Culiacán, Sinaloa |
Por: José B. Algarín G.
Después de esta aventura me regresé Mazatlán, llegando ya noche a las
oficinas de la Sede del Paludismo y de inmediato, inicie la organización de mis
papeles, y el recuento de los daños de
todo el material que se me había mojado. Tendría como unas dos horas trabajando
en esto, cuando de improviso se presentó el Dr. Buitrón, Jefe Delegacional, y
sin más me espetó: ¿Qué está haciendo? Pasé por aquí, y me di cuenta de que
estaba una luz encendida y por eso le pregunto, ¿qué hace?
Le expliqué que estaba pasando mis informes, y de una manera sucinta le
comenté todo lo que me había ocurrido.
Y la respuesta de él, a pesar de haber escuchado todo lo que me había
sucedido, me dijo: pues ese es trabajo de campo y debería haberlo hecho allá.
Sin poder contener más lo que opinaba de él le dije palabras más
palabras menos:
Mire mi estimado Doctor, independientemente de ser Usted el Jefe Delegacional,
alguna vez, creo, se graduó de Médico, y eso nos debería hermanar, pues tanto
Usted como yo, hicimos un juramento de ayudar a quien solicitara nuestros
servicios, y en vez de saber como me encuentro de mi estado físico, de mi salud,
de cómo me había ido, de que no me preocupara, de que me fuera a descansar
después de esa jornada, de que no eran horas de trabajo, Usted me sale con que
eso se debería haber hecho en el campo. Así que medite bien sus preguntas, y se
lo dejo a su conciencia, si es que la tiene, su actitud para conmigo. Se quedó
callado y me dijo; pues veo que esta Usted bien, y claro esa me dio la impresión
de que por que trabajaba tan tarde, váyase y descanse.
Y así lo hice, y no me quedé con ganas de decirle algo más.
Nuestra relación cambió, y se notó
desde la mañana siguiente que le habían “llegado” mis palabras, dándome
un trato preferencial y siempre llamándome de Usted.
A los pocos días mi nueva comisión era visitar a un Médico Pediatra en
la ciudad de Culiacán, quien había reportado varios casos de Paludismo en su
consulta privada, y para allá iba, para localizar a esos pequeños pacientes y
darles el tratamiento y el seguimiento adecuado.
Localicé su consultorio y me apersoné con una Señorita que fungía como
secretaria; me presenté y le comuniqué que era Medico del Paludismo, me hizo
esperar mientras el Doctor terminaba su consulta. Después de ver a varios
pacientitos, salió el galeno y al verme me preguntó, que en qué me podía servir,
le comuniqué mi misión y al enterarse que yo era Doctor, se dirigió con su
secretaria y la regañó, diciéndole que nunca más hiciera esperar a un colega.
Me invitó
amablemente a pasar a su consultorio, y ofrecerme ¿un café?, ¿un refresco?, y
empezamos a platicar, mas bien él me empezó a interrogar: ¿cuántos años tenia?,
¿cuándo me había recibido de Médico?, ¿en dónde vivía?, si era soltero, etc. etc.
Cuando le hice una relación breve de mi vida, me preguntó viéndome
directamente a los ojos: que si esa era mi meta en mi vida, trabajar en
Paludismo, y eso abrió una puerta de comunicación inmediata de mi parte para
externar todo lo que me había imaginado; es decir, tener mi propio consultorio
HACER MEDICINA, curar enfermos, formar a mi familia, trabajar en una
Institución Hospitalaria, superarme.
Y sin más me dijo, permítame: tomó su teléfono, marcó un numero, y
saludó efusivamente a la persona que le contestó, diciendo: Mi estimado Dr.
Calderón, frente a mí tengo a un médico que es mi amigo, recién recibido y con
muchas ganas de trabajar, y le tengo un afecto especial, le suplico a Ud.
tomarlo en cuenta y acomodarlo en la Institución que Usted dirige
....sí...sí....mucho le agradeceré ...cómo no, para allá va.
Me vio y me dijo: preséntese con el Dr. Calderón de inmediato, él es el
Delegado del IMSS en el Estado de Sinaloa.
Me quedé estupefacto, pues no esperaba esa ayuda providencial que se me
presentaba.
Tartamudeando le contesté, es que ...tengo que cumplir primero con la
atención de los pacientes que Usted reportó, darles tratamiento y vigilar su
control...me calló, me dijo algo así como... admiro de Usted su celo para cumplir
con su actual trabajo, pero no se va de Culiacán, sin antes ver al Dr. Calderón
el cual es un gran amigo mío, y ya oyó lo que le propuse, así que de aquí
de mi consultorio se va a verlo.
