Por: José B. Algarín González
Se me llamó al terminar la prueba escrita y conociendo yo mi calificación para que escogiera una laminilla, haciendo de
tripas corazón me acerque y tome una al
azar.
La examiné durante
más de una hora y en dos ocasiones fui con el preparador, para insistirle que
esa preparación no la habíamos visto durante el año. La primera vez, sin
levantarse a verla, me dijo...claro que la vimos...búsquele.
Ante mi insistencia en la segunda vez...se paró, la vió, y me dijo
después de checar sus notas, sí, efectivamente no la presenté durante el año,
pero si Usted me dice de qué tejido se trata, yo lo califico bien (El sabía ya
mi promedio, y sabía que necesitaba cuando menos un 8 de calificación para
poder pasar).
Estuve otra larga hora observando la preparación (y mi futuro), y claro
el reto de identificar aquel misterioso tejido.
Por fin me paré y le
dije: Maestro déme dos opciones a mi respuesta, y el aceptó...Es el corte
sagital de una pieza dentaria...le dije. ¡Correcto! Me contestó. Y me califico con 8...!Lo había
logrado!
Como comentario, más del 60 % de mis compañeros reprobaron.
Pasa el tiempo, y el que escribe, ya mas “docto” en el arte de curar, y estando en la cátedra de
Gineco-obstetricia, donde mi Maestro es una finísima persona, esta cátedra se
impartía ya en “vivo” me avisó un día antes: Algarín, mañana le toca atender su
primer parto, lo espero temprano en la sala de expulsión (pequeño local, donde
se instala a la parturienta en las fases finales del parto).
Esa noche mal dormí ante la tremenda responsabilidad que me esperaba.
Al día siguiente lleno de animo llegué, y de inmediato me puse mi bata,
mi gorro, mi cubreboca, pasé al cuarto de lavado, mis guantes etc., etc.
En eso llega mi Maestro, saluda a todo mundo, y pasan a la paciente a la
mesa de parto, me hace la seña de que me abocara a la atención del inminente
nacimiento, y mientras le aplicaban una superficial anestesia con Trilene, me
senté frente a la parturienta y dándole animo...ya saben....¡pújele
Señora.....pújele!, y así lo hacía.
Mi Maestro al lado de la paciente y vigilando mi actuación aprobaba con
su cabeza mis movimientos, y yo pues sintiéndome el mejor partero del mundo,
orgulloso, seguía paso a paso la
evolución del parto, el cual avanzaba de manera muy rápida, tan rápida que al
momento de “coronar” la cabeza del niño, prácticamente se me vino encima, y
traté de agarrarlo pero se me resbaló con el líquido amniótico y el meconio
abundante (especie de grasa con la cual viene recubierto el cuerpecito del
niño) total, que el niño se me escapó de las manos enguantadas y fue a dar hasta el piso, que afortunadamente
tenía un linóleo especial, que amortiguó la caída, de ahí lo recogí con la
misma rapidez con que se me había escapado.
La madre se dio cuenta dentro de la
ligera “borrachera”que le había producido la anestesia, y dijo... ¡mi
niño! ¡mi niño!... al oírlo llorar... presto le conteste...no pasó nada Señora, todo está bien, --yo ya con el niño en mis manos y enseñándoselo a mi paciente,
diciéndole--, no se preocupe, a veces es necesario dejarlo caer hasta dos veces
para que llore...(¿?)
En otra de las prácticas, la de Cirugía, me avisó también mi Maestro que
al día siguiente me tocaba operar una hernia inguinal de una Señora ya mayor de
edad, que estaba en la cama numero tantos en la sala de mujeres.
En ese mismo momento fui a conocer a mi futura paciente, encontrándome
con una persona que efectivamente pasaba de ser septuagenaria, débil, cohibida,
y casi se cubría la cara con su sábana.
Llegué, me presenté diciéndole que yo era quien la iba a operar al día
siguiente, y me dijo algo así: Está Usted muy jovencito doctor, ¿ya sabe operar?
Añadió, ¿sabe?, es que tengo mucho miedo,
pues es mi primera operación. Con gran
animo le dije, no se preocupe, la mía también es mi primera operación, ¡todo
va a salir muy bien!
Decirle esto y notar el cambio en
su semblante fue uno, pues se puso más nerviosa, y casi se cubría la cara,
diciéndome: ¡no me diga eso Doctorcito!
Para la tranquilidad del que me lee, así fue, todo salió muy bien.
Lo que no le gustó a mi Maestro, fue la broma que le hice al preguntarme
ella, después de pasarle la anestesia, qué ¿cómo había salido todo Doctor? Yo
muy serio le conteste, no soy el Doctor, soy ¡San Pedro!
Teníamos un Maestro, el Dr. Vélez, quien era un gran cirujano, y siempre
al pasar visita a sus pacientes era seguido por una cauda numerosa de
ayudantes, quienes estaban al pendiente de su basta experiencia, únicamente que
era un poquito exagerado, pero tenía tan bien entrenados a sus pupilos, que al
preguntarles a cualquiera de ellos, le contestaban de una manera escueta.
