Centro Histórico del Tepic de ayer. |
Por: José B. Algarín G.
A ESTUDIAR A TEPIC...
Al terminar mi Primaria y al no haber escuela Secundaria en ese tiempo
en Acaponeta (1948) fue necesario emigrar a la capital del estado, Tepic, donde había una Secundaria de
gran fama en el Occidente de la República, la gloriosa Secundaria Federal No.1
Tipo B, para hijos de trabajadores fundada
por el Gral. Lázaro Cárdenas, presidente de la República en esa época.
Según versiones de varios ex-estudiantes, el personal docente y
alumnos venían “corridos” del vecino
estado de Sinaloa, pues en aquel tiempo entró al poder ejecutivo el Sr. LOAIZA,
persona qué no quería saber nada de
“comunistas” como estaban catalogados los estudiantes y la planta de maestros. Al pasar por la Ciudad de Tepic, se enteró el que en aquel tiempo era Gobernador de la entidad, Gral. Juventino
Espinosa, de que estaba un grupo numeroso de alumnos y personal docente de paso
por esta capital en la estación del ferrocarril. Ofreciendo que ésta Escuela en
aquel tiempo itinerante, se quedara en
Tepic pues iban a México a buscar el apoyo del Sr. Presidente Gral. Manuel
Ávila Camacho para reubicarlos.
Inicialmente
se les acomodó en la planta baja de lo que ahora es el Palacio de Gobierno, para después
enviarlos a una edificación de la Casa del Campesino, situada precisamente por
la Av. México y la calle que en aquel tiempo se llamaba Herrera, hoy
Insurgentes (Dato proporcionado por el Dr. Vicente Ruelas Preciado, exalumno de dicha escuela.)
Mi madre me acompañó junto con mi querida hermana Tere, para iniciar
aquí nuestra educación Secundaria.
Abordamos el tren en Acaponeta a media tarde, por cierto que venían unos
presos escoltados por varios agentes de la guardia rural Policías. Y ya casi
para llegar a Tepic, el tren, que venía muy despacio, escuché a uno de ellos,
que estaban esposados, decirle a otro,
que usaba una prótesis en una de sus piernas, “que la quitara, que le
estorbaba” estaba casi amaneciendo y de improviso el preso éste, salió
corriendo eludiendo a los guardianes, y brincó del tren para caer en dos
ocasiones y empezar a correr, desgraciadamente corría paralelamente en el mismo
sentido que el tren llevaba, como dije, a muy baja velocidad, al recuperarse de
la sorpresa los guardias empezaron a
dispararle desde las ventanas y del
estribo de la puerta logrando detenerlo, y ya herido, pararon el tren y
se bajaron para rematarlo a la vista de todo el pasaje. Este fue un acto que se
me quedó grabado en mi memoria, así como cargaron el cadáver y lo arrojaron
dentro del espacio entre un carro y otro. Obvio es decir el amago que sufrieron
los otros dos presos con palabras soeces.
Llegamos por fin a Tepic con un mal sabor de boca y el llanto
entrecortado de mi hermana y mi Mamá.
Nos acogió en su casa un primo hermano de mi papá, Don Pedro López y mi
querida tía Doña Cecilia Sánchez, matrimonio ejemplar con varios hijos: Raúl,
Gloria, Alonso, Carlos, Alicia y el más joven César.
Todo el mundo conocía a mi tío Pedro, pues toda su vida trabajó
recogiendo boletos, primero en el cine Amado Nervo y después en el Alcázar. (Obvio es decir que
seguíamos con un “pase” gratuito para las funciones de dichos cines).
De inmediato me dirigí a la
Escuela Secundaria y me presenté en la Dirección donde se me comunicaba que
había que pasar una prueba para mi
admisión, misma que al día siguiente se verificó. Y no tuve ningún problema
para ingresar a dicha escuela, gracias, debo reconocerlo, a la magnifica preparación
que nuestros maestros de la Primaria "Gral. Ignacio Zaragoza", habían depositado
en nosotros.
No pedí beca pues iba en calidad de Alumno Externo, esto es sin derecho
a comidas y dormitorio. Era muy estricto el reglamento, pues era una escuela
semi-militarizada, y debía cada alumno para conservar la beca tener una
calificación mínima de 8.5 promedio mensual. Lo mismo contaba para los alumnos
externos.
Mi tío Don Pedro, nos prestó una casa a media cuadra de la escuela por
la calle Veracruz, y era tan cerca que
oía perfectamente la “campana” que consistía en un pedazo de riel de
ferrocarril y el badajo era un martillo, con el cual se llamaba al alumnado.
