Jefe de jefes
Existe un grupo de elite entre las corporaciones criminales de México. Sus
nombres son un tributo al lugar donde nacieron, donde son poderosos o a su
fundador.
Entre los principales cárteles destacan el de Juárez, liderado por Vicente
Carrillo Leyva. El de Sinaloa, de Guzmán Loera, alias ‘El Chapo’. El del
Golfo-Zetas, cuya cabeza es Miguel Ángel Treviño. El cártel de Tijuana, donde
los operadores de los hermanos Arellano Félix ostentan el negocio de la cocaína
y las anfetaminas. Y el de los hermanos Beltrán Leyva, con presencia en
Sinaloa, Sonora, Jalisco y Nayarit, entre otros.
Al igual que la mayoría de las empresas en México, los organismos
criminales también son familiares y heredan sus emporios a las generaciones que
le siguen. Los líderes de estos cárteles son parientes de los primeros
traficantes que cultivaron en México marihuana y opio en los años 50 para
venderla en EU a los ex combatientes del Ejército de ese país que retornaban de
la guerra de Corea.
Así como en los 90 el Tratado de Libre Comercio (TLC) transformó una parte
de la industria mexicana, una condición de mercado empujó en esa misma década a
que los grupos delictivos cambiaran las directrices de su negocio.
En pleno boom
de la cocaína, la fuerte demanda de droga por parte de EU le permitió a los
traficantes mexicanos negociar con los productores colombianos que parte de su
pago fuera en especie. El pionero fue Amado Carrillo Fuentes, el ‘Señor de los
Cielos’. Su negocio creció tanto que en poco tiempo ya realizaba dos envíos
semanales de Colombia a México en aviones DC-10. México se volvió una escala
obligada para al menos 90% de la cocaína que iba a EU.
Otro cártel que cambió de giro fue el de los Amezcua Contreras. Originarios
de Colima, los hermanos José de Jesús, Luis Ignacio y Adán se dedicaron primero
al tráfico de personas de México a EU. Pero esta actividad, aunque lucrativa,
era muy irregular pues no garantizaba una fuente continua de ingresos. La
estabilidad financiera la encontraron en el tráfico de drogas. Empezaron con marihuana
y, ocasionalmente, cocaína. Pero pronto se dieron cuenta que el negocio estaba
en las anfetaminas. Según Óscar Naranjo, director de la Policía Nacional de
Colombia, los cárteles mexicanos incursionaron en las drogas sintéticas por su
alta demanda y su bajo costo de producción. Producir un gramo de anfetamina
cuesta 100 dólares en México, mientras su precio en el norte varía entre 180 y
300 dólares, según la DEA. La Casa Blanca calcula que en EU hay 2.4 millones de
adictos a esa droga. Con violencia, los Amezcua entraron por San Diego al
mercado estadounidense, que entonces controlaban pandillas como los Hell’s
Angels, en California.
La producción de anfetaminas tiene ‘ventajas’ sobre la de cocaína y
marihuana: no depende de alianzas con productores o de grandes extensiones de
tierra para sembrar la droga; se pueden producir en grandes laboratorios o en
una vivienda cualquiera y con una inversión de 5,000 pesos; sólo se requieren
los insumos necesarios, como la efedrina, una sustancia que sirve para hacer
antigripales.
Los Amezcua contrataron laboratorios que importaban efedrina y luego
‘exportaban’ este producto por el mismo camino que usaban para enviar
trabajadores ilegales a EU. En 2004, México importó 50% más efedrina de lo que
necesitaba su industria antigripal. En 2005, el gobierno limitó la entrada de
este producto a México. Para entonces, los Amezcua ya poseían fábricas del
químico en Pakistán, tenían contratos de compra multimillonarios con
productores en India, y habían desplazado a la mafia rusa del mercado
estadounidense.