Y el replicaba; No, si eran chorros de sangre, y hacía una seña con sus
dos manos, poniendo sus índices y pulgares, separados de tal manera que parecía
que indicaba que el chorro de sangre era del tamaño de un hidrante.
Otro ejemplo, al
referir una operación muy riesgosa, sobre un paciente al cual habían herido por
proyectiles de arma de fuego con perforaciones múltiples en varias partes del intestino, y preguntaba a
un ayudante: ¿cómo cuantos metros de intestino resecamos de aquel herido? El
ayudante contestaba dubitativo, pues como metro y medio Maestro... No...No...¡Fueron
como SIETE metros, acuérdate!
Este Maestro, en la primera vez que pasó lista en la cual estaba
incluido mi gran amigo y compañero Adalberto, cuya voz y entonación eran muy
similares entre sí, pensó al contestar
¡Presente! El Maestro Vélez supuso que lo
estaba remedando, hasta que lo convencimos de la gran afinidad de sus voces.
Y PASÓ EL TIEMPO...
Estando en cuarto año, me casé, y se me
complicó “un poquito” la vida, pues tenía ya obligaciones, tanto de
presencia física como económica. Me da la impresión que yo fui el tercero en
caer en las redes del matrimonio. (Creo que Antonio Bravo y Manuel Riestra se
me habían adelantado en ese tan “feliz” acontecimiento).
Seguí contando con la ayuda económica de mis padres, pero las
necesidades pecuniarias aumentaron, y me atreví a pedir trabajo con un antiguo
amigo de mi padre quien era Gerente General de una compañía muy grande
transnacional The Sidney Ross and Company (perdonen mi inglés) la cual estaba localizada precisamente en la
esquina oriente de la propia Escuela de Medicina, en la manzana anexa. Y de
inmediato me dio un trabajo temporal, haciendo un encuesta radiofónica, casa
por casa en el barrio de Oblatos. Mi “trabajo” era sencillo, con un block
especial, llegaba, tocaba la puerta de la casa, a quien saliera a recibirme, se
le preguntaba que estación de radio estaba en ese momento escuchando, se
anotaba la hora y la estación radial, y en una ocasión me tocó que me abriera
la puerta una señora ya mayor de edad, y
con una hipoacusia marcada (un poca más que medio sorda) y mi pregunta
fue al no escuchar ningún ruido que si tenía APAGADO su radio, ella entendió
que si tenia ya PAGADO su radio, y de inmediato me contesto, que no era de mi
incumbencia si estaba o no completamente pagado su aparato receptor, sin mas me
cerró la puerta en mis narices.
Mi padre se enteró
de este trabajo, y habló con su amigo, cancelándome de inmediato mi temporal
ingreso económico.
Debo hacer mención especial, a la que en aquel tiempo era la novia de un
ilustre Zacatecano Gilberto Romero Espinosa, alias “El Tigre” después digna
esposa de mi compañero. Que trabajaba en un banco, y cada que recibía su paga,
nos visitaba, llevando siempre una pequeña despensa y comía con nosotros
solventando en parte nuestra exigua situación económica. Te recordamos con
cariño nuestra querida ELVIRA (q.e.p.d.).
Busqué algún otro ingreso, y alguno de mis compañeros me habló de
trabajar en un Dispensario Médico, que regenteaba un Doctor hermano del que con el
tiempo seria Gobernador del Estado, Medina Asensio. Este médico tenía varios
dispensarios distribuidos en varios puntos claves de la Ciudad. Era un magnífico
negocio...¡Para el! En este trabajo mis
padres no pusieron ninguna objeción, pues era mi rama. Lo que nos pagaba mensualmente,
era una insignificancia, pero de mucho nos servía.
Si mal no recuerdo mi compañero Riestra también trabajaba, como
representante médico de un laboratorio de medicina de mucho prestigio, y en una
ocasión, llegando muy temprano a nuestra Escuela, fui semi-arrollado por un camión urbano, quedando atrapado entre el
chasis del vehículo y su pequeña moto, yo presencié el accidente,
afortunadamente no de consecuencias, y en ese mismo momento, llegaba en su
carro nuestro Maestro Hernández y Hernández, por cierto Neurólogo (Nexa 100), y
no se me olvida que Juan Manuel Riestra, al verlo le insistía...¡Maestro!
¡Maestro!...¡Traumatismo cráneo-encefálico! ¡Investigue Babinsky!
Esto nos dio pie, para de inmediato, después de llevarlo a la Cruz Verde, a escasos 100 metros, para
detener al camión y a otros de la misma línea, y llevarlos a la vuelta, a
encerrarlos en el Leprosario del Padre Bernal, para garantizar la restitución
de su moto, y de las lesiones que pudiera tener nuestro querido flaco Juan
Manuel.
No logramos mucho, y realmente no recuerdo el desenlace , creo que sí le
dieron moto nueva (Exhorto a algún compañero
que me diga qué pasó después). De su salud, todo bien. Excepto...que
quedó un tanto...tontejo.
(Continuará...)
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