Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Algo de polvo levantó el comentario
respecto a la rapidez con que se construyó el edificio de Coppel por el
boulevard “Juan Espinosa Bávara” frente a la preparatoria No. 3. Los comentarios
fueron variados y de ahí que me anime a ampliar la nota sobre el particular.
Hubo algunos que comentaron que
Acaponeta sigue siendo el mismo rancho de siempre y que nada ha cambiado. Al
respecto, su servidor diría dos cosas aparentemente contradictorias: primero,
claro que Acaponeta ha cambiado y segundo: ¿si no es así…qué importancia tiene?
Me explico, la ciudad de las Gardenias sin duda alguna ha cambiado. Algunos
acaponetenses o visitantes que ya han estado antes aquí, mismos que viven en
las grandes ciudades como México, Guadalajara, Monterrey, Los Ángeles, Chicago,
Houston o en las capitales de otras entidades del país, voluntaria o
involuntariamente hacen una comparación entre el lugar donde viven y este
“ranchito” como algunos despectivamente lo llaman. No son pocos los que en las
redes sociales la llaman “Acaporancho” o “Acapoyork”, así entre broma y en
serio. A pesar de eso, hay que decir que nuestra ciudad sí ha cambiado al paso
de los años. Pensemos en algún acaponetense que no ha regresado al pueblo en 25
años por ejemplo. Cuando se fue en 1992, siendo presidente el Ing. Héctor
Servando Sierra Martínez, la gran mayoría de las calles estaban empedradas y el
drenaje en prácticamente toda la red se usaba la tubería de asbesto; no existía
un boulevard de entrada a la ciudad como el que tenemos hoy, ni tampoco la
calzada de panteón estaba con cemento hidráulico o la calle Chapultepec a la
salida al vecino Huajicori.
La plaza principal, bien que mal, es otra al igual que la Casa de la Cultura que en ese año estaba siendo remodelada para ese centro cultural, perdiendo su estatus de escuela primaria; y hasta un moderno y bien plantado teatro tenemos en el 2017. En ese año no había pista de tartán en la Unidad Deportiva y ni siquiera existía el internet y ni pensar en una Universidad en la cabecera y menos en una plaza “Gardenia”. El bordo que nos protegía cada año de las inundaciones estaba construido con cascajo, piedras y tierra, hoy es un moderno malecón con un kiosco en su centro y su perímetro con luminarias. Tenemos una planta de tratamiento de aguas residuales y son mucho más fáciles los accesos a la zona serrana hoy día. Eso nos lleva a la llegada de las grandes franquicias a la ciudad que comenzaron con Elektra y Farmacia Guadalajara, que cuando arribaron a nuestras vidas se habló de la llegada del Armagedón y el fin del comercio local. Después de eso existen un Aurrerá, Soriana, cuatro Oxxos, Autozone y ahora Coppel y si volteamos a nuestro alrededor, todavía estamos vivos. Si me permiten diré, que esta competencia, ha motivado que algunos comercios locales se reactiven o entren al mercado moderno de la oferta y la demanda, porque había unos que habían dejado caer sus negociaciones entrando en una especie de modorra o a una zona de confort que al final los perjudicó. Ni siquiera existe en la ciudad una Cámara de Comercio ni estrategias para elevar las ventas. Nada, incluso había tiendas que enseñaban mostradores donde nadie en años había metido la mano. Así cuándo pues…
Quizá, estas personas que alegan que
nada ha cambiado, se refieren a que el mercado municipal es el mismo con su
eterna problemática de saturación, falta de higiene de ciertos locatarios y un
banquetón caótico. Por supuesto, el problema del agua que es eterno; sigue
habiendo raterillos y raterotes en las calles, cantinas paupérrimas en muchas
esquinas; que no tenemos un cine --uno de los posteos más socorridos--, que las
banquetas, algunas de ellas “remodeladas para quedar peor”, siguen siendo
“Reino Aventura”; que los hoteles son pésimos y no han evolucionado en décadas,
así como muchos problemas más, entonces sí, nada hemos cambiado y seguimos
igual.