No sabía como darle las gracias,
y cómo es la naturaleza humana, pues con tristeza de mi parte reconozco que no
recuerdo su nombre.
Salí de ahí viendo el sol, la vida, de otra manera, se abría
providencialmente una nueva puerta, sin haberla tocado.
Efectivamente, hice lo que el Doctor me había indicado, y localicé a los
pocos minutos la sede del IMSS, me anuncié, y la Secretaria pasó al despacho
del Sr. Delegado anunciado mi presencia, y no lo crean, pero de inmediato salió
una persona de mediana edad, elegantemente vestido con un traje de lino blanco,
y preguntándome: ¿Dr. Algarín? Al mismo tiempo que me tendía su mano para un
efusivo saludo. Pasamos a su lujoso despacho, con aire acondicionado, y de
inmediato me dijo: Habló conmigo el Dr. (¿?) y me recomendó muy
especialmente a Usted de tal manera, que
una petición así, no la dejaré en el aire. Vaya con la señorita de personal para
que le tomen sus datos y empiece a trabajar hoy mismo.
Medio tartamudeando contesté que le agradecía mucho sus atenciones y su
ofrecimiento, pero tenía que terminar mi
trabajo, volver a Mazatlán y presentar mi renuncia.
Me parece muy bien hágalo así, pero repórtese a Personal para que le
tomen sus datos y entre ya en nómina, no olvide dejar su número de teléfono (esto cuando yo le dije que tenía
que ver a mi familia, la cual estaba en Acaponeta). Me despedí de él viendo
como mi Ángel de la Guarda cambiaba de apariencia.
Terminé mi trabajo pendiente y al día siguiente me regresé a
Mazatlán. Entregué mi informe, mis
resultados, y me dirigí con el Dr. Buitrón para comunicarle que a partir de ese
mismo día presentaba mi renuncia a la Campaña Nacional para la Erradicación del
Paludismo. No lo creía, y empezó a argumentar que un elemento como yo, le daba
prestigio a la campaña, etc. etc., como la Dirección estaba dividida por paneles
de tabla roca y los demás departamentos también, todo el mundo en la oficina
escuchaba nuestra conversación, no hubo ningún argumento que me pudiera
convencer, se dio por vencido, y aproveché yo para decirle que le estaba muy
agradecido por todas las “atenciones” con las cuales me había
distinguido...Cuando explotó y me dijo algo así: pues se va a arrepentir, ya lo
verá; sin yo pensarlo dos veces le respondí que de ninguna manera me
arrepentiría de trabajar con una persona como tú, así, de tú, déspota,
autoritario, prepotente, médico frustrado, etc...y me salí, sin voltear a
verlo.
Por el pasillo por el cual me retiré salieron sigilosamente las personas
que habían escuchado toda la conversación, dándome palmadas en la espalda y
felicitándome en voz baja por haberle dicho cuatro verdades. ¡Dejé
definitivamente la Campaña Nacional para la Erradicación del Paludismo!
Me dirigí a la casa de asistencia en donde tenía la poca ropa que había
usado, y pagando simbólicamente una pequeña cuenta me despedí de la señora que la administraba.
Esa fue mi aventura en el Paludismo.
Como comentario anexo a esta experiencia en mi vida, me enteré por una
persona que trabajó ahí, años después,
que al salirme yo, otras más personas habían renunciado, y que la Sede
que estaba en Mazatlán la habían movida a Culiacán, y el Dr. Buitrón, después
de una auditoría había salido desfalcado, pues tenía vales de gasolina que él
cobraba en efectivo, así como a dos o tres médicos que los tenía por ahí
“escondidos” en Mazatlán, pagándoles viáticos como si estuvieran en trabajo de
campo, por supuesto que con la anuencia de esos mismos médicos.
¡Hay de todo en la viña del Señor!
Me trasladé de inmediato en mi modesto carro hacia Acaponeta donde con gusto
me esperaba mi familia y al llegar les di la nueva buena, y me pasé un muy buen
merecido descanso, comiendo a mis horas, y durmiendo en una real cama.
No recuerdo si fueron cuatro a cinco días, cuando de la central
telefónica me llamaban (no había todavía servicio telefónico en casas
habitación) de Culiacán, y claro que de inmediato acudí a ver de que se
trataba, y cuál sería mi sorpresa que era el Dr. Calderón en persona,
instándome a que de inmediato me presentara en su Delegación, pues sabía que estaban
por hacerle una auditoría, y le urgía que me tomaran en cuenta pues según me
dijo ya estaba en la nómina, y en unos meses más se inauguraba un Hospital
Regional de Zona.
