sábado, 16 de julio de 2011

JUAN GASPAR, EL REPATRIADO...


MEMORIAS DE UN MOJADO...
Por: Juan J. Gaspar G.

Atrás quedó la garita más lejana, allá en La Mesa de Otay, en el fronterizo estado de Baja California.  Aquel primer jueves de enero regresé de los EEUU, gracias al raite que me dió mi gran amigo Martín, ese paisano tan generoso que me extendió su mano en mis últimos días de permanencia en el vecino país.
El potente automotor en que veníamos se desplazaba a buena velocidad, en el Freeway de retorno a este país del cual me había ausentado por casi cuatro años, tiempo que se antoja suficiente para cumplir cualquier empresa, lejos de la tierra que uno ha elegido para para progresar y ver pasar el tiempo. Con Martín conversábamos de lo difícil que estaba resultando estar allá, enmedio de problemas económicos, sin un empleo sólido y sorteando mil calamidades en una tierra ajena, donde todos nos miramos como seres extraños, sumergidos en la incertidumbre y la inseguridad del mañana.

Fueron días y semanas muy difíciles, alejado en aquella ciudad de Los Angeles. Trabajaba en un restaurant de comida rápida, pero el número de horas laboradas resultaba insuficiente para cubrir mis gastos personales y el correspondiente envío de dinero para mis familiares.
Tuve que ir de un lugar a otro, desarrollar múltiples actividades y en todos esos sitios a los que llegaba, miraba por doquier rostros desencajados y molestos, tristes y sobrecargados de ansiedad y frustración. Recordando la platicaba a Martín las penurias que veía yo en la gente, trabajando a deshoras y aceptando situaciones tan desventajosas como los bajos salarios y el maltrato de los empleadores. 
Trabajé por unas semanas en la construcción, tiempo después de la muerte de mi padre. Fueron momentos de dolor indescriptibles, luego emigrar hacia el campo y ver en los fields de Bakersfield la terrible situación en la que viven los mexicanos que trabajan en los campos del Sur de California. Trabajar largas jornadas bajo los ardientes rayos del sol y dormir en inmundas barracas impregnadas de un insoportable humor, del pestilente olor de los sudores expelidos por esas arrugadas y requemadas pieles de hombres que tuvieron que emigrar por hambre. Tener que dormir en los pasillos de una casa, casi a la intemperie, escuchando la radio y el ladrar de los perros.  Esperando con ansiedad el día siguiente...

UN RETORNO POR DEMÁS DIFÍCIL

Será que calculé mal, será que las circunstancias me fueron más adversas pero era tiempo de iniciar mi retorno. Teniendo que dejar el último trabajo que tenía, mis reservas de ahorro se habían agotado y ya sólo quedaba el importe de la renta y el pago del pasaje hasta la Cd. de Tijuana. Mucha gente me daba consejos sobre como sortear esas dificultades, pero no pasaba de ahí y ni modo de andar haciendo colectas de dinero o buscando soluciones más fáciles. 
Se llegó el día de mi retorno y todo estaba fallando. La gente de FENAY me había ofrecido ayuda para mi traslado hasta la Cd. de Tepic, pero a la mera hora los planes resultaron fallidos. Fue entonces que mi amigo Martín, un paisano de Miravalles, en el municipio de Compostela me ofreció su ayuda para cruzar la frontera hasta la Cd. de Tijuana.
Cuesta trabajo describirlo, platicarlo, compartir esas desesperantes experiencias, casi sin trabajo, haciendo solamente dos comidas y teniendo que ir a hacer fila a las misiones de ayuda, donde regularmente son atendidos los desempleados, los pobres, los drogadictos y los malvivientes. Cuesta trabajo contarlo y cuesta trabajo recordar esos momentos de angustia.

Se hacía tarde, ese jueves 5, un día antes del día de reyes, cruzaba la frontera de regreso allá en la Mesa de Otay. A bordo de su camioneta, Martín me daba ánimos para poder resistir tan fuerte impresión. No es fácil retornar a esta tu Patria sin sentir esa pesada loza del fracaso y frustración cargando sobre tus espaldas. Me daban ganas de llorar cuando arribamos a esos barrios con sus calles horadadas de baches y llenas de charcos. Aspirar el olor de las alcantarillas y mirar a toda esa gente que se recogía a sus hogares corriendo después de una jornada difícil y poco provechosa.    Pronto nos confundimos entre el pobrerío, atravesamos la calle hasta llegar a un puesto de tacos. Hasta ese momento me acordé que solamente había tomado el almuerzo de ese día. De eso ya hace más de seis meses y creo que siempre lo voy a recordar. 

Juan Gaspar, comiendo tacos a su regreso a México.
  

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