Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
La crónica que voy a relatarles es
más terrible que la increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, vamos, peor aún que la
llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Todo comenzó cuando mi querida esposa
tuvo la urgente necesidad de que le agarraran el “chasis”. Pero antes de que el
amable lector piense mal de mi media naranja, déjenme ubicarlos en la
narración, una asombrosa historia digna de un texto de André Bretón o una
pintura de Salvador Dalí, misma que arranca el malhadado día cuando mi esposa
fue a la clínica del ISSSTE en esta ciudad de Acaponeta, ya que llevaba una
dolencia abdominal. Ahí el médico que le tocó, como “premio de la ruleta rusa”,
la informó que para mayor seguridad y poder emitir un diagnóstico acertado,
tenía que tomarse una radiografía, por lo que en la orden anotó: “Abdominal de
pie y lateral”. Obediente, mi cónyuge fue a buscar el departamento de rayos X,
pero le dijeron que en el ISSSTE no daban ese servicio, que fuera al Centro
Médico de Acaponeta o, como ahora pomposamente le llaman, Hospital Integral
Comunitario, para tomarse ahí la placa requerida. Con el consabido gesto de
disgusto acompañada de la consecuente pérdida de tiempo y tache en su trabajo
por ausencia, mi adorada esposa no tuvo más remedio que hacer mutis y salir rumbo
al conocido nosocomio, solo para encontrarse con la mala noticia que desde hace
casi medio año, ahí no toman radiografías, que “apenas” en Tecuala (nótese el
entrecomillado del adverbio “apenas”, que nos indica, para mala suerte de mi
mujer, pocas probabilidades de éxito).
Pero, como decimos con resignación
los mexicanos: “a lo hecho pecho”, y con esa bandera mi consorte se dirigió a
la orgullosa ciudad a encontrarse con el flamante hospital de esa vecina
localidad y con su fortuna, teniendo que “gozar” del excelente servicio de los
camiones de Autotransportes Victoria como un cruel remate a la mala suerte, ya
que estos vehículos con su inevitable zangoloteo, a cada brinco le recordaba a
mi esposa que tenía una dolencia abdominal y que había que aguantar lo que Dios
quisiera enviar, para llegar al ansiado servicio de los rayos X.
Ya en ese lugar de sanación, comenzó
un vía crucis extraordinario que si no fuera por lo trágico de una apabullante
realidad, sería cosa de risa loca y tema de hilaridad en jocosa tertulia.
Ahí --¡Gracias Señor—sí había un
aparato de rayos X, por lo que luego de otra larga hora de explicaciones,
solicitudes y trámites, la llevaron al gabinete donde estaba el moderno ingenio
y más rápido que ipso facto, la compañera de mi vida llevó la orden que le
“obsequió” el médico de la clínica del ISSSTE, al técnico radiólogo, aquella
que decía, recuerden: “Abdominal de pie y lateral”.
Para comenzar, el operador del
aparato de rayos X, le preguntó si venía acompañada, lo que negó mi esposa,
pues iba sola y su alma. Primer problema dijo el muchacho torciendo la boca en
señal de disgusto, porque ocupamos una persona que le “agarre el chasis”. ¿Y
eso qué es? Exclamó mi mujer francamente turbada; “se trata” dijo el matalote
con aires de suficiencia y perdona vidas: “de
un envase a prueba de luz destinado a recepcionar la película y creado para
permitir la fácil carga y descarga en tanto se mantiene en contacto casi
perfecto con las pantallas intensificadoras”.
Chasis para Rayos X |
--¿What? Exclamó mi esposa azorada y
a su confundida y hastiada mente le llegaron dos ideas: primero, que esa
explicación era igual y fácil de asimilar que la profunda y sesuda tesis de la
vida sexual de los proboscidios y su influencia en el movimiento obrero; y
segundo, que ese individuo debía ser un experto erudito en su trabajo, lo que
momentáneamente la tranquilizó.