Los Amezcua fueron encarcelados en 1998, pero el negocio continuó. En
respuesta a los controles que el gobierno impuso en 2005 a la importación de
efedrina, los cárteles contrataron laboratorios que obtenían permisos aduanales
falsos. Hoy, según la DEA, los cárteles mexicanos son los más activos en este
mercado. “Los cárteles que no estaban en este negocio entraron cuando vieron
los millones de Zhen Li Ye Gon”, dice un oficial de EU. Se refiere al
empresario acusado en México de tráfico de drogas en 2007 y a quien le
confiscaron 205 mdd en efectivo que encontraron en su domicilio. El
desmantelamiento de este imperio eliminó del mercado a un gran importador de
efedrina, y causó estragos en el cártel del Golfo, dueño del dinero y de las
instalaciones incautadas al empresario chino.
México prohibió en 2008 el uso de efedrina en medicamentos, y eliminó toda
importación legal del insumo.
Marihuana, cash para la tesorería
La droga más difícil de manejar es la marihuana. Su producción involucra a
secaderos y empaquetamiento, y al transportarla ocupa mucho espacio físico. Su
margen de ganancia no es tan atractivo como el de la cocaína o las anfetaminas.
Por eso los colombianos no la manejaron en los 80, su época dorada.
Para los narcos mexicanos, la marihuana es estratégica. Crece
abundantemente en Sinaloa y Michoacán, dos estados con acceso privilegiado a
múltiples carreteras, cruces fronterizos y puertos de embarque. Y tiene un
mercado de 20 millones de consumidores en EU, según la Casa Blanca.
A pesar de la lucha del gobierno mexicano contra los cárteles de la droga,
la exportación de marihuana se ha mantenido estable en los últimos años, a
excepción de una sequía que atacó los estados productores entre 2000 y 2002,
ocasionando pérdidas de 50% en la producción. Es la principal fuente de
liquidez de los narcos. Con su venta, los cárteles financian la compra de otras
drogas de mayor margen, como la cocaína, o insumos para las anfetaminas. Cada
kilo de marihuana cuesta entre 1,300 y 1,800 dólares en EU. El año pasado,
México exportó 16,000 toneladas, lo que significa más de 10,000 mdd de ingresos
para estos grupos.
Inversiones seguras
El precio de la cocaína aumenta conforme avanza del sur al norte por el
continente. Un productor colombiano recibe el equivalente a
5% del precio pagado en Atlanta, por ejemplo. La mayor parte de la ganancia se
queda en los intermediarios y varios de ellos están en México.
“El efecto de este negocio se ve en todos lados, desde las mansiones que
aparecen en pequeños pueblos, hasta los grandes desarrollos que hacen en
Monterrey y en Jalisco”, dice un ex banquero mexicano. Hace una década,
recuerda, llegaban a la ventanilla de las sucursales sujetos que depositaban 20
mdd en efectivo. “Y nadie pestañeaba”, dice.
Cientos de miles de millones de dólares de esta actividad se canalizan al
sector legal mexicano, dice Eduardo Buscaglia, un abogado y economista internacional
que trabajó en la oficina antidrogas de las Naciones Unidas. El procurador
general de la República, Eduardo Medina Mora, dice que al narcotráfico hay que
entenderlo como “una cadena de valor económico” que tiene perspectivas “de
mercado, logística, operacionales, de rutas estratégicas y modus operandi”.
Las leyes antilavado del país son más robustas que hace cinco años, pero el
Fondo Monetario Internacional recientemente criticó a México porque las
autoridades sólo han obtenido 25 sentencias en casos de lavado de dinero desde
1989. La PGR y el FMI calculan que en México se lavan entre 10,000 y 25,000 mdd
al año.
Buscaglia dice que el gobierno mexicano falla al concentrarse sólo en
combatir la disputa territorial del narco, ya que los grupos criminales tienen
múltiples formas de ejercer su hegemonía. Lo mismo trafican armas y personas,
que lucran con la prostitución y la piratería. También tienen relaciones
operativas con mafias internacionales. “Si mañana se acaba el narcotráfico,
advierte Buscaglia, los cárteles mexicanos encontrarían nuevas formas de
reproducirse”.
