sábado, 26 de noviembre de 2011

FRAY JUNÍPERO SERRA, DE MALLORCA A CALIFORNIA, TUYO FUE EL MUNDO


Por: Juan J. Gaspar G. 

Conocí a Fray Junípero en las amarillentas páginas de un libro en la biblioteca de la  Escuela Normal Urbana de Tepic. Antes sólo sabía de él por el hotel que lleva su nombre, y una estatua en la explanada del templo y ex convento de La Cruz donde el misionero paraba en sus viajes rumbo al puerto de San Blas.


En esas ruinas de leyendas y tradiciones sobre el hallazgo de la venerada Cruz de Zacate, caminé con mi amigo Joaquín Hernández por oscuros pasadizos y celdas, éramos niños y jugábamos a las escondidillas en ese antiquísimo remanso arquitectónico, gozando de las influencias que entonces teníamos con el Padre Chencho.  Recuerdo que una vez, al salir de ese claustro, y caminar por el extenso atrio de tan conocido templo, por instinto voltée hacia el oriente y observé su imponente efigie de mármol, era él, imponente pastor, misionero de mil y un caminos,… Yo creí escuchar, o tal vez eran efectos de psicofonía, una grave pero apacible voz que me dijo: "...nos volveremos a ver…

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El segundo contacto fue en la Sierra Gorda de Querétaro (Para cumplírmela).
Ya como maestro rural y luego de trabajar en pequeñas comunidades y poblados, dejé mi puesto burocrático en la SEP, abandoné mis trajines sindicales y, movido por fuerzas superiores a mi raciocinio y voluntad, fui a parar a esa sierra tan hermosa y exhuberante, vergel, un  paraíso terrenal, apenas entristecido por la pobreza extrema de su gente.

En el rostro de mis niños había destellos de luz y esperanza, mismas señales que vió aquel fraile franciscano, intercesor, abogado y maestro de los indígenas pame-otomíes, tan lastimados por el látigo español.

Reconocí la obra de Fray Junípero Serra en las misiones de Concá, Tilaco, San Miguel y Jalpan. Llevando las letras a los pobres, haciendo labor comunitaria, mostrando el sendero de la organización y de la lucha,  pude entender que la obra educativa de aquel noble varón, hondas raíces dejó en el alma de nuestros amados hermanos indígenas. 
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Y los últimos avistamientos fueron acá en el sur de California. Caminando un día lo hallé en la Placita Olvera,  mexicanísimo remanso, primer asentamiento de El pueblo de Nuestra Señora de los Ángeles. Ahí, bajo la sombra de un frondoso abedul vi su monumento de piedra con la placa alusiva al andarín que incansable llevó la grandiosa obra constructiva de los franciscanos.

Supe de las misiones fundadas por este fraile mallorquino en esos vastos territorios de la Alta California, en donde hoy siglos después se asentaron las ciudades de San Diego, Los Ángeles, San Gabriel, San Luis Obispo, San Antonio, San Francisco, Sacramento y San Carlos Borromeo, en Monterey California, último sitio explorado por Miguel Josep Serra i Ferrer, su nombre primero, quien con dolorosa y punzante herida en el pie derecho, traspasó las actuales fronteras que hoy nos separan de nuestro vecino del norte.

Él las cruzó como  evangelizador, abnegado defensor de los indios, yo tuve que cruzar esas tierras como indocumentado. El caso es que pude conocer la orografía de esas tierras, sin tanto sufrimiento, a pesar de las corretizas que me puso la migra en tres ocasiones.  
Pienso en el abismo de siglos que nos separan y de esa profunda huella que ha quedado esculpida en esos grandes monumentos, impresa en las amarillentas páginas de aquellos viejos libros, pero sobre todo en la memoria de los pueblos…
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Hace muchos años, un 24 de noviembre nació, con la estrella del oriente, este noble y abnegado educador, que vino a transformar la vida de tantas comunidades que hoy, a pesar de sus grandes tribulaciones  le rinden merecido homenaje…

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