Con tristeza y al mismo tiempo con gusto, me volví a despedir de mi
familia y de mis padres, para irme directamente a Culiacán e iniciar ahí mi
nueva vida como Médico.
Llegué, me presenté con el Dr. Calderón el cual me envió a Personal, me
dieron mi matrícula, llamaron a un Jefe de Departamento, y él de inmediato me
asigno un consultorio, en un edificio que estaba fungiendo provisionalmente
como una clínica. Un pequeño cubículo sin aire acondicionado, y una gran
cantidad de pacientes que me esperaba en una gran sala de espera. Y pues a
trabajar en lo que a mí me gustaba.
Debo advertir que
teníamos dentro del mismo edificio una área de dormitorios con catres y
ventiladores de techo. Además teníamos derecho a nuestros alimentos.
No firmé ningún contrato y el sueldo era un poco menos que lo que yo
percibía en Paludismo, pero con la gran ventaja, de primero: Hacer medicina, y
segundo no tener que salir a aquellas aventuras que de acordarme me daba
escalofrío.
Todo iba muy bien, y hasta ya me hacia ilusiones de traer a mi familia a
vivir ahí, y empecé a buscar casa para rentar, y un local para iniciar un
consultorio con clientela particular.
Buscando encontré una casa de regular tamaño, con dos recámaras, en un fraccionamiento que en aquel tiempo estaba considerado como residencial, con la
ventaja de que ya estaba amueblada.
Cerca de ahí había una farmacia con muy buen prestigio, y anexa a ella
un local ideal para instalar mi consultorio.
Me entrevisté con la dueña de la farmacia, y ella misma me propuso no
cobrarme renta mientras yo hacía una clientela estable, cosa que acepté de
inmediato.
Estaba ya en tratos para rentar la casa, cuando me hablaron de Acaponeta
que mi Madre estaba muy enferma (al parecer presentó un aborto, y perdió mucha
sangre y nuestro querido Dr. Chan ya le había trasfundido una unidad de sangre
integra, nada menos que donada por su Esposa, la Sra. DOÑA OFELIA NAVARRO DE
CHAN, así con mayúsculas, pues mayúscula era la amistad que dicha dama tenía y
siempre demostró con mi familia). Se le recuerda con mucho cariño, Sra. DOÑA
OFELIA...(q.e.p.d.)
Así pues, pedí permiso para ausentarme de tres a cuatro días, permiso
que se me negó, pues tenía muy poco tiempo trabajando en el IMSS. Y sin medir
consecuencias me trasladé a Acaponeta para donar una unidad más de mi sangre a
mi querida mamá.
Ella se recuperó rápidamente, y me volví a ir a los dos días de haber llegado.
El jefe de Consulta Externa comprendió mi ausencia y el motivo y no me dijo nada.
Mientras tanto en mis ratos libres seguí cultivando la amistad de la
dueña de la farmacia, y encontrando nuevos amigos entre los que quiero
mencionar de una manera especial a un Doctor de apellido Acedo, por la entonación
de su voz y una boina vasca que el usaba, me imagino que era un refugiado
español que emigró durante la Guerra Civil Española. Este personaje tenía una
fama a nivel Mundial, como un gran Leprólogo (especialista en el tratamiento de la lepra) y se radicó en
Sinaloa, estado que ocupaba el primer
lugar en incidencia de esta enfermedad.
Le pedí que si me permitía acompañarlo en su consulta particular y en
sus clases, en la Escuela de Medicina, ser pues su ayudante. Lo cual aceptó con
mucho agrado (Nadie antes le había pedido algo así, y yo ya lo conocía por sus
trabajos anteriores relacionado con la enfermedad de Hansen (Lepra).
Tenía ya como seis meses, trabajando en el IMSS, cuando el sueño se
desvaneció al anunciarnos que nuestro sueldo sería rebajado a más de la mitad
y quedaríamos como Residentes de primer grado, cosa que a nadie agradó, sin
embargo muchos se quedaron (los solteros que querían hacer carrera dentro del
IMSS) no siendo ése mi caso.
Todavía alcancé la inauguración de un gran Hospital General de
Zona, siendo Presidente de la Republica Adolfo López Mateos quien la puso en servicio.
Estaba a punto de cerrar un contrato por un año de la casa que me había
gustado, afortunadamente no lo hice pues el pago hubiera sido forzoso, así que con tristeza fui también a
darle las gracias a la dueña de la farmacia, donde pensaba poner mi
consultorio, así como al Dr. Calderón, quien no podía hacer nada. Y por último
di las gracias al Dr. Acedo, quien me había tomado cierto aprecio. Así se cerró
un capítulo más en mi vida...
Adiós a Culiacán...
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