martes, 28 de febrero de 2012

RECORDANDO A LA ÑOÑO



Por: Carlos Humberto Fuentes López 
Acaponeta Nayarit, a 25 de febrero de 2012
Mi mamá:
Apolonia López Avena: Fue mujer de carácter extraordinario y de mejor sentido del humor, memoria privilegiada y espléndida lucidez. La mujer más bella del mundo, la que siempre mostró a la gente su espléndida sonrisa y las bondades de su corazón; la misma que siempre jovial gustaba de la música y la algarabía, a cuyo ritmo contoneaba su cuerpo con rumbosa y coqueta picardía. 

Dicharachera y bromista siempre nos sorprendió por la perspicacia de su ingenio creativo, su facilidad de palabra y su lenguaje folclórico: Ella siempre hablaba sin rodeos, pues era muy amante de llamar a las cosas por su nombre: “Al pan, pan, y al vino, vino”.
Siempre tuvo la capacidad de entender y darse a entender hasta por los discapacitados mentales. Algunos de ellos sostenían un dialogo con ella hasta de sus propias intimidades: Un joven de nombre Raúl, hermano de la Maestra María de la Luz Vargas, quienes vivían al otro lado de la vía del Ferrocarril, frente a la capilla, la buscaba mucho para hablarle de sus inquietudes, sus fantasías y amoríos, y ella lo entendía, lo sabía escuchar y aconsejar, al tiempo que ambos se divertían y disfrutaban de aquel diálogo único y extraordinario. Si eso hacía con estos pobres de espíritu, ya se pueden imaginar lo que lograba con las personas normales, para quienes siempre tuvo una palabra de aliento y una mano amiga.
La Señora Mónica González, viuda del Señor Reynaldo Sánchez, del poblado de  Pachecos, Municipio de Huajicori, amiga muy estimada por mi madre, quien teniendo varias hijas trabajando en la frontera norte del país, continuamente le pedía que le escribiera las cartas que mandaba a cada una de sus hijas; después le pedía que le leyera las que recibía en respuesta; pero, en todo los casos, la hubieran escuchado lo que despotricaba renegando de la irresponsabilidad y la ingratitud de tales hijas, quienes para irse le habían dejado toda su prole para que se las mantuviera mientras encontraban trabajo: llovían mentadas de madre de ida y de vuelta, rodaban lágrimas de coraje e impotencia de aquella pobre madre que ya no encontraba con qué mantener a sus nietos, y las hijas enviando más disculpas que dinero. Mi madre la apoyó en todo lo que pudo, sin escatimar esfuerzos, porque le tomó mucho cariño a la Mónica: así lo decía ella.
En una ocasión, antes de que Mónica emprendiera su regreso a su Pachecos, mi madre la invitó a que se comiera un caldito de res; desde luego que ella aceptó gustosamente y se sentó a la mesa; sólo Dios sabe desde cuando no se comía un caldito tan tranquila, sin estar oyendo el llanto plañidero del hambre de sus nietos. En poco tiempo, después de estar remojando casi media tortilla, cada vez, en el caldo, se las acabó. Mi madre, quien distraídamente nos estaba sirviendo la comida, mientras platicaba con ella, al darse cuenta que ya no había tortillas, le dijo:
–Méndiga Mónica, nos dejaste sin tortillas, te comiste todo el kilo, tú sola.
– ¡Perdóname, Ñoñito, pero es que está tan sabroso el caldo, y yo estaba tan distraída con mis problemas, que ni me di cuenta de todo lo que comí! Pero ahorita te doy para que compres otro kilo.
Pero la gracia de Doña Apolonia (Ñoño), no paraba ahí; pues hablar con los muertos también era su especialidad:
En una ocasión, tuvo una experiencia muy especial, que me conmovió hasta la médula cuando me la contó: le creí porque ella siempre se mereció todo mi crédito. Fue un encuentro cercano con el más allá; pero acá, en la calle frente a nuestra casa:
–Mira hijo –me dijo–, platiqué con Lorenzo (Lencho) Contreras, un viejo amigo de la familia; tú lo conoces, pero tal vez ya ni te acuerdes. Me preguntó por ti, qué cómo estabas, que si seguías igual de parlanchín que cuando estabas niño. Yo le dije que no has cambiado nada, que precisamente te andaba buscando para que te fueras  a  la escuela, y que gracias a eso salí a la puerta y, lo primero que veo, fue a él; seguramente iba pasando por allí… –me contó mi madre 8 días después que había pasado el incidente.
– ¿No le dijo él nada de su esposa?, mamá –le pregunté con curiosidad.
– ¡Sí!, me dijo que por las tardes viene a la panadería del “Chango”, para llevar pan para s u familia, y que vive en San Dieguito de Arriba.
