Por: Juan José Rodríguez Tejeda
Pedro Hipólito de la Torre del Castillo, hombre con
un sentido de responsabilidad, que trabaja de lunes a viernes hasta muy tarde,
puntual en su hora de entrada y sin contrariar al jefe, esperando siempre que éste se dignara en fijarse
en él y le compensara todas sus humillaciones con un, aunque sea, pequeño
aumento de sueldo.
Esa mañana, bueno ya casi
mediodía, se
despierta en casa con una insoportable cruda. Siente que la casa le
sigue dando vueltas y
que el corazón se le sale de las sienes, sin nada en el estómago que lo sentía
todo aporreado del esfuerzo que hizo,
seguramente por vaciar, tanto alcohol que había ingerido.
La anterior, fue una de esas noches locas que comienza con la alegría de ser viernes y nunca te das cuenta
de cómo termina, pues se
comienza en un bar
tranquilo, donde discutes un poco la situación política del país, De la Torre,
siempre queriendo defender al gobernante, tema de la discusión. Luego, sin
darse cuenta van cambiando los ánimos y entonces esa cantina
parece demasiada
aburrida y se decide
ir a otro lugar más ambientado, para terminar
en esos lugares donde hay damas muy atentas.
Pedro Hipólito se esfuerza en abrir los ojos y en querer recordar cómo había llegado pues no recordaba
nada. Recorriendo la
vista por la recámara
lo primero que ve sobre el buró es un par de
aspirinas y un vaso con agua,
primeramente pensó en un milagro pero luego su escepticismo le hizo atribuir la
aparición de aquel remedio
para su mal, a la suerte o la coincidencia. Pero cuando por fin logra
despegar su cuerpo de la cama y se sienta en el borde, ve su ropa toda
limpia y planchada,
cuidadosamente doblada sobre una silla; su camisa haciendo juego con su
pantalón, sus calcetines
artísticamente uno metido en el otro, camiseta planchada y bien doblada y hasta
calzones limpios, sus zapatos lustrados, su ropa sucia ya no está tirada junto
a la cama y su cartera y reloj sobre el buró donde recién había visto la
aspirina. Un asombrado
Pedro Hipólito no puede dar crédito que en su alrededor la habitación se
encontrara en orden y limpia.
Incredulamente sigue escudriñando con
incertidumbre su
alrededor y encuentra
una habitación escrupulosamente limpia, por un momento pensó que no estaba en su casa, pero
el retrato de él junto a su esposa que estaba pegado en el espejo del tocador
le indicaba que sí, luego vio que el resto de la casa estaba igual; limpia y
ordenada. Toma las aspirinas y ve una nota sobre la mesa:
“Cariño, el desayuno está en la cocina, salí temprano para hacer
unas compras. No tardo, TE QUIERO AMORCITO”
Esto lo dejó
más que perplejo; “TE QUIERO AMORCITO”. Así que todo tambaleante y
desconfiado se dirige a la cocina, y efectivamente ahí estaba su desayuno y el periódico del día esperándole. Su hija también estaba en la
mesa,
desayunando. Pedro Hipólito, muy lentamente se acercó al comedor y un poco
avergonzado, con una voz tímida y
aguardentosamente ronca le pregunta a su hija:
- ¿Hija, qué pasó ayer por la noche?
Su hija sin dejar de engullir sus cornflakes le dice:
-Pues llegaste después de las 3 de la madrugada, borracho y diciendo palabrotas a
grito abierto, tanto que despertaste a todo el vecindario. Rompiste algunos muebles,
vomitaste en el pasillo, tiraste dos macetas y ese ojo morado que traes es porque mi mami te quiso agarrar, pues te ibas a caer y tú le gritaste “Déjame pinche
puta” te sacaste y te goleaste con la
puerta.
Mas avergonzado aún Pedro H. de la Torre, se sienta o mejor dicho se deja caer en la silla del comedor, abatido por lo que su hija le estaba diciendo y débilmente le pregunta:
- ¿Y cómo es que todo está tan limpio y ordenado, y no está tu mamá regañándome y el desayuno está listo esperándome en la mesa? Si otras veces tengo que
hacérmelo yo...
Y entonces, su hija continúa con la narrativa de hechos;
-¡Ah, eso!… pues
Mamá como pudo te arrastró hacia el
dormitorio diciendo
“vas a ver mañana méndigo animal, como te va a ir sabandija, ahora ni caso tiene que te
reclame pinche perro, ni me escuchas, pero mañana ya verás. Y con muchas dificultades te pudo subir a la cama y cuando intentó sacarte los pantalones, tú no soltabas el cinturón y gritaste:
¡¡“SUÉLTAME
MALDITA SURIPANTA…SOY HOMBRE CASADO Y AMO A MI ESPOSA!!
0 comentarios:
Publicar un comentario