Esta casa constaba únicamente de una recámara, un cuarto cuadrado,
bastante amplio, quizá ocho metros de largo, por seis de ancho, que dividíamos con
cortinas para hacer dos pequeñas estancias, una para mí, y la otra la ocupaban
mi querida Nina y mi hermana Tere, comunicaba a una pequeña cocina que hacia
las veces de comedor, y más adentro un especie de patio, donde había una pila
para guardar el agua, y un pequeño escusado, con tres paredes hechas de cartón
y un puerta de entrada de madera. Esa pila nos sirvió para bañarnos, pues lo
hacíamos a “jicarazos” y a pleno cielo. Más adentro y por el lado oriente era
la entrada a una enorme huerta, donde había toda clase de árboles, ahí
precisamente en esa huerta olfatee y probé por primera vez una fruta para mi
desconocida, la Pomarrosa, cuyo fruto es la corteza. Esta huerta prácticamente
ocupaba casi el 90 % de lo que era la manzana.
Había de todo, aguacates, mangos, plátanos, chayotes, y a propósito de
chayotes, un día llego mi tío Don Pedro
invitándome a probar un nuevo alimento para mi, se trataba del chinchayote, y
yo gustoso le dije, sí como no, sin saber que es la raíz de la planta del
chayote, y con una pala y un zapapico me hizo abrir una zanja de
aproximadamente tres metros por mas un metro de profundidad. Valió la pena,
pues es deliciosa como me la preparó mi Nina, con miel y otras especies. Mi tío
amenazó que cada 6 meses volvería para repetir la excavación, y yo me le hacia perdidizo cada que se acercaba
la fecha.
Su esposa, mi tía Chila tuvo la idea de plantar Rosales, pero cada que
los iba a vigilar, notaba que no tenían retoños, pues los pollos y gallinas de
los vecinos se los comían. Dándome a mi permiso de acabar “a como diera lugar”
la intrusión de dichas aves a la huerta, ni corto ni perezoso me aboqué a
resolver tan ominoso problema, de tal manera que pollo o gallina que entrara,
la correteaba hasta agarrarla, y pues ¡a comérnosla se ha dicho! Ya mi Nina
tenía previamente agua caliente en un bote alcoholero, para el desplume de estos gallináceos.
Me imagino que estos animales de
vuelo corto, debían tener un lenguaje de comunicación especial, pues cada vez menos se atrevían a brincar las
bardas colindantes, de tal manera que nuestra dieta iba disminuyendo en lo que
se refiere a la deliciosa carne de estos plumíferos.
Idee una treta: compré una especie de soguilla de un poco más de dos
metros de longitud previamente preparada con un nudo corredizo (una lazada), y
me subía a la barda colindante, donde sabía que había muchos pollos, y de
arriba de la barda les aventaba su “maicito” acercándose gran cantidad de
animales, y haciendo malabares, los lazaba desde arriba, y de un fuerte tirón las
tenía ya del otro lado de mi barda, donde mi hermano Héctor le daba “cran”, ¡ni
pío hacían! Era un ahorcamiento rapidísimo.
Presto los llevaba con la Nina, quien de inmediato, los metía al bote de
agua hirviendo, y así era como los Rosales de la Tía Chila crecían... y
nosotros también.
NUESTROS MAESTROS NUNCA MUEREN, VIVEN SIEMPRE EN EL
RECUERDO DE SUS ALUMNOS...
Aquí debo hacer un reconocimiento a mis “nuevos” Maestros, un formidable
cuadro docente que encabezaba el insigne maestro J. Jesús Ruiz Aguilar,
Director de éste plantel. Quizás el
primer Biólogo o uno de los primeros a nivel Nacional.
Mención especial merece cada uno de los maestros que a continuación
mencionaré:
Bernabé Godoy, matemático de
primera, de quien recuerdo que al pasar al pizarrón a demostrar un teorema nos
temblaban las piernas. Además tenía un modo muy peculiar de seleccionar al compungido alumno que era el de hacer una
“bolita” con la secreción nasal llamado vulgarmente “moco”, y darle una forma
semi-esférica con las yemas de sus dedos pulgar e índice, y decía aparentemente
al azar... a ver, a ver ¡..tu! Arrojando
aquel proyectil que certeramente se quedaba pegado ¡en la frente de alguno de
sus alumnos!... ¡Y a temblar señor mío!!
Dr. Núñez Olvera, maestro de química y encargado del servicio médico del
alumnado y de la planta de Maestros (que cuando nos desparasitaba no sé qué
polvos o medicina ponía en el tubo de un
bebedero común y único, para todo el alumnado, lo que sí sé, es que nunca se
presentaba ninguna parasitosis intestinal en los casi 200 alumnos de aquel
plantel). Por cierto que me dio mucho gusto verlo hace unos 6 meses, y lo
detuve, y me identifiqué como uno de sus antiguos alumnos y lo felicité, pues
se veía muy bien físicamente y lucido como el siempre había sido.
Jesús Delgadillo Arreola. Maestro de
física experimental.
Lic. Roberto Sandoval (El “Angelito” blanco) Maestro de Historia y
Literatura.
