sábado, 24 de septiembre de 2011

EL MAGNATE Y LA RECAMARERA




Por: Juan J. Gaspar G.

Para Dominique Strauss Kahn se habían abierto las puertas de la nominación, como candidato a la Presidencia de Francia, por el Partido socialista, mas de pronto se abrió otra puerta y de pronto apareció una bellísima mucama, con su uniforme negro, cofia y mandil blancos y plumero en mano...

Estaba hospedado desde días atrás en el exclusivo Sofitel, uno de los más  lujosos hoteles de New York, con una suite de lujo, acorde a su categoría, como Presidente del Fondo Monetario Internacional.  Las suculentas viandas, los más exquisitos vinos y una atención tan esmerada no satisfacían del todo la voracidad y la obsesiva mentalidad de este magnate, cuya debilidad más acuciante era el desmedido gusto que tenía por las putas más caras de esa gran metrópoli, mujerzuelas de categoría, de todos los rasgos, tallas y fisonomías, rubias, negras u orientales; para Mr. Strauss Kahn los asuntos de moralidad se quedaban tirados afuera de sus habitaciones.

Apenas habìa colgado el auricular del aparato telefónico, habiéndose despedido de su esposa y de su única hija; Dominique se arrellanó en su enorme Queen size y fijó su mirada en la puerta que,  sigilosa, se entreabría.  Parecía que todo estaba pactado o cuando menos así se miraba, ya que al instante en que la puerta se abrió apareció una hermosa estampa de ébano, cuyas medidas de protuberante anatomía difícilmente cabían en tan ajustado uniforme.

Mr. Strauss  Kahn sabía de sus debilidades y advertía a la vez las grandes necesidades de este tipo de mujeres que daban por entregar sus ardorosas carnes al mejor postor.   No era esta la primera vez que se veían... ya desde tres o cuatro días atrás, la hermosa africana entraba y salía con cierto comedimiento y coquetería, cosa que no podía pasar en nada despercibido para aquel libidinoso sujeto.

Esa mañana todas las circunstancias se ajustaron a las compulsivas exigencias del Sr. Strauss Kahn... Tanto el magnate como la recamarera, comenzaron a moverse por la habitación, como si se tratase de una nuy bien ensayada representación teatral...  Con su plumero en la mano, la hermosa negra se acercó a uno de los rincones lujosos de esa suite. Al llegar a un enorme jarrón de barro se inclinó tanto que puso ante la vista del libidinoso sujeto, un hermoso y bien torneado par de piernas, dejando al descubierto otras zonas de mayor intimidad, dado el ajustado revuelo de sus faldas.

Sin pensarlo dos veces, Dominique se acercó a la hermosa muchacha y extendiendo sus manos temblorosas de lujuria, tocando y acariciando todo el cuerpo de la chica...

En cuestiòn de minutos, el cuerpo de los dos ardía, calcinante de placer... La negrita lanzaba fingidos gritos de pasiòn y Mr. Strauss Kahn echaba a volar su retorcida imaginación, sintiéndose el amo y señor de esos amores comprados... Jamás pasó por su mente el hecho de que después de ese intercurso sexual, sobrevendría un inusitado escándalo  que le costaría su status social y su reputación familiar.

A la mañana siguiente, la empleada interpuso una demanda ante la corte neoyorquina, denunciando los supuestos abusos sexuales a los que había sido sometida, señalando con índice de fuego al pobre millonario que de un día para otro perdió todo su prestigio político y la confianza de su familia.  Reporteros de las principales agencias informativas en el mundo desfilaban ante el edificio de la Corte federal en New York. Straus Kahn tendría que  encarar ante los tribunales la demanda interpuesta por la bella suripanta, negra, indocumentada, mujer y además, pobre...

El tiempo pasó, las semanas transcurrieron y el asunto se olvidó.   Monsieur Strauss Kahn pudo salir bien librado del embrollo jurídico y del affaire político... No hubo necesidad de de llegar al  juicio, ya que el buffete de abogados, contratado por Strauss Kahn, desvaneció todas las diligencias llevadas a cabo por la parte acusatoria, mostrando inmumerables inconsistencias en la demanda interpuesta por la joven prostituta negra. En sus múltiples declaraciones hubo muchísimas contradiccionesy sus argumentos eran tan imprecisos y ambiguos que perdieron solidez y desde las primeras indagatorias, el caso tuvo que ser cerrado, a criterio del juez.

Pero lo más penoso de todo, más que el caso en sí, era el hecho de que la joven africana era una inmigrante irregular, indocumentada, no contaba con los documentos legales que la acreditaban como residente legal en ese poderoso país.

El tiempo nos ha dotado de muy claras evidencias, en el caso de litigio entre un millonario y una mujer pobre; entre el poderoso y la desamparada;  entre el amo y su esclava... Entre el magnate y la recamarera.

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