viernes, 10 de agosto de 2012

COLUMNA HUESPED: RECORDANDO A GERMÁN DEHESA



LAS TRIBULACIONES DEL HUARACHINGTÓN

Por: Germán Dehesa

Recordamos hoy al escritor y periodista fallecido recientemente, presentamos uno de sus textos más representativos sobre el tema.

El 20 de junio de 1994 contó el inicio de su viaje a Washington para ver el partido del Mundial de Estados Unidos en el que México perdió 1-0 con Noruega.


LAS TRIBULACIONES DE HUARACHINGTÓN

¡El día del padre; nos dieron en la madre! Así gritaba la turbamulta tenochca que regresaba, entre desconcertada, bravera y fatalista, después de nuestra fallida expedición punitiva al estadio RFK en la ciudad de Washington.

Pero esta historia merece contarse desde el premonitorio principio. ¿Han participado en algún vuelo charter organizado por alguna agencia nativa? ¿No? Permítanme notificarles que no han vivido. Es una experiencia definitiva.

Es un enérgico baño de realidad. Es algo mucho más aleccionador que una gira política. Se conocen de golpe todos los estratos, todas las etnias, todas las tribus que componen nuestro espectro social que es mucho peor que el espectro de la momia.

Una vez más la Hillary se vio más sagaz que Sherlock Holmes cuando, ya con las maletas hechas, me dijo: ¿Sabes qué? Como que el fut lo disfrutan más los hombres ¿por qué no te llevas a Canito? El corazón de una mujer no se equivoca nunca. Es más: cuando se equivoca, no lo reconoce nunca. Desde el principio los hados nos fueron hostiles. En “Información” del Aeropuerto tienen a una chancluda infradotada que, a la vista de nuestros boletos y mascando enérgica y vacunamente el chicle, nos dijo con plena seguridad: “este vuelo se está documentando en la sala F del área internacional”. La tal sala quedaba a diez millas náuticas. Cuando padre e hijo llegamos a la sala F, ahí no estaba ni la inexistente mamá de la señorita. Por fin, alguien nos dijo: ¡no, hombre, este vuelo lo documentan allá en Aeroméxico, en la sala nacional! Ahí te vamos. Cuando comparecimos en calidad de moscas con periodicazo, habíase congregado ya una vasta multitud nacional compuesta grosso modo por los siguientes sectores: conglomerado decente (Canito, el de la pluma y diez personas más); conglomerado en vías de descomposición social y moral (40 personas) y el sector rugiente capitaneado por un sujeto de edad y condición indefinidas motejado por sus secuaces como “El Huarachingtón”.

Portaban cornetas, matracas, tambores, banderas, sombreros de charro, abundante pintura tricolor por aquello del bodilanguach y una vastísima provisión de los más mortíferos rones nacionales. Desde el abordaje ya flotaba en el ambiente esa disposición, entre bélica y vandálica, que muy ingenuamente llamamos “júbilo nacional” y que puede ser más lesiva que un alzamiento chiapaneco. Era como si la futbolística masa presintiera que más les valía celebrar antes del partido, porque después no habría mucho motivo. De México a Monterrey, las cosas fueron relativamente tranquilas. Ahí el capitán Zavaleta (¡uuuleero! gritaban el Huarachingtón y sus mexjúligans) nos informó que haríamos una escala técnica para pasar migración nacional y para recoger a diez regios que se incorporarían a la expedición. De Monterrey a Washington las pasiones se desataron. Cero comida, cantina libre y el despapache más orgiástico que me ha tocado presenciar en un avión. “Quiero llegar al estadio bien borrachote”, declaró a voz en cuello el ya citado Huarachingtón. Por esfuerzo no quedó. Un cuate hacía magia en el pasillo. Los regios estrechaban vínculos eróticos con las capitalinas. El organizador del viaje pensaba en suicidarse y el capitán Zavaleta no veía la hora de llegar. Canito me comentó: ¿tú crees que nos dejen internarnos en Estados Unidos? Mi pronóstico era negativo. Me equivoqué. En la aduana el Huarachingtón le gritó al oficial: “¡Apúrale inch’ negro; ya llegaron tus primos de Zacatecas!” Sorpresiva y misteriosamente nos dejaron pasar. Seguiré informando.

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