Mano de obra calificada
Los Zetas fueron creados por Osiel Cárdenas al final de los años 90, cuando
reclutó a un grupo de 30 tenientes y subtenientes desertores del Grupo
Aeromóvil de Fuerza Especiales (GAFES) del Ejército mexicano. Se estima que
este grupo podría tener en sus filas hasta 200 ex militares y policías.
“Los Zetas son el grupo más peligroso para el Estado mexicano y para los
otros cárteles, por su disciplina y su habilidad para hacer inteligencia”, dice
Alberto Islas, de Risk-Evaluation, una compañía de asesoría en seguridad basada
en la Ciudad de Mexico.
En los últimos dos años, el cártel del Golfo los usó para adueñarse de
ciertos mercados, en operaciones más violentas que una compra hostil. Una
lección escabrosa fueron los múltiples degollamientos de los operadores de
diversos cárteles. El plan era arrebatar territorios del cártel de Sinaloa,
como venganza por intentar quitarles el paso trasfronterizo.
Pero este alarde de fuerza le restó liquidez al cártel del Golfo, que fue
el grupo que más sufrió cuando en 2007 los traficantes colombianos dejaron de
vender cocaína a crédito y solo proveían mercancía si se pagaba de contado.
En octubre de ese año, este cártel envió a Juan Carlos de la Cruz, uno de
sus principales operadores, a negociar una nueva relación con los colombianos.
Pero De la Cruz fue detenido por elementos del Ejército mexicano en la capital
mientras negociaba el envío de cocaína por un valor de 120 mdd. Esta detención
posicionó al cártel y a los Zetas como una empresa poco confiable a los ojos de
los colombianos.
A la tropa se le atrae diferente. “Hay un dicho entre narcotraficantes que
es mejor vivir seis años como rey que 50 como buey”, dice Carlos Flores, un
académico especialista en crimen organizado que trabaja en el Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Así
explica por qué los narcotraficantes no sufren para encontrar empleados a pesar
de la peligrosidad del trabajo.
Los cárteles se nutren de personas regulares pero prefieren a ex militares
o ex policías. Durante el sexenio de Vicente Fox hubo 126,000 deserciones
militares, incluyendo un coronel, añade Flores.
El cártel de Sinaloa comenzó a crear un contingente de sicarios para
responder a la violencia del Golfo. Hoy consigue sicarios en las pandillas locales,
en barrios con alto índice de violencia. Un novato gana entre 15,000 y 20,000
pesos mensuales, cantidad que aumenta en la medida que adquieren experiencia en
el manejo de armas de alto poder.
Pero el mayor ejército que tienen las organizaciones del narcotráfico son
las policías municipales y algunas estatales, según expertos policiacos y
oficiales estadounidenses. De los 420,000 policías municipales en todo el país,
fuentes estadounidenses estiman que 80% están corrompidos y trabajan para algún
cártel. Oficiales estadounidenses sólo trabajan con 500 oficiales de seguridad
mexicanos que son examinados rutinariamente con polígrafo, para evitar
filtraciones en operaciones conjuntas.
El reclutamiento no se limita a los niveles inferiores. Rodolfo Dávila tuvo
el tercer puesto más importante en el Banco de México, con un salario de 88,000
pesos al mes. Pero las ganancias que le ofrecía el cártel de Juárez, de entre
10 y 16% de las cantidades lavadas, fueron tentadoras y después de 15 años en
el banco central se cambió de bando. En 2006 fue detenido con cuatro maletines
que contenían 750,000 dólares que llevaba para entregar a sus jefes. La PGR
estimó que durante varios años Dávila había lavado un promedio de 1,000 mdd
anuales a través de casas de cambio.
Ironías: durante su tiempo en Banxico, el funcionario se encargó de regular
las actividades de estos mismos intermediarios.
Esta otra cara, la que hace sumar las ganancias y controla los riesgos, es
la que casi nunca se conoce. Es la que invierte, pero asegura sus fuentes de
liquidez. La que ha convertido este fenómeno en una industria, ilegal, por
supuesto, pero también innovadora y flexible.
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