Por: Carlos
Humberto Fuentes López
Acaponeta
Nayarit, a 25 de febrero de 2012
Mi
mamá:
Apolonia López Avena: Fue mujer de
carácter extraordinario y de mejor sentido del humor, memoria privilegiada y
espléndida lucidez. La mujer más bella del mundo, la que siempre mostró a la
gente su espléndida sonrisa y las bondades de su corazón; la misma que siempre
jovial gustaba de la música y la algarabía, a cuyo ritmo contoneaba su cuerpo
con rumbosa y coqueta picardía.
Dicharachera
y bromista siempre nos sorprendió por la perspicacia de su ingenio creativo, su
facilidad de palabra y su lenguaje folclórico: Ella siempre hablaba sin rodeos,
pues era muy amante de llamar a las cosas por su nombre: “Al pan, pan, y al
vino, vino”.
Siempre tuvo
la capacidad de entender y darse a entender hasta por los discapacitados
mentales. Algunos de ellos sostenían un dialogo con ella hasta de sus propias
intimidades: Un joven de nombre Raúl, hermano de la Maestra María de la Luz
Vargas, quienes vivían al otro lado de la vía del Ferrocarril, frente a la
capilla, la buscaba mucho para hablarle de sus inquietudes, sus fantasías y amoríos,
y ella lo entendía, lo sabía escuchar y aconsejar, al tiempo que ambos se
divertían y disfrutaban de aquel diálogo único y extraordinario. Si eso hacía
con estos pobres de espíritu, ya se pueden imaginar lo que lograba con las
personas normales, para quienes siempre tuvo una palabra de aliento y una mano
amiga.
La Señora Mónica
González, viuda del Señor Reynaldo Sánchez, del poblado de Pachecos, Municipio de Huajicori, amiga muy
estimada por mi madre, quien teniendo varias hijas trabajando en la frontera
norte del país, continuamente le pedía que le escribiera las cartas que mandaba
a cada una de sus hijas; después le pedía que le leyera las que recibía en
respuesta; pero, en todo los casos, la hubieran escuchado lo que despotricaba
renegando de la irresponsabilidad y la ingratitud de tales hijas, quienes para
irse le habían dejado toda su prole para que se las mantuviera mientras
encontraban trabajo: llovían mentadas de madre de ida y de vuelta, rodaban
lágrimas de coraje e impotencia de aquella pobre madre que ya no encontraba con
qué mantener a sus nietos, y las hijas enviando más disculpas que dinero. Mi
madre la apoyó en todo lo que pudo, sin escatimar esfuerzos, porque le tomó
mucho cariño a la Mónica: así lo decía ella.
En una
ocasión, antes de que Mónica emprendiera su regreso a su Pachecos, mi madre la
invitó a que se comiera un caldito de res; desde luego que ella aceptó
gustosamente y se sentó a la mesa; sólo Dios sabe desde cuando no se comía un
caldito tan tranquila, sin estar oyendo el llanto plañidero del hambre de sus
nietos. En poco tiempo, después de estar remojando casi media tortilla, cada
vez, en el caldo, se las acabó. Mi madre, quien distraídamente nos estaba
sirviendo la comida, mientras platicaba con ella, al darse cuenta que ya no
había tortillas, le dijo:
–Méndiga
Mónica, nos dejaste sin tortillas, te comiste todo el kilo, tú sola.
– ¡Perdóname,
Ñoñito, pero es que está tan sabroso el caldo, y yo estaba tan distraída con
mis problemas, que ni me di cuenta de todo lo que comí! Pero ahorita te doy
para que compres otro kilo.
Pero la
gracia de Doña Apolonia (Ñoño), no paraba ahí; pues hablar con los muertos
también era su especialidad:
En una
ocasión, tuvo una experiencia muy especial, que me conmovió hasta la médula cuando
me la contó: le creí porque ella siempre se mereció todo mi crédito. Fue un
encuentro cercano con el más allá; pero acá, en la calle frente a nuestra casa:
–Mira hijo –me
dijo–, platiqué con Lorenzo (Lencho) Contreras, un viejo amigo de la familia;
tú lo conoces, pero tal vez ya ni te acuerdes. Me preguntó por ti, qué cómo
estabas, que si seguías igual de parlanchín que cuando estabas niño. Yo le dije
que no has cambiado nada, que precisamente te andaba buscando para que te
fueras a
la escuela, y que gracias a eso salí a la puerta y, lo primero que veo,
fue a él; seguramente iba pasando por allí… –me contó mi madre 8 días después
que había pasado el incidente.
– ¿No le dijo
él nada de su esposa?, mamá –le pregunté con curiosidad.