Y le pregunté, además, para dónde iba, y levantando la mano sólo me señaló hacia adelante, rumbo a Huajicori: Seguramente para el Recodo.
Estuvimos frente a frente muy poco tiempo, pero pude ver que llevaba pantalón y camisa de color caqui, muy nuevos; pero cuando me distraje, para atender a alguien que me habló, en ese momento, al tiempo que volteé la mirada para responder, alcancé a ver de reojo que ya se iba y, cuando quise despedirlo, ya había desaparecido. No supe a dónde se metió.
Volví a mis quehaceres domésticos un poco intrigada, pero recordando que Lola vendría, una de estas tardes, a comprar pan y podría platicarle que hablé con su marido, me tranquilicé.
A los tres días apareció Lola, yo estaba cociendo en la maquinita que me regaló tu abuela Goya, muy cerca de la puerta y, al mirarla, de inmediato le pegué el grito. Ella sonriente atendió mi llamado, nos saludamos sobre la banqueta de la casa, y le conté los detalles del encuentro. Ella se quedó pálida, estupefacta, y empezó a llorar, al tiempo que me dijo:
– ¿No lo habrás confundido?, Ñoño.
– ¡Claro que no!, Lola; si lo conozco muy bien! y hasta le pregunté por ti: Llevaba un traje nuevecito color caqui; y  fue él  quien me dijo que por las tardes tú vienes a comprar pan, aquí enfrente, con el “Chango”; por eso yo he estado vigilante esperando verte llegar.     
 –¡Mira,  Ñoño,  no   es   que   te   quiera asustar –me dijo entre llantos y sollozos– pero  él  ya  tiene  tres  meses  de muerto; y esa ropa que vestía, cuando lo viste, fue la que le pusimos para enterrarlo. Él la compró muy gustoso para estrenarla los días de Santiago y Santana, en la fiesta de las “Mojoneras”; pero lo perdimos antes. Le he llorado mucho y lo extrañaré el resto mi vida.
– Aún no terminaba de explicarme los detalles del velorio –me comentó mi madre–, cuando me empezaron a temblar las piernas, después todo el cuerpo y, luego de un alarido, me quedé sin poder hablar, si no hubiera sido por Lola, que me abrazó, me hubiera dado un costalazo en la banqueta; y tal vez me quiebre la maceta.
Doña “Rafaila”, la mamá de Aída, llegó corriendo después de oír el grito, y entre ella y Lola me llevaron a la cama toda súpita.
Lola se tuvo que ir para terminar sus compras, y yo me quedé con escalofríos y ardiendo en calentura. Doña “Rafa” me acompañó hasta que llegó tu papá, y entre ambos me dieron ánimo y me prepararon una bebida para el susto y la calentura. Pero pasaron muchos días para que yo pudiera volver a la normalidad…
Esta experiencia de mi madre me dejó predispuesto a creer en este tipo de acontecimientos; y, aunque con todo mi escepticismo y mi pensamiento lógico y científico, trato de negar que puedan ser ciertos; sin embargo, siempre me queda una sombra de duda razonable.
Y así como estas anécdotas hay muchas, que mi madre experimentó a lo largo de su vida; ya pueden suponer cuántas a lo largo de casi un siglo.        
Gracias a la buena memoria de ella, pude elaborar mi Árbol Genealógico; con lujo de detalles me proporcionó la mayor parte de toda la información que he registrado, pues conocía tanto los nombres, apellidos y parentesco de cada uno de sus familiares, así como muchas de sus ocupaciones y andanzas. Era sorprendente el cúmulo de información que poseía, y no sólo de los parientes, sino, también de las viejas familias de Acaponeta.  
Nació a las 8 horas de un día domingo 29 de octubre de 1916, en Acaponeta, Nayarit. El 29 de octubre de 2011, ella cumplió 95 años, todos los que vivió hasta el último instante con todas sus facultades físicas y mentales, y con un envidiable y jovial entusiasmo por la vida, gracias a Dios; pero inesperadamente, el Señor, seguramente a nombre de mi padre la reclamó, y lamentablemente tuvimos que sembrarla recientemente (5 de febrero de 2012), porque ella no puede ser sepultada, pues siendo la última descendiente de la familia López Avena y de todos sus hermanos y antecesores directos, tiene que florecer para esparcir entre las gardenias de Acaponeta, todo su gran talento y creatividad, entusiasmo por la vida y gran sentido del humor, su generosidad y el espontáneo cariño que siempre nos prodigó.
