Foto: Gastón Saldana |
Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Muchas veces he escuchado que esta,
la elección del primero de julio, será la madre de todas las elecciones.
Teniendo en cuenta que no deja de ser una exageración, si hemos de coincidir
con los que piensan que el próximo proceso electoral tiene todas las
condiciones para ser muy especial y que, es muy probable que se convierta en un
parteaguas dadas las condiciones y circunstancias que se han venido dando las
cosas en México, quizá la de más peso, es el tremendo hartazgo que los
ciudadanos tenemos contra la clase política nacional, esa que conforman desde
el presidente de la República, hasta el más humilde regidor o coordinador de área de un ayuntamiento.
En medio del debate ciudadano sobre
quien es el mejor, quién el menos peor, cuál es el más rata, a quién
corresponde el honor de ser el honrado de la contienda, lo que también debe
interesarnos es pensar: ¿qué sigue después del primero de julio? ¿Cómo vamos a
amanecer los mexicanos el lunes 2 de julio?
Primero, contrario a lo que algunos
de manera absurda piensan, México amanecerá igual que siempre, el sol saldrá
por el oriente como todos los días y ahí, en cualquier esquina del semáforo u
oficina estará la corrupción esperando como siempre el billete de cien o
doscientos pesos; y en las altas esferas, continuarán haciendo millonarios
trastupijes los grandes privilegiados de siempre. Los gobernadores-virreyes
acumularán cifras impresionantes de billetes convertidos en cuentas bancarias
en Turcas y Caicos u otros paraísos fiscales, o bien gigantescos e
impresionantes ranchos llenos de ganado y caballos de marca fina, o bien penthouses en Miami o Central Park de
Nueva York; los hijos de los altos funcionarios, esos que gritan por una
sustancial mejora en las políticas educativas del país, seguirán estudiando en
el extranjero porque aquí no hallan las condiciones deseables para sus padres.
Los hospitales el mismísimo día después de la madre de todas las elecciones,
carecerán como hoy, de medicamentos, camas, ambulancias y quirófanos de primer
mundo, mientras los diputados federales, senadores, secretarios de estado y
gobernadores-virreyes, harán zanja para llegar a Houston o los centros
hospitalarios norteamericanos propios para magnates tipo trump (siempre con
minúsculas).
La violencia de las calles, y las
ciudades hoy en poder el crimen organizado, ahí están todavía el día después de
la elección, igual que un día antes. Los muertos derramando sangre a un lado de
las banquetas, así como narcofosas próximas a ser descubiertas con decenas de
cadáveres dentro. La pobreza, llámese como se llame, moderada, de ingresos, alimentaria
o extrema seguirá estando ahí, y las estadísticas continuarán engrosándose con
millones de individuos, así como los indicadores de un país que los políticos
llaman pomposamente “en vías de desarrollo”, amanecerán igual que la
tarde-noche del primero de julio. México el dos de ese mes será exactamente
igual que el primero de julio o que el 31 de mayo o el seis de enero de 2018.
Tendremos, eso sí, flamante
presidente electo por la República, “nuevos” diputados federales y senadores
(lo de “nuevos” entre comillas es porque muchos de esos “representantes” del
pueblo, nomás pasan de una curul a otra, brincan de una cámara a la otra. Están
más vistos que la película del “Titanic”), ganando lo mismo que han ganado por
décadas y con los mismos prerrogativas e inmunidades de siempre, gozando de
fuero, y la gran mayoría de ellos, siendo corruptos porque, en su perversa
ideología, creen que eso es un privilegio del poder.
Durante los últimos meses, ha sido un
quebradero de cabeza nacional, para determinar por quién se va a votar, cada
uno de los electores que aparecen en las listas nominales, o se han lanzado de
cabeza por un candidato o han reflexionado su voto, pero ha sido desgastante en
un proceso que tuvo –solo en México--, una precampaña, una intercampaña y una
campaña. Han sido pleitos terribles y en algunos casos estúpidos –no se me
ocurre otro adjetivo--, hasta las familias se han dividido con feos pleitos y
las vecinos se enfrentan como si en ello les fuera la vida; pocos han
comprendido que el día dos de julio, todos nosotros, es decir, la inmensa
mayoría en el país, iremos a trabajar al mismo centro laboral. Nuestro sueldo
será exactamente el mismo y los jefes no habrán cambiado, excepto en las
cámaras tal vez. El transporte público seguirá siendo el mismo pésimo de todos
los días, la gasolina no habrá bajado de precio, si acaso habrá algún cambio,
este será hacia arriba y el kilo de huevo sin duda amanecerá más caro.
Nos hemos llamado unos a otros de
todo: “chairos” o “pejezombies” son, en voces de los que no van con Morena, los
que adoran a López Obrador; corruptos y ratas los seguidores del PRI, les
gritan aquellos. Persignados, “mochos” y retrógradas los seguidores de Anaya;
traidores y saltimbanquis los perredistas. Las redes sociales se han llenado de
estiércol y más de uno hemos salido salpicados.
Yerran muchos de ellos, yo conozco
gente afiliada al Partido Revolucionario Institucional y nunca en su vida se ha
robado un quinto. Tengo la fortuna de contar con amigos admiradores de AMLO y
razonan su voto a favor del tabasqueño de la misma manera con que demuestran
sus habilidades laborales y su inteligencia para la vida diaria. Tengo el gusto
de tratar a un renombrado panista que es más ateo que Marx. Y pasan frente a mi
casa y a veces entran en ella, perredistas decentes y conscientes de la
situación nacional e incluso la de su partido.