-- “Entonces, porfió el perito en
rayos X, ¿cómo ve?, ocupamos de otra persona que le agarre el chasis”…
Un tanto ciscada, replicó la madre de
mis hijos, “pero ¿quién se va a animar a hacer eso, habiendo tantas enfermeras
presentes?”, a lo que contestó el chango aquel, “no les gusta hacer eso por el
riesgo que corren de contraer cáncer a causa de las radiaciones”.
--¿Quiere eso decir que deben ser los
pacientes o los que van pasando, los que deben contraer cáncer? Sí, adivinó
usted amigo que me “le” (Aurelio Nuño dixit), ya no hubo respuesta, puesto que
el radiólogo se entretuvo con unos paneles que bien pudieron ser las mentadas
“pantallas intensificadoras” o los “visvirules nucleicos”, y no se dio por
enterado.
Total que mi señora anduvo por todo
el hospital, como el conocido pedigüeño Martín “el ayuda” solicitando –más bien
rogando— eso, “una ayuda” para que “le agarraran el chasis”. Obvio decir que
todos la miraron con entendible desconfianza, preguntándose si mi Doña, no se
había escapado del pabellón siquiátrico.
Pero no cabe duda que Diosito es
grande, pues salió “el descocido para un roto” ya que un joven y despistado
adolescente aceptó, tal vez porque algo hay de aventura el agarrarle el chasis
a una señora que se ve “buena onda”.
Ya con su nuevo y solidario compañero
de desgracias, la dueña de mis quincenas, entró de nueva cuenta al cuarto de
las radiaciones, donde recibieron una veloz explicación de lo que ambos debían
hacer, siendo lo más importante no moverse para nada, a lo que accedieron con
gusto y deseosos de salir de ese trance a donde los llevó el perverso destino.
Todo iba a pedir de boca hasta que el
radiólogo volvió a leer la orden que exigía una toma “Abdominal de pie y
lateral”, y lo tomó literalmente, por falta de una maldita coma entre
“Abdominal” y “de pie”, pidiendo “al ayuda” que sostuviera el chasis frente al
pie de mi querida y acongojada esposa, quien apresuró a explicar al ahora “ex
sabio”, que ella no tenía ningún problema en esa extremidad, sino en el abdomen,
que si no sabía, quedaba “un poco más arriba”.
No muy convencido el técnico, ahora
purista del lenguaje, pidió “al ayuda” subiera la placa a la altura del
estómago, entrando en ese momento al cuarto una enfermera que iba dispuesta a
todo, menos a contraer cáncer, eso sí, muy amable y dispuesta a colaborar “en
lo que se ofreciera”.
Es menester hacer mención que a un
costado del aparato de rayos X, salía un cable en espiral que suponemos era
para que el técnico radiólogo hiciera funcionar el armatoste aquel a cierta
distancia.
Al parecer todos listos y en su
posición, sobre todo el encargado de agarrarle el chasis a mi consorte, se oyó,
como en los platós de las películas de Hollywood, un urgente e imperioso “¡Alto
ahí!”, parecido al “¡Corte!” de las filmaciones; paciente o sea mi esposa, “el ayuda”
y enfermera voltearon a mirar al radiólogo inquiriéndolo con la mirada sobre
tan abrupta exclamación, explicando este que la placa no iba a salir porque mi
princesa tenía puesta la ropa; así que con todo y pena hubo necesidad de
subirse un poco la blusa y bajarse otro tanto el pantalón, ante la mirada entre
extraviada y confundida de “el ayuda” que no esperaba eso, volviéndose aferrar
al chasis listo para recibir un baño de rayos X, tal vez vivificadores o de
esos que convierten a los mortales en el hombre araña.
