Doña Apolonia "Ñoño" López y Don David Fuentes |
Por: Carlos Humberto Fuentes López
(6a. parte y final)
Un día
viernes 25 de agosto de 1950, mi padre visitó a la señora Romana, que fue
esposa de mi tío Francisco, hermano de mi abuela Gregoria. Ella vivía con su
hija Isabel, madre de Nicolás Contreras Sánchez, quien venía siendo mi primo; casualmente
se encontró con él, hasta entonces supo que estudiaba en el último año de la Escuela
Normal Rural; mi padre quedó muy impresionado con esa noticia, y después de una
breve plática inicial, mi padre le planteó su deseo de que yo estudiara.
Él lo orientó sobre la posibilidad de
que me fuera a presentar el examen de admisión al internado donde él estaba,
ofreciendo acompañarme en el viaje, apoyarme en todo lo que él pudiera y hasta hacer
los trámites correspondientes, si fuera necesario; y si acaso yo decidiera irme
a la Escuela Normal, debería ser muy pronto, porque el día 28 de agosto se
aplicaría el examen, ya que el día lunes 4 de septiembre se iniciarían las
clases, oficialmente: así que estábamos en el tiempo justo.
Cuando mi padre llegó a casa, yo me
divertía tranquilamente en la calle, aún estábamos en vacaciones y no tenía
ninguna perspectiva al futuro, ya que en el pueblo no había Escuela Secundaria.
Él me preguntó que si me quería ir a
estudiar al internado de la Escuela Normal Rural de Jalisquillo, a un lado de
Tepic, Nayarit, y yo sorprendido le interrogué:
–¿Para
qué se estudia allí? –él me respondió con orgullo y mucho entusiasmo:
–¡Para Maestro! –y yo, un poco decepcionado
y con cierta indiferencia, repliqué, repitiendo la expresión:
–¡Para Maestro!... yo quisiera ser otra cosa
–recordando, al mismo tiempo, que siempre había declarado a todo el mundo que
yo deseaba ser un inventor; puesto que en todas mis actividades manuales y
juegos proyectaba mi creatividad e inventiva y me sentía realizado al hacer
cada proyecto, por modesto que fuera.
–Es tu única oportunidad de seguir
estudiando –me dijo–, porque aquí no tienes ninguna, no hay escuelas
secundarias ni de otro tipo –y agregó–, ya estando en la Normal veremos qué se
puede hacer… tú decídete, porque tendrías que partir mañana.
No obstante que mi padre me daba la
oportunidad de decidir, intuí su deseo de que no perdiera la oportunidad; por
lo que, al pensarlo un poco, y no habiendo más oportunidades de estudio en mi
pueblo, después de la escuela primaria, no me quedó otra alternativa que irme
al encuentro de mi destino: El Magisterio. Esto ya no era cuestión de definir
la vocación, sino de decidir violentamente mi futuro: ¡trabajas o estudias!
Fue mi primer viaje oficial fuera de la
familia, a un destino incierto y siendo apenas un adolescente de 14 años, sin
embargo, como iba bien acompañado, con mi primo Nicolás y Juan Torres, un amigo
del sexto grado de la primaria, originario de El Resbalón, me sentí seguro y en
confianza, y aquella travesía que apenas
se iniciaba la disfruté como una gran aventura que se terminó después de seis
años, tiempo en que me gradué como Profesor Normalista Urbano Titulado Foráneo,
tal como quedó asentado en el nombramiento que la SEP me entregó al mandarme a
trabajar. Para entonces, aquel adolescente que partió ayer, hoy ya era un
hombre de 20 años que se iba a dirigir una escuela.
Gracias a “Nico” yo entré al internado
de la Escuela Normal Rural de Xalisco, Nayarit. Las señoras Romana Sánchez y su
hija Isabel, vivieron mucho tiempo juntas, hasta el final de sus días. Y con el
esfuerzo de ambas, vendiendo tortillas y otros servicios, sostuvieron a Nicolás
en el internado, Escuela Normal Rural. Él llegó a ser un gran Maestro: hay en
mi pueblo una escuela que lleva su nombre. Murió con la categoría de Inspector
de Zona de Primaria.