La plaza principal, bien que mal, es otra al igual que la Casa de la Cultura que en ese año estaba siendo remodelada para ese centro cultural, perdiendo su estatus de escuela primaria; y hasta un moderno y bien plantado teatro tenemos en el 2017. En ese año no había pista de tartán en la Unidad Deportiva y ni siquiera existía el internet y ni pensar en una Universidad en la cabecera y menos en una plaza “Gardenia”. El bordo que nos protegía cada año de las inundaciones estaba construido con cascajo, piedras y tierra, hoy es un moderno malecón con un kiosco en su centro y su perímetro con luminarias. Tenemos una planta de tratamiento de aguas residuales y son mucho más fáciles los accesos a la zona serrana hoy día. Eso nos lleva a la llegada de las grandes franquicias a la ciudad que comenzaron con Elektra y Farmacia Guadalajara, que cuando arribaron a nuestras vidas se habló de la llegada del Armagedón y el fin del comercio local. Después de eso existen un Aurrerá, Soriana, cuatro Oxxos, Autozone y ahora Coppel y si volteamos a nuestro alrededor, todavía estamos vivos. Si me permiten diré, que esta competencia, ha motivado que algunos comercios locales se reactiven o entren al mercado moderno de la oferta y la demanda, porque había unos que habían dejado caer sus negociaciones entrando en una especie de modorra o a una zona de confort que al final los perjudicó. Ni siquiera existe en la ciudad una Cámara de Comercio ni estrategias para elevar las ventas. Nada, incluso había tiendas que enseñaban mostradores donde nadie en años había metido la mano. Así cuándo pues…
Interior del mercado municipal "Gral. Ramón Corona" |
Eso me da pie para varias cavilaciones,
primero: todos regresan, tarde que temprano, con cambios o sin ellos, al lugar
donde dejaron enterrado el ombligo y es que Acaponeta es más, mucho más que mil
Oxxos, Coppels o Sorianas; Acaponeta, aún con su mercado caótico y sucio por esos
locatarios, sigue siendo el lugar común para ir por el camarón, el pescado o
los mariscos a primera hora; donde están asentados desde hace décadas los
“garañones” Min y sus churros; los que venden las sabrosas gorditas de canela
que se inflan de gusto y de grandes recuerdos; ahí están o llegan los amigos de
toda la vida, el chisme caliente o fresquecito y tan sabrosos como los tamales
colorados; esos dimes y diretes tan recientes como los pargos y las mojarras;
además las noticias políticas que nos hacen rabiar o a renacer la esperanza.
Vuelven los paisanos y sus familias, para recorrer la plaza que de niños degustaron
desde la lactancia y se sientan en las viejas bancas de fierro vaciado o los
cómodos sofás de riostras de madera, a ver la nueva fuente colorina y recordar
la otra, fea y sin chiste, pero donde tus “compas” te aventaron en la típica
broma juvenil o donde te hiciste novio o novia de la que hoy es tu esposa o tu
“viejo”; subes a tus nietos al kiosco porque ahí te trepó tu abuelo a ti
también y le das vuelta al “cuadro” para recordar a los amigos que ya se fueron
al viaje eterno o emular aquel tiempo cuando los caballeros daban vuelta a la
derecha y las damas a la izquierda, siendo los primeros que le entregaban una
flor a la bella gardenia y si esta se la devolvía “se hacía la machaca”. Notas
que hay comercios nuevos y te llegan a la memoria los que en este tiempo ya no
existen y hasta recuerdas quien los manejaba o a sus empleados, si es que tú
mismo no laboraste ahí de chavalo. Y es que Acaponeta no es Coppel, es memoria,
reminiscencias y presencias de muchas almas y espíritus lejanos en el tiempo y
cercanos al corazón, por eso siempre que vienes visitas el panteón que tiene su
propio gusto y atractivo. Siendo honesto, vale madres si Acaponeta sigue siendo
el mismo “rancho”, y la verdad que bueno, porque si nos asustamos de esos Oxxos
y bodegas Aurrerá, piense amigo lector, que en nuestro pueblito no existen
enormes edificios que tapan el cielo más hermoso del hemisferio occidental, con
un azul diáfano y puro, envidia de esas mismas ciudades arriba mencionadas,
mismo que inmortalizó José “Alpuche” Jiménez, en aquella canción del “Caballo
Blanco” que cruzó tierras nayaritas “entre cerros verdes y lo azul del cielo”.
