sábado, 2 de junio de 2012

REMEMBRANZAS...CASI UNA AUTOBIOGRAFÍA (8a. parte)



Por: José B. Algarín González

Se me llamó al terminar la prueba escrita y conociendo yo mi calificación para  que escogiera una laminilla, haciendo de tripas corazón me acerque y tome una al azar.
La examiné durante más de una hora y en dos ocasiones fui con el preparador, para insistirle que esa preparación no la habíamos visto durante el año. La primera vez, sin levantarse a verla, me dijo...claro que la vimos...búsquele.
Ante mi insistencia en la segunda vez...se paró, la vió, y me dijo después de checar sus notas, sí, efectivamente no la presenté durante el año, pero si Usted me dice de qué tejido se trata, yo lo califico bien (El sabía ya mi promedio, y sabía que necesitaba cuando menos un 8 de calificación para poder pasar).
Estuve otra larga hora observando la preparación (y mi futuro), y claro el reto de identificar aquel misterioso tejido.
Por fin me paré y le dije: Maestro déme dos opciones a mi respuesta, y el aceptó...Es el corte sagital de una pieza dentaria...le dije. ¡Correcto! Me  contestó. Y me califico con 8...!Lo había logrado!

Como comentario, más del 60 % de mis compañeros reprobaron.
Pasa el tiempo, y el que escribe, ya mas “docto” en el  arte de curar, y estando en la cátedra de Gineco-obstetricia, donde mi Maestro es una finísima persona, esta cátedra se impartía ya en “vivo” me avisó un día antes: Algarín, mañana le toca atender su primer parto, lo espero temprano en la sala de expulsión (pequeño local, donde se instala a la parturienta en las fases finales del parto).
Esa noche mal dormí ante la tremenda responsabilidad que me esperaba.
Al día siguiente lleno de animo llegué, y de inmediato me puse mi bata, mi gorro, mi cubreboca, pasé al cuarto de lavado, mis guantes etc., etc.
En eso llega mi Maestro, saluda a todo mundo, y pasan a la paciente a la mesa de parto, me hace la seña de que me abocara a la atención del inminente nacimiento, y mientras le aplicaban una superficial anestesia con Trilene, me senté frente a la parturienta y dándole animo...ya saben....¡pújele Señora.....pújele!, y así lo hacía.
Mi Maestro al lado de la paciente y vigilando mi actuación aprobaba con su cabeza mis movimientos, y yo pues sintiéndome el mejor partero del mundo, orgulloso, seguía paso a paso la evolución del parto, el cual avanzaba de manera muy rápida, tan rápida que al momento de “coronar” la cabeza del niño, prácticamente se me vino encima, y traté de agarrarlo pero se me resbaló con el líquido amniótico y el meconio abundante (especie de grasa con la cual viene recubierto el cuerpecito del niño) total, que el niño se me escapó de las manos enguantadas y fue a dar hasta el piso, que afortunadamente tenía un linóleo especial, que amortiguó la caída, de ahí lo recogí con la misma rapidez con que se me había escapado.
La madre se dio cuenta dentro de la ligera “borrachera”que le había producido la anestesia, y dijo... ¡mi niño! ¡mi niño!... al oírlo llorar... presto le conteste...no pasó nada Señora, todo está bien, --yo ya con el niño en mis manos y enseñándoselo a mi paciente, diciéndole--, no se preocupe, a veces es necesario dejarlo caer hasta dos veces para que llore...(¿?)

En otra de las prácticas, la de Cirugía, me avisó también mi Maestro que al día siguiente me tocaba operar una hernia inguinal de una Señora ya mayor de edad, que estaba en la cama numero tantos en la sala de mujeres.
En ese mismo momento fui a conocer a mi futura paciente, encontrándome con una persona que efectivamente pasaba de ser septuagenaria, débil, cohibida, y casi se cubría la cara con su sábana. Llegué, me presenté diciéndole que yo era quien la iba a operar al día siguiente, y me dijo algo así: Está Usted muy jovencito doctor, ¿ya sabe operar? Añadió, ¿sabe?, es que tengo mucho miedo, pues es mi primera operación. Con gran animo le dije, no se preocupe, la mía también es mi primera operación, ¡todo va a salir muy bien!
Decirle esto y notar el cambio en su semblante fue uno, pues se puso más nerviosa, y casi se cubría la cara, diciéndome: ¡no me diga eso Doctorcito!
Para la tranquilidad del que me lee, así fue, todo salió muy bien.
Lo que no le gustó a mi Maestro, fue la broma que le hice al preguntarme ella, después de pasarle la anestesia, qué ¿cómo había salido todo Doctor? Yo muy serio le conteste, no soy el Doctor, soy ¡San Pedro!

