Dr. José Buenaventura Algarín González |
Por: José B. Algarín González
CONOCIENDO EL AMOR...
Una mañana, estando en la tiendita enfrente de la Escuela Normal, entró
una bella jovencita de no más de 14 años, custodiada por tres o cuatro jóvenes,
me imagino que todos ellos andaban detrás de ella. O al menos cuidándola.
Verla y enamorarme de ella fue súbito y de inmediato, lo que se llama
amor a primera vista. No recuerdo si ella haya reparado en mi presencia, pero
no le quitaba la vista de encima. No pude comunicarme con ella para no
despertar sospechas de sus “guardianes”, además eran cuatro en caso de un
reclamo por parte de ellos.
No duró mas que unos minutos, compró algo y se retiró bien custodiada.
Le pregunté a la Sra. que atendía aquel negocio si la conocía, y ella me
dijo su nombre, Betty, y me dijo que su hermana
andaba como candidata a Reina de dicha Escuela.
Investigué y me di
cuenta que esta bella damita tenía más admiradores que su hermana, y me imagino
que ella (su hermana) la utilizaba como “gancho” para lograr su propósito y
atraer una cauda de admiradores.
Desde entonces era el más asiduo para asistir a la salida de las
alumnas, buscando a la que, sin ella saberlo, había robado ya mi corazón.
Sin saber por que no la podía ver (no asistió esos días a clases) o no
sé qué otros compromisos de índole familiar tenía (después me enteré que
estaban con sus padres de visita con sus
primas de la Ciudad de México).
A los pocos días y yendo en mi flamante bicicleta la vi acompañada de un
estudiante conocido mío, mas no mi amigo, él también estaba estudiando en mi
Escuela (Sergio Rosete).
Algo noté en ella, la vi más alta, más mujer, y lo que era lo que la
distinguía de otras ocasiones es que llevaba unos zapatos de tacón alto de color
blanco, que estilizaba su ya bien formado cuerpo, lo cual le daba una belleza
extra, pues se veía toda una mujer y mucho más bella, así que eso reafirmó
todavía más mi amor por ella.
Llevaba un vestido blanco, amplio, y me fijé tan bien, que sin
saber mucho de modas, noté que llevaba crinolina, que acentuaba su esbelta
cintura dando la figura ideal de una mujer hermosa.
Al pasar cerca de ellos su acompañante me llamó y yo, ilusionado, pensé:
¡Me la va presentar!
No, no era eso, sino el pedirme dinero prestado para invitarle un
refresco en una nevaría de nombre "La Primavera", por cierto muy cerca de la casa
donde yo vivía en ese entonces. De mala gana y sin dejar de verla le proporcione mi único
billete de $5.00 deseando ser yo el que la invitara (por cierto, nunca hizo
devolución de dicho préstamo).
Después me enteré que dicha damita no le aceptó la invitación.
Al día siguiente supe por una amiga y compañera de mi salón que el
comité que auspiciaba la candidatura de su hermana había organizado una
“tardeada” con un conjunto musical que se verificaría precisamente esa misma
tarde en un amplio salón, que no sé cómo consiguieron en la XV Zona Militar a
espaldas de mi Prepa.
Por supuesto que fui de los primeros en llegar, ¡y ahí estaba ella!
Rodeada de solícitos jóvenes para bailar con la bella muchacha, y en varias
piezas de música la vi bailar con algunos, por cierto que bailaba muy bien, así
como el bailarín en turno.
Ni corto ni perezoso y exhibiendo
la mejor de mis sonrisas, me adelanté a
dos o tres que en ese momento estaban solicitándola para bailar, y
no sé, pero sería por la inflexión de mi
voz que casi se oía como una orden, extendí mi mano para pedirle la siguiente
pieza musical, ella un poco turbada por el acoso de varios se decidió por
concedérmela.
¡Para mí fue la gloria! Bailando con la muchacha de mis sueños y la más
bonita de aquella inolvidable fiesta (Su hermana perdió, ni modo, ¡pero yo
gané!).
Al continuar bailando con ella, en dos ocasiones dos intrépidos jóvenes
se acercaron para pedirle un
baile, y mi respuesta fue inmediata: ¿Qué no ves que está conmigo? Y sin
chistar se retiraron.
Con la tácita aceptación de ella continuamos bailando hasta que terminó
la música, quedándonos de ver al siguiente en una Matineé en un cine que estaba
a la vuelta de mi Prepa.
Ahí nos hicimos novios (Febrero 22 de 1954).
Lo demás es historia...