Fue gracias a las amistades y las buenas
relaciones de mi padre, así como a sus buenos deseos, que yo llegara a aprender
todo lo que él creía que era importante y necesario para mi desarrollo
personal, que pude asistir a diferentes talleres para aprender oficios y
tecnologías en mis períodos vacacionales, desde la época de la primaria hasta
después que salí de la Escuela Normal Rural. Mi padre siempre me estuvo
asistiendo para todo tipo de aprendizajes que necesitara, aún después de que ya
estaba trabajando de Profesor de Escuela.
Estos conocimientos me dieron muchas
herramientas y me desarrollaron muchas habilidades que he podido aplicar muy
bien, tanto en mi carrera de Maestro como en mis proyectos de inventiva
personal. Mi padre aún sigue estando detrás de cada actividad creativa que
emprendo, su sombra protectora y su elocuente ejemplo han guiado toda mi
existencia, desde niño: Yo también me he convertido, aún sin proponérmelo, en:
“Mozo de mis
caprichos y en esclavo de mis ideas”
y cuanto
proyecto de inventiva acosa a mi mente, se convierte en un reto y un desafío a
mis capacidades, y no descanso hasta lograr su realización. Con esto se eleva
la autoestima, se desarrollan tu mente y tus habilidades; pero sobre todo, te
mantienes activo: ¡Nunca hay que dejar la mente ni las manos ociosas! Esto
también lo aprendí de mi madre.
Estando de estudiante en la Escuela
Normal Rural, utilizando el tubo de un viejo paraguas, un pedazo de madera,
alambre, clavos y ligas, elaboré una pistola calibre 22. Después, utilizando la
misma técnica y materiales, la convertí en rifle, fue la gran novedad entre los
compañeros. Varias veces nos fuimos de cacería a las tierras de labranza de nuestra
escuela. Pero un día, al estarlas probando en el patio del dormitorio, como el
Director de la escuela vivía a un lado, al escuchar los balazos fue a vernos y,
después de amonestarnos, nos incautó las armas.
En mi primer año de trabajo como Maestro,
volví a las andadas de construir un arma, pero ahora quería piratearme un rifle
de verdad, profesional. Aquí fue donde intervino de nuevo mi padre con sus
amistades, y me presentó con Don Trini, un Armero Profesional. Él me orientó
debidamente y me prestó un modelo de cerrojo que no tardé nada en copiarlo; y
utilizando un cañón calibre 22 de un rifle descompuesto, armé mi rifle después
de hacer la culata con madera de Amapa.
Durante mucho tiempo lo estuve llevando
a las marismas para cazar patos pipichines. Fue muy placentero y divertido el
llevar a cabo este proyecto, y más porque miraba que mi padre se sentía
satisfecho de mi obra, por no decir que orgulloso.
A un costado de la Fabrica de cigarros
“Gallardo”, por la calle Matamoros, tenía su taller de Radio y Electrónica,
Andrés Martínez, “El Camichín”, quien me orientó, por recomendación de mi
padre, allá por el año de 1957, un año después de haber salido de la Escuela
Normal, para acoplarle a mi radio de bulbos y de baterías (baterías de 500 o de
1000 horas de duración), una entrada de audio, para reproducir discos con un
torna-mesa de cuerda que elaboré. Con él realizaba los ensayos de los bailables
escolares en el poblado del Palmar de Cuautla, Municipio de Santiago Ixcuintla,
Nayarit, lugar de nacimiento de la que ahora es mi esposa, y me deleitaba en
casa escuchando mi música preferida.
En un día de las madres, mis amigos y yo
salimos por las calles del poblado, como en un desfile de puros varones,
tocando las mañanitas: uno cargaba el radio en sus brazos, otro llevaba el
tocadiscos y el resto formábamos la comitiva: obvio decir que fuimos muy
aplaudidos, pues jamás habían visto semejante espectáculo.
Mi padre siempre nos comentaba sobre sus
experiencias y observaciones sobre el sistema de distribución del agua en el
pueblo, y desde que empezó a funcionar la planta de MASECA, nos decía, el
consumo había aumentado de manera alarmante, al punto en que era urgente
mejorar el sistema de bombeo y almacenamiento del agua. La misma planta era
consciente de la problemática, y ya estaba buscando la forma de resolver el
problema. Pero las políticas del Ayuntamiento no contemplaban ninguna inversión,
no obstante que la Gerencia de la Planta aportaba fuertes sumas para el
mantenimiento del servicio a fin de que no le cortaran el agua.
Veámoslo así: ¿Por qué el servicio de
agua potable siempre ha sido deficiente?: Sencillamente por la falta de planeación
a largo plazo. Pues sólo se han ido resolviendo los problemas que se van
presentando: poniendo aquí y parchando allá.