Ahora sí, todos en posición; técnico
y enfermera toman el cable en espiral mencionado y de repente, jalando el
cordón aquel corren de improviso a una puerta que se hallaba en el fondo de la
habitación, dejando a su suerte a mi “marida” y a “el ayuda”, quienes al ver aquella
inesperada huida, deciden también poner “pies en polvorosa” por aquello de las
rete cochinas dudas y si no gritaron fue porque los astros del firmamento no
estaban debidamente alineados. Pero ¡oh sorpresa!, técnico y enfermera
reingresan al gabinete con cara de pocos amigos, regañando a ambos “coyones”
por moverse y abandonar su puesto a la hora de la mentada “toma”, y lo peor,
porque “el ayuda” en su comprensible fuga, aventó por los aires el tan famoso “chasis”
echando a perder la tarea.
Más que molesta, por no decir
hiperencabronada, la Reina de mi Hogar, increpó a ese par, haciéndoles ver el
menudo susto que les habían metido a causa de su loca carrera. Eso no impresionó
al redomado pollino encargado de los rayos X, quién de nueva cuenta reprendió a
los dos por su falta de cuidado. Por supuesto el par de personajes de la
“burrocracia médica” no explicaron por qué corrían, y solo me resta especular
que el cable en espiral encendía a distancia el aparato y este par corría
presuroso tratando de ganar la carrera a los mortales rayos X, como si eso se
pudiera; no hallo otra explicación.
Una vez más en posición y de nueva
carrera de técnico y enfermera, la placa salió y habrá que esperar a que el
médico del ISSSTE la valore y ofrezca su dictamen y lo que viene por delante.
Platicando sobre el particular con un
estimado amigo médico, nos dice que la placa finalmente no va a servir de nada,
porque lo que el doctor aquel quiere ver, solo lo puede hacer con un
ultrasonido y, para mayor coraje de mi vieja, no era necesario quitarse la ropa
para los rayos X.
Yo la consuelo diciéndole que se dé
de santos que no le tomaron la radiografía del pie, pues hubiera sido cómico
que su médico, con ojos asombrados descubriera tarsos, metatarsos, falanges,
astrágalos y calcáneos en el abdomen de mi adorada esposa.
Esta crónica que más parece una lene
fabulilla, increíblemente fue real y sucedió en verdad. No puedo más que
admitir que es cosa de risa, pero más que nada es cosa de lágrimas, pues apenas
se puede creer que en país como México, donde sus gobernantes presumen un mundo
que solo existe en sus retardadas cabezas, existan servicios de salud como el
que sufrió mi mujer. Este botón de muestra claramente nos enseña incapacidad de
los médicos, radiólogos, enfermeras, y administrativos que viven sumidos en una
terrible burocracia que ve al afiliado a los sistemas de salud como muebles o
animales raros. En todos los hospitales, centros de salud, clínicas y dispensarios
públicos hay graves carencias de equipo, medicamentos, espacios de atención,
camas, cuartos, camillas y ambulancias.
El coraje de mi esposa es el mismo
que de millones de mexicanos que pasan por lo mismo. Es natural que el
presidente de la República, algún gobernador, senador o diputado federal
enferme y tenga que ser operado de algo, lo malo, y es muy significativo, que
nunca se les ve en una de las clínicas a los que acudimos los ciudadanos. No
hacen cola, no tienen que andar buscando quien les agarre en “chasis”, no les
falta medicamentos y nunca se equivocan médicos, administrativos o enfermeras.
Lo verdaderamente grave, es que a
pesar de las terribles carencias de los nosocomios o bien, en el ámbito educativo,
“nuestros” funcionarios se siguen otorgando bonos y prebendas de todo tipo a
costa del erario; que a los partidos políticos les llenen las arcas de dinero o
que, en el gasto corriente de los tres niveles de gobierno, existan partidas
para verdaderas pendejadas.
No es posible esta situación mientras
exista un Layín por ejemplo. “Cosas veredes amigo Sancho, que faran fablar las
piedras”.
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