lunes, 6 de agosto de 2012

LOS RECUERDOS DEL AYER Y CÓMO SOBREVIVIR AL FUTURO QUE YA LLEGÓ


 Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
No están Ustedes para saberlo, ni yo para contarlo, pero desde el pasado mes de febrero me convirtieron en feliz, y lo digo sinceramente, en feliz abuelo de un varoncito que me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas de la vida vivida y de la vida por venir. Precisamente, hace un par de días, recibí un correo a mi cuenta personal, cuyo contenido me hizo hacer “sesudas disquisiciones” entre la vida que nos tocó vivir a los nacidos entre las décadas de los años 60 y 80 del cada vez más lejano siglo XX.

 Preguntaba esa presentación, qué cómo había sido posible sobrevivir en una época donde no se usaba y casi no se tomaba en cuenta el cinturón de seguridad en los autos, menos las bolsas de aire, que ni existían, que viajar en la parte trasera de una camioneta era un placer difícil de expresar con palabras y la verdad que no puedo imaginar los viajes a las paradisiacas y casi vírgenes playas de El Novillero, si no es viajando en la caja de una pick up, dejando la greña al aire. Por supuesto, me queda claro que en ese y este tiempo, el no usar estos elementos de seguridad era y es sinónimo de muerte.
Explicaba el mencionado correo que no se explica cómo sobrevivimos cuando nuestras cunas estaban pintadas con esmaltes a base de plomo, o por el hecho de haber tomado cantidades ingentes de agua directamente de la llave o la manguera en un mundo donde los frascos o botecitos de medicinas no tenían tapas de seguridad contra niños y hasta convivíamos con la maldita Emulsión de Scott, que si bien nos dio salud, nos hizo ver nuestra suerte.
Cuando trepábamos a las bicicletas no usábamos cascos, ni rodilleras o coderas y si chocábamos contra algo, siempre eran arbustos y nunca carros, y no recordamos que alguien haya muerto, a pesar de que los circuitos para bicicleteros en esos tiempos eran un simple sueño guajiro. Salíamos a la calle con el debido y sacrosanto permiso de los padres que nos permitían andar de vagos, siempre y cuando llegáramos antes de anochecer, en un planeta donde ver a un mariguano era lo mismo que toparse de narices con un extraterrestre, así de raro eran. La imaginación de la chiquillería de aquellos años maravillosos, eran capaz de hacer de una caja de cartón un bólido de fórmula 1 como el que conducía el ídolo de ese entonces Pedro Rodríguez y con par de soldaditos de plomo, reinventábamos La Ilíada y La Odisea, a diferencia de hoy que las aventuras épicas las escriben, narran y hasta se dan pre digeridas los Xbox, los nintendos o los videojuegos, los setenta y tantos canales del telecable y eso me preocupa por que no sé, que ingenios extravantes y sorprendentes tendrán en el año 2030, cuando eventualmente mi nieto cumpla 18 años.
La vida en las escuelas también eran otra cosa, a la salida de las mismas, no faltaban, como hoy sucede, los carritos o carretas donde vendían jícamas o churritos con chile bajo el intenso sol, incluso recuerdo que a nuestro vendedor estrella le llamábamos sarcástica y jocosamente “el tifoideas”, sin que yo recuerde que alguien hubiera en verdad sufrido de ese mal, seguramente las diarreas no faltaron, pero aquí estamos como prueba clara de que tiempos pasados fueron buenos y hoy solo recordamos detalles como ese, ¡vaya! Hasta tomábamos refresco de la misma botella todos los que integrábamos la banda de camaradas, porque el dinero que se juntaba no alcanzaba más que para una unidad y nadie enfermó.
Por cierto que en los centros escolares, cosa en estos tiempos sorprendente, se registraban reprobados por un mal desempeño escolar a lo largo del año, la forma  era simple, no obtenías notas por arriba del 6 y te tronaban como chinampina, abriéndose, como dicen hoy, una área de oportunidad, es decir, te reprobaban y tenías que repetir el año; algunos pasaron por esa pena y hoy son hombres de bien, sin necesidad de haber pasado por psicólogos, psicopedagogos, especialistas en dislexia o chamanes, solo  te daban una oportunidad más, se aprovechaba y todos tan contentos.
En los juegos que realizábamos, y del cual ya hicimos largo comentario, eran común los golpes, las cortadas, los mallugones y hasta alguna fractura que nos iba a retirar unos días en cama y lejos de la molestia de asistir a clases, para posteriormente regresar con un aparatoso yeso en la parte afectada que todos te firmaban deseándote pronta recuperación, lo que te daba 15 fantásticos minutos de gloria y la admiración de los compañeros.
Me resultó interesante y divertido este correo, sobre todo, me regresó a una época de poca tecnología, pero donde se privilegiaba la imaginación y las cosas simples o comunes.
Recordé algo que un viejo me dijo alguna vez sobre su propia persona, que el hombre pasa por cuatro etapas en la vida: cuando crees en Santa Claus, cuando ya no crees en Santa Claus, cuando tú eres Santa Claus y cuando te pareces a Santa Claus, triste y final destino de los abuelos, algunos ya andamos pareciéndonos al buen San Nicolás, por lo pronto me quedo con la frase final del documento que les narro: “Algunos dirán que éramos unos aburridos, pero la neta éramos muy felices”.

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