Primeramente las máquinas que movían las
bombas eran de combustible diesel y lo hacían desde una noria con bajo
manantial de agua, y con una sola bomba mandando el agua hacia un tanque
pequeño, donde no había un sistema de potabilización. Después se abrieron otras
norias con mayor caudal, pero seguía la misma bomba y el mismo tanque.
Luego de agotadas las máquinas por
desgaste, y debido al costo y su difícil reparación, se prefirió cambiar el sistema mecánico a eléctrico, esto facilitó el trabajo de los empleados porque fue más
fácil la operación y se elimino la contaminación; sin embargo, en la época de
lluvias, las tormentas eléctricas continuas, aún siguen siendo un problema,
porque la poca agua que se bombea, cuando trabajan la bombas, se consume, por
la falta de abastecimiento. Urge la construcción de un tanque de almacenamiento
independiente, y un sistema de bombeo más eficiente. Esto todo el pueblo lo
sabe, pero ignoro por qué no se procede.
Las redes distribuidoras, en un
principio, eran de baja capacidad y casi estaban a flor de tierra y
continuamente se rompían, sobre todo en tiempos de aguas porque se reblandecía
la tierra.
No estoy muy seguro si ya se amplió
totalmente el diámetro de los ductos y se reforzó la red de distribución, y
aunque se construyó un nuevo tanque, y se anexaron bombas, es obvio que el
sistema no abastece todavía a la población, pues el servicio se interrumpe
cotidianamente.
Desde que mi padre trabajaba en el
servicio de agua, como ”Bombero”, siempre ha sido la misma historia; mi padre
entró a trabajar en 1945, hoy ya vamos por el año de 2012, y Acaponeta no ve
resuelto su problema vital. Ahora me estoy acordando de las veces que a
cualesquier hora llegaban los policías procurando a mi padre, en su casa, para
indicarle que había que parar las máquinas porque había una enorme fuga de agua
en una calle cualesquiera.
Mi madre se molestaba porque, si eran
horas de trabajo de su turno, deberían procurar a mi padre en donde estaba la
Planta, y si no era su turno, deberían ir a buscar al que le correspondía. Pero
no, porque eso quedaba en la orilla del río, y para llegar allá había que
cruzar el cerro a pié, y si era en la “Perica” (la patrulla), había que rodear
por la mojoneras y se gastaba la gasolina; o no se podía entrar porque estaba
crecido el río.
Cómo olvidar a aquel pobre Policía
Municipal, que era muy atento y caballeroso, Gonzalo Galindo, que muy
continuamente sufría los desahogos de la furia de mi madre cuando el
Ayuntamiento lo mandaba a pedirle a mi
padre, a media noche y fuera de su turno, que se abocara a la solución de un
problema de fuga en el sistema de agua potable del pueblo.
Lamentablemente este tipo de problemáticas
era muy continuo, y Don David no miraba la hora de disfrutar su tiempo libre;
pues esto lo convertía en un Empleado Municipal de 24 horas, por las que sólo
le pagaban, legalmente, de conformidad a la Ley Federal del Trabajo, ocho, y
con un salario minimizado, casi igual al de un barrendero del mercado, pero con
la categoría de “Operador del Servicio de Agua Potable” (resumiendo: el bombero
de la ciudad).
Pero al fin, un día llegó un Presidente
Municipal con un poco más de talento, y aunque no le resolvió a mi padre la
responsabilidad de estar al pendiente de todos los problemas relacionados con
el bombeo del agua, a él le asignó el turno matutino como estancia, y para el
siguiente turno le puso un ayudante bajo su dirección, pagándole una compensación
extra para que respondiera por todo el servicio. No fue gran cosa, pero mejoró
un poco la situación económica de la casa. Aunque para mi padre todo siguió
siendo igual.
Después de haber permanecido, Don David
y Apolonia, en unión libre desde el año de 1935 y haber procreado varios hijos
bajo este régimen, en una “Campaña de Regularización de Matrimonios” convocada
por la Presidencia Municipal, se casaron en una ceremonia masiva, celebrada el
día miércoles 22 de marzo del año de 1950 (por casualidad el día de mi
cumpleaños). Y así fue cómo, el señor Guillermo Díaz Cosío, Presidente del
Ayuntamiento de Acaponeta, Nayarit, y su querida esposa, se convirtieron en sus
padrinos de matrimonio.