– ¡Sí!, me
dijo que por las tardes viene a la panadería del “Chango”, para llevar pan para
s u familia, y que vive en San Dieguito de Arriba.
Y le
pregunté, además, para dónde iba, y levantando la mano sólo me señaló hacia
adelante, rumbo a Huajicori: Seguramente para el Recodo.
Estuvimos
frente a frente muy poco tiempo, pero pude ver que llevaba pantalón y camisa de
color caqui, muy nuevos; pero cuando me distraje, para atender a alguien que me
habló, en ese momento, al tiempo que volteé la mirada para responder, alcancé a
ver de reojo que ya se iba y, cuando quise despedirlo, ya había desaparecido.
No supe a dónde se metió.
Volví a mis
quehaceres domésticos un poco intrigada, pero recordando que Lola vendría, una
de estas tardes, a comprar pan y podría platicarle que hablé con su marido, me
tranquilicé.
A los tres
días apareció Lola, yo estaba cociendo en la maquinita que me regaló tu abuela
Goya, muy cerca de la puerta y, al mirarla, de inmediato le pegué el grito.
Ella sonriente atendió mi llamado, nos saludamos sobre la banqueta de la casa,
y le conté los detalles del encuentro. Ella se quedó pálida, estupefacta, y
empezó a llorar, al tiempo que me dijo:
– ¿No lo
habrás confundido?, Ñoño.
– ¡Claro que
no!, Lola; si lo conozco muy bien! y hasta le pregunté por ti: Llevaba un traje
nuevecito color caqui; y fue él quien me dijo que por las tardes tú vienes a
comprar pan, aquí enfrente, con el “Chango”; por eso yo he estado vigilante
esperando verte llegar.
–¡Mira,
Ñoño, no es
que te quiera asustar –me dijo entre llantos y
sollozos– pero él ya
tiene tres meses
de muerto; y esa ropa que vestía, cuando lo viste, fue la que le pusimos
para enterrarlo. Él la compró muy gustoso para estrenarla los días de Santiago
y Santana, en la fiesta de las “Mojoneras”; pero lo perdimos antes. Le he
llorado mucho y lo extrañaré el resto mi vida.
– Aún no
terminaba de explicarme los detalles del velorio –me comentó mi madre–, cuando
me empezaron a temblar las piernas, después todo el cuerpo y, luego de un
alarido, me quedé sin poder hablar, si no hubiera sido por Lola, que me abrazó,
me hubiera dado un costalazo en la banqueta; y tal vez me quiebre la maceta.
Doña
“Rafaila”, la mamá de Aída, llegó corriendo después de oír el grito, y entre
ella y Lola me llevaron a la cama toda súpita.
Lola se tuvo
que ir para terminar sus compras, y yo me quedé con escalofríos y ardiendo en
calentura. Doña “Rafa” me acompañó hasta que llegó tu papá, y entre ambos me
dieron ánimo y me prepararon una bebida para el susto y la calentura. Pero
pasaron muchos días para que yo pudiera volver a la normalidad…
Esta
experiencia de mi madre me dejó predispuesto a creer en este tipo de
acontecimientos; y, aunque con todo mi escepticismo y mi pensamiento lógico y
científico, trato de negar que puedan ser ciertos; sin embargo, siempre me
queda una sombra de duda razonable.
Y así como
estas anécdotas hay muchas, que mi madre experimentó a lo largo de su vida; ya
pueden suponer cuántas a lo largo de casi un siglo.
Gracias a la
buena memoria de ella, pude elaborar mi Árbol Genealógico; con lujo de detalles
me proporcionó la mayor parte de toda la información que he registrado, pues
conocía tanto los nombres, apellidos y parentesco de cada uno de sus
familiares, así como muchas de sus ocupaciones y andanzas. Era sorprendente el
cúmulo de información que poseía, y no sólo de los parientes, sino, también de
las viejas familias de Acaponeta.
Nació a las 8
horas de un día domingo 29 de octubre de 1916, en Acaponeta, Nayarit. El 29 de
octubre de 2011, ella cumplió 95 años, todos los que vivió hasta el último
instante con todas sus facultades físicas y mentales, y con un envidiable y
jovial entusiasmo por la vida, gracias a Dios; pero inesperadamente, el Señor,
seguramente a nombre de mi padre la reclamó, y lamentablemente tuvimos que
sembrarla recientemente (5 de febrero de 2012), porque ella no puede ser
sepultada, pues siendo la última descendiente de la familia López Avena y de
todos sus hermanos y antecesores directos, tiene que florecer para esparcir
entre las gardenias de Acaponeta, todo su gran talento y creatividad,
entusiasmo por la vida y gran sentido del humor, su generosidad y el espontáneo
cariño que siempre nos prodigó.