En esta breves líneas mi querida
Betty, te doy las gracias por haber aceptado bailar esa vez conmigo, y
ratificarte aquí y ahora mi profundo, aun cuando no muy manifiesto amor por ti,
y haberme acompañado este medio siglo de mi vida desde que nos conocimos y
darme el gran regalo de cuatro magníficos hijos: Pepe, Betty, Claudia y mi querido
y tan ansiadamente esperado por nosotros, nuestro amado Gerardo.
POR FIN!... A LA ESCUELA DE
MEDICINA...
Al terminar mi Prepa a trompicones en cuanto a calificaciones, hice mi
solicitud para ingresar a la gloriosa Escuela de Medicina, meta soñada por mi
de muchos años atrás.
No tuve problemas para mi admisión pues venía de la Preparatoria
“oficial” dependiente de la UDG, de tal manera que inicié con muchas ganas ser
un émulo más de Galeno.
(Quiero recordar al
amable lector que lo que transcribiré a continuación puede cambiar en la forma
de expresión personal por mi propia inexperiencia en el arte de la escritura,
pero el fondo de todo este relato, en el transcurso de mi paso por la Escuela
de Medicina, fue real...¡Sucedió! En algunos casos o fui protagonista, o
testigo, y en otros por relatos de mis otros compañeros, conste).
Donde sí me fue “como en feria” fue en las novatadas propias de los que
ingresamos por primera vez.
Nos avisaron que estuviéramos muy temprano a espaldas de la Escuela, en
un cementerio muy antiguo, el de Belem, y que lleváramos ropa de más, pues toda
sería donada al Leprosario del Padre
Bernal, como calzado tenis y un par de zapatos en buenas condiciones, estos
últimos para ser también donados.
Y así lo hicimos, nos esperaba una turbamulta de vándalos, que al
llegar, manos les hacía faltas para pelarnos, con tijeras, navajas, sí,
navajas, y maquinillas para el corte de pelo, algunos de esos estudiantes de
grados superiores hasta presumían de que les habían salido ampollas en las
manos de tanto que habían “trabajado” pelando a los nuevos que llegábamos.
Era una masacre, pues enseguida, con las misma tijeras, y previa entrega
de la ropa que traíamos puesta, nos tijereteaban nuestros calzoncillos “bóxer”,
y como si fuera una fábrica “en línea” pasábamos a que nos embadurnaran de una
especie de chapopote desde la cabeza hasta los pies, parados en unas tumbas,
por último, nos ponían en una especie de “baño” a base de plumas de gallinas, o
que sé yo. Todo esto en un ambiente lúgubre, entre las tumbas, mudas testigos
de este “sacrilegio” cometido en la paz de los que ahí debían descansar en su
último reposo.
Pero ahí era el inicio, pues de este lugar se improvisaba un “desfile”
por las calles hasta llegar a la Avenida Alcalde, por toda esa vía nos traían a baldazos de
agua, que solícitos les proporcionaba las personas que laboraban en todas las
oficinas, despachos, tiendas comerciales del centro, oficinas de gobierno,
hasta terminar dicho vía-crucis en una plaza que se le conocía como el “Dos de
Copas” frente al Teatro Degollado. Y ahí te dejaban...como cena de negros, y
como ridículos hawaianos (“in puris naturalis”: semidesnudos).
Dos amigos míos, hermanos entre si, Alfonso y Carlos Balvaneda, un día
antes habían ya contratado una “troca” de redilas que nos estaba esperando a
una cuadra de donde culminó aquel “desfile”, y al vernos llegar pues ni a ellos
los reconocían, y en ella fuimos llevados en la parte trasera, como cerdos, a
la casa de los Balvaneda donde nos esperaba un baño caliente, y al llegar, una
tía de ellos ya mayor de edad, se lamentaba, y se las mentaba a los que nos
habían hecho aquella “diablura” (Sé de
buena fuente que esas novatadas ya no se
acostumbran. ¡Que bueno!).
Debían ser gentes
adineradas, o lo fueron en un tiempo, pues cada uno tenia una “Nana”, misma que
los bañó y trató de quitarles aquella mezcolanza.
Ya tenía yo un cambio de ropa en dicha casa desde una día antes, así que
después de haberme bañado, me la puse y me fui en mi camión a casa a darme otra
baño.
Al día siguiente al llegar, lo primero que los de grados superiores nos
dijeron: ¡Al baño! Y dicho y hecho, nos acompañaron a un especie de gran aljibe que se localiza precisamente frente a la
entrada principal de la Escuela de Medicina. Donde está hasta la fecha lo que
se conoce como Jardín Botánico, y ahí íbamos pasando de uno por uno a darnos
una sumergida en el agua que siempre tenía dicho depósito. Esto era diario, o
casi diario, estoy hablando de las 7 de la mañana.
(Continuará)
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