Ella fue una Escorpión, según su Signo Zodiacal, conforme a la Astrología Occidental; pero, en el Horóscopo chino, fue una Dragón, y como tal defendió su hogar y la supervivencia de su familia. Los planetas que la rigen son Marte y Plutón; esta influencia astrológica fortaleció su carácter de “Guerrera invencible”: toda una amazona por sobre todas las cosas, antes que una bella y delicada gardenia de jardín de plazuela; sus colores representativos son el Rojo y el Negro, curiosamente los colores simbólicos de la bandera de huelga de los trabajadores; por eso siempre fue defensora del proletariado y se pronunció en contra de la explotación humana y las injusticias sociales; sus piedras a fines son el Rubí y el Topacio; su número simbólico es el 2 y eso significa estar dotada de una gran intuición, creatividad y paciencia, además de que el 2 es la base del Sistema Binario y Numérico Digital, que ha propiciado toda la Tecnología Computacional.
Mi madre gozó del respeto, afecto y amistad de muchas de las damas de la Alta Sociedad de Acaponeta, quienes la conocieron y la aprecian desde la infancia, porque a ella jamás la limitó ni acomplejó su situación económica, pues siempre transitó por las calles con tanta seguridad y realeza como si fuera poseedora de una gran fortuna; últimamente ya salía muy poco, el dolor de sus rodillas no le permitía caminar mucho. Sin embargo colocaba su silla sobre la banqueta a la puerta de su casa para ver pasar a toda la gente y mantenerse en contacto: De esta manera se mantenía actualizada del palpitar de su pueblo, además de toda la información que obtenía por la lectura oportuna de nuestro periódico local, “EL ECO DE NAYARIT”, que de manera muy eficiente editan y dirigen los sucesores del muy querido don R. Antonio Sáizar Quintero.
Así como ella conoció a medio Acaponeta, la mitad de la población se identificó con ella: habla tanto de la popular Señora llamada “Chatita” Guerrero, como de Tolla Magallanes (Dueña de una Farmacia), del señor Darío Sánchez y su esposa Esperanza, del “Chalpeño” y el “Tripas” (Todos comerciantes del Mercado Corona, en diferentes ramos del comercio), de la “Chata” Orozco (del barrio de las Colonias), como de los Presidentes Municipales que han pasado por su período respectivo, lo mismo que del Finado Señor Alejandro Gallardo, su Padrino de Matrimonio y ex Presidente Municipal, quien fue dueño de la antigua “Fábrica de Cigarros Gallardo”: Así pues, ella habló familiarmente de tú a tú con todos, sin reparar en edades, rangos, diferencias sociales, culturales o económicas.
Uno de los grandes y muy significativos acontecimientos sociales de Acaponeta, fue la celebración del cumpleaños de la Señora Ana María Gutiérrez, quien a sus 75 años de edad festejó sus 15 primaveras, acompañada de quienes fueron sus íntimas amigas de la adolescencia, hermosas y flamantes damas madrinas de su edad, con sus respectivos chambelanes.
Por supuesto que mi madre estuvo presente, ella jamás hubiera podido rechazar la invitación de una gran amiga, y menos de un festejo así, tan emotivo y elocuente, que demostró que la alegría de vivir no tiene edad. Que si las circunstancias de la vida te niegan una oportunidad, tú puedes generarte otra, en el momento más preciso.
Como esposa, fue una gran compañera de mi padre, siempre estuvo con él, en las buenas y en las malas. Toda nuestra vida vivimos con necesidades económicas; aunque en los primeros años de casados, mientras mi padre trabajaba en el mineral de El Tigre, Municipio de Huajicori, todo marchaba bien, hasta que estalló la huelga de los mineros y la empresa se declaró en huelga, y tanto ella como el líder que representaba a los trabajadores, un tal Emilio González, los abandonaron a su suerte, dejándolos en el desamparo, por lo que cada cual emigró para distintos rumbos. Así llegamos a Acaponeta, donde mi padre fue contratado para operar las máquinas del servicio de agua potable que eran de combustible diesel. 
Originalmente el servicio se administraba por un banco, después pasó al Municipio; pero igualmente los salarios fueron siempre de hambre, no correspondían al trabajo técnico que se desempeñaba; por lo que mi padre tenía que buscar la forma de completar el gasto del hogar haciendo trabajos extras a domicilio, tales como instalaciones eléctricas, reparación del tejido de alambre de las camas (spring), cañerías de agua, reparación y armado de victrolas de cuerda, etc.  
