jueves, 21 de junio de 2012

¡LLEGARON LAS LLUVIAS A ACAPONETA!




Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

El día de ayer subí un comentario a mi perfil de Facebook, expresé: ¡De fiesta todos! ¡Cayó la primera lluvia en Acaponeta! Hoy sí vamos a sufrir con la humedad, pero ya tenemos lluvias y delicioso olor a tierra mojada. El cual gustó y llamó la atención de algunos que se animaron a dar un comentario o a felicitar a los acaponetenses por tan grata noticia.

La llegada de las lluvias siempre son recibidas con alegría por la gran mayoría de la población y es que es la forma más efectiva de matar o al menos dejar herido al calor que se ceba sobre nuestras vidas y es que aquí en Acaponeta, donde todo el año hace calor, se dice medio en serio y medio en broma, que tenemos solo dos estaciones: la de verano y la del tren. Ahora bien, hay que reconocer que nunca estamos conformes, pues después de cada lluvia viene una bárbara evaporación que llena el ambiente de una humedad marca diablo.
La canícula de la costa de Nayarit, donde se ubican poblaciones numerosas como Santiago, Tecuala, Acaponeta, Tuxpan, Ruiz y San Blas, es en verdad factor que algunos ponen como condicionante para vivir ahí, y hasta los menos tolerantes a las altas temperaturas deciden migran a tierras más frescas. Algunos como su servidor, nos conformamos aduciendo la frase de Cristina Pacheco, ni modo, aquí nos tocó vivir y vamos a darle pa´lante como dicen los cubanos.

 Sin embargo, volviendo a lo que comenté al inicio, no solo la lluvia refresca cuando llega acompañada de deliciosa brisa que nos llena de placer, sino que el olor a tierra mojada llega acompañada de innumerables recuerdos de la niñez o juventud, pues no son pocos los que se salían a recibir el chorro de agua revitalizador que escurría de los techados de teja, que sin duda dejaba un sabor a aquellos ya casi extintos jarritos de barro que en ocasiones se pegaban a los labios, o bien los bajantes que escupían refrescantes cascadas pluviales.
Por supuesto, algunos aguaceros eran y lo siguen siendo, fiesta para los niños, que semidesnudos se aventaban a los ríos que corrían por las calles o en las esquinas donde se formaban efímeras lagunas que en algunos casos eran enormes albercas con fuerte corriente que amenazaba con llevarse calles abajo a los más enclenques y distraídos.
¿Quién no hizo barquitos de papel?, que se depositaban en los arroyuelos del momento y se perseguían por dos o tres calles hasta que alguna alcantarilla se los tragaba y con ellos las aventuras que creábamos en el gozoso mundo de la imaginación infantil, ya que en esos artilugios viajaban piratas, corsarios, acorazados armados y uno que otro Peter Pan.
Claro que mientras para la chiquillada todo es algarada y diversión, para los adultos, que viven en el mundo de las preocupaciones y la realidad, la lluvia en ocasiones es un chaparrón de problemas que se dejan venir casi casi en cascada: el agua que se cuela por los techos antiquísimos de teja o palma, o bien los de concreto que no tuvieron la precaución de haber sido impermeabilizados a tiempo y que el inclemente sol agrietó; o los ríos en las calles los mismos que alegran el espíritu infantil, tienen la mala costumbre de meterse a las viviendas con el consecuente desastre.
Y si ya de plano se dejan sentir los diluvios que luego traen demoledores huracanes, se hacen acompañar por inundaciones que lo único bueno que dejan son los puntos de referencia históricos que nos sirven en el futuro para ubicarnos en el tiempo y dicen los expertos que luego de la inundación queda un humus prodigioso, bendición para la agricultura del futuro. Entre esos terribles desbordamientos del Río Acaponeta se cuentan los de 1968 y 1993, por mencionar los más cercanos, igual de arrolladores que aquel de 1530 que tuvo a bien recibir a los españoles comandados por Nuño Beltrán de Guzmán, que lo mismo diezmó a naturales que a europeos.
Alguien dijo: no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos y su servidor recuerda aquellos de 1968, siendo un niño, donde todo eran gestos adustos en los mayores, pues el río arrancó de cuajo casas y comercios, así como esperanzas y planes a futuro; el río se llevó no solo patrimonios de años, sino también archivos históricos de los cuales hoy solo tenemos dudosas referencias y hasta a los muertos los sacó, dentro de sus cajas mortuorias del descanso eterno. Mientras el campo estaba devastado y totalmente anegado, imposible para la práctica agrícola, los chamacos nos deslizábamos felices por el lodo que las apuradas mamás y abuelas sacaban a la calle. No cabe duda amigos, el recuerdo es un poco de eternidad.
Era triste escuchar a la gente decir: podemos predecirlo todo, imaginarlo todo, pero no hasta donde nos puede hundir la naturaleza. Hoy afortunadamente todo aquello está en la memoria de la gente y hasta los habitantes del barrio más afectado que fue el del Terrón Blanco, donde las aguas cubrieron los techos de las casas, hacen fiesta cada año con puerco echado y palo ensebado, llevando alegría donde antes hubo pena y desolación.


Tenemos desde hace ya cuatro o cinco años un bordo protector y hasta malecón para pasar las tardes de calor junto al hermano río, hoy inofensivo y tan solo un hilillo de plata que con más pena que gloria se desliza hasta el océano Pacífico.
Pero dejando las tristezas de lado, llegaron ya las lluvias amigos y con ellas el verdor que caracteriza a nuestra fértil tierra nayarita que en cuestión de horas la tendremos verde por donde volteemos a ver, lo que inspiró al mismísimo José Alfredo Jiménez cuando atravesó la tierra de Amado Nervo, expresando con inspiración la ruta del afamado caballo blanco…cruzó como rayo tierras nayaritas, entre cerros verdes y el azul del cielo.

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