Por: José Ricardo Morales y
Sánchez Hidalgo
Recientemente vimos por
infinidad de medios, especialmente la TV, la imagen fresca y rozagante del Sr.
Presidente de la República, Lic. Enrique Peña Nieto, quien apenas saliendo del hospital donde fue
operado de un quiste tiroideo, se le notó más fresco que una lechuga, dio una conferencia
de prensa a los periodistas que ahí lo esperaban y saludó a todo el mundo.
Impertérrito, inamovible e
inconmensurable, el mandatario de todos los mexicanos expresó con amplia
sonrisa Colgate “Estoy listo para volver a trabajar”, claro acompañado de su
inseparable Gaviotita, la Sra. Angélica Rivera. Esto a las afueras del Hospital
Militar donde fue intervenido y se vio hospitalizado durante cuatro días.
A muchos de nosotros, nos
hubiera gustado ver a nuestro presidente haciendo fila en algún caluroso
pasillo de cualquier clínica del IMSS o del ISSSTE.
Tan solo supongo –porque no
lo sé de cierto--, que Peña Nieto, fue tratado de acuerdo a su investidura y
jerarquía, es decir, algún médico trinchón, no cualquier pasante de los
nosocomios oficiales, desde hace tiempo y luego de rigurosos y certeros
análisis clínicos, le detectaron el mal que lo aquejó, el cual es un saco lleno
de líquido que ha crecido sobre la tiroides, glándula que tiene infinidad de
funciones.
Por supuesto que el “preciso”
nunca tuvo que levantarse tempranísimo, aún antes de rayar el sol, orinar en un
frasquito de Gerber –en ayunas claro—y correr a hacer fila en el laboratorio
del IMSS o del ISSSTE, llegando a la carrera, preguntando con preocupación “¿quién
es el último? Y aguardar con la paciencia de Job, primero la llegada de los
laboratoristas y luego el propio proceso de la extracción de sangre o algo
peor y, luego, por si algo faltara, recibir los resultados del análisis, pidiéndole a Dios, el doctorcito en turno, tenga la bondad de explicarnos, con palitos y manzanitas, lo que tenemos entre bofes y chanfainas.
No tuvo Don Enrique que
esperar parado, porque regularmente el número de pacientes es tal que se llenan
las pocas sillas en la supuesta “sala de espera” que no es más que un pasillo
más del edificio.
Yo en realidad lo siento por
él, porque esa es una magnífica oportunidad de estar cerca del pueblo, ese
conglomerado de canijos que tienen que pasar las de Caín para obtener un
servicio a la buena de Dios, porque en ocasiones la atención de las clínicas u
hospitales públicos es cosa del azar. La buena o mala suerte de que te toque un
buen médico, una regular enfermera o la fortuna de hallar cama.
Estoy cierto que Peña Nieto,
no solo tuvo una cama segura, ultramoderna y al simple tentón de un botón se
hacían presentes decenas de médicos, enfermeras, camilleros, ambulantes,
funcionarios, edecanes, vendedores ambulantes y mirones. No tuvo necesidad de acabarse el dedo
timbrando sin que aparecieran más que las ánimas en pena que perdieron la vida
en esos policlínicos.
No me cabe duda que en esos
cuatro días que permaneció encerrado en una confortable habitación, más cercana
a un hotel Gran Turismo que a un nosocomio, le llevaron los más selectos
alimentos hiperbalanceados, sabrosos y ricos a la vista y al olfato y no en
cambio los horribles “calditos de pollito”, manzana aguada, agua de algo colorido y
gelatina que siempre se comen las visitas.
Por cierto, ahí estaba Doña Angélica siempre
fiel y cercana, la cual no tuvo que batallar con el cuico de la entrada para
que la dejara pasar con la bolsa de tamales y el montón de chiquillos, que inexplicablemente
nunca dejan entrar a ver s sus familiares, a pesar de que la sonrisa de un chavito es el mejor bálsamo
para la peor enfermedad.
No sufrió Don Enrique, la
falta de medicamentos en las farmacias oficiales, el extravío de expedientes,
ni tuvo que enfrentar la fea cara y peor humor de la encargada de las vigencias.
No batalló para hallar estacionamiento a las afueras del hospital, quizá hasta
en helicóptero arribó a donde lo esperaba un ejército de enfermeros y ayudantes.