Al festejo asistieron muchos de sus
conocidos en los minerales donde radicaron por algún tiempo: camaradas mineros
de la Hacienda del Tigre que participaron en aquella huelga y otros conocidos
de aquella sierra. Muchos de ellos ya estaban radicados en Acaponeta, entre
ellos el señor Boris Marcoff con toda su familia, a quienes visitábamos
continuamente.
Nuestros vecinos también asistieron, lo
mismo que algunos compañeros del Sindicato de Burócratas Municipales al que
pertenecía mi padre, al fin fue una reunión muy concurrida y plena de
satisfacciones.
La familia Marcoff Plata, estaba formada
por tres mujeres y dos hombres: Fernando era hijo sólo de doña Emilia, pero
Boris lo adoptó. Los demás son: Carmen, Olga, Irene y Federico. Yo los visitaba
muy continuamente, de hecho, cada vez que pasaba por la calle México, por donde
vivían; me gustaba mucho llegar a platicar con Carmen, su hija mayor. Desde
niños habíamos iniciado una cordial amistad, creo que había mucha química entre
nosotros. Pero, por diversas razones, por mucho tiempo dejamos de vernos; y fue
hasta después de aproximadamente 50 años que casualmente nos encontramos; para
entonces ella ya era una señora viuda con varios hijos, y yo seguía casado y
todos mis hijos también. Después de saludarnos y vernos tan cambiados por la
edad y la vida, nos hicimos mutuamente la misma pregunta:
–¿Por qué no nos casamos, tú y yo,
Carlos? ¡Yo hubiera estado dispuesta! –me dijo Carmen. Y yo le respondí igual.
¡Quién sabe por qué sería! ¡Pero así sucedió!
Tal vez porque siempre nos tratamos como si fuéramos familiares, a esta
conclusión llegamos.
Y decidimos reanudar nuestra vieja amistad
proponiéndonos no abandonarnos tanto tiempo, porque si volviéramos a hacerlo, seguramente
tendría que ser en la otra vida el próximo encuentro.
El
total de Hijos de la pareja: David
Fuentes Osuna y Apolonia López Avena,
fue de nueve. De todos ellos sobrevivimos ocho:
Tres mujeres y cinco hombres. Uno de los
hijos murió siendo un niño:
Carlos Humberto (Profesor), José Alfredo
(Ferrocarrilero), María Antonia (ama de casa), Raquel (ama de casa), Víctor
David (Técnico Mecánico y Electrónica), Juan Odón (Profesor), José Luís
(Ingeniero Mecánico Electricista) y Rosa María (Enfermera).
Todos y cada uno formamos una familia y
estamos felizmente casados; esto ha favorecido que la familia Fuentes López
haya florecido en infinidad de nietos y bisnietos de Don David y Doña Ñoño; y
como dicen algunos: “Aún hay más”.
Por fin llegó el día del retiro de mi
padre, le reconocieron todo el tiempo que estuvo laborando, aún desde antes que
se Municipalizara el Servicio del Agua, completando la cantidad de 40 años de trabajo
ininterrumpido, los que estuvo desempeñando con responsabilidad los 365 días de
cada año, tal como dijimos al inicio de esta semblanza.
Esto fue muy positivo, sin embargo, en
la cuota diaria que le asignó el Seguro Social, sólo alcanzó el salario mínimo.
¡No sé que opinar, sobre esto, porque no quiero maldecir a nuestras
Instituciones Sociales, y menos a nuestros Legisladores, porque ellos sí se
saben despachar con la cuchara grande, y la manejan como si fuera azuela!
Fue muy poco lo que disfrutó sano de su
jubilación, porque una embolia le dejó medio incapacitados un brazo y una
pierna, y él, que fue muy amante de caminar libremente, que todo su tiempo de
trabajo se la pasó subiendo y bajando el cerro para ir a la “bomba” (así le
llamábamos a su lugar de trabajo), ahora se la tenía que pasar sentado la mayor
parte del día, y sin poder salir a la calle a visitar a sus amigos, o cuando
menos a recoger su pensión.