Ella fue una
Escorpión, según su Signo Zodiacal, conforme a la Astrología Occidental; pero,
en el Horóscopo chino, fue una Dragón, y como tal defendió su hogar y la
supervivencia de su familia. Los planetas que la rigen son Marte y Plutón; esta
influencia astrológica fortaleció su carácter de “Guerrera invencible”: toda
una amazona por sobre todas las cosas, antes que una bella y delicada gardenia
de jardín de plazuela; sus colores representativos son el Rojo y el Negro,
curiosamente los colores simbólicos de la bandera de huelga de los
trabajadores; por eso siempre fue defensora del proletariado y se pronunció en
contra de la explotación humana y las injusticias sociales; sus piedras a fines
son el Rubí y el Topacio; su número simbólico es el 2 y eso significa estar
dotada de una gran intuición, creatividad y paciencia, además de que el 2 es la
base del Sistema Binario y Numérico Digital, que ha propiciado toda la
Tecnología Computacional.
Mi madre gozó
del respeto, afecto y amistad de muchas de las damas de la Alta Sociedad de
Acaponeta, quienes la conocieron y la aprecian desde la infancia, porque a ella
jamás la limitó ni acomplejó su situación económica, pues siempre transitó por
las calles con tanta seguridad y realeza como si fuera poseedora de una gran
fortuna; últimamente ya salía muy poco, el dolor de sus rodillas no le permitía
caminar mucho. Sin embargo colocaba su silla sobre la banqueta a la puerta de
su casa para ver pasar a toda la gente y mantenerse en contacto: De esta manera
se mantenía actualizada del palpitar de su pueblo, además de toda la
información que obtenía por la lectura oportuna de nuestro periódico local, “EL
ECO DE NAYARIT”, que de manera muy eficiente editan y dirigen los sucesores del
muy querido don R. Antonio Sáizar Quintero.
Así como ella
conoció a medio Acaponeta, la mitad de la población se identificó con ella:
habla tanto de la popular Señora llamada “Chatita” Guerrero, como de Tolla
Magallanes (Dueña de una Farmacia), del señor Darío Sánchez y su esposa
Esperanza, del “Chalpeño” y el “Tripas” (Todos comerciantes del Mercado Corona,
en diferentes ramos del comercio), de la “Chata” Orozco (del barrio de las
Colonias), como de los Presidentes Municipales que han pasado por su período
respectivo, lo mismo que del Finado Señor Alejandro Gallardo, su Padrino de
Matrimonio y ex Presidente Municipal, quien fue dueño de la antigua “Fábrica de
Cigarros Gallardo”: Así pues, ella habló familiarmente de tú a tú con todos,
sin reparar en edades, rangos, diferencias sociales, culturales o económicas.
Uno de los
grandes y muy significativos acontecimientos sociales de Acaponeta, fue la
celebración del cumpleaños de la Señora Ana María Gutiérrez, quien a sus 75
años de edad festejó sus 15 primaveras, acompañada de quienes fueron sus
íntimas amigas de la adolescencia, hermosas y flamantes damas madrinas de su
edad, con sus respectivos chambelanes.
Por supuesto
que mi madre estuvo presente, ella jamás hubiera podido rechazar la invitación de
una gran amiga, y menos de un festejo así, tan emotivo y elocuente, que
demostró que la alegría de vivir no tiene edad. Que si las circunstancias de la
vida te niegan una oportunidad, tú puedes generarte otra, en el momento más preciso.
Como esposa,
fue una gran compañera de mi padre, siempre estuvo con él, en las buenas y en
las malas. Toda nuestra vida vivimos con necesidades económicas; aunque en los
primeros años de casados, mientras mi padre trabajaba en el mineral de El Tigre,
Municipio de Huajicori, todo marchaba bien, hasta que estalló la huelga de los
mineros y la empresa se declaró en huelga, y tanto ella como el líder que
representaba a los trabajadores, un tal Emilio González, los abandonaron a su
suerte, dejándolos en el desamparo, por lo que cada cual emigró para distintos
rumbos. Así llegamos a Acaponeta, donde mi padre fue contratado para operar las
máquinas del servicio de agua potable que eran de combustible diesel.
Originalmente el servicio se administraba por un banco, después pasó al
Municipio; pero igualmente los salarios fueron siempre de hambre, no
correspondían al trabajo técnico que se desempeñaba; por lo que mi padre tenía que
buscar la forma de completar el gasto del hogar haciendo trabajos extras a
domicilio, tales como instalaciones eléctricas, reparación del tejido de
alambre de las camas (spring), cañerías de agua, reparación y armado de
victrolas de cuerda, etc.
