degustara tan opíparo y oportuno desayuno. Así lo hicimos, pues traía bastante que comer.
Al terminar platicamos todavía un rato, preguntándome detalles de lo que había pasado el día de ayer, yo  le platiqué todo, él diciéndome que cómo era posible que me hubieran mandado por esa ruta y además solo.
A media mañana, se subió de nuevo a aquella máquina, y no sé de dónde sacó un cable que llevó un extremo al chasis del Jeep, y en menos tiempo de lo que escribo ya estaba el Jeep en una área seca. Sacó su herramienta, prácticamente en menos de dos horas, ya había desarmado el motor, lo había limpiado y ya lo estaba armando de nuevo, el toque final fue agregarle aceite que también traía, y al primer intento empezó a trabajar el motor.
A mí en lo personal se me hizo como un milagro todo aquello. Al preguntarle que cuánto le debía para pagarle, me contesto algo así: Que de ninguna manera, no le debía nada, y preguntándome a mí, ¿no hubieras hecho lo mismo por mi?...Me quedé pensativo, sin saber cómo contestarle...
Le insistí en que cuando menos me dejara pagarle el aceite que le había puesto a mi Jeep. No aceptó nada, y además me dejó una generosa porción de sus alimentos.
Y como llegó...se fue...
En el transcurso del tiempo he meditado mucho sobre este hecho. ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿A dónde iba? ¿Por qué ese día? ¿Por qué traía  el filtro de aceite adecuado para mi vehículo?

Y todavía habemos gente que no sabemos que Dios envía a ciertas personas a auxiliarnos en el momento y el lugar preciso, no cabe duda...
¡Yo si creo que tengo un Ángel de la Guarda!

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