En otros tiempos, desde que se hizo de aquella
Victrola, al llegar del trabajo se sentaba, ponía un pierna sobre la otra y se
ponía a escuchar discos, y a veces duraba horas con el fandango, pues él era de
mucho gusto y placer, mi madre en ocasiones se fastidiaba del ruido y le
gritaba para que la escuchara:
–¡David! ¡Ya cierra tu congal! –mi padre
a veces sólo la escuchaba y se reía. En otras, le respondía también con un
grito:
–¡No seas grosera, Moño! –y ahí paraba
todo. Porque él no era persona amante de las discusiones. Y menos de proferir obscenidades.
¿Pero por qué tantos gritos?, dirán
ustedes. Pues sencillamente porque las Victrolas no tenían un control de volumen,
así que tocaban a todo lo que daban sus reproductores.
Pero un día llegó un señor, conocido de
él, y al escuchar la música de la Victrola de cuerda, le ofreció este trato:
–Oye David, me gusta la Victrola porque
toca fuerte, y me puede servir para hacer bailes en la cantina que tengo en la
sierra; te la cambio por un radio de corriente, y si te parece te doy algo de
dinero para estar a mano: ¿Aceptas?
Para no hacerla de muchos detalles,
llegaron a un acuerdo, y mi padre se quedó con el radio. Fue así como se inició
en una nueva afición. Y después, como él sabía hacerlo, se fabricó su propia
Victrola.
Nosotros celebramos ese trato, pues
ahora ya teníamos radio en casa. Por fin nos estábamos modernizando.
Siendo mi padre tan alegre y de tanto
gusto, no le costó nada volver a sentarse, cruzar las piernas como siempre y
ponerse ahora a escuchar la Radio. Por las noches, ya desde el oscurecer se
escuchaba en Acaponeta, una estación de Harlingen, Texas; en ella tocaban
puras polcas y redovas con acordeón y guitarras, básicamente, pero muy alegres;
se localizaba en las frecuencias más altas (cerca de los 1600 kilohertz) del
cuadrante de AM; muy pronto se convirtió en su favorita. De esta manera ya
podía alternar su entretenimiento: Música de la Radio o de la Victrola.
Y posteriormente se hizo de un
tocacintas de ocho tracks, este sí que lo disfrutó mucho. Estos fueron sus
gustos favoritos en casa, mucho antes, y también después de la jubilación,
hasta que poco a poco se nos fue apagando. Al ver reducida su calidad de vida,
él cada vez se estresaba más. Sus únicos momentos de entusiasmo eran las
esporádicas visitas de los viejos camaradas de los minerales y los nuevos
amigos que había cultivado en esta ciudad de Acaponeta.
Unos meses antes de su deceso, visité a
mis padres porque necesitaba verlos, no obstante que continuamente les hablaba
por teléfono, y aproveché el festejo del día de la Candelaria (La fiesta de la
Virgen de Huajicori) para ir. Y antes de despedirme, ya para regresarme a mi
lugar de trabajo, le pedí a mi padre que le pusiera más ánimo a la vida, que ya
pronto yo me iba a jubilar y podría estar más tiempo con ellos, especialmente
con él, pero así me respondió:
–¡Ya me fastidié! ¡Ya estoy cansado de
esta clase de vida! Pero Dios dirá… –Yo no supe qué responderle, se me hizo un
nudo en la garganta y se me heló el corazón: tuve el presentimiento de que esta
sería la última vez que nos mirábamos…
Y así fue, El primero de mayo le pareció
el mejor día para irse, ojalá que no haya sido por estar recordando la Huelga
de los Mineros del Tigre, y si acaso fue así, que su espíritu persiga a los
traidores hasta que los ponga en el infierno.
Pero mi padre no ha muerto, sólo cambió
de residencia; ciertamente su envoltura física la dejamos en el Campo Santo de
la ciudad; pero esta clase de hombres son de aquellos que respiran luz; a estos
seres así, tan especiales, como él, sólo les corresponde la inmortalidad; por
lo que su recuerdo siempre estará vivo en cada uno de sus descendientes como
una luz de vida y de esperanza:
“En nuestra
familia por siempre vivirá su espíritu”
¡QUE
EN PAZ DESCANSE DON DAVID!
2 comentarios:
Este señor es mi tío, hermano de mi abuela Petra. Lo conocí, mi mamá nos llevaba a su casa al otro lado de la vía. siempre que íbamos en familia a Acaponeta. Saludos a todos los primos y sobrinos. Arturo Guerrero.
Qué interesantes y emotivos estos recuerdos; aunque los he visto "a vuelo de pájaro", y no soy mexicano ( y ni siquiera he estado allí); igual.
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