Lic. Benítez, (El “Angelito negro”) nos daba varias materias, y en cada
prueba-examen que nos hacía, con varias preguntas, y al no terminar la prueba
en la hora que le correspondía, nos decía, “no se preocupen, llévense a su casa
el examen, y mañana me lo entregan.” Debo decir que todos pasábamos, pero, a
todos nos ponía una calificación que realmente merecíamos.
Lic. Antonio Argüelles. Este maestro merece todo un libro, pues era
realmente un gran maestro, nos impartía la clase de Civismo, que era toda una cátedra, a casi todo el
alumnado le ponía de inmediato un apodo. Apodo que con el transcurso de los
años se nos quedaba. No podíamos a través de los años recordar el nombre de un
compañero pero al decirnos su apodo pues claro que ¡de inmediato lo
reconocíamos!
Era así su manera de ser que hasta a sus hijos les ponía apodos,
recuerdo a una pequeña hijita suya que la llamaba cariñosamente “mariposa”. Y con frecuencia la llevaba a
clases. Gran atleta, pues era un fanático de la barra horizontal y de las
paralelas.
Maestro Valdés Coria, entrenador de Cultura Física además de Biólogo y
que en cualquier momento podía sustituir a cualquier maestro. Agregado a eso
era un magnifico deportista pues el se encargaba de los equipos de Volly Ball
y de Baloncesto, en los cuales no
teníamos rival, excepto el cuerpo del Batallón de Infantería de la XXIII Zona Militar y de los alumnos de la Escuela normal de Xalisco. (Enemigos acérrimos
los de dicho plantel) y si ganábamos al
pasar ellos por las instalaciones de la escuela no dejaban vidrio sano en los
grandes ventanales que se localizaban por la calle Veracruz pues siempre venían
bien provistos de pedacera de ladrillos y piedras en los camiones que los
cañeros les proporcionaban para venir a jugar, y pues nosotros nos defendíamos
haciendo lo mismo con ellos y los alcanzábamos en lo que era y es la subida
rumbo a la Cruz de Zacate utilizando el “parque” que ellos mismos traían y
dejaban en su paso por toda la calzada.
Además de una guerra verbal a base de “cañeros” ellos y nosotros
“plataneros” y otras interjecciones no publicables...
El “Geógrafo”, maestro de apellido González que realmente sabia mucho,
no nomás geografía del Estado o de México sino del mundo. Muy estricto en sus
pruebas.
Teníamos como
Prefecto a un señor de apellido Balderas, que por apodo se le conocía como “El
Pelicano”, sobrenombre muy bien puesto
pues presentaba un prognatismo exagerado (Prognatismo: proyección notable de
la mandíbula).
Un maestro de “talleres”, el
profesor Aguirre, que por las tardes nos impartía las clases de carpintería y hojalatería, el cual se dio el
lujo de reprobarme por mi incapacidad en la realización de los trabajos
manuales, así que tuve que presentar un
examen extraordinario que pase con 10 (Pues compré un candil de hoja de lata
en más o buenas condiciones que acabe de doblar y con eso me pasó).
El maestro de música de nombre increíble pues se llamaba Manuel de los
Palos. Y mas increíble el nombre de su señora esposa pues se llamaba Sara
Banda.... imagínense... ¡Sara Banda de
Palos!
La maestra de inglés, la Srita.
Graciela Navarro, hija del ilustre Lic. Everardo Peña Navarro, acucioso
historiador.
Había un maestro que de momento se me va su nombre, el cual fungía como
secretario y además nos daba una clase de Dibujo Constructivo; dicho maestro
presentaba en su cara dos “lobanillos” (Lipomas) que por ese motivo se ganó a
pulso el apodo de el “Bolitas".
”El “Che” era un señor de edad provecta que era como un especie de
conserje.
Y sin faltar de mencionar al Cocinero Don Ramón y su señora esposa y
varias ayudantes.
Y también una enfermera cuyo nombre se me escapa.
Así como Don. Panchito “El Marinero”. Y nuestro Fígaro de lujo, quien se encargaba de cortarnos el pelo a la
militar, nuestro querido Atilano.
En el último año que estudiamos en dicha escuela llegó de la Ciudad de
México, un maestro de Educación Física, de apellido González, pero por su
manera de entonar las palabras y de hablar, lo identificábamos con el remoquete
de “Tepito”, cosa que no le disgustó puesto que efectivamente había nacido y criado en dicho barrio “bravo”.
Era muy afecto a los albures y cuando nos llevaba a marchar sobre la
Calzada de la Cruz no faltaba en el anonimato de aquella abigarrada multitud de
alumnos, quien le “aventara” una “trompetilla” al dar las ordenes de mando, a la
cual el aludido enseguida contestaba: “¡Eso saco por andar con Uds.!”
(Continuará...)
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