Teníamos un Maestro, el Dr. Vélez, quien era un gran cirujano, y siempre al pasar visita a sus pacientes era seguido por una cauda numerosa de ayudantes, quienes estaban al pendiente de su basta experiencia, únicamente que era un poquito exagerado, pero tenía tan bien entrenados a sus pupilos, que al preguntarles a cualquiera de ellos, le contestaban de una manera escueta.
Y el replicaba; No, si eran chorros de sangre, y hacía una seña con sus dos manos, poniendo sus índices y pulgares, separados de tal manera que parecía que indicaba que el chorro de sangre era del tamaño de un hidrante.
Otro ejemplo, al referir una operación muy riesgosa, sobre un paciente al cual habían herido por proyectiles de arma de fuego con perforaciones múltiples en varias partes del intestino, y preguntaba a un ayudante: ¿cómo cuantos metros de intestino resecamos de aquel herido? El ayudante contestaba dubitativo, pues como metro y medio Maestro... No...No...¡Fueron como SIETE metros, acuérdate!
Este Maestro, en la primera vez que pasó lista en la cual estaba incluido mi gran amigo y compañero Adalberto, cuya voz y entonación eran muy similares entre sí,  pensó al contestar ¡Presente!  El Maestro Vélez supuso que lo estaba remedando, hasta que lo convencimos de la gran afinidad de  sus voces.



Y PASÓ EL TIEMPO...

Estando en cuarto año, me casé, y se me complicó “un poquito” la vida, pues tenía ya obligaciones, tanto de presencia física como económica. Me da la impresión que yo fui el tercero en caer en las redes del matrimonio. (Creo que Antonio Bravo y Manuel Riestra se me habían adelantado en ese tan “feliz” acontecimiento).
Seguí contando con la ayuda económica de mis padres, pero las necesidades pecuniarias aumentaron, y me atreví a pedir trabajo con un antiguo amigo de mi padre quien era Gerente General de una compañía muy grande transnacional The Sidney Ross and Company (perdonen mi inglés) la cual estaba localizada precisamente en la esquina oriente de la propia Escuela de Medicina, en la manzana anexa. Y de inmediato me dio un trabajo temporal, haciendo un encuesta radiofónica, casa por casa en el barrio de Oblatos. Mi “trabajo” era sencillo, con un block especial, llegaba, tocaba la puerta de la casa, a quien saliera a recibirme, se le preguntaba que estación de radio estaba en ese momento escuchando, se anotaba la hora y la estación radial, y en una ocasión me tocó que me abriera la puerta una señora ya mayor de edad, y  con una hipoacusia marcada (un poca más que medio sorda) y mi pregunta fue al no escuchar ningún ruido que si tenía APAGADO su radio, ella entendió que si tenia ya PAGADO su radio, y de inmediato me contesto, que no era de mi incumbencia si estaba o no completamente pagado su aparato receptor, sin mas me cerró la puerta en mis narices.

Mi padre se enteró de este trabajo, y habló con su amigo, cancelándome de inmediato mi temporal ingreso económico.
Debo hacer mención especial, a la que en aquel tiempo era la novia de un ilustre Zacatecano Gilberto Romero Espinosa, alias “El Tigre” después digna esposa de mi compañero. Que trabajaba en un banco, y cada que recibía su paga, nos visitaba, llevando siempre una pequeña despensa y comía con nosotros solventando en parte nuestra exigua situación económica. Te recordamos con cariño nuestra querida ELVIRA (q.e.p.d.).
Busqué algún otro ingreso, y alguno de mis compañeros me habló de trabajar en un Dispensario Médico, que regenteaba un Doctor hermano del que con el tiempo seria Gobernador del Estado, Medina Asensio. Este médico tenía varios dispensarios distribuidos en varios puntos claves de la Ciudad. Era un magnífico negocio...¡Para el! En este trabajo mis padres no pusieron ninguna objeción, pues era mi rama. Lo que nos pagaba mensualmente, era una insignificancia, pero de mucho nos servía.
Si mal no recuerdo mi compañero Riestra también trabajaba, como representante médico de un laboratorio de medicina de mucho prestigio, y en una ocasión, llegando muy temprano a nuestra Escuela, fui semi-arrollado por un camión urbano,  quedando atrapado entre el chasis del vehículo y su pequeña moto, yo presencié el accidente, afortunadamente no de consecuencias, y en ese mismo momento, llegaba en su carro nuestro Maestro Hernández y Hernández, por cierto Neurólogo (Nexa 100), y no se me olvida que Juan Manuel Riestra, al verlo le insistía...¡Maestro! ¡Maestro!...¡Traumatismo cráneo-encefálico! ¡Investigue Babinsky!

Esto nos dio pie, para de inmediato, después de llevarlo a la Cruz Verde, a escasos 100 metros, para detener al camión y a otros de la misma línea, y llevarlos a la vuelta, a encerrarlos en el Leprosario del Padre Bernal, para garantizar la restitución de su moto, y de las lesiones que pudiera tener nuestro querido flaco Juan Manuel.
No logramos mucho, y realmente no recuerdo el desenlace , creo que sí le dieron moto nueva (Exhorto a algún compañero que me diga qué pasó después). De su salud, todo bien. Excepto...que quedó un tanto...tontejo.

(Continuará...)

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