Prof. Carlos Humberto Fuentes L. |
Tanto mi
madre como sus hijos, especialmente yo, que soy el mayor de la familia, lo
apoyamos vendiendo de todo, desde dulces, churros, agua fresca, pescado y
petróleo, cuando vivimos en Huajicori. Y, en Acaponeta, leche y tacos en la
estación del Ferrocarril, luego entregando pedidos de pan a las tiendas, desde
la cooperativa de panaderos, etc.
Como madre, nos
dio la mejor formación, por lo que tuvo que ser amable y comprensiva,
negociadora y exigente, muchas veces. Fue poco tierna y algo ruda en su trato,
le gustaba jugar con sus hijos de manera algo tosca. Gustaba de hacernos bromas
pesadas, quizás para poner a prueba nuestra tolerancia y templar nuestro
carácter. Yo siempre tuve la impresión de que no se mostraba tierna por temor a
que la viéramos blanda y le perdiéramos el respeto. Tenía miedo que perdiéramos
la disciplina y nos descarriáramos; si eso hubiera llegado a suceder, no se lo habría
podido perdonar a sí misma jamás.
Sin embargo
siempre escuchaba nuestros problemas personales con atención y respeto, y
siempre supo aconsejarnos como es debido, inculcándonos siempre el respeto y
veneración a nuestro padre. También supo defendernos como una leona cuando
alguien nos agredía o nos ofendía injustamente; pero hay de aquel de nosotros que
anduviera de pendenciero o buscando broncas, nos reprendía severamente,
obligándonos a disculparnos. Jamás permitió riñas o abusos entre los hermanos:
“No quiero que lleguen a ser como la familia de los Perras; tienen que
respetarse, amarse y apoyarse mutuamente”, nos decía.
Nos enseñó a
amar a nuestras abuelas, principalmente, lo mismo que a relacionarnos con todos
nuestros familiares. A ella la visitaban muchos sobrinos y sobrinas, primos de
ella, otros familiares y conocidos; de esta manera nosotros crecimos
sintiéndonos parte de una gran familia, y gracias a sus consejos, orientaciones
y enseñanzas de urbanidad, aprendimos a convivir socialmente.
Quizás el
método para educarnos de ambos padres no haya sido del todo muy ortodoxo; pero de
cualquier manera creo que lograron su objetivo, porque todos hemos sido hombres
responsables, de trabajo y de bien; aunque nadie es perfecto.
La buena
orientación y administración de nuestro comportamiento en la casa derivó,
fundamentalmente del buen ejemplo y la autoridad de mi padre, coordinado con el
apoyo de una buena esposa y madre responsable y consciente de su misión.
Era tal su
empeño de que nos preparáramos bien, que cuando vivíamos en el mineral de El
Tigre, antes de ir a la escuela, mi madre nos enseñaba a leer y a escribir, a
mi hermano Alfredo y a mí, utilizando la pared blanqueada con cal de la casa
como pizarrón, y un carbón de leña como gis. El alfabeto castellano y las
palabras elementales de aquel método de enseñanza llamado Silabario, fue nuestro primer contacto con la cultura literaria,
gracias a la mejor Maestra del mundo: mi madre.
De ella yo
heredé el gusto por todas aquellas canciones de su época, que ella entonaba con
mucho entusiasmo cuando se sentía motivada: “Lamento borincano”, “Muñequita linda”,
“Amapola”, “La barca de oro”, “Noche de ronda”, “Solamente una vez”, “Hace un
año”, “Mi Ranchito”, “Camioncito flecha roja”, etc. Se sabía la letra y tonada
de cada canción.
Yo disfruté mucho
de su canto apasionado y romántico, impregnado con una mezcla de alegría, nostalgia,
melancolía, pasión y esperanza: logró con todo ello que yo me enamorara del
amor, desde temprana edad.
En los
últimos años, influenciada por la modernidad, su cambio de estado civil (viuda)
y seguramente también por la edad, su gusto por la música sufrió algunos
cambios y, finalmente, “La novia del pajarillo” fue una de sus favoritas.
Todavía, unas
horas antes de morir, me pidió que le pusiera música para escuchar, jamás
perdió el gusto por la vida, su alma estaba llena de ilusiones y de esperanzas.
Mucho me temo que no llegamos a dimensionarla ni a comprenderla debidamente en
toda la grandeza de espíritu que nos mostró como persona y como madre: Que Dios
la tenga en la gloria y perdone nuestra ceguera.
3 comentarios:
Felicidades Sr. Fuentes.
Felicidades Sr, Fuentes
Felicidades Carlos!!!
Por las remembranzas de Ñoñito siempre la recordare como la "Gran Madre y Amiga" que fue..
Carmen Markoff
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