miércoles, 18 de enero de 2017

HABLANDO SE ENTIENDE LA GENTE



Por: Juan José Rodríguez Tejeda

Robustiana de la Concepción Godínez, se despertó asombrada, pues su marido no estaba  con ella en la cama, vio que el reloj que estaba sobre el buró marcaba, con sus números fosforescentes, las 03:45. Se quedó atenta tratando de escuchar algún sonido y alcanzó a detectar que alguien estaba en la cocina. En silencio se encaminó al sitio y se sorprendió al ver a Fortunato Cruz del Roble, completamente a oscuras tomándose una taza de café. Encendió la luz y alcanzó a ver que su marido se enjugaba, discretamente, una lágrima.


--¿Qué tienes amorcito? Le dijo con voz tierna la robusta Robustiana.
--Nada, es que no tenía sueño y vine, mejor a tomarme una taza de café, en lugar de estar dando vueltas en la cama.
--Pero, ¿estabas llorando?
--Bah, se me vinieron los recuerdos y me vi en aquella noche hace ya cuarenta años, ¿Recuerdas? tu tenías 17 años y yo acababa de cumplir los 20, cuando tu padre nos descubrió en el viejo vochito blanco y que por las prisas yo no podía ponerme el pantalón pues se me atoraban en los tenis y tú a la carrera te pusiste el vestido con las costuras por fuera, mientras tu padre me apuntaba con su escopeta al tiempo que me decía: “Muy bien jovencito, espero que le sepas cumplir a mi adorada Robustiana o de lo contrario tendré que denunciarte y mínimamente haré que te otorguen cuarenta años de cárcel.

--Mi padre siempre fue muy celoso con mis novios, pero eso no es para que te sientas triste ¿O sí?
--Pues no, pero da la casualidad que hoy se cumplen los cuarenta años y  precisamente hoy estaría  saliendo de la cárcel Y SERÍA UN HOMBRE LIBRE.

El semblante de Robustiana fue cambiando debido al enojo y se alejó no sin antes arrojarle a la cara la taza de café, que afortunadamente ya se había enfriado.
Efectivamente, pronto iban a cumplir sus cuarenta años de casados y todo ese tiempo se la vivieron ofendiéndose uno al otro. Su mujer seguido le tiraba indirectas, un día en el desayuno su mujer comenzó una plática:
--¿Te acuerdas de Maricruz Treviño? -Él sin dejar de leer el periódico nomas hizo una exclamación mmmh, pero ella continuaba- pues fíjate que por fin se quitó setenta y cinco kilos de grasa inútil.
Entonces él, dejando de leer el periódico le inquirió asombrado.
--¿Se hizo la liposucción, la gorda?
Y ella con tono indiferente le dijo; NO, simplemente se divorció.

Un molesto Fortunato, deja caer ruidosamente el periódico sobre la mesa diciendo: mañana voy a comprarme unos zapatos nuevos del número seis.
--Pero tú calzas del ocho, mi amor.
-- Sí, pero me imagino que lo único agradable que tendría al llegar a esta casa, sería el quitarme los zapatos
Así se la pasaban todo el tiempo tirándose indirectas, contrariándose siempre el uno al otro o hablándose sarcásticamente:
--A tu pescado ¿Qué verduras le pongo amorcito?
--¿Qué verduras tienes?
--Hay espárragos
..¿Qué más?
--Nomás espárragos.
-- Entonces ¿para qué me preguntas?
--Pues para que tú escojas si le pongo o no. Uhmm todavía que te doy la oportunidad de elegir.

Por fin, sus hijos, cansados de estos pleitos, decidieron endeudarse y comprarles un paquete, todo incluido, para que pasaran diez días en Cancún, a ver si con motivo del cuadragésimo aniversario de su boda, se reconciliaban en esa segunda luna de miel.
Ya en el avión, Robustiana eligió el asiento junto a la ventana y a Fortunato le tocó el del pasillo. Instalaron sus pertenencias y Fortunato se quitó los zapatos y se acomodó las pantuflas que obsequia la aerolínea.
Luego a Robustiana se le antojó una coca cola y Fortunato tuvo que ir por ella, pues la sobrecargo no se veía. En cuanto fue por el refresco Robustiana le arrojo un escupitajo a uno de los zapatos de su marido.

En cuanto se terminó de tomar el refresco, Robustiana le vuelve a decir a su querido esposo, Tengo mucha sed Fortu, me puedes traer otra coca cola por favor. Con el semblante adusto, ahí va nuevamente Fortunato por otra coca cola y su esposa arroja otro escupitajo al otro zapato de su conyugue amado.
Posteriormente cada uno se colocó sus audífonos y siguieron en silencio todo el viaje. Cuando el avión estaba aterrizando, Fortunato se puso los zapatos y descubrió lo que había pasado. Entonces se puso muy serio y dijo:
- ¿Hasta cuándo va a seguir esto? Ya estoy harto Robustina, este odio, esta animosidad. No podemos seguir así.
De una vez por todas mi querida Robus, vamos a acabar con esto; ya me canse  de que tú escupas dentro de mis zapatos y yo de orinarme en tus coca colas.

 


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