Pienso, y se menciona arriba, que
este proceso ciudadano, será un parteaguas por la actitud que tomemos en el
futuro los mexicanos, todos, los norteños, los sureños, los del centro, los
ciudadanos de las grandes urbes o los de las pequeñas comunidades ejidales, los
que viven en la sierra o los barrios residenciales, dejando a un lado nuestras
preferencias políticas o electorales, olvidando por quién votamos un día antes,
si “ganamos” o “perdimos” en ese sufragio nacional; a partir del dos de julio
de 2018 no podemos permitir en adelante gobiernos como los hemos tenido hasta
ahora, repletos de tipos sin ningún escrúpulo, cada día más soberbios y tan
engallados que roban o defraudan de una manera tan descarada que viene a ser un
escupitajo en el rostro de todos los que pagamos impuestos.
No importa quien gane, AMLO, Anaya,
Meade, Margarita o El Bronco, los cinco por cierto parte de esa clase política
favorecida, esto debe cambiar y no solo lo decimos o lo pedimos a gritos los
mexicanos en su conjunto, sino ellos mismos, esta quinteta de aspirantes, se
han pasado los meses de una absurda precampaña, una aún más ridícula
intercampaña y finalmente la campaña en sí, hablando de honestidad a toda
prueba, pero donde ninguno ha podido probar lo contrario a las acusaciones de
sus contrincantes; de la posibilidad de un mejor país, que algunos de nosotros
venimos oyendo desde que nacimos y que eso de mejor país, parece que solo a
ellos beneficia, pues viven como potentados, viajan, gastan, adquieren
edificios, gastan, tienen enormes haciendas, gastan, visten puras ropas marca
popoff, gastan, aviones públicos –siempre en primera clase—o de plano privados,
gastan, compran yates y autos europeos y gastan, gastan, gastan, mientras los
ciudadanos tienen que vérselas negras en el metro o el trasporte público
urbano; ellos tienen enormes propiedades campiranas llenas de caballos pura
sangre, mientras el campo mexicano sigue escupiendo mexicanos a saltar el muro
del racista trump que amenaza con casi enviarlos a la silla eléctrica. La clase
política está perfectamente protegida en su seguridad e integridad física, pero
el resto de los mexicanos, excepto los grandes empresarios, salimos a la calle
y no sabemos si habremos de regresar.
Dijera aquel cacique y líder sindical
sinvergüenza Fidel Velázquez: “la caballada está flaca” y un filósofo de las
redes añadió que esta elección era como votar entre el dengue, el chicongunya y
el zika. Muchos creemos que no vamos a votar por la mejor opción para el
bienestar nacional, por el de los proyectos ideales y coherentes, sino por el
menos peor. Y eso, mis queridos lectores, es triste, muy malo y
desconcertante.
Si vamos a convertir el primero de
julio en un parteaguas nacional, debemos empezar el día siguiente a ser mejores
ciudadanos, empatar nuestros decires con los actuares, porque mucho le gritamos
a los corruptos y con facilidad aceptamos darle los 100 pesos al agente de
tránsito porque nos pasamos un semáforo en rojo solo porque nos creímos “muy
machos”. Exigimos a las autoridades federales, estatales y municipales mejores
servicios, pero no pagamos nuestras cuotas de agua, predial, etc. Gritamos que
la ciudad está sucia pero no nos causa empacho sacar la basura por las noches;
exigimos casi con violencia una mejor calidad del agua y queremos quemar el
OROMAPAS cuando escasea el vital líquido, pero no nos detenemos en desperdiciar
el agua en acciones torpes como lavar el carro con manguera.
Los candidatos, todos, en sus
supuestas visiones acerca del país, hablaron de mejorar esto y aquello, algunos
más que otros, unos más coherentes que el resto, pero todos dijeron querer un
país de ensueño, libre de corrupción, de lacras, de cero impunidad, de
transparencia. Los cinco, AMLO, Anaya, Meade, Margarita y El Bronco,
manifestaron, si ganaban, imponer mano dura contra el crimen organizado y los
delincuentes del fuero común; todos, sin fallar uno, prometieron mejorar los
apoyos sociales, algunos ridículos como ese que quiere una beca universal para
todos y cada uno de los 120 millones de compatriotas (¿de dónde pues?), o ese
que le quiere dar hasta a los famosos “ninis”. Mejor educación y servicios
médicos, todos coincidieron; cuidar al medio ambiente y fomentar los asuntos
ecológicos, todos coincidieron; elevar la dignidad nacional frente a trump y el
mundo, todos coincidieron; turismo y finanzas sanas, todos coincidieron;
cultura y deporte para alejar a los jóvenes de las drogas y del narco, todos
coincidieron. No hubo tema donde no florecieran los discursos tratando de
convencer al electorado de que podemos mejorar todo y tener, ahora sí, un
México en bonanza. Yo digo que esos discursos fueron fáciles, porque donde uno
le rasque brota la más pestilente pus.
Por ello, el dos de julio los
mexicanos debemos de salir de nuestro enfermizo capullo de comodidad y
conformismo. Tenemos la grave responsabilidad de exigir, señalar, denunciar a
los corruptos, entendiendo que estos no solo los que roban, sino aquellos que
viven ejecutando error tras error, siendo absolutamente negligentes. Si es
verdad que somos sus jefes, hagámoslos producir y que cumplan con lo que les
corresponda, caso contrario correrlos y hasta encerrarlos en el fresco bote.
Pero también ponernos las pilas como dicen y actuar como verdaderos ciudadanos:
civilizados y honestos también.
Nos vemos el dos de julio…
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