La ambulancia ahí estaba a modo, se ocupara o no, afortunado él que no tiene
que suplicar llorando sangre a que alguien, incluido Dios, le envíe de urgencia
una ambulancia ya no digamos equipada con todo lo necesario para problemas
urgentes y de consideración, sino simplemente con una camilla más o menos
destartalada.
El Presidente no fue regresado a su casa porque el laboratorista no llegó,
ni sufrió persiguiendo a los encargados de pagar los gastos de traslado de una
unidad médica a otra. En el quirófano lo más probable es que se encontrara de
todo y de más, buti gasas, desinfectantes y antibióticos a granel, así como
unidades de sangre por lo que se ocupe.
Los tristes mortales, o sea,
amable lector, usted y yo, poco acceso tenemos a esos beneficios que no nos
regalan, los pagamos puntualmente cada quincena. Incluso, a Peña no se le
dificulta ver a un director de una clínica, pero nosotros en ocasiones no los vemos ni en fotografía.
No cabe duda que a pesar de
que la Constitución, o bien desde los púlpitos de las iglesias, desde las curules, desde todo foro con
sello de democrático, desde la sede de los partidos políticos, en las aulas de
clase, sean de preescolar o universitarias, se nos repite que todos los seres
humanos somos iguales. Lo que no nos dicen, es que en esta nación hay unos que
son más iguales que otros. No todo es igual, unos merecen más y otros menos, ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, por ello el título de esta entrega "lo que no es parejo es chipotudo".
Nos hubiera mucho gustado
ver que el Sr. Peña Nieto, llegar a la clínica que le corresponde,
batallar para estacionar su auto sin la ayuda de guaruras y edecanes, con su
manoseada cartilla del ISSSTE, a pesar de que alguien le fuera a decir que ya la foto está vieja y necesita renovar, sin saber que los viejos somos nosotros y no la foto. Hubiera sido grato, que se sentara 15 minutos antes
de su cita en la sala de espera correspondiente y frente a su consultorio
familiar y aguantar ahí hasta que le toque en su lugar de la lista, no
importando que se pasen 60 minutos después de la hora señalada, esos minutos
que no valen cuando uno llega 30 segundos tarde y la malencarada del escritorio
se regocija al regresarte por dónde llegaste y en el mejor de los casos te deja
para el último. ¿Eso le sucedió a Don Enrique? Respuesta: ¡Hombre claro que NO!
él es el Presidente de México.
Cuando las cosas se sufren
en carne propia, estas toman valor y significado; en ese sentido recuerdo las
palabras de algún pensador que dijo: Los líderes reales transforman lo
insignificante en significado y más si las experiencias las viven y las sienten
como propias.
Pero no, se optó por lo más
fácil, dejar que los privilegios propios de un Presidente se pongan a
funcionar, entró el mexiquense a lo que seguramente es la mejor clínica del
país, la del ejército, con médicos de primer nivel que no se equivocan, ni
dejan las tijeras dentro de las tripas, o llegan borrachos a operar. Nada de
esos, la negligencia no es una posibilidad cuando de intervenir al presidente se
trata.
Es deseable que de vez en
cuando, muy de vez en cuando, los gobernantes se bajen de su nube y se metan en
los asuntos del pueblo, esos que les quedan tan lejanos, ya que permanentemente
son engañados. Cuando un Presidente de la República, un gobernador, un
presidente municipal, un rector de universidad o un todopoderoso, llega a un
lugar, encuentra todo en orden, bien pintado, adornado con flores y aromatizado
con los más delicados inciensos. Nunca entran a los baños desastrados, los
pasillos andrajosos y los rincones donde se acumula lo malo. Siempre hay una
escenografía que salva el “incómodo” momento de la visita. Hasta las llegadas “sorpresivas”
son esperadas " a modo".
1 comentarios:
QUE GANAS DE IRONIZAR Y MAGNIFICAR UNA SITUACION QUE EN CUALQUIER PAIS SE DA Y QUE ES DE LO MAS NORMAL.AHORA POR FAVOR, RESEÑANOS LA OPERACION DE FOX EN EL MISMO HOSPITAL Y TAMBIEN LAS DE CALDERON Y DE SU ESPOSA.QUE TENGAS UN BUEN DIA. FELICIDADES POR TU INTERESANTE Y OPORTUNO BLOG. E.E.R
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