Por: Héctor Algarín
“Ni bebas agua que no veas, ni firmes cartas que no leas”
En días pasados tuve el gusto de ir a Cancún, Cozumel y Playa del Carmen, el “martirio” empezó el día sábado por la madrugada… mi hermano Luis me llevó al aeropuerto de Guadalajara a tomar un vuelo a las 7:10 de la mañana rumbo al defectuoso (ya no tanto) D.F.
En el avión te ofrecen una barrita de pan con un café, (jamás me habían insultado tanto). Llegué con un hambre de los mil demonios, me imaginaba comiéndome un rico menudito blanco con garrita, librito y pedacitos, con tortilla recién hecha en el mercado Corona de Acaponeta… ¿Dónde más?
Pregunte por el menudo, buscaba a alguien haciendo churros, gorditas de piloncillo o de perdiz tamalitos rojos… ¡y ni maíz! Resignado subí a un restaurante que tiene un logo de acuerdo a donde se encontraba instalado, unas alas me decían: aquí es. Para esto claro, me lleve mi lap top (como todo aprendiz de ejecutivo) y la saque en el restaurante ¿vale no?...al fin y al cabo me encontraba en la capital del Imperio Mexica.
Revisé mi correo, chateé con un paisano (no es necesario decir con quién) y me esperé casi cuatro largas horas en aquel bullicio de gente que entraba y salía proveniente de todas partes del mundo, se veían las últimas tendencias de la moda en una pasarela imaginable en lo que son los pasillos de las diferentes terminales de llegada y de salida de aviones.
La espera es larga… la computadora te ayuda a disminuir la ansiedad, ya juegas solitario, sigues chateando y mandando correos, pido de desayunar lo más similar a lo que uno come cotidianamente y me decido por chilaquiles. Termino con una sensación de saciedad mas no de satisfacción, hubiera preferido una carnita con chile de con Otilia o una machaca con huevo del Copenhague.
La hora de abordar se aproxima para tomar el vuelo de la Ciudad de México a Cozumel. La gente en la sala de espera es diferente en su vestir, ya ves a los pasajeros mas informales, chanclas por aquí, “chores” por allá, falditas y blusitas más allá (casi ni las vi) y ves tipos de todos tamaños y medidas, unos echando el estilacho con sus lentes de carey, otros más con sus ipods, tarjet´s, celulares y mochilas de marcas de prestigio ya sea Luis Vuitton, Salvatore Ferragamo, Calvin Klein y alguna que otra más de las famosas marcas conocidas. La ropa igual, los logos y las lociones caras se sientes y se huelen por doquier.
Este es un vuelo chic (pensé) me acordé de una frase célebre y muy utilizada por un querido paisano radicado precisamente en la capirucha: la gente bonita… ¡se junta con la gente bonita! Y yo… en medio de ella. ¡La cosa no podía estar mejor!
La sala de espera se atiborró de pasajeros, en algunos lados se formaban grupitos de personas que viajaban ya sea en pareja o en grupo; yo como el chinito "solo milando".
Por aquí se escuchaban risas, más allá comentarios, alguien chateaba en su computadora y otros más en sus teléfonos, cada uno de los que esperábamos éramos un conjunto de lo más heterogéneo y diverso.
Abordamos, mi asiento daba a la ventanilla del avión y casi en el ala del mismo, la fila en la que me senté tenía tres asientos, los de al lado, dos. Venía un grupo de hombres muy entusiastas platicando, uno de ellos se sentó en el pasillo del avión y tenía mayor comunicación con los otros dos que se encontraban en la fila contigua.
Despegamos y cuando se pudo se pararon otros pasajeros que iban delante de la fila de nosotros y se hizo la de Dios es padre con sus comentarios y chistes, anécdotas y experiencias, parecían (no llegue a preguntarles) que eran personas dedicadas al turismo. Una decía que cuando estuvo de gerente en Nueva Dehli… el otro que en uno de sus viajes a Singapur, el otro comentaba de su experiencia en New York y así por el estilo. Uno de ellos (creo) era un residente de Cozumel, preguntaba a uno de sus acompañantes que si le gustaba el golf porque al otro día iban a ir sin pretextos a jugar, al que le preguntaron contestó: "Sé jugar al golf, solo que desde que tengo uso de razón mi abuelo me inculcó el tenis y tenía que practicarlo todos los días en la cancha de mi casa". Uno más que estaba ahí dijo: "lo que son las cosas, a mí, en lo que respecta a mi formación deportiva mi padre me exigió el Críquet, es lo que se practica en Sudáfrica y no podía faltar a la enseñanza de mi padre". Un tercero intervino: "bueno –dijo- que lastima no poder acompañarlos en su próximo match de mañana (se refería al juego de golf en ciernes), en lo que a mí respecta desde que tengo uso de razón he practicado la natación, en la casa de mis padres era más que una disciplina, era una obligación el concursar y ganar en cuanta competencia hubiera en nuestras actividades escolares".
Les soy sincero… (ya había pedido mi segundo vodka tonic a la azafata, en este vuelo –definitivo- ¡mejoró el menú!) y por la cercanía en la cual me encontraba venía escuchando todo, confieso que me sentí un poco a disgusto al principio, sentía “envidia de la buena”… ¿existe? de contar con todos aquellos alegres pasajeros que en suerte me habían tocado compartir aquel vuelo y que ahora escuchaba, que contaran con tan insistentes padres para inculcarles deportes realmente elitistas, vamos, para gente de dinero en pocas palabras.
Uno más de los ahí presentes pregunto: ¿Existe algún campo de equitación? yo en lo personal es lo que práctico. ¡Ay de mí!... Yo solo rayuela, trompo, balero, canicas y de vez en diario (cuando no se dieran cuenta mis padres) billarcito en “La Oficina”... cada que regresábamos de la plazuela con mis entrañables amigos ¡Uffff! De la que me salve con mis progenitores por no haber intervenido en disciplinas o mis preferencias deportivas… si las letras ni con sangre entraron conmigo… menos las diversiones y mis gustos de los juegos ¡de mi querida Acaponeta!
Digo… nomás como comentario.
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