Prof. Carlos Humberto Fuentes L.
Tanto mi madre como sus hijos, especialmente yo, que soy el mayor de la familia, lo apoyamos vendiendo de todo, desde dulces, churros, agua fresca, pescado y petróleo, cuando vivimos en Huajicori. Y, en Acaponeta, leche y tacos en la estación del Ferrocarril, luego entregando pedidos de pan a las tiendas, desde la cooperativa de panaderos, etc.
Como madre, nos dio la mejor formación, por lo que tuvo que ser amable y comprensiva, negociadora y exigente, muchas veces. Fue poco tierna y algo ruda en su trato, le gustaba jugar con sus hijos de manera algo tosca. Gustaba de hacernos bromas pesadas, quizás para poner a prueba nuestra tolerancia y templar nuestro carácter. Yo siempre tuve la impresión de que no se mostraba tierna por temor a que la viéramos blanda y le perdiéramos el respeto. Tenía miedo que perdiéramos la disciplina y nos descarriáramos; si eso hubiera llegado a suceder, no se lo habría podido perdonar a sí misma jamás.
Sin embargo siempre escuchaba nuestros problemas personales con atención y respeto, y siempre supo aconsejarnos como es debido, inculcándonos siempre el respeto y veneración a nuestro padre. También supo defendernos como una leona cuando alguien nos agredía o nos ofendía injustamente; pero hay de aquel de nosotros que anduviera de pendenciero o buscando broncas, nos reprendía severamente, obligándonos a disculparnos. Jamás permitió riñas o abusos entre los hermanos: “No quiero que lleguen a ser como la familia de los Perras; tienen que respetarse, amarse y apoyarse mutuamente”, nos decía.
Nos enseñó a amar a nuestras abuelas, principalmente, lo mismo que a relacionarnos con todos nuestros familiares. A ella la visitaban muchos sobrinos y sobrinas, primos de ella, otros familiares y conocidos; de esta manera nosotros crecimos sintiéndonos parte de una gran familia, y gracias a sus consejos, orientaciones y enseñanzas de urbanidad, aprendimos a convivir socialmente.
Quizás el método para educarnos de ambos padres no haya sido del todo muy ortodoxo; pero de cualquier manera creo que lograron su objetivo, porque todos hemos sido hombres responsables, de trabajo y de bien; aunque nadie es perfecto.
La buena orientación y administración de nuestro comportamiento en la casa derivó, fundamentalmente del buen ejemplo y la autoridad de mi padre, coordinado con el apoyo de una buena esposa y madre responsable y consciente de su misión.
Era tal su empeño de que nos preparáramos bien, que cuando vivíamos en el mineral de El Tigre, antes de ir a la escuela, mi madre nos enseñaba a leer y a escribir, a mi hermano Alfredo y a mí, utilizando la pared blanqueada con cal de la casa como pizarrón, y un carbón de leña como gis. El alfabeto castellano y las palabras elementales de aquel método de enseñanza llamado Silabario, fue nuestro primer contacto con la cultura literaria, gracias a la mejor Maestra del mundo: mi madre.
De ella yo heredé el gusto por todas aquellas canciones de su época, que ella entonaba con mucho entusiasmo cuando se sentía motivada: “Lamento borincano”, “Muñequita linda”, “Amapola”, “La barca de oro”, “Noche de ronda”, “Solamente una vez”, “Hace un año”, “Mi Ranchito”, “Camioncito flecha roja”, etc. Se sabía la letra y tonada de cada canción.
Yo disfruté mucho de su canto apasionado y romántico, impregnado con una mezcla de alegría, nostalgia, melancolía, pasión y esperanza: logró con todo ello que yo me enamorara del amor, desde temprana edad.
En los últimos años, influenciada por la modernidad, su cambio de estado civil (viuda) y seguramente también por la edad, su gusto por la música sufrió algunos cambios y, finalmente, “La novia del pajarillo” fue una de sus favoritas. 
Todavía, unas horas antes de morir, me pidió que le pusiera música para escuchar, jamás perdió el gusto por la vida, su alma estaba llena de ilusiones y de esperanzas. Mucho me temo que no llegamos a dimensionarla ni a comprenderla debidamente en toda la grandeza de espíritu que nos mostró como persona y como madre: Que Dios la tenga en la gloria y perdone nuestra ceguera.

3 comentarios:

Blanca dijo...

Felicidades Sr. Fuentes.

Blanca dijo...

Felicidades Sr, Fuentes

Carmen Markoff dijo...

Felicidades Carlos!!!
Por las remembranzas de Ñoñito siempre la recordare como la "Gran Madre y Amiga" que fue..
Carmen Markoff