Qué diablos nos importa si no tiene Acaponeta pomposas vialidades, modernísimos
periféricos, ejes viales “inteligentes”, dobles pisos y pasos a desnivel que se
tragan árboles y vida silvestre y consiguen, a pesar de su “utilidad y
simbólico progreso”, que la gente pierda buena parte de su vida metido en un
auto; si aquí tenemos calles donde a las afueras de las viviendas están los
amigos, los vecinos, los compadres dispuestos a ofrecernos una “poltrona” para
platicar las incidencias del día o sobre el presidente municipal en turno o
saliendo a las orillas tenemos un campo fertilísimo y lleno de vida vegetal y
animal. Qué bueno que Acaponeta no ha cambiado y todas las tardes tenemos un
gigantesco concierto con el coro de miles de zanates que llegan de los productivos
campos de los alrededores, a diferencia de los macrourbes donde los pájaros
llueven del cielo sin vida y exangües por el smog. No tenemos metro o trenes ultrarrápidos,
pero cada vez que pasa el ferrocarril con su pita y pita, esos que tanto
reclaman un “mejor” Acaponeta, recuerdan el paso de “la punta de fierro” y las
miles de vivencias en los andenes de la vieja estación y hasta se les alegra la
faz oyendo el pitido de la Maseca o los campanazos de los dos templos. Yo nací
y viví 30 años en la Ciudad de México y los únicos ríos que conocí eran enormes
y larguísimas avenidas llamadas “Río Churubusco”, “Río Consulado”, “Río
Mixcoac”, “Río Magdalena”, “Río de los Remedios”, etc. todos entubados y
encementados por donde transitaban y aún lo hacen miles y miles vehículos, aquí
tenemos un río real y no está contaminado o al menos no como allá, es apenas un
listón plateado, pero al fin un listón y ¡de plata!
Esto no queremos en el "Rancho" |
Era para mi sorpresa y un acto de
gran incredulidad, llegar de chamaco a Acaponeta y poder cortar un mango del
mismísimo árbol o ver caer un coco de su palmera; apenas podía creer que en los
patios –aquí llamados corrales—había árboles de limones, de ciruelas o de
tamarindos. Lo mismo que los hijos de acaponetenses nacidos en las macro urbes
que cuando voltean al cielo por la noche ven infinidad de lucecitas que sus
padres les explican que se llaman estrellas y eso que no huele, es aire puro
del “rancho”, o aquel de la primera lluvia que merodea con su fragancia a olla
de barro. Sí, en efecto, no existen en Acaponeta restaurantes y bares de nombres
gringos o afrancesados, pomadosos y elitistas; pero para qué los queremos si
casi en cada esquina existe una mesa que ofrece unas suculentas “gorditas” y en
el mercado, unos menudos que nos obligan a regresar a la brevedad porque no
solo se mete en forma de colesterol en el corazón, sino esa arteria de los
sentimientos que cuesta más trabajo erradicar que un cateterismo en nosocomio
trinchón; y que decir de los tacos de puerco tatemado o los tamales de ceniza.
Río Acaponeta, al fondo "El Cacahuatal" |
Volviendo al tema de la llegada de
Coppel, recuerdo que hace años un auto perifoneando anunciaba la llegada de
unos supuestos zapateros de León y muchos comerciantes entraron en pánico, al
grado de convocar a una reunión de urgencia en el Astoria Club para determinar
cómo iban a correr a esos “demonios” que venían a competir con los zapateros
locales. Fueron como 50 comerciantes los que acudieron y se desgarraron las
vestiduras, y no creo exagerar que en la mente de más de uno pasaba la insana
idea de mandar destripar a los dizque “leoneses”. En un momento de cordura
planearon diversas estrategias para contrarrestar la llegada de esa “plaga
bíblica”, cómo organizar mensualmente tianguis con puros comerciantes locales
ahí mismo en el salón Astoria, la publicación de un cuadernillo con las ofertas
del comercio gardenión, la rehabilitación de la Cámara de Comercio de Acaponeta
y cien cosas más. Se convocó a una segunda reunión y solo asistieron unos cinco
o seis comerciantes; fue la última y para colmo los supuestos “leoneses” ni
eran de León, ni zapateros.
En el mundo globalizado de esta época
que nos ha tocado vivir, es inevitable que lleguen las grandes franquicias o
macro corporaciones que ayer nos asustaron y que agoreros pesimistas
pronosticaron como el día del juicio final y que, al final de cuentas, nadie se
murió. Acostumbrémonos a ver llegar y que se instalen los macdonald´s, los home
depots, los office depot, las empresas refresqueras, u otros más, que
finalmente dan empleo a decenas que de otra manera anduvieran chiflando en el
Coatépetl. Me dirán que son empleos mal pagados, sí, sin duda, pero algo de
seguridad brindan en muchos hogares y familias.
Yo estoy seguro que, en cualquier
momento que sea, en el mes que ustedes me digan, por más simple que este sea:
dulce, triste, amargo, alegre, sentido, gris, colorido, sabroso, sinsabor, cómo
sea, siendo en Acaponeta, es la gloria misma, vengas de donde vengas.
Es tan grande Acaponeta, que para brillar
no necesita apagar la luz de Nueva York o de CDMX. ¡Qué Viva nuestro rancho!
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